Ava estaba inmersa en su trabajo, su mente concentrada en el delicado balance de colores y texturas que desplegaba sobre la mesa de su estudio de diseño. Las luces cálidas del espacio iluminaban los bocetos y muestras de tela que estaban esparcidas por toda la superficie, creando un ambiente acogedor y creativo. A pesar de la calma aparente que envolvía la habitación, un leve suspiro escapó de sus labios. Los últimos meses habían sido una tormenta implacable, y aunque había encontrado refugio en su arte, su corazón aún estaba inquieto.De pronto, el sonido de la puerta al abrirse la sacó de sus pensamientos. Sebastián entró con pasos seguros, su figura imponente llenando la habitación. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. Habían estado juntos en cada batalla, apoyándose mutuamente en silencio, pero la distancia física entre ellos se había vuelto palpable.—Hola, mi amor —dijo Sebastián con una voz suave, cargada de ternura, mientras se acercaba a el
Sebastián se encontraba de pie en la sala principal de la mansión Montenegro, la tensión era palpable en el aire. Su mirada severa recorría la habitación, observando a los familiares que ya se encontraban reunidos. Las manos le temblaban ligeramente, no por miedo, sino por la creciente impaciencia que lo carcomía. Sabía que cada minuto contaba, que el peligro estaba acechando, y que no podía permitirse demoras.Su madre, Jazmín, estaba sentada en uno de los sofás, con la espalda recta y las manos entrelazadas en su regazo. La expresión en su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y serenidad, como si intentara mantenerse firme por el bien de su hijo y su familia. A su lado, los suegros de Sebastián, Nancy y Pablo, intercambiaban miradas de incertidumbre. Nancy no dejaba de frotarse las manos, un gesto nervioso que delataba su ansiedad. Pablo, por su parte, trataba de mantener una fachada de calma, pero su ceño fruncido indicaba que estaba al tanto de la gravedad de la situación.
Ángela sintió una mezcla de angustia y determinación mientras escribía el mensaje a Bastián. La verdad sobre Marie, y su engaño, debía salir a la luz. No podía permitir que Bastián siguiera siendo manipulado por ella. Con dedos temblorosos, pulsó el botón de envío y observó cómo el mensaje desaparecía en el éter digital. No tardó en recibir la respuesta de Bastián, invitándola a su apartamento para hablar.Tomó un taxi con la mente agitada, su corazón golpeando contra su pecho. La lluvia caía a cántaros, y las luces de la ciudad se difuminaban a través de la ventana del vehículo. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad, pero finalmente el taxi se detuvo frente al edificio de apartamentos de Bastián.Ángela se bajó del taxi, su abrigo empapado por la lluvia, y se apresuró hacia la entrada del edificio. Tras el ascensor y un breve trayecto por el pasillo, llegó a la puerta del apartamento de Bastián. Golpeó con nerviosismo, y pronto escuchó el sonido del seguro abriéndose.C
Las manos de Sebastián temblaron al leer el mensaje de Marie. Su corazón se aceleró al ver la fotografía adjunta, donde Bastián y Valentina aparecían atados y visiblemente heridos. La desesperación lo invadió como un torrente incontenible. Arrojó el teléfono contra la pared, el dispositivo rebotando con un sonido sordo antes de caer al suelo. La violencia de su gesto atrajo de inmediato la atención de todos en la sala. Ava, alarmada, se apresuró a acercarse a él, con el rostro lleno de preocupación.—¡Sebastián, ¿qué te pasa?! —preguntó con voz temblorosa, casi temiendo la respuesta.Pero Sebastián no pudo contenerse más. Su voz salió cargada de angustia y furia. —¡Marie tiene a Bastián y Valentina! —gritó, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.El pánico se extendió como un incendio incontrolable. Antony se puso de pie de un salto, la palidez dominando su rostro. —¿Y Ángela? —preguntó, con la urgencia vibrando en su voz—. Ella iba hacia el apartamento de Bastián…La r
En la penumbra de la bodega abandonada, el aire se sentía pesado, cargado con la humedad y el polvo de años de abandono. Las paredes desconchadas y los techos bajos solo aumentaban la sensación de opresión que envolvía a los tres jóvenes cautivos. Un débil rayo de luz se filtraba a través de una ventana rota en lo alto, apenas iluminando las sombras que los rodeaban.Bastián, con el rostro pálido y el brazo ensangrentado, se esforzaba por mantenerse erguido. El dolor punzante del disparo en su brazo lo debilitaba, pero trataba de disimularlo lo mejor que podía. Sabía que no podían permitirse mostrar debilidad en un momento tan crítico. Aun así, Angela, a su lado, no pudo evitar mirarlo con preocupación, notando la rigidez en su mandíbula y la forma en que sus dedos temblaban ligeramente.—¿Estás bien, Bastián? —preguntó Angela en voz baja, su tono cargado de temor.Él asintió, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora que apenas alcanzó a sus labios. —Es solo un rasguño —respond
El viento susurraba entre las grietas de las paredes de la antigua bodega, un lugar olvidado por el tiempo y la memoria, donde el polvo cubría cada rincón como un manto de silencio. Las sombras se movían inquietas bajo la tenue luz que se colaba por las ventanas rotas, y el crujido de la madera bajo los pies de Valeria y Alexandre era el único sonido que rompía la quietud.Alexandre avanzaba con dificultad, cada paso un recordatorio del peso del yeso que envolvía su pie derecho. Apretaba los dientes, ocultando el dolor tras una máscara de determinación, mientras Valeria se mantenía a su lado, lista para sostenerlo si flaqueaba. La pantalla de su teléfono emitía un brillo tenue, señalando que la aplicación para rastrear a Marie los había conducido hasta allí.—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó Valeria en un susurro, su mirada, recorriendo el lugar con desconfianza.—Lo estoy —respondió Alexandre con voz tensa, apagando la pantalla y guardando el teléfono en su bolsillo—. No puede
La casa Montenegro, normalmente un refugio de elegancia y tranquilidad, estaba sumida en el caos. Las luces brillaban intensamente, iluminando los rostros pálidos y preocupados de los familiares y amigos que se habían reunido. La policía iba y venía, interrogando a todos, revisando cada rincón, pero cada segundo que pasaba sin noticias de los desaparecidos parecía alargar la sombra de desesperación que envolvía el lugar.Sara y Angelo estaban sentados en el gran salón, aferrados el uno al otro como si temieran que, al soltarse, el mundo pudiera desmoronarse. Sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y esperanza, recorrían la habitación una y otra vez, buscando cualquier señal, cualquier respuesta que les devolviera a sus hijos. Mientras tanto, Sebastián intentaba mantener la calma, hablando con la policía, pero su mirada delataba una preocupación que apenas podía contener.Ava, sin embargo, estaba aparte, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín oscuro. Sus manos
La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de una lámpara que parpadeaba en la esquina, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes desnudas. El aire era pesado, cargado con el olor a humedad y polvo acumulado. En el centro, Alexandre yacía recostado en un viejo sofá, su rostro pálido y sudoroso por el dolor que irradiaba de su pierna enyesada. La fatiga lo había alcanzado, debilitándolo, pero no podía permitirse descansar, no cuando tanto estaba en juego.Marie se movía por la habitación como una sombra, sus pasos suaves pero cargados de una tensión latente. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una mezcla peligrosa de obsesión y tristeza. Se detuvo junto a una mesa, sus dedos tamborileando sobre la superficie mientras su mente giraba en espirales de odio y venganza.—Mamá... por favor —la voz de Alexandre era apenas un susurro, cargado de desesperación—. Déjalos ir. A los Montenegro, a Angela... No tienen nada que ver con esto. Si los l