Vamos a solucionarlo

William decidió salir de su oficina unas horas después, le había dicho a su secretaria que anulara todos sus compromisos de ese día y que si ocurría algo urgente lo llamara.

En aquel momento, solucionar el tema de ser padre era lo más importante.

Primero se dirigió a la oficina de personal para hablar con Roger, el encargado de los empleados, y pedirle todas las referencias que tuviera de Kathleen.

—¡Señor Hudson! —lo recibió Roger con asombro—. ¿En qué puedo ayudarlo?

Ese hombre ya trabajaba allí cuando su padre aún vivía y era de su total confianza.

—Quería que me dieras información sobre una de las empleadas.

—Sí, claro, ¿ocurrió algo?

William negó con la cabeza.

—Se llama Kathleen —intentó recordar su apellido, pero nunca llegó a preguntárselo—. Ella se ocupa…

No le dio tiempo a terminar su frase, cuando una sonrisa se dibujó en el rostro de Roger. La expresión afable del hombre, le hizo presagiar que lo que tenía que contar era bueno.

—Es una excelente joven, por eso le encomendé ocuparse de su oficina. Kathleen es trabajadora, muy honrada y todos aquí la adoran, pero ¿por qué se interesa usted por los empleados de intendencia?

Will se molestó y no dudó en demostrarlo.

—¿Me considera tan snob como para no preocuparme por mis empleados?

—No, disculpe, señor Hudson. No fue esa mi intención, solo me resultó extraño, ya que es mi trabajo estar al pendiente del personal. Me preocupa que haya ocurrido algún inconveniente y yo no esté al tanto.

—No, nada de eso —sentenció sin querer dar más explicaciones—. Imagino que debe tener su dirección en el expediente.

Roger asintió, pero lo miraba con suspicacia. Se levantó y fue hacia la gaveta donde guardaba los documentos. Sacó una carpeta y se la entregó.

—Toda la información de Kathleen Olsen se encuentra ahí.

Will pasó unos minutos viendo qué podía sacar de allí que lo pudiera ayudar. Observó que había ganado varias veces la condecoración de empleada del mes y que no tenía ni un solo reporte por mal comportamiento.

Cuanto más la conocía, más seguro estaba de que su instinto era acertado. Cuando llegó a la documentación de su nómina, vio que su pago estaba domiciliado a una cuenta bancaria. Si seguía con esa suerte, sería el mismo banco en el que tendría la hipoteca de la casa de su familia.

—Sácale copias —ordenó.

Mientras esperaba a que Roger hiciera lo que él pidió, el hombre se dirigió a Will con preocupación en el rostro.

—No quiero entrometerme en lo que no debo, señor, pero ¿quizá sus preguntas se deban a que Kathleen pidió permiso para retirarse del trabajo hoy? No pensé que tuviera importancia. Ella lleva años sin tomar vacaciones, siempre decide trabajar porque necesita el dinero.

William negó con la cabeza, le agarró las copias y sin decir nada más salió de la oficina.

«Parece que Roger le tiene verdadero aprecio a esa chica, interesante», se dijo.

Dispuesto a adelantarse y manipular a esa joven para que accediera a sus condiciones, se dirigió al humilde barrio donde vivía. Aquello iba a ser como buscar una aguja en un pajar, pero debía intentarlo.

Tenía que darle una prueba de su buena voluntad, en agradecimiento ella haría lo que le pedía. Se decidió por ir a la sucursal bancaria más cercana a la dirección de la casa, allí preguntaría y si hacía falta también sobornaría por obtener información.

No fue necesario.

Para su sorpresa y suerte, cuando entró en el banco, se sorprendió al ver la figura menuda de Kathleen sentada en uno de los asientos. Estaba esperando.

Tenía un pañuelo de papel entre sus manos y se lo pasaba por las lágrimas que caían por su rostro una y otra vez.

Sin pensarlo mucho, se acercó a ella y ocupó el asiento que estaba a su lado.

—¡Señor Hudson! —gritó Kath llamando la atención de todas las personas a su alrededor. Avergonzada por su reacción, bajó el tono de su voz y preguntó—: ¿Qué hace usted aquí?

—Lo mismo que tú, ¿acaso tengo prohibido venir al banco? Tal vez crees que guardo mi dinero debajo del colchón.

Sabía que estaba siendo irónico, pero le divertía demasiado la expresión de la muchacha.

—No, claro, que no. Solo es que me extrañó verlo aquí. Y en este barrio…

—A mí también me resulta extraño, de hecho, comienzo a dudar de si encontraré mi coche cuando salga. —Kathleen pareció avergonzarse del lugar donde vivía, porque se ruborizó. Para hacerla cambiar de pensamientos decidió preguntarle de forma directa—: ¿Por qué estabas llorando cuando entré?

Ella bajó el rostro y su flequillo de nuevo le rozó las pestañas. No pudo evitar apartarlo con un dedo y hacerlo a un lado. Como si aquel gesto la hubiera sorprendido, lo miró de una forma indescifrable. Hasta ese momento, le había resultado muy fácil saber qué pensaba solo por sus gestos, pero en ese instante su mirada fue tan profunda que no supo qué pensar.

—Salí de su oficina muy nerviosa —admitió con tanta sinceridad que lo desarmó, muy pocas veces en su vida se había cruzado con personas tan transparentes—. Sin querer tiré al suelo el desayuno que había preparado en casa.

—Por mi culpa tiraste tu desayuno y ¿por eso decidiste venir al banco en lugar de a una cafetería?

Kath negó y esbozó una tímida sonrisa que se ensombreció tan pronto comenzó a relatar lo que la había llevado hasta allí.

—Como ya le expliqué, mi situación económica no me da para esos caprichos, pero tenía hambre. Pensé que podía comprarme un jugo para aguantar hasta que regresara a casa, pero descubrí que el banco decidió congelar mi cuenta. Ahora tampoco dispongo de mi sueldo.

—Muy bien, entonces vamos a solucionarlo —respondió con calma, se levantó y le tendió la mano.

Kathleen la sujetó, temblorosa. Le miraba su mano como si al tomarla pudiera abrirse la tierra y engullirlos a ambos. Will le sonrió, de esa misma forma que lo hacía para encandilar a todas las mujeres y llevarlas a su terreno.

Cuando la joven rozó sus dedos y él la sujetó con fuerza para que no escapara, le sorprendió la agradable sensación que recorrió su cuerpo. Se dijo que eso se debía a que por algún extraño motivo esa chica le inspiraba mucha ternura y ganas de protegerla.

Aunque eso era lo normal, la había escogido como la mujer que le ayudaría a traer a su hijo al mundo. Lo lógico era que buscara su bienestar para que ella se sintiera tranquila y aceptara.

Usando toda su influencia, se acercó a un empleado y pidió hablar con el director del banco. Cuando terminara aquella reunión, Kath besaría el suelo por donde pisaba, estaba más que seguro.

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