La noche caía como un manto oscuro sobre la carretera desierta. Las luces del coche de Antony cortaban la penumbra, iluminando el camino solitario mientras él y Valentina permanecían en silencio. El motor zumbaba suavemente, creando un ambiente casi íntimo, pero la tensión entre ellos era palpable. Antony miraba hacia adelante, sus manos firmes en el volante, pero sus pensamientos estaban lejos, inmersos en el caos de los últimos días.Finalmente, fue él quien rompió el silencio, su voz profunda y cargada de una mezcla de angustia y alivio.—Cuando supe que te habían secuestrado... —Antony hizo una pausa, como si revivir esos momentos le causara un dolor físico—. Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. No podía pensar en nada más que en ti, en si estabas bien, en cómo iba a sacarte de ahí.Valentina lo observaba, su rostro iluminado por la tenue luz del tablero. La preocupación en los ojos de Antony era evidente, y esa vulnerabilidad despertó algo dentro de ella. Sin pensarlo
Bastián conducía con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. El silencio en el auto era sofocante, apenas interrumpido por los sollozos ahogados de Valentina y las miradas preocupadas de Angela, que no podía dejar de observar la tensión en el rostro de su primo. Bastián no dijo una palabra, su mente todavía revuelta por la furia y la traición que acababa de presenciar. Los dedos de sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponían blancos, y cada kilómetro que recorrían parecía incrementar la distancia entre él y el autocontrol que tan desesperadamente intentaba mantener.Al llegar a su apartamento, Bastián no esperó ni un segundo. Abrió la puerta del auto y salió con la rapidez de un rayo, sin darles a sus hermanas tiempo para reaccionar. Jaló a Valentina fuera del coche con brusquedad, casi arrastrándola hacia la entrada del edificio. Los pasos de Angela intentaban seguirlos, su voz temblorosa suplicando a Bastián que se calmara, pero era como si él no
El jardín de la mansión Montenegro estaba bañado por la luz dorada del atardecer, que se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un paisaje de sombras y destellos. Sebastián caminaba lentamente, sus manos cruzadas a la espalda, mientras su mente navegaba por un mar de pensamientos turbios. Ava lo observaba desde la distancia, sentada en un banco de mármol, sabiendo que algo pesado y sombrío rondaba el corazón de su esposo.Finalmente, decidió acercarse, sus pasos apenas audibles sobre la hierba suave. Cuando llegó a su lado, colocó una mano en su brazo, sintiendo la tensión en sus músculos.—Sebastián —dijo suavemente, buscando sus ojos—, sé que tienes muchas cosas en la cabeza, pero te noto especialmente preocupado hoy. ¿Qué es lo que te atormenta?Sebastián suspiró profundamente, su mirada fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. La paz del jardín contrastaba con el torbellino de emociones que sentía.
Alexandre estaba sentado en el borde de la cama de su habitación, mirando la ventana como si el horizonte pudiera ofrecerle algún tipo de consuelo. El yeso en su pierna lo mantenía atrapado, una cárcel física que reflejaba el estado de su mente. A cada movimiento, la incomodidad se hacía más aguda, y la impotencia lo consumía poco a poco. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por los débiles rayos de luz que se filtraban entre las cortinas. Todo en el espacio parecía estancado, como él.El crujido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos, pero no hizo ningún esfuerzo por voltear. Sabía quién era. Valeria había estado entrando y saliendo de la habitación en los últimos días, pero nunca había permanecido demasiado tiempo. Esta vez, ella no se marchó de inmediato. Se quedó en el umbral, observándolo con los ojos llenos de preocupación y dolor.—Alexandre… —su voz era suave, casi un susurro, como si temiera romper algo frágil al alzarla—. Lamento mucho todo lo que
Sebastián y Ava se sentaron en la sala de reuniones, sus rostros reflejaban el peso de las últimas horas. Frente a ellos, Bastián, Valentina y Alexandre se encontraban en silencio, esperando lo que estaba por revelarse. El ambiente en la habitación era denso, cargado de una tensión palpable, como si todos intuyeran que las palabras que estaban a punto de escuchar cambiarían sus vidas para siempre.Sebastián tomó aire profundamente antes de hablar. Su mirada recorrió los rostros de sus hijos y su sobrino. Sabía que lo que iba a decir sería devastador, pero ya no podía seguir ocultando la verdad.—Hijos, Alexandre… —comenzó con voz grave—. Algo terrible ha sucedido.Todos lo miraron con atención, y el silencio en la habitación se volvió casi ensordecedor.—Alguien logró obtener mi firma y acceder a nuestras cuentas. —Su voz se quebró por un momento, pero se recompuso rápidamente—. Todo el dinero de la empresa, nuestros bienes... han desaparecido. Estamos en quiebra.Valentina dejó escap
Alexandre regresó del médico sintiéndose libre por primera vez en semanas. El yeso que lo había confinado finalmente había sido removido, y aunque su pierna aún se sentía débil, caminaba con mayor soltura y, sobre todo, con una sensación de alivio. Al subir las escaleras hacia su habitación, no pudo evitar sonreír. Se sentía más ligero, como si no solo se hubiera deshecho del peso físico, sino también de una carga emocional.Al abrir la puerta de su habitación, sus ojos se encontraron con Valeria. Ella estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, su semblante tenso y su mirada fija en él. La energía en la habitación cambió al instante. La sonrisa de Alexandre se desvaneció cuando notó la expresión de enojo en el rostro de Valeria.—Valeria —dijo, dando un paso hacia ella, buscando su cercanía—. Te he echado de menos.Él intentó acercarse más y, en un impulso, quiso besarla, pero Valeria giró el rostro y dio un paso atrás, evadiéndolo. El gesto fue un golpe directo a su e
Valentina caminaba nerviosa por los pasillos de la universidad, su mente atrapada en una maraña de pensamientos contradictorios. Su corazón latía con fuerza, desbocado por la ansiedad, la rabia, y un sentimiento creciente de desesperación. Antony se iba. No podía creerlo, no quería creerlo. Cada segundo que pasaba sin verlo, la sensación de abandono crecía en su pecho como un nudo imposible de desatar.Cuando finalmente lo vio cruzar uno de los pasillos, su figura alta y elegante caminando con prisa hacia la salida, su corazón se aceleró aún más. Valentina no lo pensó dos veces. Corrió hacia él, casi tropezando con su propio nerviosismo.—¡Antony! —su voz tembló al principio, pero pronto tomó fuerza—. ¡Necesito hablar contigo!Antony la miró de reojo, pero no se detuvo. Sus pasos continuaron firmes, casi como si no quisiera escucharla, como si el peso de lo que estaba a punto de hacer lo obligara a mantenerse en movimiento.—Antony, por favor, detente —insistió Valentina, su tono cad
Ava se encontraba sentada junto a Sebastián en el amplio salón, el silencio que los envolvía parecía más pesado que de costumbre. Las noticias recientes sobre la quiebra de la familia Montenegro los había dejado en un estado de incertidumbre. Sebastián, normalmente imponente y lleno de seguridad, estaba ahora hundido en el sillón, con los ojos clavados en el suelo, como si la gravedad de la situación le estuviera robando el aliento.Ava lo miraba, con los ojos llenos de preocupación y cariño. Sabía que la carga que llevaba sobre los hombros era casi insoportable. Se acercó lentamente y se sentó a su lado, apoyando suavemente su mano sobre la de él.—Sebastián, esto no es tu culpa —le susurró con suavidad, intentando brindarle el consuelo que él tanto necesitaba—. No podías prever lo que sucedió. Lo importante ahora es que estamos juntos en esto, y vamos a encontrar la manera de salir adelante.Sebastián levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejaban una tormenta interna que parecía i