- Mamá siempre espero que fuera como Megan; ¿Sabías que siempre fue la favorita de mamá? Mientras tú eras la de papá yo me sentía sola. Sin embargo aprendí a vivir con eso, y una parte de mi eso me gusto. Podía hacer todo lo que quería. –se expresó sin miedo.
— ¿Cuál es el problema?
—Cuando Megan se fue; mamá me quiso convertir en una muñeca. Siempre dijo que mi deber era ser una princesa educada, casarme con alguien político y hacer crecer Edimburgo. Todo el maldito tiempo me sentí presionada con ella. ¡Solo tengo diecisiete años! Todo lo que quería era ser como todas mis amigas.
— ¿Y entonces que esperas? –Adaira la miro con una ceja alzada –. Siempre me pregunte como era sentirse bajo el manto de mamá. Pero aprendí a ser fuerte por mí misma. Eso es lo que tú tienes que hacer, ¿Quieres esa herencia? Bien, eso es fácil para mí. Podemos falsificar un documento que solo te falta dos meses de estudio. Se eso lo que tú quieres.
— ¿Me compraras un diploma? –pregunto incrédula, Adaira levanto sus hombros sin interés –. ¿Eso se puede hacer?
—No. Pero para mí no es algo que este fuera del alcance de mis manos. Seré tu tutora hasta que seas mayor de edad y te apoyare en todo momento.
— ¿Te quedaras aquí conmigo? –Bonnie la miró con ilusión en sus ojos.
—Sí, debo arreglar algunas cosas primero. Pero esta noche no me quedare aquí.
Estuvo un rato sin poder reaccionar por la presión. Llevada diez días recibiendo continúas impresiones de muchos candidatos de alto rango y ya no le quedaban escusas para despecharlos. Diez días antes, el abogado de la familia le había dicho que solo tenía un máximo de tres meses para presentar un marido al concejo.¿Por qué su padre la sometía a tal acto repulsivo? Ella era una mujer que había nacido para vivir como reina, tener un marido que le diera todo lo que ella necesitaba, no ella mantener a quien sería su marido.
Adaira Campbell, oligarca diseñadora escocesa y temida como respetada magnate, se relajó en el sillón de su ahora despacho y miro sorprendida a su mejor amiga, Antonella Lombardi.
— ¿Hacer paracaidismo? ¿De verdad es eso lo que quieres para tu despedida de soltera?—Bueno, ya hemos hechos una fiesta demasiada alta en Italia para mí –le confeso Antonella.
Y se puso tensa al recordarla. Antonella era una hermosa mujer castaña de estatura media y complexión delgada, daba clases en la universidad y hacia poco tiempo acaba de lanzarse a la industria del modelaje. Pocos creían y admiraban como una mujer de clase alta y sucesora del trono podía ser amiga de una simple mujer que era profesora. Pero pocos conocían la verdadera Adaira como lo hacía Antonella.—La culpa de eso la tiene tu futura cuñada –le recordó Adaira.
Francis había contratado a varios strippers para la despedida de soltera de su amiga, lo que en buen parte había causado furor la noticia en los periódicos al ver a la millonaria y sucesora en una fiesta fuera de control.
—La intención era buena –le aseguro Antonella, saltando a defender a la odiosa hermana de su futuro esposo, que además era banquero.
Adaira arqueó las cejas y su rostro, delgado y blanco, se puso seria.—Le advertí que no te gustaría.
Antonella se ruborizo.
Adaira no digo nada porque estaba pensando en la pena que le daba que Antonella hubiese cambiado tanto desde que se había comprometido con Christopher de Santi. A pesar que ambas tenían diferencias vistas, habían sido amigas desde que Adaira se mudó a vivir a Italia y se conocieron en la universidad. Por aquel entonces, Antonella había criticado sin ningún problema a una mujer tan ordinaria, aburrida y presuntuosa como Francis de Santi. Pero ya no era capaz de llamar las cosas por su nombre y siempre estaba pendiente de no herir los sentimientos de su futuro esposo. Adaira, que solo era una mujer dependiente y decidida, apretó los blancos dientes con repugnancia. Ella siempre había dicho que jamás se casaría, jamás cambiaria para complacer a un hombre. Solo la idea le causaba aversión. Ella, que había sido criada por una mujer cuya frase favorita había sido:
—Un pollo no es un ave y una mujer es respetable y decidida.
A su difunta madre, Anya de Campbell, le habría encantado decir aquello para provocar a la refinada Adaira una explosión. Cuando era una niña, su madre se había encargado de contratar específicamente una niñera para ella. Todo el odio que sentía en ese momento Anya por Morgan, se lo había desquitado con Adaira haciéndola sentir vulnerable. Y la mejor manera era contratar una niñera retirada de la milicia. Adaira nunca había recibido el amor y cuidado que una niña podía tener. Su infancia solo se había basado en ser una mujer inteligente, audaz y embustera, nunca se la había tratado con delicadeza y ser una floja. Pero, con veintisiete años, Adaira no tenía nada de floja. Era alta y fuerte, despiadada en los negocios e insaciable con los hombres.
—Te gustara ver todo desde las alturas…es muy hermoso y liberal –comentó Antonella.
Adaira hizo un esfuerzo para no parecer incómoda.
— ¿Quieres ir a hacer paracaidismo aquí? Pensé que estabas pensando en ir a Moscú…
—No puedo tomarme tantos días de vacaciones y, además, se si estaría a la altura de los elementos –admitió, tocándose la tripa –. No estoy tan en forma como tú. Me van más la primavera inglesas y el ejercicio físico moderado, pero ¿Podrás estar tú sin limosina, lujos y guardaespaldas todo el día?
Adaira no iba a ninguna parte sin su equipo de seguridad. Frunció el ceño, no por tener que estar cuarenta y ocho horas sin lujos, sino porque iba a tener que convencer a su equipo de que no iba a necesitarlo durante el fin de semana. Archie, el jefe de seguridad, llevaba cuidado de ella desde que era pequeña por orden de su padre.
—Por supuesto que sí. Me vendría bien un poco de aislamiento –contesto con innata seguridad
—También tendrás que dejar aquí tu colección de móviles –le advirtió Antonella.
Adaira se puso tensa al oír aquello.
— ¿Por qué?
—Porque no dejaras de trabajar si te los llevas y estarás al pendiente por ese estúpido testamento. Y no apetece estar temblando del frio en lo alto de las alturas mientras tú haces negocios y sigues buscando el vagabundo perfecto. Te conozco muy bien.
—Si de verdad es lo que quieres, me lo pensaré –cedió Adaira a regañadientes.
Era consciente que prefería que le córtense el brazo derecho a que la separasen de su imperio. No obstante, y a pesar de que no solía irse de vacaciones, la idea de desconectar de todo un par de días le agradó.
Llamaron a la puerta y en ella apareció una joven chica alta, rubia y muy guapa enfundada en el traje de servidumbre. Clavo sus ojos negros en su jefa y le dijo como disculpándose:
—La están esperando, señora.
—Gracias, Lara. Te avisare cuando esté preparada.
— ¿Por qué en este palacio todas son hermosas? Esa chica parece la miss universo del año.
Adaira sonrió.
— ¿Acaso ya te has...?
— ¿En el palacio? No. No quiero que confundan lo profesional con sentimentalismo.
—Debo decirte que el jefe de la guardia real es muy hermoso –comento Antonella.
— ¿Acaso se está acabando el reinado de Santi?
Antonella se puso colorada.
—Por supuesto que no. No pasa nada mirar.
Adaira pensó que ella podía mirar y hacer lo que quisiera, y que esa situación era mucho mejor que la de su amiga. ¿Cómo podía estar esta tan segura de encontrar el amor de su vida? A ella le pareció antinatural y poco femenino prometer amor eterno a un hombre, y jamás se colocaría en una situación financiera tan vulnerable.
Deán se puso tenso al oír la camioneta de la oficina postal. Dejo la colcha que tenía sobre sus piernas, flexionó los doloridos dedos y fue a la puerta. Se le encogió el estómago al pensar en lo que podía llevarle el cartero. Era un sentimiento que ya no lo abandonaba, que dominaba sus días, pero aun así abrió la puerta con su rostro serio, fue cortes y firmo el acuse de recibo de la carta de certificada en su mano.Después volvió a la casa de piedra que era suya. Tras haber pasado mucho tiempo viajando de un lado a otro solo, aquel lugar bonito y tan tranquilo le había parecido un paraíso. Deán era un hombre que aunque le costara dejar atrás todo lo que una vez tuvo y la vida le arrebato tuvo que aprender a vivir con ese dolor.En ese momento le resultaba amargo echar la vista atrás a esos años en los que había soñado con empezar de cero. No podía evitar sentirse fracasado. Había querido volver a ser el mismo de antes, pero no podía. La herida aún estaba abierta. Rasgo
Deán miro disgustado la habitación que estaba desordenada. Siempre pensaba en lo mismo cada momento del día cuando entraba a su guarida, y era nada más ni nada menos que limpiar todo.Deán se preguntó por qué la mujer parecía tan nerviosa y porque guardaba tanta las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a el atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios, pero ¿Cómo iba a saber el, que vivía en medio de la nada? El anonimato era extraño para el hijo de un duque. Después de todo, ya no provocaba nada en las mujeres, no sabía por qué los nervios de la mujer y no quería saberlo aunque lo quisiera.Descorcho la botella bebiendo una gran cantidad en un solo sorbo, miró las fotografías que tenía en su escritorio. Tomo una detallándola con admiración, de pronto las ganas de llorar lo sobrepasó. Después de todo, él
Deán se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer, después de todo: Adaira Campbell nunca había ignorado una humillación. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lazarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella? ¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juro en francés, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, indispensable, imposible. Era la segunda vez que lo rechazaba. Lo que ella no sabía, que ese rechazo solo avivo la llama de odio por ella.Adaira saco su abrigo y salió de la casa. Lo mejor que podía hacer era quedarse callada y tragarse su orgullo. Todavía no había encontrado el método de largarse de ese lugar rápidamente. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída en todos los sentidos por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como solo ella actuaba en una situaci
Más tarde, Adaira pensaría que se había comportado como un cavernícola, y que su propia manera de mirarlo no había tenido nada que ver con cómo le habían brillado los ojos marrones como a un depredador al abrazarla y besarla apasionadamente. No recordaba lo que había ocurrido después porque se había dejado llevar por la intensidad del momento. Nunca se había sentido así y la sensación fue al mismo tiempo maravillosa, mágica y aterradora.—Solo serán un par de horas –le dijo, mirándolo con satisfacción porque por fin se estaba comportando como ella quería —. ¿Esperara a que vuelva?Y la magia que había convertido a Adaira en una mujer a la que no reconocía se rompió de repente.—No. Y cuando digo que no, es no. Eres una mujer muy extraña –le contesto el, indignado y tentado por semejante desafío.— ¿Por qué no te digo lo que quieres oír? Pues para tu información yo no soy la Bella durmiente ni tú el príncipe azul, ¡Así que el beso no ha servido de nada!<
Cerró la puerta con cuidado, ya que tenía miedo de que cualquiera de sus actos pudiese ser entendido como una invitación para su anfitrión. Lo tenía claro: algunos hombres pensaban, hablaban y se comportaban como auténticos animales. Era evidente que su amiga los había visto besarse y había malinterpretado el beso. Se sintió avergonzada. Nunca había sido consciente de sus actos como aquel momento, ¿Qué le pasaba? Ella no era así, ella era Adaira Campbell una mujer que primero estaba su futuro y no sus sentimientos o lo que dejara de sentir.Una mujer realmente segura de sí misma había salido de la habitación y poner sus puntos a su anfitrión. Pero se quedó dolida y volvió a sentir lo que era ser humillada y lo único que se le ocurrió fue cerrar la puerta con llave antes de meterse en la cama.—No naciste para llorar y sentir. Eres una princesa y te prohíbo llorar sin algo valido. –sentencio su madre colocándole un hermoso vestido negro.— ¿Y cuando este
Era evidente que Adaira era lo suficientemente importante como para que enviasen un helicóptero a buscarlo, pero ¿Dos? ¿Lo habría organizado la noche anterior? ¿También sería una diputada? ¿O era amante de otra persona multimillonaria?Antonella estaba buscando dinero para pagar la cuenta de hospedaje que deán prometió cobrar. Adaira miro el papel con el precio y lo miro de manera burlona.—Cobras muy poco –dijo, guardándose la cuenta y devolviéndole el dinero a su amiga para sacar su propia cartera y dejar varios billetes encima de la mesa. –. Gracias por el hospedaje.Deán la fulmino con la mirada.—Yo no te la voy a dar a ti, ya que todavía no has hecho algo para complacerme… nada.Y a Adaira le entraron ganas de echarse a reír al oírlo hablar como a un sultán que estuviese informando a una de las chicas de su harén de su descontento, pero entonces lo miro a los ojos y se puso seria. Tuvo un mal presentimiento.Los hombres empezaron a salir
Sin embargo, desde entonces, cada negocio que hacía era una mina de oro. Ya era mucho más rico que su padre porque, mientras Alfred su padre, había heredado una fortuna y se había limitado a conservarla, deán se había dedicado al capital de automóviles y artículos DL, olvidando la cautela. Era muy irónico que sus últimas ganancias de los últimos meses hubieran hecho que el magnate multimillonario Frank Bernard, lo considerara como yerno.—Ni siquiera he visto a la hija de Bernard –dijo Deán secamente.—Claro que si –contradijo Calvin –. Según Bernard, la viste cuando pasaste la noche en Pisa.Deán frunció el entrecejo. Hacia unos años atrás su yate había tenido problemas en una tormenta, cerca de la costa de pisa y había llamado por radio para que le permitieran atracar; Frank tenia forma de evitar de malas maneras la visita de intrusos en su edificio cerca de la costa. Aunque Deán había sido bien recibido y agasajado con todo tipo de lujos, había sido una noche es
-Recibí esta carta hoy –le conto Gregory, dándole un papel a Deán –. Contiene cosas que dice que usted no es propietario de su territorio como tampoco sus datos están en el registro de identidad de Escocia.— ¿Eso perjudica a algo? –Cuestiono Calvin desarrollando su diploma de abogado –La casa está a mi nombre y es por eso que estoy aquí.—No fue solo por eso que están aquí, queremos saber la nacionalidad de usted señor Marshall, que usted no se registrara en el registro nacional después de vivir dos años en Edimburgo es extraño. Incluso puede ir preso por falsificación de identidad, usted no tiene deudas y es una persona que no tiene problemas con nadie. Es tanto su problema que la señora Adaira Campbell tomo cartas en el asunto.Deán se había quedado completamente blanco.— ¿Adaira…Campbell? –Calvin miro atónico al abogado, la última vez que había visto a Adaira fue cuando ella tenía dieciséis años y el dieciocho.—Si señor; la primogénita de nuestro