CAPÍTULO 204

El jardín de la mansión Montenegro estaba bañado por la luz dorada del atardecer, que se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un paisaje de sombras y destellos.

Sebastián caminaba lentamente, sus manos cruzadas a la espalda, mientras su mente navegaba por un mar de pensamientos turbios. Ava lo observaba desde la distancia, sentada en un banco de mármol, sabiendo que algo pesado y sombrío rondaba el corazón de su esposo.

Finalmente, decidió acercarse, sus pasos apenas audibles sobre la hierba suave. Cuando llegó a su lado, colocó una mano en su brazo, sintiendo la tensión en sus músculos.

—Sebastián —dijo suavemente, buscando sus ojos—, sé que tienes muchas cosas en la cabeza, pero te noto especialmente preocupado hoy. ¿Qué es lo que te atormenta?

Sebastián suspiró profundamente, su mirada fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. La paz del jardín contrastaba con el torbellino de emociones que sentía.
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