Alexandre estaba sentado en el borde de la cama de su habitación, mirando la ventana como si el horizonte pudiera ofrecerle algún tipo de consuelo. El yeso en su pierna lo mantenía atrapado, una cárcel física que reflejaba el estado de su mente. A cada movimiento, la incomodidad se hacía más aguda, y la impotencia lo consumía poco a poco. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por los débiles rayos de luz que se filtraban entre las cortinas. Todo en el espacio parecía estancado, como él.El crujido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos, pero no hizo ningún esfuerzo por voltear. Sabía quién era. Valeria había estado entrando y saliendo de la habitación en los últimos días, pero nunca había permanecido demasiado tiempo. Esta vez, ella no se marchó de inmediato. Se quedó en el umbral, observándolo con los ojos llenos de preocupación y dolor.—Alexandre… —su voz era suave, casi un susurro, como si temiera romper algo frágil al alzarla—. Lamento mucho todo lo que
Sebastián y Ava se sentaron en la sala de reuniones, sus rostros reflejaban el peso de las últimas horas. Frente a ellos, Bastián, Valentina y Alexandre se encontraban en silencio, esperando lo que estaba por revelarse. El ambiente en la habitación era denso, cargado de una tensión palpable, como si todos intuyeran que las palabras que estaban a punto de escuchar cambiarían sus vidas para siempre.Sebastián tomó aire profundamente antes de hablar. Su mirada recorrió los rostros de sus hijos y su sobrino. Sabía que lo que iba a decir sería devastador, pero ya no podía seguir ocultando la verdad.—Hijos, Alexandre… —comenzó con voz grave—. Algo terrible ha sucedido.Todos lo miraron con atención, y el silencio en la habitación se volvió casi ensordecedor.—Alguien logró obtener mi firma y acceder a nuestras cuentas. —Su voz se quebró por un momento, pero se recompuso rápidamente—. Todo el dinero de la empresa, nuestros bienes... han desaparecido. Estamos en quiebra.Valentina dejó escap
Alexandre regresó del médico sintiéndose libre por primera vez en semanas. El yeso que lo había confinado finalmente había sido removido, y aunque su pierna aún se sentía débil, caminaba con mayor soltura y, sobre todo, con una sensación de alivio. Al subir las escaleras hacia su habitación, no pudo evitar sonreír. Se sentía más ligero, como si no solo se hubiera deshecho del peso físico, sino también de una carga emocional.Al abrir la puerta de su habitación, sus ojos se encontraron con Valeria. Ella estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, su semblante tenso y su mirada fija en él. La energía en la habitación cambió al instante. La sonrisa de Alexandre se desvaneció cuando notó la expresión de enojo en el rostro de Valeria.—Valeria —dijo, dando un paso hacia ella, buscando su cercanía—. Te he echado de menos.Él intentó acercarse más y, en un impulso, quiso besarla, pero Valeria giró el rostro y dio un paso atrás, evadiéndolo. El gesto fue un golpe directo a su e
Valentina caminaba nerviosa por los pasillos de la universidad, su mente atrapada en una maraña de pensamientos contradictorios. Su corazón latía con fuerza, desbocado por la ansiedad, la rabia, y un sentimiento creciente de desesperación. Antony se iba. No podía creerlo, no quería creerlo. Cada segundo que pasaba sin verlo, la sensación de abandono crecía en su pecho como un nudo imposible de desatar.Cuando finalmente lo vio cruzar uno de los pasillos, su figura alta y elegante caminando con prisa hacia la salida, su corazón se aceleró aún más. Valentina no lo pensó dos veces. Corrió hacia él, casi tropezando con su propio nerviosismo.—¡Antony! —su voz tembló al principio, pero pronto tomó fuerza—. ¡Necesito hablar contigo!Antony la miró de reojo, pero no se detuvo. Sus pasos continuaron firmes, casi como si no quisiera escucharla, como si el peso de lo que estaba a punto de hacer lo obligara a mantenerse en movimiento.—Antony, por favor, detente —insistió Valentina, su tono cad
Ava se encontraba sentada junto a Sebastián en el amplio salón, el silencio que los envolvía parecía más pesado que de costumbre. Las noticias recientes sobre la quiebra de la familia Montenegro los había dejado en un estado de incertidumbre. Sebastián, normalmente imponente y lleno de seguridad, estaba ahora hundido en el sillón, con los ojos clavados en el suelo, como si la gravedad de la situación le estuviera robando el aliento.Ava lo miraba, con los ojos llenos de preocupación y cariño. Sabía que la carga que llevaba sobre los hombros era casi insoportable. Se acercó lentamente y se sentó a su lado, apoyando suavemente su mano sobre la de él.—Sebastián, esto no es tu culpa —le susurró con suavidad, intentando brindarle el consuelo que él tanto necesitaba—. No podías prever lo que sucedió. Lo importante ahora es que estamos juntos en esto, y vamos a encontrar la manera de salir adelante.Sebastián levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejaban una tormenta interna que parecía i
El sol de la tarde reflejaba un brillo suave sobre la superficie de la piscina, mientras Valentina y Valeria reían, chapoteando despreocupadamente en el agua. Alexandre, sentado al borde, con los pies sumergidos, las observaba con una sonrisa ligera, disfrutando de aquel breve momento de tranquilidad. Había sido un tiempo caótico desde la muerte de su madre, pero ahí, junto a las mellizas, el peso que cargaba sobre sus hombros parecía disminuir, aunque solo fuera por un rato.De repente, el ambiente relajado se quebró. La figura imponente de Sebastián y la presencia decidida de Ava irrumpieron en la escena. Ambos avanzaban con un paso firme hacia ellos, sus rostros cargados de seriedad. Valeria, al notar la tensión, salió rápidamente del agua y se acercó a Alexandre, quien se puso de pie, algo confundido por la urgencia que veía en sus padres.—Alexandre, necesitamos hablar contigo —dijo Sebastián sin rodeos, su tono grave, casi cortante.Alexandre frunció el ceño, notando que aquell
La mansión Montenegro brillaba bajo las luces cálidas del atardecer, como si el cielo quisiera rendir homenaje a la familia que tanto había luchado por mantenerse unida. Los ventanales reflejaban el dorado del sol que se desvanecía en el horizonte, mientras dentro, los ecos de risas y conversaciones llenaban cada rincón de la casa. La mesa estaba adornada con flores blancas y copas de cristal que aguardaban el momento del brindis, el que todos sabían sería especial.Sebastián, en el centro del salón, se alzó con una copa en la mano, su mirada recorriendo los rostros de sus seres queridos y amigos que lo rodeaban. Ava, a su lado, sonreía con orgullo, sosteniendo su propia copa con elegancia, como si el peso de las dificultades pasadas se hubiera desvanecido por completo.—Queridos amigos, familia —Sebastián comenzó, con la voz llena de emoción contenida—. Hoy estamos aquí reunidos para celebrar no solo una victoria, sino un renacimiento. Después de meses de lucha, intrigas y traicione
Ava se miraba al espejo, ajustando los últimos detalles de su vestido elegante. Era un diseño en tonos marfil, delicado y sofisticado, perfecto para la ocasión. Era el día de la graduación de su hijo Bastián, y aunque intentaba mantener la calma, el orgullo y la emoción la llenaban por completo.De pronto, sintió unas manos cálidas rodeando su cintura. Un suspiro suave escapó de sus labios cuando reconoció el toque. Sebastián, con una sonrisa que irradiaba tanto amor como complicidad, la giró hacia él, sus ojos reflejando la devoción de los años que habían compartido.—Estás hermosa, Ava —murmuró, acercando su rostro al de ella.Antes de que pudiera responder, él la besó con una pasión que, a pesar del paso del tiempo, seguía intacta. Fue un beso que hablaba de promesas cumplidas y sueños compartidos. Cuando se separaron, apenas unos centímetros, Sebastián le susurró—: Te amo. Gracias por darme esta familia, por construir esta vida conmigo.Ava lo miró con ternura, conmovida por sus p