—Asegurarse de que está muerto —ordenó en cuanto llegó junto a los guardias—. Avisen a la policía y si quieren a un culpable, fui yo el que disparé. Mis hijas están desaparecidas y mi esposa necesita llegar a un hospital.William entró en el coche con Kathleen en sus brazos.Benjamín comenzó a dar órdenes y los guardias corrieron a cumplirlas.—Yo organizaré la búsqueda, enviaré a uno de mis hombres con usted al hospital, quédese junto a su esposa. Confíe en mí, no le fallaré de nuevo.—Ni lo sueñes —gruñó—. Da aviso para que envíen escoltas para mi esposa y que nadie entre o salga de la habitación que no sea del personal médico. Quiero que cuando despierte lo primero que vea sea a sus hijas.Cerró la puerta del coche y lo dejó con la palabra en la boca.Cuando llegaron al hospital y los médicos comenzaron a atenderla, Will deseó quedarse allí con ella, pero sus hijas estaban desaparecidas y le había prometido recuperarlas.—Confíe en Benjamín, señor Hudson, las encontrará —le dijo un
Cinco años después…Kathleen observó a sus gemelas de casi seis, Sofia y Abigail, caminar por el pasillo de la iglesia mientras llevaban los anillos.Tras ellas, sus otras dos gemelas de casi cuatro años, Emma y Mia, seguían a sus hermanas lanzando pétalos de flores en las cabezas de los invitados en lugar de en el suelo.Kath se frotó el vientre, de nuevo estaba embarazada, se había hecho la prueba esa mañana y había salido positiva.Todavía no le había dicho nada a su marido, pero Will, que estaba a su lado, observó ese gesto involuntario y alzó una ceja.—¿Me ocultas algo, esposa? —La miró con intensidad y esperó a que le respondiera.—Nada, solo que estoy nerviosa, hoy se casa mi mejor amiga y no aparece. ¿Crees que Clarisse dejará plantado en el altar a Raimon? Se ve tan nervioso el pobre.A William le había costado perdonar a Clarisse, pero con el tiempo logró comprender que su amiga nunca pensó que iba a ocurrirle algo tan terrible.Pero incluso, de lo malo sucedió algo bueno.
«No me queda mucho tiempo y quisiera conocer a mi nieto antes de morir».Enterarse de que su madre estaba enferma y de que tenía un tumor en el cerebro que era inoperable, había dejado a William en shock.Llevaba dos horas sentado en la barra de un bar con la intención de ahogar en cada trago la nefasta noticia, pero a su mente llegaba la conversación una y otra vez.—No puede ser —le dijo y negó con la cabeza, pero su madre comenzó a mostrarle informes médicos.—No hay nada que hacer, hijo. Nunca tuve síntomas, todo ocurrió de repente.—¡¿De repente?! —gritó y se arrepintió al instante—. Lo siento, madre, pero me niego a creer que no se pueda hacer nada. Iremos a los mejores doctores, te llevaré…—El dinero no siempre compra la vida, Will. Antes de darte la noticia me aseguré de ver todas las posibilidades, no hay solución.Odió ver la aceptación de su madre, desde que su padre había fallecido dos años atrás, no había vuelto a ser la misma. Parecía como si aquella noticia no le causa
Kathleen estaba desesperada.Desde el accidente de tráfico que la había dejado huérfana de madre y con un padre en silla de ruedas, ella se había convertido en el único sostén de su casa.Tuvo que abandonar sus estudios para hacerse cargo de su padre y de su hermano pequeño cinco años atrás.Desde entonces, Kath era empleada de la compañía Hudson, una de las empresas tecnológicas más importantes del país. Su jefe, William Hudson, era uno de los empresarios que encabezaban la lista de los más adinerados y poderosos.Suspiró al recordar las contadas ocasiones en las que coincidió con él. Era un hombre guapo a la par de enigmático. Amable con todos los empleados sin importar a qué se dedicaran.En su primer día allí estaba tan nerviosa, que al verlo no pudo evitar tropezarse con la cubeta que usaba para limpiar el suelo de la entrada. Con el ruido que provocó, y el desastre del agua esparciéndose por las baldosas, quiso escapar de su humillación, pero terminó ocurriendo lo peor.Kathleen
Kathleen sabía que parecía un besugo con la boca abierta intentando procesar lo que su jefe acababa de decirle.Por más enamorada que hubiera estado siempre de él, no iba a permitir que creyera que podía comprar su cuerpo. Ella era una chica decente, le había confiado sus problemas porque él se lo había pedido, pero no para que la humillara de esa forma.Si quería acostarse con una mujer que lo hiciera con su novia, Kath sabía muy bien que tenía pareja. La había envidiado en silencio desde que comenzaron la relación. Siempre salían en la prensa y se veían muy enamorados, pero después de lo que le acababa de proponer ya lo dudaba.Esa fachada de hombre perfecto que siempre había imaginado se acababa de caer de un solo golpe.—¡¿Cómo se atreve?! —se defendió y comenzó a levantarse para huir de allí—. Yo no soy ese tipo de mujer.William la miró como si estuviera loca y le ordenó que se sentara de nuevo.—Siéntate.—No, señor, necesito el trabajo y el dinero, pero no pienso… Hmm, ¡prosti
William decidió salir de su oficina unas horas después, le había dicho a su secretaria que anulara todos sus compromisos de ese día y que si ocurría algo urgente lo llamara.En aquel momento, solucionar el tema de ser padre era lo más importante.Primero se dirigió a la oficina de personal para hablar con Roger, el encargado de los empleados, y pedirle todas las referencias que tuviera de Kathleen.—¡Señor Hudson! —lo recibió Roger con asombro—. ¿En qué puedo ayudarlo?Ese hombre ya trabajaba allí cuando su padre aún vivía y era de su total confianza.—Quería que me dieras información sobre una de las empleadas.—Sí, claro, ¿ocurrió algo?William negó con la cabeza.—Se llama Kathleen —intentó recordar su apellido, pero nunca llegó a preguntárselo—. Ella se ocupa…No le dio tiempo a terminar su frase, cuando una sonrisa se dibujó en el rostro de Roger. La expresión afable del hombre, le hizo presagiar que lo que tenía que contar era bueno.—Es una excelente joven, por eso le encomendé
Kathleen no podía creer lo que acababa de ocurrir.Se encontraba saliendo del banco junto con su jefe. Ese hombre estaba loco, no solo había conseguido que descongelaran su cuenta. Además, había liquidado la deuda de los meses atrasados de la hipoteca y completó el pago de la casa.Ella debía estar soñando, lo que acababa de vivir era imposible que fuese real.—No sé cómo agradecérselo, señor Hudson —le dijo cuando por fin estuvieron en la calle—. Le prometo que trabajaré sin descanso para pagárselo todo. Puede descontarme todos los meses de mi nómina y…—Kathleen —la detuvo y, sin que lo esperara, le sujetó ambas manos—. Perdón, estabas gesticulando mucho y me ponías nervioso.—Lo siento, señor Hudson —murmuró y agachó la cabeza, avergonzaba.—Creo que podrías comenzar a llamarme William, vamos a pasar mucho tiempo juntos. Ahora ven, te llevaré a la clínica para que te hagan algunas pruebas y no aseguremos de que todo esté bien.Kath sintió un calor que se expandía por su cuerpo. Él
Shirley no podía creer que William se hubiera presentado en la cafetería donde estaba compartiendo un desayuno con sus amigas. Casi sin saludar a nadie entró, la hizo levantarse y se despidió mostrando esa sonrisa que tantas veces le había dicho que era solo para ella. ¿Acaso no se daba cuenta de que cuando sonreía de esa no había mujer que no se derritiera a sus pies? Después, sin darle más explicaciones, la había hecho subir a su coche… ¡En el asiento de atrás! No podía creerlo, ese mujeriego se había atrevido a llevar a otra mujer junto a él y tenía el descaro de restregárselo en la cara. Esa gata, que no tenía comparación alguna con su belleza, había pasado todo el camino disculpándose y rogándole a William que cambiaran de lugar, pero él se había negado. Estaba furiosa. A lo largo del trayecto no dejó de escuchar una y otra vez: ¿Kath estás cómoda? ¿Kath quieres que suba el clima? ¿Kath si tienes frío puedo poner la calefacción? ¿Kath qué música te gusta? —Vamos, no seas tími