Capítulo 29. La solución.

Emma Uzcátegui.

Me alegó, tomo un sorbo de mi refresco, la carbonatación chisporrotea contra mi lengua como fuegos artificiales en miniatura, mucho menos explosivos que los que detonan en mi cabeza.

La voz de Reyna se repite en mi cabeza una y otra vez, mi monólogo interior sube el volumen. Oh, Emma, eres una comediante habitual, ¿verdad? Lástima que tu rutina de monologuista implique enfrentarte a matriarcas familiares con cuchillos verbales en lugar de lenguas.

Ni siquiera estar en el jardín me da esa sensación de soledad y tranquilidad que añoro en ese momento.

Así que finalmente, encuentro refugio en la antigua habitación de Gabriel y me apoyo en la fría solidez de la puerta una vez que se cierra tras de mí. La habitación es una cápsula de tranquilidad en medio del caos, con las paredes forradas de libros que han escuchado más secretos que un cura.

Es curioso cómo el silencio puede ser tan ruidoso cuando estás a solas con tus pensamientos, pensamientos que en estos momentos está
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