No te detengas, por favor

Kathleen había bebido, pero no lo suficiente para no saber qué estaba ocurriendo. El alcohol ingerido solo la obligó a hacerse más consciente de sus sentimientos, de lo mucho que le dolía no poderle dar un hijo. La bebida engulló su dignidad y su honorabilidad, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella misma.

Los labios de Will sobre los suyos estaban haciendo estragos en su cuerpo, no podía ni quería detenerse.

Una noche, le había dicho él y ella lo había entendido a la perfección.

Tenía esa noche para amarlo y ya recogería los pedazos de su corazón roto en la mañana. Al día siguiente se enfrentaría a la dichosa realidad. Su jefe solo la quería para un desahogo y ella para toda la vida.

Chocaron con las puertas del elevador cuando estas se abrieron, pero ni así dejaron de besarse y recorrerse con las manos. Una pareja de ancianos se cruzó en su camino y escuchó a la mujer dar un grito.

Kath se escondió en el pecho de Will y él, en lugar de avergonzarse, la alzó e
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