La casa Montenegro, normalmente un refugio de elegancia y tranquilidad, estaba sumida en el caos. Las luces brillaban intensamente, iluminando los rostros pálidos y preocupados de los familiares y amigos que se habían reunido. La policía iba y venía, interrogando a todos, revisando cada rincón, pero cada segundo que pasaba sin noticias de los desaparecidos parecía alargar la sombra de desesperación que envolvía el lugar.Sara y Angelo estaban sentados en el gran salón, aferrados el uno al otro como si temieran que, al soltarse, el mundo pudiera desmoronarse. Sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y esperanza, recorrían la habitación una y otra vez, buscando cualquier señal, cualquier respuesta que les devolviera a sus hijos. Mientras tanto, Sebastián intentaba mantener la calma, hablando con la policía, pero su mirada delataba una preocupación que apenas podía contener.Ava, sin embargo, estaba aparte, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín oscuro. Sus manos
La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de una lámpara que parpadeaba en la esquina, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes desnudas. El aire era pesado, cargado con el olor a humedad y polvo acumulado. En el centro, Alexandre yacía recostado en un viejo sofá, su rostro pálido y sudoroso por el dolor que irradiaba de su pierna enyesada. La fatiga lo había alcanzado, debilitándolo, pero no podía permitirse descansar, no cuando tanto estaba en juego.Marie se movía por la habitación como una sombra, sus pasos suaves pero cargados de una tensión latente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una mezcla peligrosa de obsesión y tristeza. Se detuvo junto a una mesa, sus dedos tamborileando sobre la superficie mientras su mente giraba en espirales de odio y venganza.—Mamá... por favor —la voz de Alexandre era apenas un susurro, cargado de desesperación—. Déjalos ir. A los Montenegro, a Angela... No tienen nada que ver con esto. Si los l
En la penumbra de la habitación, Alexandre se encontraba sentado en el borde de la cama, con la mirada fija en un punto inexistente en el suelo. El silencio a su alrededor era sofocante, roto únicamente por el leve crujir de la madera bajo sus pies. Desde el momento en que abandonaron aquel almacén, donde su madre exhaló su último aliento en sus brazos, no había sido capaz de pronunciar una sola palabra. Su mente era un torbellino de recuerdos, imágenes y sensaciones que se repetían una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar.El aire en la casa Montenegro estaba cargado de una tensión palpable, el eco de lo ocurrido parecía resonar en cada rincón, cada sombra. Valeria, con el corazón apretado por la preocupación, se acercó a la puerta de la habitación de Alexandre. Había pasado horas esperando que él mostrara alguna señal de recuperación, algún gesto, pero todo había sido en vano. Con un nudo en la garganta, decidió entrar.—Alexandre... —murmuró suavemente al ab
La noche caía como un manto oscuro sobre la carretera desierta. Las luces del coche de Antony cortaban la penumbra, iluminando el camino solitario mientras él y Valentina permanecían en silencio. El motor zumbaba suavemente, creando un ambiente casi íntimo, pero la tensión entre ellos era palpable. Antony miraba hacia adelante, sus manos firmes en el volante, pero sus pensamientos estaban lejos, inmersos en el caos de los últimos días.Finalmente, fue él quien rompió el silencio, su voz profunda y cargada de una mezcla de angustia y alivio.—Cuando supe que te habían secuestrado... —Antony hizo una pausa, como si revivir esos momentos le causara un dolor físico—. Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. No podía pensar en nada más que en ti, en si estabas bien, en cómo iba a sacarte de ahí.Valentina lo observaba, su rostro iluminado por la tenue luz del tablero. La preocupación en los ojos de Antony era evidente, y esa vulnerabilidad despertó algo dentro de ella. Sin pensarlo
Bastián conducía con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. El silencio en el auto era sofocante, apenas interrumpido por los sollozos ahogados de Valentina y las miradas preocupadas de Angela, que no podía dejar de observar la tensión en el rostro de su primo. Bastián no dijo una palabra, su mente todavía revuelta por la furia y la traición que acababa de presenciar. Los dedos de sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponían blancos, y cada kilómetro que recorrían parecía incrementar la distancia entre él y el autocontrol que tan desesperadamente intentaba mantener.Al llegar a su apartamento, Bastián no esperó ni un segundo. Abrió la puerta del auto y salió con la rapidez de un rayo, sin darles a sus hermanas tiempo para reaccionar. Jaló a Valentina fuera del coche con brusquedad, casi arrastrándola hacia la entrada del edificio. Los pasos de Angela intentaban seguirlos, su voz temblorosa suplicando a Bastián que se calmara, pero era como si él no
El jardín de la mansión Montenegro estaba bañado por la luz dorada del atardecer, que se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un paisaje de sombras y destellos. Sebastián caminaba lentamente, sus manos cruzadas a la espalda, mientras su mente navegaba por un mar de pensamientos turbios. Ava lo observaba desde la distancia, sentada en un banco de mármol, sabiendo que algo pesado y sombrío rondaba el corazón de su esposo.Finalmente, decidió acercarse, sus pasos apenas audibles sobre la hierba suave. Cuando llegó a su lado, colocó una mano en su brazo, sintiendo la tensión en sus músculos.—Sebastián —dijo suavemente, buscando sus ojos—, sé que tienes muchas cosas en la cabeza, pero te noto especialmente preocupado hoy. ¿Qué es lo que te atormenta?Sebastián suspiró profundamente, su mirada fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. La paz del jardín contrastaba con el torbellino de emociones que sentía.
Alexandre estaba sentado en el borde de la cama de su habitación, mirando la ventana como si el horizonte pudiera ofrecerle algún tipo de consuelo. El yeso en su pierna lo mantenía atrapado, una cárcel física que reflejaba el estado de su mente. A cada movimiento, la incomodidad se hacía más aguda, y la impotencia lo consumía poco a poco. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por los débiles rayos de luz que se filtraban entre las cortinas. Todo en el espacio parecía estancado, como él.El crujido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos, pero no hizo ningún esfuerzo por voltear. Sabía quién era. Valeria había estado entrando y saliendo de la habitación en los últimos días, pero nunca había permanecido demasiado tiempo. Esta vez, ella no se marchó de inmediato. Se quedó en el umbral, observándolo con los ojos llenos de preocupación y dolor.—Alexandre… —su voz era suave, casi un susurro, como si temiera romper algo frágil al alzarla—. Lamento mucho todo lo que
Sebastián y Ava se sentaron en la sala de reuniones, sus rostros reflejaban el peso de las últimas horas. Frente a ellos, Bastián, Valentina y Alexandre se encontraban en silencio, esperando lo que estaba por revelarse. El ambiente en la habitación era denso, cargado de una tensión palpable, como si todos intuyeran que las palabras que estaban a punto de escuchar cambiarían sus vidas para siempre.Sebastián tomó aire profundamente antes de hablar. Su mirada recorrió los rostros de sus hijos y su sobrino. Sabía que lo que iba a decir sería devastador, pero ya no podía seguir ocultando la verdad.—Hijos, Alexandre… —comenzó con voz grave—. Algo terrible ha sucedido.Todos lo miraron con atención, y el silencio en la habitación se volvió casi ensordecedor.—Alguien logró obtener mi firma y acceder a nuestras cuentas. —Su voz se quebró por un momento, pero se recompuso rápidamente—. Todo el dinero de la empresa, nuestros bienes... han desaparecido. Estamos en quiebra.Valentina dejó escap