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Un salvaje para la Duquesa
Un salvaje para la Duquesa
Por: Federica Navarro
Capítulo 1: El último Bousquet

Azaleia

El mundo parecía venirse abajo por más que yo intentara tener una mente positiva y de rogar día y noche que esto se terminara. Pero yo ya podía intuirlo, mi vida y mi ambiente alrededor nunca iba a ser como antes, lo sabía muy bien aunque quisiera negarlo. Muy lejos ya estaban los días caminando al sol con Marchelina, futura condesa de Bousquet, mientras yo le peinaba su cabello y le colocaba flores silvestres en sus trenzas.

Tampoco volverán las cenas dentro del castillo cuando el gran duque traía a sus soldados, bailarines y cantantes y podías escuchar los cantos e historias hasta bien entrada la madrugada. Ni siquiera el castillo iba a poder ser como antes ¿Cómo podría? La zona sur estaba destruida por completo y las caballerizas vaciadas. 

Yo era una simple criada, una más del montón en este imperio, nadie importante, pero había vivido aquí toda mi vida. Dicen que el Duque me obtuvo de una esclava que me dio casi sin pedir nada a cambio y solo me dio una bendición antes de entregarme rápidamente. No conocí más que el amor de él como si fuera mi padre y de Marchelina como si fuera mi hermana. Éramos casi de la misma edad y por años parecíamos hermanas. Si bien yo era muy querida y cercana, mi función era clave, atenderla, cuidarla y acompañarla hasta que ella consiguiera un esposo, y aun así quedarme con ella de por vida, un futuro que no me parecía desagradable. 

En el peor de los casos, si algo malo sucedía yo me haría pasar por Marchelina, intentaban siempre vestirnos igual y fui bien educada para hacerse pasar por una gran señorita, mi cabello era aclarado para parecerse al de ella y así salvar a la verdadera Marchelina. Yo estaba dispuesta a dar mi vida por ella, sin pensarlo. El Duque estaba obsesionado por el bienestar de su hija y pocas veces salíamos de los terrenos del castillo. 

Eran los últimos de la gran casa Bousquet y el linaje moriría con ellos si ella no lograba un buen matrimonio. Marchelina era una chica buena, hermosa y talentosa, todo lo esperable en una dama y más. Pudo haber obtenido un matrimonio muy pronto, si no fuera por los acontecimientos sucedidos en los últimos días. 

Una noche fuimos levantadas a los gritos, había un ataque y nos llevaron corriendo a un cuarto seguro mientras veíamos soldados corriendo por aquí y por allá, con antorchas en las manos y el sonido del metal arrastrándose llenaba el castillo, cadenas, armas y demás herramientas se escuchaba con eco por los pasillos. Un par de días estuvimos Marchelina y yo junto con otras criadas, temerosas, pero seguras. 

Hasta que el duque vino una madrugada a sacarnos de ahí, con destino a las caballerizas, el objetivo era claro: teníamos que huir. La idea de dejar el hogar de toda nuestra vida era aterrador, pero al ver las afueras del castillo entendimos: era el paisaje de la desesperación y la desolación, ya no había vuelta atrás. 

Un puñado de joyas las escondí en mi bolsillo, prometiéndole a Marchelina que buscaríamos el resto después. Incluso me quité mi preciado collar y lo escondí en mi vestido.

Quizás éramos muy ingenuas y el Duque muy confiado cuando fuimos emboscados, él le rezaba a la luna cuando vimos con terror cuando el Duque fue apartado de nosotras, él gritaba y pataleaba sin éxito. A Marchelina y a mí nos taparon las bocas y nos dejaron en el granero. Entre llantos escuchábamos lo que iban a hacer con nosotras, una simple carnada, algo con qué divertirse en este enfrentamiento. 

De vez en cuando tomaban nuestras caras y colocaban sus manos sucias en nuestras mejillas y cabello, anticipándose a su disfrute, como si fuéramos frutas colgando de un árbol. Tenían trajes sucios de color marrón y con insectos. Sin embargo, entre los llantos de Marchelina, pude escuchar algunas palabras y me dio la impresión de que no tenían idea de quién era ella, jamás nadie nos había visto, éramos solo mujeres para su diversión. Ahí entendí que no solo teníamos problemas nosotros, sino que estábamos en guerra, y las grandes familias con títulos buscaban aliarse o enemistarse. 

El ducado de Bousquet era pequeño, pero estratégico, especialmente por la posición geográfica, al menos eso siempre decía nuestro maestro, teníamos un puerto importante, a la orilla del río. El Duque siempre fue un hombre agradable, intelectual, pero poco dado a las armas. Esa noche Marchelina y yo decidimos huir antes de ver qué hacían con nosotras. Pensábamos que teníamos una oportunidad, así no supiéramos a dónde íbamos o qué hacer. Mi idea era clara, protegerla, darle ventaja y que ella huyera. “Yo te protegeré” le decía. Quizás aún tuviéramos aliados y pudieran ayudarla.

Cuando no tienes idea del mundo exterior, ni de la vida en común fuera del castillo, este tipo de planes son un fracaso, y así fue. Corrimos por unos minutos cuando escuchamos gritos y nos desesperamos sin saber qué hacer, y ahí es cuando nos dimos cuenta de que nos disparaban. Yo me lancé sobre ella para protegerla, pero ya era tarde, vi su lindo vestido rosa oscurecerse con su sangre y cómo susurraba con angustia mi nombre. 

No lo podía creer y la seguía llamando mientras ella me miraba con angustia, tomándome fuerte, apretando su bufanda violeta en sus manos. Aún no lo sabía, pero ahí en mis brazos murió la última Duquesa de Bousquet, mi amiga, compañera de juegos, y en mi corazón, mi hermana. Sostuve su fino cuerpo contra el mío en llantos, ya no había por qué huir. Mientras me balanceaba con ella, escuchaba como los hombres hablaban del gran desperdicio que era la muerte de una linda joven.  Lo último que recordé fue un gran golpe en la cabeza que me dejó inconsciente. 

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté estaba en el granero, y juraría que estaba muerta. Cuerpos quemados por todas partes y el castillo humeaba como si fuera la calma después de la tormenta. En una esquina, despojada de toda vida, estaba Marchelina, con la cara pálida y aun algunas lágrimas en su rostro. Sentía que el alma se me iba del cuerpo y con muchas fuerzas me levanté a buscar algo de ayuda, aunque sabía que era inútil. 

A pasos de la caballeriza vi al Duque acostado como si fuera un muñeco de paja, herido terriblemente. Me agaché a tratar de ver si respondía y parecía que le quedaba aún un poco de vida, tuve esperanza por primera vez. Su cabello canoso estaba sucio y yo le acariciaba el rostro, esos rasgos amables ahora parecían sumidos en el dolor y supe que él sabía de la muerte de Marchelina. Simplemente, tomó mi mano y depositó en ella su anillo, la última gran reliquia, eso que lo hacía e identificaba como un Bousquet, pocas veces se lo vi usar, pero sin duda era lo más preciado que tenía, además de Marchelina

Cuidalo… florecita… sigue a la luna. Sigue tu camino me dijo a duras penas. Le dije que lo amaba y que por favor no me dejara sola, pero sin emitir algún sonido simplemente me dio una sonrisa triste y exhaló su último respiro. Me dejó ahí, absolutamente sola. 

Por las noches lloré, perdida y sola, imaginando ser la única sobreviviente. Recorrí lo que quedaba del castillo sin éxito en busca de otra alma con quien compartir este dolor, pero pareciera que mi destino era ese, sufrir sola y sin saber qué hacer. Luego de recuperar lo que quedaba de comida, hice lo único que pensé que podía hacer por esta familia, mi familia. Los enterré juntos, con mucho esfuerzo, al costado del granero y me tomó hasta la última de mis energías lograrlo. 

Luego me escondí, por cobarde, por confusión, por no saber qué hacer, sin ellos mi vida no tenía sentido, estaba perdida. Era el cuarto de los mozos de la caballeriza, tenía buen acceso a ver quienes llegaban, y así esperé mi muerte.

No podía dormir, así que revisé qué quedaba del saqueo y encontré en la oficina del Duque papeles importantes, joyas y cosas de valor que guardé en un cuarto secreto que él me había confiado alguna vez. “Tienes que cuidarnos Azaleia”, me decía el Duque cuando me lo enseñó, tenía varias reliquias de la luna que guardé como tesoros. Tomé algo de monedas y joyas y me dispuse a salir, tratar de ver qué podía lograr. 

Había tomado la decisión, no era fácil, una joven mujer caminando por la nada, sola, sin saber a donde ir, sin contactos ni conocidos, pero quizás podría pedir ayuda, de repente alguien podría socorrer el castillo, lo que quedaba de él y ver qué se hacía con los terrenos, los inquilinos, las granjas y todos los que dependían del Duque, era lo mínimo que podía hacer.

Esa mañana justo antes de mi partida, me levantaron el sonido de caballos y yo pensaba que esto no podría ser peor. Quede escondida, viendo a través de un hueco de la puerta del cuarto, con las piernas y las manos temblando. Los hombres que llegaron eran inmensos, sin duda soldados, buscaban sobrevivientes y quizás ver qué más robar ¿Pero de qué bando? Cualquiera era terrible, porque no sabía cuál era el bando correcto ni a quien apoyaba al Duque, para mí eran un grupo de hombres en tierras que no eran las de ellos, husmeando, buscando ver qué tomar y a quién matar. 

Los salvajes patean todo y revisan hasta la última esquina. Veo que se acercan y sudo frío, me apoyo contra la pared de piedra, esperando mi momento, quizás… no sea tan malo, solo espero una muerte pacífica. Sé con certeza de que no voy a ver a los ojos de alguien que quiero, las dos únicas personas que amé están ya muertas. Al menos ellos se fueron sabiendo que las amo.

De repente veo un animal feroz, más grande que un perro cazador que se asoma por el hueco, me muestra sus dientes y veo su pelaje lustroso y sé que me han encontrado. Cuando los hombres abren la puerta de golpe, me doy cuenta de que probablemente ya sabían que estaba aquí, los escucho reírse cuando me voy corriendo a una esquina como un animalito asustado, y me sacan a rastras, halándome por los codos. Las puntas de mis botas golpetean contra el suelo de piedra y quedo de rodillas, empujada a lo que sea que el mundo me tenga preparado. 

Mire lo que tenemos aquí escucho una voz arrastrada decir, como si hubiese encontrado una moneda pegada a sus zapatos. 

Es solo una chica soldado. Quizás nos pueda decir qué sucedió aquí yo me quedo callada mirando al suelo, temblando aún. De repente en mi vista aparecen unas grandes botas, están sucias y su dueño parece ser un soldado, un hombre grande, aunque para mi pequeño tamaño, todos los hombres son inmensos.

¡Sirvienta! Mira y responde al señor Brock cuando te habla dice el soldado de voz arrastrada y me toma por mi nuca obligándome a ver y ahí es cuando lo observo por primera vez.

Es mucho más alto que cualquier hombre que conocí, parece fuerte como un tronco y los cabellos rubios, largos, ondulados y despeinados de la cabalgata le caen a los costados. Lleva ropas oscuras y un medallón donde aparece un árbol torcido. Eso hace que caiga en cuenta, Brock… Brock el salvaje de Haggard, el terrible sanguinario que ha desolado ciudades y extinguido pueblos ¿Es él? 

Dicen que su apariencia es temeraria y visto desde aquí es realmente perturbador. Sus ojos claros y fríos se posan en mí con duda, pareciera que sabe que lo he reconocido. Marchelina odiaba las clases de historia del imperio de Aveyron, pero yo las amaba, sentía que viajaba con los libros a lugares que sabía que nunca iba a conocer, siempre con ganas de viajar y conocer hermosos héroes. Y aquí estaba, a los pies de un tristemente famoso guerrero despiadado, ¡un villano! A su disposición 

¡Qué destino cruel!

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