Shirley no pensaba permitir que William y esa gata de Kathleen se salieran con la suya. Si su novio creía que ella iba a dejar que usurparan su lugar es que no la conocía lo suficiente. Ella no quería ser madre, pero tampoco deseaba que lo fuera otra en su lugar. Poco le importaba que fuese la voluntad de esa vieja de Elena. ¡Qué se muriera! ¡¿Qué más le daba a ella?! Estaba cansada de tener que fingir adorarla y más cansada del comportamiento de William. Si no fuera porque Will le daba la vida que a ella tanto le gustaba, hacía mucho tiempo que lo hubiera dejado, pero Shirley no pensaba abandonarlo y dejarle el camino libre a esa gata. Podría ser interesada, pero jamás estúpida. Podía ver los ojitos de enamoramiento en esa mujer y ella iba a sacarla de su camino, de un solo pisotón, como la cucaracha que era. —Señora Pearson, ¿qué la trae por aquí? —preguntó el doctor con una ceja alzada—. Si viene a preguntar por el proceso de fecundación ya le avisé al señor Hudson de que yo me
Will no podía asimilar la llamada del doctor. Como tampoco podía comprender que la noticia le hiciera sentir tan mal. Comprendía a Kathleen, para ella el golpe había sido doloroso, por eso había accedido a llevarla con él. Y si se sinceraba consigo mismo, si ella no se lo hubiese pedido él habría buscado la forma de convencerla de acompañarlo. La compañía de esa mujer le daba demasiada paz, cuando estaba con ella podía dejar de ser el hombre de negocios y ser solo Will. Por eso, saber que no podría llevar a cabo sus planes con Kath, lo había dejado hundido. No se veía buscando otra mujer para cumplir el último deseo de su madre, pero debía hacerlo. Se llevó a los labios la sexta copa, mientras su acompañante todavía iba por la primera y cuando bebía arrugaba toda la cara como si estuviera lamiendo un limón. —Kath, kath, Kath —repitió su nombre como si lo degustara en su lengua—. Bebe, las penas con alcohol son menos. —Señor Hudson, yo no… Yo no estoy acostumbrada a beber, no cre
Kathleen había bebido, pero no lo suficiente para no saber qué estaba ocurriendo. El alcohol ingerido solo la obligó a hacerse más consciente de sus sentimientos, de lo mucho que le dolía no poderle dar un hijo. La bebida engulló su dignidad y su honorabilidad, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella misma. Los labios de Will sobre los suyos estaban haciendo estragos en su cuerpo, no podía ni quería detenerse. Una noche, le había dicho él y ella lo había entendido a la perfección. Tenía esa noche para amarlo y ya recogería los pedazos de su corazón roto en la mañana. Al día siguiente se enfrentaría a la dichosa realidad. Su jefe solo la quería para un desahogo y ella para toda la vida. Chocaron con las puertas del elevador cuando estas se abrieron, pero ni así dejaron de besarse y recorrerse con las manos. Una pareja de ancianos se cruzó en su camino y escuchó a la mujer dar un grito. Kath se escondió en el pecho de Will y él, en lugar de avergonzarse, la alzó e
William despertó con un fuerte dolor de cabeza. La noche anterior se había excedido con el alcohol y su cuerpo pagaba las consecuencias en ese momento. Parpadeó varias veces para ir acostumbrando a su vista a la luz que entraba por la ventana. «¡Un momento! ¿Es de día? Dios, me quedé dormido», pensó e intentó moverse, pero tenía un cuerpo femenino apretado contra él. El calor tan agradable que desprendía le hizo acurrucarse con la mujer y abrazarla con más fuerza. —No quiero levantarme —musitó en voz baja—. Se está tan bien aquí —ronroneó como un gato y sintió un leve movimiento a su lado—. Shirley, no quisiera dejarte, pero debo ir a… ¿Shirley? William abrió los ojos de golpe sin importar que la luz le provocara un intenso dolor de cabeza. El cabello que caía sobre su pecho no era rubio, era castaño y el cuerpo menudo que dormía a su lado nada tenía que ver con el voluptuoso y lleno de curvas de su prometida. Las imágenes de la noche anterior llegaron una tras otra provocando q
—¡Kathleen Olsen! ¡¿Dónde estabas metida?! —el grito de su padre nada más cruzar la puerta fue su recibimiento. Su padre giró la silla de ruedas y se acercó para encararla. —Papá, yo… Siento no haberte avisado, no quise preocuparte. El rostro preocupado de su padre sustituyó a la furia de momentos antes. —¿Estás bien, hija? —Kath asintió con la cabeza y él suspiró—. La próxima vez avísame para que no me quede toda la noche sin dormir creyendo que te ocurrió algo malo. Llamé a la policía. Su padre se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la sala. —¿Papá? ¿Solo eso tienes que decirme? No es que no se alegrara de no recibir una gran reprimenda en ese instante. Solo quería marcharse a su habitación y llorar. El hombre suspiró con teatralidad. —No voy a decirte que estoy contento, pero te robé tu juventud, te dejé si madre, te hice dejar los estudios y matarte a trabajar a diario. Jamás me has dado un solo problema, has sido la mejor hija que un hombre puede tener. —Papá —susurr
—¡¿Quién es ella, Will?! —gritó Shirley a la vez que le dedicaba una mirada enloquecida. Su secretaría murmuró una disculpa y cerró la puerta para dejarles intimidad. No era la primera vez que su prometida sufría un ataque de celos desproporcionado y siempre sin justificación. En aquel caso, los celos y el enfado, eran muy lógicos y él no podía quejarse. Se sentía mal, pero ya no podía cambiar el pasado. Después de cinco años de relación le había sido infiel por un momento de locura. Lo correcto sería decir la verdad y quedarse solo, pero no pensaba involucrar a Kath en su error. Por suerte, en la foto, a quien se veía era a él y a su empleada solo se la mostraba de espalda. —No es nadie, fue un error, Shirley —murmuró a la espera de ser un buen mentiroso y que la culpabilidad no se mostrara en sus facciones. Se levantó del asiento y se acercó a su prometida como quien se acercaba a un animal salvaje—. Lo siento mucho, aceptaré las consecuencias. La bofetada que Shirley le propi
Habían transcurrido tres semanas desde la mañana en que Kath acudió a la empresa y presentó su dimisión. Reconocía que había actuado por impulso y también por cobardía, ella no se creía capaz de enfrentar sus sentimientos, y por ese motivo ahora su familia y ella pagarían las consecuencias. Los primeros días, William intentó localizarla. Le envió mensajes y llamadas, pero, para su suerte, no volvió a presentarse en su casa. Su exjefe quería una explicación que ella no estaba preparada para dar. Aunque terminó por aceptar su falta de respuesta y se rindió. Eso debía haberla hecho sentir más tranquila, pero no era así. Los sentimientos no se marchaban de un día para otro y ella continuaba extrañando los momentos que pasaron juntos. Para su suerte, esos pensamientos solo llegaban en las noches cuando caía agotada en la cama. Día tras día, había estado presentando su hoja de vida, acudiendo a entrevistas y el resultado siempre era el mismo: Una negativa. Se le acababa el dinero porqu
Después de la marcha de Kathleen, William había decidido respetar la decisión de la muchacha, aunque no podía ocultar que estaba muy preocupado.No lograba entender qué la había llevado a dejar el único sustento de su familia y no presentarse a recoger su finiquito. Se sentía muy culpable, supuso que ella, al ser más joven e influenciable, se había asustado cuando salió en las noticias y había preferido huir. Se le estaba haciendo muy difícil comprender que, por sus ansias de ser padre, había arruinado la vida de esa pobre mujer. Eso lo tenía de un malhumor que no era propio de él, y para desgracia de sus empleados todos estaban sufriendo por su estallidos de furia repentinos. Y es que no podía evitarlo. Desde lo ocurrido con Kathleen su vida estaba de cabeza. No había logrado pensar en la petición de su madre y en cómo resolverlo, por suerte esa tarde iba a acompañarla al hospital. Si no tenía suficiente con su complejo de culpa y la enfermedad de su madre, tenía a Shirley que, si