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Deán se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer, después de todo: Adaira Campbell nunca había ignorado una humillación. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lazarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella? ¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juro en francés, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, indispensable, imposible. Era la segunda vez que lo rechazaba. Lo que ella no sabía, que ese rechazo solo avivo la llama de odio por ella.

Adaira saco su abrigo y salió de la casa. Lo mejor que podía hacer era quedarse callada y tragarse su orgullo. Todavía no había encontrado el método de largarse de ese lugar rápidamente. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída  en todos los sentidos por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como solo ella actuaba en una situación así, en vez de como idiota.

¿Cómo había podido delatarse? Tenía que a ver sido por la manera en que lo había mirado, así que no volvería a mirarlo, ni a hablar con él. No haría nada que pudiese malinterpretarse.

Oyó un chasquido de dedos frente a ella y levantó  la mirada de sus zapatos que se hallaban sucios por estar pisando violentamente el suelo con lodo.

—No quiero interrumpir tu rebeldía, pero…

—No, la que lo siente soy yo. No quiero enfadarme contigo, pero odio a ese sujeto y a este lugar. Debimos realizar una fiesta y no estar aquí sucias como cerdas. ¡Fue tu culpa! –la acuso de su desgracia a pesar de decir que no quería enfadarse con ella pero no podía evitarlo.

Antonella la miro atónica.

— ¿Ahora es mi culpa? –dijo ella, Adaira la miro con obviedad —. ¡Bien! Si fue mi culpa, pero tú también tienes culpa. Nunca sales sin tus guardias y tu tecnología. No tengo la culpa de querer hacer algo con mi mejor amiga más que una fiesta que solo a ti te gustan.

— ¿Solo a mí? ¿Me dirás que en todas esas fiestas yo te obligaba a revolcarte con un hombre distinto? ¿Qué traicionabas al tonto de tu prometido? Tu bien lo sabes que lo disfrutabas, asique no quieras arrepentirte. –espeto con enojo hacia la delgada mujer. Ambas se miraron con odio en sus ojos.

—Lo siento… es culpa de ambas.

—Acepta que es tuya y tu idea –comento Adaira.

—Sí, está bien. Lo siento, no quiero que peleemos por esto. Mejor regresemos, aquí la señal es pésima. No entiendo como este hombre vive aquí.

Ambas se abrazaron y caminaron de regreso a la casa.

Durante el almuerzo, Adaira se esforzó por ignorar a Deán mientras los tres comían con apetito. El postre, que solo era una ensalada e fruta le valió pocos cumplidos al hombre.

Cocinaba de maravilla, Deán, que nunca había pensado que aquello fuese un talento, se sintió impresionado muy a su pesar. Aunque a las mujeres lo que no les impresionó  tanto fue comer en la cocina.  A deán no le gusto el comportamiento tan superior de Adaira, aunque le permitiera observarla y admirar el modo en el que su pelo brillaba bajo las luces cada vez que movía la cabeza, fijarse en la elegancia de sus manos y en lo educada que era en la mesa. Le molestó sentir tanto interés por ella. Y se sintió muy frustrado al oírla hablar animadamente con su amiga la parlanchina.

— ¿Cómo es que vives aquí solo? –Pregunto Antonella de repente –. ¿Eres viudo?

Aquella pregunto lo tenso; Odiaba a esa mujer.

—Nunca me he casado –mintió con naturalidad, acostumbrado a que el portero le dará esa pregunta —. La herede de mi padre y me pareció buena idea habitarla.

—Entonces, ¿Hay alguna mujer en su vida? –la interrogo Antonella.

—Eso es asunto solo mío –replico él.

Adaira  se preguntó cómo era posible que no se le hubiese ocurrido a ella esa posibilidad. Era posible que se sintiese atraída por él, pero que tuviese a alguien en su vida. Se sintió enfadada, tensa, algo poco habitual en ella. Se puso en pie bruscamente.

—Voy a acercarme al coche a buscar mi teléfono. Allí se me olvido, y veré si puedo sacar el cuatro por cuatro.

Deán parpadeo sorprendido al oír aquello.

—Ahora no puedes salir –le advirtió Antonella –. Hay ventisca y el coche está a varios kilómetros de aquí.

—Habría ido hace horas si no hubiese pasado lo de hace unas horas atrás –le contesto Adaira.

—A mi me gustaría llegar a casa lo antes posible. Mi prometido debe estar preocupado –admitió su amiga sin dejar de comer.

Deán miro a Adaira por primera vez desde que había entrado en la cocina. A ella le había costado demasiado esfuerzo mantener los ojos apartados de él, pero en esos momentos él estaba preocupado aunque no lo admitiera. Dudo un instante, que el  aprovecho para ponerse el abrigo y abrir la puerta de la calle, y salió a buscarla.

Estaba nevando con fuerza y la carretera se hallaba completamente cubierta de nieve. Adaira ya había salido fuera cuando él la agarró del brazo para detenerla.

— ¡No seas idiota! –le dijo –. Nadie arriesga su vida para ir a buscar un teléfono móvil…

—No me llames idiota –le advirtió ella con incredulidad –. Y no te pongas dramático… no voy a arriesgar mi vida por dar un paseo con poco más de treinta centímetros de nieve…

—Si no tuviese conciencia me daría igual que te murieras congelada en la carretera –le replico.

De todos los machitos idiotas que había conocido en su vida, aquel se llevaba la palma.

—No me voy a morir –dijo ella en tono burlón –. Llevo ropa de abrigo. Estoy en buena forma para soportar y se lo que estoy haciendo…

—No me parece un discurso muy convincente, procediendo de una mujer que me ha pedido que le señale el mapa donde está esta casa –le contesto Deán sin dudarlo –.Te ofrecería mi teléfono pero no tengo teléfono.

Adaira apretó sus dientes perfectos y lo miro con frustración. Aquel hombre le estaba gritando y eso también era una novedad. Era la primera vez que le ocurría y  algo que no le gustaba en absoluto de un hombre, pero sus ojos marrones y su mirada penetrante le gusto. Y paso de desear que se callase a desear algo mucho más primitivo y salvaje.


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