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Deán miro disgustado la habitación que estaba desordenada. Siempre pensaba en lo mismo cada momento del día cuando entraba a su guarida, y era nada más ni nada menos que limpiar todo.

Deán se preguntó por qué la mujer parecía tan nerviosa y porque guardaba tanta las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a el atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios, pero ¿Cómo iba a saber el,  que vivía en medio de la nada? El anonimato era extraño para el hijo de un duque. Después de todo, ya no provocaba nada en las mujeres, no sabía por qué los nervios de la mujer y no quería saberlo aunque lo quisiera.

Descorcho la botella bebiendo una gran cantidad en un solo sorbo, miró las fotografías que tenía en su escritorio. Tomo una detallándola con admiración, de pronto las ganas de llorar lo sobrepasó. Después de todo, él había perdido a su esposa e hija  en un lamentable tiroteo hace dos atrás, convirtiéndolo en un ermitaño.

Nunca olvidaría aquel suceso que le costó la vida de su esposa e hija, si tal vez no las hubiera descuidado, nunca hubiera ido a aquella tienda solas. Pero él hubiera nunca existió y el tal vez nunca  debió ser. Su único propósito como hombre, padre y esposo, era cuidar el bienestar de su familia y no seguirse lamentando por un amor que nunca sucedió.

Todo el tiempo se odio por seguir como un iluso pensando en aquella astuta y arpía mujer que solo le gustaba el dinero.

—Papá te amo –su bella sonrisa y voz angelical. Lo despidió sin saber que sería para siempre.

La niña rubia de ojos marrones le sonrió atravez de una foto. ¿Qué sabia sucedido con él? La depresión, la soledad lo habían convertido en un hombre sin futuro.

Aun así, se preguntaba de ella. ¿Cuán alto había llegado después de todo? ¿Tenía el marido que ella quería y el futuro deseado? Sabía que estaba en sus tierras pero nunca quiso ir donde ella y presentarse: Mostrarle hasta donde había llegado aquel duque de segunda, refregarle en su cara en el hombre que se había convertido. Sin embargo ¿En quién se había convertido en estos once años?

Tiro todas las fotos en su cama, ahogándose en el alcohol y el llanto.

Aunque no la amara, la extrañaba en lo más profundo de su corazón. De inmediato había sabido que solo la consideraría su amiga, su alma se destrozaba, quería decirle tantas cosas y a la vez no decirle nada de su amor. Llevaba dos años haciendo lo mismo durante las noches, nunca le dijo que la amaba solo era su amigo.

—No digas nada por favor…mi alma se destroza. Aunque no nos amemos siempre ocuparas un lugar en mi corazón. Solo te pido que tengas piedad por lo que siento. Y sigamos en la mentira. –susurro cabizbaja.

Luego, esos ojos tan claros como el día, aparecieron en su mente. ¡Porque le era tan familiar! No conocía a la mujer, pero un sentimiento de rencor le nació de su interior al compararla con su pasado.

Con un suspiro de pesadez se tiró  sobre su cama mirando el techo, aun  bebiendo el contenido de la botella. Algo en su mente hizo conexión con su invitada. Inmediatamente con mucho esfuerzo, se levantó y camino hasta el montón donde había depositado todos sus correos. Entre papeles, periódicos y cosas sin importancia. Encontró lo que buscaba.

Allí estaba ella, una hermosa mujer pelinegra, alta de ojos azules sonriendo con arrogancia frente a las cámaras con un vestido que costaba lo que uno podía pagar a tres familias para comer.

Adaira Campbell la astuta y engatusada mujer que lo había rechazado hace once años atrás, la mujer que solo había influenciado a su esposa a querer ser igual que ella. Desde el momento de su muerte, aborrecía a esa mujer. La mujer que en ese momento estaba bajo su techo comiendo su comida. 

¿Cómo no pudo darse cuenta que era ella? Todo en Adaira había cambiado, desde el primero hasta el último detalle, excepto uno; la avaricia de querer todo.

Arrojo la revista para tomar otra, donde en la tapa salía con un apuesto hombre de clase alta.

Repulsión, fue lo primero que le causo ver hasta donde había llegado: corromper un matrimonio solo por dinero era de poca persona.

La poca cordura que tenía Deán en el momento le hizo reír sínicamente. Si ella aun no lo había reconocido, él podía aprovechar esa oportunidad para algo mejor.

Adaira extendió un mapa de la zona encima de la mesada y Antonella se dio cuenta que esta tenia polvo.

—Esto no sirve, lo mejor será que salga afuera en busca de señal –Antonella tomo su abrigo y salió de la casa sin dejarla protestar.

—Un momento… -le pidió Adaira, sin éxitos de retener a su amiga. La tempestad de la noche no había dejado paso a que ni el correo llegara a la casa.

Después de un buen baño, deán bajo las escaleras directo a la cocina, se paró abrumado al enfrentar a su enemiga frente  él. La mujer al verlo, le pregunto:

— ¿Me puedes enseñar donde esta exactamente la casa? –le pregunto muy a su pesar a  pedir ayudar –. Me gustaría saber cómo de lejos estamos del cuatro por cuatro.

Deán dejo la botella vacía sobre la mesada y se aproximó a ella. Pensó que estaban demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, escuchar su respiración y aspirar su olor a hombre y a restos de colonia. Aquella era una experiencia demasiada intima para una mujer que hacía tiempo que le había cerrado la puerta a la atracción física. Su cuerpo reacciono como si la hubiera tocado.

No obstante, se controló y señalo el mapa.

—Estamos justo aquí…

Ella cubrió su mano.

—Estas temblando –murmuró en voz baja, apoyando la otra mano sobre su hombro, este de inmediato levanto la mirada mirándola.

—Debe ser por el frio… -respondió tajante, aun sorprendido por estar permitiendo que una extraña y arpía mujer volviera a tocarlo.

No era posible que se hubiese dado cuenta de cómo lo había mirado, pero un hombre como él debía de estar acostumbrado a ello. Seguro que no tardaría  en reírse de ella.

Fue esa idea, ese miedo, lo que hizo que guardase la compostura y levantase la cabeza con determinamiento. Fue un error porque sus miradas se encontraron y ella noto que le faltaba el aliento. En esos momentos tenía todo menos frio. Fue como si el tiempo se detuviese mientras el sacaba la mano femenina de su hombro y le pasaba un dedo por el labio inferior.

—Quiero besarte, moya dorogaya garpiya –le dijo entre dientes.

Y ella retrocedió alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de perder el control y el sentido común.

—No… de eso nada –respondió con el corazón acelerado –. Si ni siquiera te conozco…

Y es que la mayor parte de su vida, nunca le hizo falta conocer a un hombre para amanecer entre sus sabanas.

—No suelo pedir permiso antes de besar a una mujer –replico el con frialdad –, pero deberías tener más cuidado.

— ¿Cómo? –pregunto ella —. ¿Qué quieres decir?

—Que es evidente que te sientes atraída por mí –le dijo Deán con voz firme –. Me he dado cuenta… Eres una mujer muy bella.

 Adaira se sintió humillada y avergonzada. Entonces, era culpa suya que aquel hombre se le hubiese insinuado. Eso la puso furiosa. Apretó los dientes y respondió:

—Voy a buscar a mi amiga.

Se dio la vuelta y salió de la cocina. Deán sonrió sínicamente entre dientes, el haría lo mismo que aquella mujer había hecho con él. Incluso más todavía, hasta verla rogar por piedad a que parara, al punto de no haber querido ir nunca a esa casa.


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