Kathleen no podía creer lo que acababa de ocurrir.
Se encontraba saliendo del banco junto con su jefe. Ese hombre estaba loco, no solo había conseguido que descongelaran su cuenta. Además, había liquidado la deuda de los meses atrasados de la hipoteca y completó el pago de la casa.
Ella debía estar soñando, lo que acababa de vivir era imposible que fuese real.
—No sé cómo agradecérselo, señor Hudson —le dijo cuando por fin estuvieron en la calle—. Le prometo que trabajaré sin descanso para pagárselo todo. Puede descontarme todos los meses de mi nómina y…
—Kathleen —la detuvo y, sin que lo esperara, le sujetó ambas manos—. Perdón, estabas gesticulando mucho y me ponías nervioso.
—Lo siento, señor Hudson —murmuró y agachó la cabeza, avergonzaba.
—Creo que podrías comenzar a llamarme William, vamos a pasar mucho tiempo juntos. Ahora ven, te llevaré a la clínica para que te hagan algunas pruebas y no aseguremos de que todo esté bien.
Kath sintió un calor que se expandía por su cuerpo. Él quería que lo llamara William y pensaba pasar mucho tiempo con ella. Aquello debía ser un sueño.
«Un momento… ¿Clínica?», se preguntó.
—Señor Hud… William, ¿para qué debería ir a una clínica? ¿Piensa que estoy enferma? No, yo estoy estupendamente. Ahora mismo regreso al trabajo y verá, no habrá lugar en todo el edificio que tenga una mota de polvo.
Will la miró como si no la comprendiera.
—Claro que no, primero iremos a la clínica y cuando tengamos los resultados firmaremos el contrato —Kath intentó hablar, pero él no se lo permitió—. Ya sé, te preocupa que algo pueda salir mal. Yo estoy seguro de que no será así, eres joven, se te ve sana, estoy sé que tu fertilidad será óptima.
—¿M-mi fer-fertilidad? —tartamudeó.
Kath había estado tan preocupada cuando descubrió que le habían congelado el sueldo, que no había vuelto a pensar en la propuesta.
—¡Claro! —pronunció con una sonrisa, se veía tan feliz que incluso se mostraba rejuvenecido—. Si los doctores llegan a decir que no eres compatible con el tratamiento, no te preocupes por lo de la hipoteca. Lo tomaré como una donación a una buena causa, constantemente hago ese tipo de cosas para fundaciones que se ocupan de personas desfavorecidas.
Kathleen parpadeó varias veces, como si eso consiguiera aclarar sus pensamientos.
—Señor Hudson —decidió volver al trato formal—. Esto ha sido un malentendido, yo todavía no he aceptado su propuesta.
—¡¿Qué?! ¿Quieres más dinero? ¿Una nueva casa? Ya sé, un coche, te compraré el más nuevo, conseguiré uno que todavía no haya salido a la venta, serás la primera en usarlo.
—Señor Hudson…
William la agarró del brazo y comenzó a tirar de ella a la vez que caminaba.
—Quizá eres como Shirley y te preocupa tu figura —murmuró como si lo hiciera para sí mismo—. ¿Quieres cirugía, liposucciones, un tratamiento estético completo después del parto? Por supuesto, fui un insensible, como no pensé en eso.
—¡Señor Hudson! —gritó Kath para hacerlo reaccionar cuando ya se encontraba junto al coche y él se disponía a abrirle la puerta.
—Creo que te pedí que me llamaras William, ¿a qué esperas? Súbete.
Kathleen negó con la cabeza y se soltó de su agarre con suavidad.
—Tengo que pensarlo, la decisión no solo depende de mí, debo de hablar con mi padre.
—Pero eres mayor de edad —se quejó y la desilusión en su rostro le causó un pequeño pinchazo en el pecho.
—Sí, lo soy, pero…
No logró continuar, la mirada de su jefe cargada de tristeza la desarmó. Él debía desear tanto un hijo, si no fuera así, ¿por qué estaría haciendo todo eso?
—Entiendo —susurró, como si se diera por vencido—. No hace falta que regreses hoy a la empresa. Tómate el día de descanso, me contaron que no has tenido vacaciones en cinco años. No te preocupes, nadie te lo descontará.
Lo vio cerrar la puerta que había abierto para que ella entrara y dirigirse a la zona del conductor.
La vitalidad que siempre lo acompañaba y que le hacía verlo embelesada cada vez que se lo cruzaba, había desaparecido. Se mostraba desolado.
Will entró al conche y en un acto de locura ella abrió la puerta y se sentó en el interior.
—¿Kath? —preguntó, alzando una ceja y con una expresión de no entender lo que estaba ocurriendo—. ¿Quieres que te acerque a tu casa? Sé que no está muy lejos, pero yo puedo…
—Señor Hudson, contésteme algo, ¿qué significa para usted este hijo?
William colocó ambas manos en el volante y lo apretó, miró al frente y se quedó en silencio. Kathleen pensaba que él no iba a responder, pero cuando la miró, vio mucho dolor en sus ojos.
Tuvo que reprimirse para no perder el sentido común y acariciarle la mejilla. Nunca había estado en un espacio tan reducido junto a él y esa cercanía estaba acabando con su cordura.
—Generalmente, te haría firmar un contrato de confidencialidad, pero por un motivo que no entiendo, confío en ti. —Bajó la cabeza y comenzó a observar la palanca de cambios como si allí encontrara su respuesta—. Mi madre se está muriendo, los doctores dicen que no le queda mucho tiempo de vida y ella quiere conocer a su nieto antes de morir. No puedo negarme, ¿entiendes?
—Lo siento mucho —susurró Kath, ella sabía lo que era no tener madre—. Si yo pudiera cumplir la última voluntad a la mía, también haría hasta lo imposible.
Imaginó que la novia de su jefe tendría problemas para concebir y por ese motivo habían pensado en ese método. No sabía cómo se lo diría a su padre, lo pensaría después, pero en ese instante sintió que debía hacer lo correcto.
—Gracias por entender —contestó William y se quedó esperando a que ella saliera del coche, pero Kathleen no lo hizo—. ¿Te acerco a tu casa?
Negó con la cabeza y sonrió.
—Vamos a esa clínica, cumpliremos la última voluntad de su madre.
Shirley no podía creer que William se hubiera presentado en la cafetería donde estaba compartiendo un desayuno con sus amigas. Casi sin saludar a nadie entró, la hizo levantarse y se despidió mostrando esa sonrisa que tantas veces le había dicho que era solo para ella. ¿Acaso no se daba cuenta de que cuando sonreía de esa no había mujer que no se derritiera a sus pies? Después, sin darle más explicaciones, la había hecho subir a su coche… ¡En el asiento de atrás! No podía creerlo, ese mujeriego se había atrevido a llevar a otra mujer junto a él y tenía el descaro de restregárselo en la cara. Esa gata, que no tenía comparación alguna con su belleza, había pasado todo el camino disculpándose y rogándole a William que cambiaran de lugar, pero él se había negado. Estaba furiosa. A lo largo del trayecto no dejó de escuchar una y otra vez: ¿Kath estás cómoda? ¿Kath quieres que suba el clima? ¿Kath si tienes frío puedo poner la calefacción? ¿Kath qué música te gusta? —Vamos, no seas tími
Después de escuchar la opinión del doctor, Will pidió hablar con Shirley para convencerla. Necesitaba que ella entendiera su punto de vista y que comprendiera que nada cambiaría en su relación. —¿Podría dejarme un momento a solas con mi prometida? Una vez que todo quedara aclarado con Shirley, hablaría de nuevo con el doctor, ya buscaría la forma de convencer a Kathleen. Sabía que todo se había complicado, pero no podía rendirse cuando estaba tan cerca de conseguir el objetivo. —Claro, señor Hudson. Háblelo con su pareja y si cambian de opinión, no duden en decírmelo. En cuanto el afable hombre se marchó, enfrentó a Shirley.—No pienso dejar que me humilles de esta forma, Will. Ya escuchaste, en este momento soy estéril, pero en futuro todo cambiará. ¿Acaso piensas desecharme por eso? William la agarró del brazo y se la llevó hasta el fondo del consultorio. Su prometida cuando se enfadaba comenzaba a gritar y no quería que Kath pudiera escucharla. —Espero que no montes un espectá
Will se sentía bastante nervioso, había dejado a Kathleen acostada en una camilla y varias enfermeras la estaban preparando. Él había salido para darle la privacidad necesaria y porque no se sentía bien con su conciencia. —William, sabes que esto no está bien —la voz del doctor se escuchó a su espalda—. Debes decirle a esa chica que los óvulos que se usarán son los suyos. Ella será la madre biológica y no es ético que me obligues a hacerlo. Si se llega a saber mi carrera estará en peligro.Al parecer su conciencia también sabía hablar, además de estar dándole una terrible jaqueca. —¿Ahora me llamas William? Antes era señor Hudson —se quejó y miró a ese hombre que conocía desde niño—. Yo lo solucionaré, tú hazlo, hablaré con Kathleen cuando sea el momento. —Ahora no hay nadie y puedo hablarte como si lo hiciera con mi hijo. Esto que haces no es correcto. —Pero lo harás, sabes que estás en deuda conmigo y que me lo debes. Yo te ayudé cuando más lo necesitabas, recuerda, cuando tu ca
Durante todo el trayecto, Kathleen no fue capaz de decir más que un par de monosílabos. Aunque William se empeñaba en darle conversación y se interesaba una y otra vez en su salud, ella se dedicó a lanzar gruñidos como si fuera un perro. Estaba muy nerviosa, sabía lo que seguiría a continuación, él conocería su casa, a su familia. Su jefe no encajaba en interior de su humilde hogar, su padre se preguntaría por qué ese hombre se encontraba allí. Ella solo era la chica de la limpieza, alguien fácil de sustituir por otra persona. ¿Cómo iba a creer su padre que estaría fuera varios meses por trabajo? Porque Will se empeñaba en que se mudara a vivir con él desde el mismo momento en que el proceso se completara. —¿En qué piensas Kath? Te ves muy seria, ¿de verdad te sientes bien? —dijo, mirándolo de reojo, sin perder la atención en la carretera—. Sabes que si puedo hacer algo por ti solo debes de pedirlo. «Podrías comportarte como un imbécil para desengañarme y dejar de estar así de ena
Cuando llegaron a su barrio, Kathleen intentó encogerse en el asiento para pasar desapercibida. Podía ver a través de los cristales a sus vecinos observando aquel coche demasiado lujoso para la humildad que se respiraba allí. —No hace falta que te escondas, tú puedes verlos, pero ellos a ti no —escuchó la voz de Will y se notaba molesto, algo rato en él, ya que siempre parecía estar de buen humor—. No sabía que te avergonzara que te vieran conmigo. Kath lo miró sin entender, hasta que el significado de sus palabras se aclaró en su mente. —Oh, no, señor Hudson, no es eso —quiso explicarse, pero su jefe se mostraba demasiado serio. —Tal vez tenga un novio oculto y no desee que la vea conmigo, lo entiendo, señorita Olsen —la formalidad en su tono, cuando momentos antes había estado abrazada a él y en su regazo, la descolocó. ¿Qué había hecho mal?—Yo no… No tengo ningún novio oculto —se apresuró a aclarar, aunque hubiera querido tener uno para que William no le provocara tantas sens
Shirley no pensaba permitir que William y esa gata de Kathleen se salieran con la suya. Si su novio creía que ella iba a dejar que usurparan su lugar es que no la conocía lo suficiente. Ella no quería ser madre, pero tampoco deseaba que lo fuera otra en su lugar. Poco le importaba que fuese la voluntad de esa vieja de Elena. ¡Qué se muriera! ¡¿Qué más le daba a ella?! Estaba cansada de tener que fingir adorarla y más cansada del comportamiento de William. Si no fuera porque Will le daba la vida que a ella tanto le gustaba, hacía mucho tiempo que lo hubiera dejado, pero Shirley no pensaba abandonarlo y dejarle el camino libre a esa gata. Podría ser interesada, pero jamás estúpida. Podía ver los ojitos de enamoramiento en esa mujer y ella iba a sacarla de su camino, de un solo pisotón, como la cucaracha que era. —Señora Pearson, ¿qué la trae por aquí? —preguntó el doctor con una ceja alzada—. Si viene a preguntar por el proceso de fecundación ya le avisé al señor Hudson de que yo me
Will no podía asimilar la llamada del doctor. Como tampoco podía comprender que la noticia le hiciera sentir tan mal. Comprendía a Kathleen, para ella el golpe había sido doloroso, por eso había accedido a llevarla con él. Y si se sinceraba consigo mismo, si ella no se lo hubiese pedido él habría buscado la forma de convencerla de acompañarlo. La compañía de esa mujer le daba demasiada paz, cuando estaba con ella podía dejar de ser el hombre de negocios y ser solo Will. Por eso, saber que no podría llevar a cabo sus planes con Kath, lo había dejado hundido. No se veía buscando otra mujer para cumplir el último deseo de su madre, pero debía hacerlo. Se llevó a los labios la sexta copa, mientras su acompañante todavía iba por la primera y cuando bebía arrugaba toda la cara como si estuviera lamiendo un limón. —Kath, kath, Kath —repitió su nombre como si lo degustara en su lengua—. Bebe, las penas con alcohol son menos. —Señor Hudson, yo no… Yo no estoy acostumbrada a beber, no cre
Kathleen había bebido, pero no lo suficiente para no saber qué estaba ocurriendo. El alcohol ingerido solo la obligó a hacerse más consciente de sus sentimientos, de lo mucho que le dolía no poderle dar un hijo. La bebida engulló su dignidad y su honorabilidad, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella misma. Los labios de Will sobre los suyos estaban haciendo estragos en su cuerpo, no podía ni quería detenerse. Una noche, le había dicho él y ella lo había entendido a la perfección. Tenía esa noche para amarlo y ya recogería los pedazos de su corazón roto en la mañana. Al día siguiente se enfrentaría a la dichosa realidad. Su jefe solo la quería para un desahogo y ella para toda la vida. Chocaron con las puertas del elevador cuando estas se abrieron, pero ni así dejaron de besarse y recorrerse con las manos. Una pareja de ancianos se cruzó en su camino y escuchó a la mujer dar un grito. Kath se escondió en el pecho de Will y él, en lugar de avergonzarse, la alzó e