Durante todo el trayecto, Kathleen no fue capaz de decir más que un par de monosílabos. Aunque William se empeñaba en darle conversación y se interesaba una y otra vez en su salud, ella se dedicó a lanzar gruñidos como si fuera un perro. Estaba muy nerviosa, sabía lo que seguiría a continuación, él conocería su casa, a su familia. Su jefe no encajaba en interior de su humilde hogar, su padre se preguntaría por qué ese hombre se encontraba allí. Ella solo era la chica de la limpieza, alguien fácil de sustituir por otra persona. ¿Cómo iba a creer su padre que estaría fuera varios meses por trabajo? Porque Will se empeñaba en que se mudara a vivir con él desde el mismo momento en que el proceso se completara. —¿En qué piensas Kath? Te ves muy seria, ¿de verdad te sientes bien? —dijo, mirándolo de reojo, sin perder la atención en la carretera—. Sabes que si puedo hacer algo por ti solo debes de pedirlo. «Podrías comportarte como un imbécil para desengañarme y dejar de estar así de ena
Cuando llegaron a su barrio, Kathleen intentó encogerse en el asiento para pasar desapercibida. Podía ver a través de los cristales a sus vecinos observando aquel coche demasiado lujoso para la humildad que se respiraba allí. —No hace falta que te escondas, tú puedes verlos, pero ellos a ti no —escuchó la voz de Will y se notaba molesto, algo rato en él, ya que siempre parecía estar de buen humor—. No sabía que te avergonzara que te vieran conmigo. Kath lo miró sin entender, hasta que el significado de sus palabras se aclaró en su mente. —Oh, no, señor Hudson, no es eso —quiso explicarse, pero su jefe se mostraba demasiado serio. —Tal vez tenga un novio oculto y no desee que la vea conmigo, lo entiendo, señorita Olsen —la formalidad en su tono, cuando momentos antes había estado abrazada a él y en su regazo, la descolocó. ¿Qué había hecho mal?—Yo no… No tengo ningún novio oculto —se apresuró a aclarar, aunque hubiera querido tener uno para que William no le provocara tantas sens
Shirley no pensaba permitir que William y esa gata de Kathleen se salieran con la suya. Si su novio creía que ella iba a dejar que usurparan su lugar es que no la conocía lo suficiente. Ella no quería ser madre, pero tampoco deseaba que lo fuera otra en su lugar. Poco le importaba que fuese la voluntad de esa vieja de Elena. ¡Qué se muriera! ¡¿Qué más le daba a ella?! Estaba cansada de tener que fingir adorarla y más cansada del comportamiento de William. Si no fuera porque Will le daba la vida que a ella tanto le gustaba, hacía mucho tiempo que lo hubiera dejado, pero Shirley no pensaba abandonarlo y dejarle el camino libre a esa gata. Podría ser interesada, pero jamás estúpida. Podía ver los ojitos de enamoramiento en esa mujer y ella iba a sacarla de su camino, de un solo pisotón, como la cucaracha que era. —Señora Pearson, ¿qué la trae por aquí? —preguntó el doctor con una ceja alzada—. Si viene a preguntar por el proceso de fecundación ya le avisé al señor Hudson de que yo me
Will no podía asimilar la llamada del doctor. Como tampoco podía comprender que la noticia le hiciera sentir tan mal. Comprendía a Kathleen, para ella el golpe había sido doloroso, por eso había accedido a llevarla con él. Y si se sinceraba consigo mismo, si ella no se lo hubiese pedido él habría buscado la forma de convencerla de acompañarlo. La compañía de esa mujer le daba demasiada paz, cuando estaba con ella podía dejar de ser el hombre de negocios y ser solo Will. Por eso, saber que no podría llevar a cabo sus planes con Kath, lo había dejado hundido. No se veía buscando otra mujer para cumplir el último deseo de su madre, pero debía hacerlo. Se llevó a los labios la sexta copa, mientras su acompañante todavía iba por la primera y cuando bebía arrugaba toda la cara como si estuviera lamiendo un limón. —Kath, kath, Kath —repitió su nombre como si lo degustara en su lengua—. Bebe, las penas con alcohol son menos. —Señor Hudson, yo no… Yo no estoy acostumbrada a beber, no cre
Kathleen había bebido, pero no lo suficiente para no saber qué estaba ocurriendo. El alcohol ingerido solo la obligó a hacerse más consciente de sus sentimientos, de lo mucho que le dolía no poderle dar un hijo. La bebida engulló su dignidad y su honorabilidad, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella misma. Los labios de Will sobre los suyos estaban haciendo estragos en su cuerpo, no podía ni quería detenerse. Una noche, le había dicho él y ella lo había entendido a la perfección. Tenía esa noche para amarlo y ya recogería los pedazos de su corazón roto en la mañana. Al día siguiente se enfrentaría a la dichosa realidad. Su jefe solo la quería para un desahogo y ella para toda la vida. Chocaron con las puertas del elevador cuando estas se abrieron, pero ni así dejaron de besarse y recorrerse con las manos. Una pareja de ancianos se cruzó en su camino y escuchó a la mujer dar un grito. Kath se escondió en el pecho de Will y él, en lugar de avergonzarse, la alzó e
William despertó con un fuerte dolor de cabeza. La noche anterior se había excedido con el alcohol y su cuerpo pagaba las consecuencias en ese momento. Parpadeó varias veces para ir acostumbrando a su vista a la luz que entraba por la ventana. «¡Un momento! ¿Es de día? Dios, me quedé dormido», pensó e intentó moverse, pero tenía un cuerpo femenino apretado contra él. El calor tan agradable que desprendía le hizo acurrucarse con la mujer y abrazarla con más fuerza. —No quiero levantarme —musitó en voz baja—. Se está tan bien aquí —ronroneó como un gato y sintió un leve movimiento a su lado—. Shirley, no quisiera dejarte, pero debo ir a… ¿Shirley? William abrió los ojos de golpe sin importar que la luz le provocara un intenso dolor de cabeza. El cabello que caía sobre su pecho no era rubio, era castaño y el cuerpo menudo que dormía a su lado nada tenía que ver con el voluptuoso y lleno de curvas de su prometida. Las imágenes de la noche anterior llegaron una tras otra provocando q
—¡Kathleen Olsen! ¡¿Dónde estabas metida?! —el grito de su padre nada más cruzar la puerta fue su recibimiento. Su padre giró la silla de ruedas y se acercó para encararla. —Papá, yo… Siento no haberte avisado, no quise preocuparte. El rostro preocupado de su padre sustituyó a la furia de momentos antes. —¿Estás bien, hija? —Kath asintió con la cabeza y él suspiró—. La próxima vez avísame para que no me quede toda la noche sin dormir creyendo que te ocurrió algo malo. Llamé a la policía. Su padre se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la sala. —¿Papá? ¿Solo eso tienes que decirme? No es que no se alegrara de no recibir una gran reprimenda en ese instante. Solo quería marcharse a su habitación y llorar. El hombre suspiró con teatralidad. —No voy a decirte que estoy contento, pero te robé tu juventud, te dejé si madre, te hice dejar los estudios y matarte a trabajar a diario. Jamás me has dado un solo problema, has sido la mejor hija que un hombre puede tener. —Papá —susurr
—¡¿Quién es ella, Will?! —gritó Shirley a la vez que le dedicaba una mirada enloquecida. Su secretaría murmuró una disculpa y cerró la puerta para dejarles intimidad. No era la primera vez que su prometida sufría un ataque de celos desproporcionado y siempre sin justificación. En aquel caso, los celos y el enfado, eran muy lógicos y él no podía quejarse. Se sentía mal, pero ya no podía cambiar el pasado. Después de cinco años de relación le había sido infiel por un momento de locura. Lo correcto sería decir la verdad y quedarse solo, pero no pensaba involucrar a Kath en su error. Por suerte, en la foto, a quien se veía era a él y a su empleada solo se la mostraba de espalda. —No es nadie, fue un error, Shirley —murmuró a la espera de ser un buen mentiroso y que la culpabilidad no se mostrara en sus facciones. Se levantó del asiento y se acercó a su prometida como quien se acercaba a un animal salvaje—. Lo siento mucho, aceptaré las consecuencias. La bofetada que Shirley le propi