Las manos de Sebastián temblaron al leer el mensaje de Marie. Su corazón se aceleró al ver la fotografía adjunta, donde Bastián y Valentina aparecían atados y visiblemente heridos. La desesperación lo invadió como un torrente incontenible. Arrojó el teléfono contra la pared, el dispositivo rebotando con un sonido sordo antes de caer al suelo. La violencia de su gesto atrajo de inmediato la atención de todos en la sala. Ava, alarmada, se apresuró a acercarse a él, con el rostro lleno de preocupación.—¡Sebastián, ¿qué te pasa?! —preguntó con voz temblorosa, casi temiendo la respuesta.Pero Sebastián no pudo contenerse más. Su voz salió cargada de angustia y furia. —¡Marie tiene a Bastián y Valentina! —gritó, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.El pánico se extendió como un incendio incontrolable. Antony se puso de pie de un salto, la palidez dominando su rostro. —¿Y Ángela? —preguntó, con la urgencia vibrando en su voz—. Ella iba hacia el apartamento de Bastián…La r
En la penumbra de la bodega abandonada, el aire se sentía pesado, cargado con la humedad y el polvo de años de abandono. Las paredes desconchadas y los techos bajos solo aumentaban la sensación de opresión que envolvía a los tres jóvenes cautivos. Un débil rayo de luz se filtraba a través de una ventana rota en lo alto, apenas iluminando las sombras que los rodeaban.Bastián, con el rostro pálido y el brazo ensangrentado, se esforzaba por mantenerse erguido. El dolor punzante del disparo en su brazo lo debilitaba, pero trataba de disimularlo lo mejor que podía. Sabía que no podían permitirse mostrar debilidad en un momento tan crítico. Aun así, Angela, a su lado, no pudo evitar mirarlo con preocupación, notando la rigidez en su mandíbula y la forma en que sus dedos temblaban ligeramente.—¿Estás bien, Bastián? —preguntó Angela en voz baja, su tono cargado de temor.Él asintió, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora que apenas alcanzó a sus labios. —Es solo un rasguño —respond
El viento susurraba entre las grietas de las paredes de la antigua bodega, un lugar olvidado por el tiempo y la memoria, donde el polvo cubría cada rincón como un manto de silencio. Las sombras se movían inquietas bajo la tenue luz que se colaba por las ventanas rotas, y el crujido de la madera bajo los pies de Valeria y Alexandre era el único sonido que rompía la quietud.Alexandre avanzaba con dificultad, cada paso un recordatorio del peso del yeso que envolvía su pie derecho. Apretaba los dientes, ocultando el dolor tras una máscara de determinación, mientras Valeria se mantenía a su lado, lista para sostenerlo si flaqueaba. La pantalla de su teléfono emitía un brillo tenue, señalando que la aplicación para rastrear a Marie los había conducido hasta allí.—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó Valeria en un susurro, su mirada, recorriendo el lugar con desconfianza.—Lo estoy —respondió Alexandre con voz tensa, apagando la pantalla y guardando el teléfono en su bolsillo—. No puede
La casa Montenegro, normalmente un refugio de elegancia y tranquilidad, estaba sumida en el caos. Las luces brillaban intensamente, iluminando los rostros pálidos y preocupados de los familiares y amigos que se habían reunido. La policía iba y venía, interrogando a todos, revisando cada rincón, pero cada segundo que pasaba sin noticias de los desaparecidos parecía alargar la sombra de desesperación que envolvía el lugar.Sara y Angelo estaban sentados en el gran salón, aferrados el uno al otro como si temieran que, al soltarse, el mundo pudiera desmoronarse. Sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y esperanza, recorrían la habitación una y otra vez, buscando cualquier señal, cualquier respuesta que les devolviera a sus hijos. Mientras tanto, Sebastián intentaba mantener la calma, hablando con la policía, pero su mirada delataba una preocupación que apenas podía contener.Ava, sin embargo, estaba aparte, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín oscuro. Sus manos
La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de una lámpara que parpadeaba en la esquina, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes desnudas. El aire era pesado, cargado con el olor a humedad y polvo acumulado. En el centro, Alexandre yacía recostado en un viejo sofá, su rostro pálido y sudoroso por el dolor que irradiaba de su pierna enyesada. La fatiga lo había alcanzado, debilitándolo, pero no podía permitirse descansar, no cuando tanto estaba en juego.Marie se movía por la habitación como una sombra, sus pasos suaves pero cargados de una tensión latente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una mezcla peligrosa de obsesión y tristeza. Se detuvo junto a una mesa, sus dedos tamborileando sobre la superficie mientras su mente giraba en espirales de odio y venganza.—Mamá... por favor —la voz de Alexandre era apenas un susurro, cargado de desesperación—. Déjalos ir. A los Montenegro, a Angela... No tienen nada que ver con esto. Si los l
En la penumbra de la habitación, Alexandre se encontraba sentado en el borde de la cama, con la mirada fija en un punto inexistente en el suelo. El silencio a su alrededor era sofocante, roto únicamente por el leve crujir de la madera bajo sus pies. Desde el momento en que abandonaron aquel almacén, donde su madre exhaló su último aliento en sus brazos, no había sido capaz de pronunciar una sola palabra. Su mente era un torbellino de recuerdos, imágenes y sensaciones que se repetían una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar.El aire en la casa Montenegro estaba cargado de una tensión palpable, el eco de lo ocurrido parecía resonar en cada rincón, cada sombra. Valeria, con el corazón apretado por la preocupación, se acercó a la puerta de la habitación de Alexandre. Había pasado horas esperando que él mostrara alguna señal de recuperación, algún gesto, pero todo había sido en vano. Con un nudo en la garganta, decidió entrar.—Alexandre... —murmuró suavemente al ab
La noche caía como un manto oscuro sobre la carretera desierta. Las luces del coche de Antony cortaban la penumbra, iluminando el camino solitario mientras él y Valentina permanecían en silencio. El motor zumbaba suavemente, creando un ambiente casi íntimo, pero la tensión entre ellos era palpable. Antony miraba hacia adelante, sus manos firmes en el volante, pero sus pensamientos estaban lejos, inmersos en el caos de los últimos días.Finalmente, fue él quien rompió el silencio, su voz profunda y cargada de una mezcla de angustia y alivio.—Cuando supe que te habían secuestrado... —Antony hizo una pausa, como si revivir esos momentos le causara un dolor físico—. Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. No podía pensar en nada más que en ti, en si estabas bien, en cómo iba a sacarte de ahí.Valentina lo observaba, su rostro iluminado por la tenue luz del tablero. La preocupación en los ojos de Antony era evidente, y esa vulnerabilidad despertó algo dentro de ella. Sin pensarlo
Bastián conducía con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. El silencio en el auto era sofocante, apenas interrumpido por los sollozos ahogados de Valentina y las miradas preocupadas de Angela, que no podía dejar de observar la tensión en el rostro de su primo. Bastián no dijo una palabra, su mente todavía revuelta por la furia y la traición que acababa de presenciar. Los dedos de sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponían blancos, y cada kilómetro que recorrían parecía incrementar la distancia entre él y el autocontrol que tan desesperadamente intentaba mantener.Al llegar a su apartamento, Bastián no esperó ni un segundo. Abrió la puerta del auto y salió con la rapidez de un rayo, sin darles a sus hermanas tiempo para reaccionar. Jaló a Valentina fuera del coche con brusquedad, casi arrastrándola hacia la entrada del edificio. Los pasos de Angela intentaban seguirlos, su voz temblorosa suplicando a Bastián que se calmara, pero era como si él no