CAPÍTULO 200

La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de una lámpara que parpadeaba en la esquina, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes desnudas. El aire era pesado, cargado con el olor a humedad y polvo acumulado.

En el centro, Alexandre yacía recostado en un viejo sofá, su rostro pálido y sudoroso por el dolor que irradiaba de su pierna enyesada. La fatiga lo había alcanzado, debilitándolo, pero no podía permitirse descansar, no cuando tanto estaba en juego.

Marie se movía por la habitación como una sombra, sus pasos suaves pero cargados de una tensión latente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una mezcla peligrosa de obsesión y tristeza. Se detuvo junto a una mesa, sus dedos tamborileando sobre la superficie mientras su mente giraba en espirales de odio y venganza.

—Mamá... por favor —la voz de Alexandre era apenas un susurro, cargado de desesperación—. Déjalos ir. A los Montenegro, a Angela... No tienen nada que ver con esto. Si los l
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