William despertó con un fuerte dolor de cabeza. La noche anterior se había excedido con el alcohol y su cuerpo pagaba las consecuencias en ese momento. Parpadeó varias veces para ir acostumbrando a su vista a la luz que entraba por la ventana. «¡Un momento! ¿Es de día? Dios, me quedé dormido», pensó e intentó moverse, pero tenía un cuerpo femenino apretado contra él. El calor tan agradable que desprendía le hizo acurrucarse con la mujer y abrazarla con más fuerza. —No quiero levantarme —musitó en voz baja—. Se está tan bien aquí —ronroneó como un gato y sintió un leve movimiento a su lado—. Shirley, no quisiera dejarte, pero debo ir a… ¿Shirley? William abrió los ojos de golpe sin importar que la luz le provocara un intenso dolor de cabeza. El cabello que caía sobre su pecho no era rubio, era castaño y el cuerpo menudo que dormía a su lado nada tenía que ver con el voluptuoso y lleno de curvas de su prometida. Las imágenes de la noche anterior llegaron una tras otra provocando q
—¡Kathleen Olsen! ¡¿Dónde estabas metida?! —el grito de su padre nada más cruzar la puerta fue su recibimiento. Su padre giró la silla de ruedas y se acercó para encararla. —Papá, yo… Siento no haberte avisado, no quise preocuparte. El rostro preocupado de su padre sustituyó a la furia de momentos antes. —¿Estás bien, hija? —Kath asintió con la cabeza y él suspiró—. La próxima vez avísame para que no me quede toda la noche sin dormir creyendo que te ocurrió algo malo. Llamé a la policía. Su padre se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la sala. —¿Papá? ¿Solo eso tienes que decirme? No es que no se alegrara de no recibir una gran reprimenda en ese instante. Solo quería marcharse a su habitación y llorar. El hombre suspiró con teatralidad. —No voy a decirte que estoy contento, pero te robé tu juventud, te dejé si madre, te hice dejar los estudios y matarte a trabajar a diario. Jamás me has dado un solo problema, has sido la mejor hija que un hombre puede tener. —Papá —susurr
—¡¿Quién es ella, Will?! —gritó Shirley a la vez que le dedicaba una mirada enloquecida. Su secretaría murmuró una disculpa y cerró la puerta para dejarles intimidad. No era la primera vez que su prometida sufría un ataque de celos desproporcionado y siempre sin justificación. En aquel caso, los celos y el enfado, eran muy lógicos y él no podía quejarse. Se sentía mal, pero ya no podía cambiar el pasado. Después de cinco años de relación le había sido infiel por un momento de locura. Lo correcto sería decir la verdad y quedarse solo, pero no pensaba involucrar a Kath en su error. Por suerte, en la foto, a quien se veía era a él y a su empleada solo se la mostraba de espalda. —No es nadie, fue un error, Shirley —murmuró a la espera de ser un buen mentiroso y que la culpabilidad no se mostrara en sus facciones. Se levantó del asiento y se acercó a su prometida como quien se acercaba a un animal salvaje—. Lo siento mucho, aceptaré las consecuencias. La bofetada que Shirley le propi
Habían transcurrido tres semanas desde la mañana en que Kath acudió a la empresa y presentó su dimisión. Reconocía que había actuado por impulso y también por cobardía, ella no se creía capaz de enfrentar sus sentimientos, y por ese motivo ahora su familia y ella pagarían las consecuencias. Los primeros días, William intentó localizarla. Le envió mensajes y llamadas, pero, para su suerte, no volvió a presentarse en su casa. Su exjefe quería una explicación que ella no estaba preparada para dar. Aunque terminó por aceptar su falta de respuesta y se rindió. Eso debía haberla hecho sentir más tranquila, pero no era así. Los sentimientos no se marchaban de un día para otro y ella continuaba extrañando los momentos que pasaron juntos. Para su suerte, esos pensamientos solo llegaban en las noches cuando caía agotada en la cama. Día tras día, había estado presentando su hoja de vida, acudiendo a entrevistas y el resultado siempre era el mismo: Una negativa. Se le acababa el dinero porqu
Después de la marcha de Kathleen, William había decidido respetar la decisión de la muchacha, aunque no podía ocultar que estaba muy preocupado.No lograba entender qué la había llevado a dejar el único sustento de su familia y no presentarse a recoger su finiquito. Se sentía muy culpable, supuso que ella, al ser más joven e influenciable, se había asustado cuando salió en las noticias y había preferido huir. Se le estaba haciendo muy difícil comprender que, por sus ansias de ser padre, había arruinado la vida de esa pobre mujer. Eso lo tenía de un malhumor que no era propio de él, y para desgracia de sus empleados todos estaban sufriendo por su estallidos de furia repentinos. Y es que no podía evitarlo. Desde lo ocurrido con Kathleen su vida estaba de cabeza. No había logrado pensar en la petición de su madre y en cómo resolverlo, por suerte esa tarde iba a acompañarla al hospital. Si no tenía suficiente con su complejo de culpa y la enfermedad de su madre, tenía a Shirley que, si
—¡Ni se te ocurra escapar! —gritó Will justo antes de alcanzarla y detenerla. Kathleen no tenía demasiada fuerza para intentar soltarse de su agarre. Las pocas energías que le quedaban las había gastado en su inútil intento por huir. —Qué quiere, señor Hudson, ¿por qué no deja que me vaya? Tengo prisa, ¿sabe?William la observaba con esa enorme sonrisa que a ella le aflojaba las piernas, a pesar de que Kathleen estaba siendo muy arisca. —Pero, Kath, ¡¿qué te ocurre?! Estamos embarazados. ¡Lo conseguimos! Todavía no puedo creerlo. En cuanto mi madre salga de su tratamiento se lo contaré. No puedes imaginarte lo feliz que me haces.Antes de que pudiera evitarlo, Will la abrazó con fuerzas y ella se quejó al golpear su frente contra su pecho. —Señor Hudson, no puedo respirar —murmuró con el rostro pegado a la camisa. Él la apartó, pero no la terminó de soltar—. P-por s-si no lo escuchó dije que usted no es el padre. William alzó una ceja y la miró con cinismo. Era una terrible menti
Cuando William dejó a su madre en casa se dirigió buscar a Frank, el ginecobstetra que se había ocupado de hacerles las pruebas de fertilidad, le hizo una llamada rápida y le pidió que saliera en cuanto llegó al lugar donde vivía. En ese momento, él era el causante de todos sus problemas. Por no hacer bien su trabajo se encontraba con Kathleen enferma y sin querer cumplir el contrato, con una relación haciendo aguas y con su madre comparándolo con su hermano. Frank lo iba a oír y no quería hacerlo frente a su esposa e hijos. Cuando el doctor salió a recibirlo, la expresión de su rostro no era la de alguien a quien le sorprendiera su visita, más bien la de una persona que se sentía culpable. —Frank —gruñó por el enfado que sentía—. Me debes respuestas. El doctor metió las manos en sus bolsillos y miró al cielo por unos segundos, después emitió un sonoro suspiro. —¿Qué te trae aquí a estas horas? Puede que él no se mostrara del mejor humor, pero le extrañó demasiado la actitud tan
Shirley se encontraba frente a la puerta de James, el hermano gemelo de William y su amante desde hacía un par de años, con una maleta y furiosa. —¿A qué debo esta grata sorpresa? —le dijo cuando abrió la puerta y la vio—. ¿El estúpido de mi hermano ya se marchó a dirigir lo que me pertenece?—¡Ya, James! No estoy aquí para que desfogues tu coraje contra tu familia, estoy aquí porque… James no le permitió terminar, la empujó al interior de la casa, la agarró del cuello y la apretó contra la pared. —¿Con quién piensas que estás hablando? Yo no soy mi hermanito, no te confundas porque puedes acabar mal —amenazó con los dientes apretados—. Y no queremos eso, ¿cierto? Cuando aflojó la presión que hacía contra su cuello, Shirley se afanó en respirar. —Lo siento —musitó mientras se frotaba la garganta—, es que el estúpido de tu hermano me echó de la casa. Me dejó. James le hizo una señal con la cabeza para que entrara. Era un hombre de pocas palabras, con un aura oscura y su personal