CAPÍTULO 197

En la penumbra de la bodega abandonada, el aire se sentía pesado, cargado con la humedad y el polvo de años de abandono. Las paredes desconchadas y los techos bajos solo aumentaban la sensación de opresión que envolvía a los tres jóvenes cautivos. Un débil rayo de luz se filtraba a través de una ventana rota en lo alto, apenas iluminando las sombras que los rodeaban.

Bastián, con el rostro pálido y el brazo ensangrentado, se esforzaba por mantenerse erguido. El dolor punzante del disparo en su brazo lo debilitaba, pero trataba de disimularlo lo mejor que podía. Sabía que no podían permitirse mostrar debilidad en un momento tan crítico. Aun así, Angela, a su lado, no pudo evitar mirarlo con preocupación, notando la rigidez en su mandíbula y la forma en que sus dedos temblaban ligeramente.

—¿Estás bien, Bastián? —preguntó Angela en voz baja, su tono cargado de temor.

Él asintió, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora que apenas alcanzó a sus labios. —Es solo un rasguño —respond
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