Gabriel UzcáteguiEl sonido del despertador rompió el silencio de la madrugada, y, por una vez, no sentí el impulso de aplazarlo. Me levanté de la cama con un peso en el pecho y un destello de determinación en la mirada. Hoy era el día. Mientras me cepillaba los dientes, mi mente repasaba el plan una y otra vez. “¿Es una locura? ¿Debería hablar con Emma primero?” me pregunto mentalmente, pero sabía que ella estaba demasiado frágil, demasiado atrapada en su propio dolor para siquiera considerar esta opción. Así que me tocaba a mí. Al mirarme en el espejo, vi a un hombre dividido entre la ansiedad y la esperanza. —Vamos, Gabriel —, me dije en voz baja. —Si puedes sobrevivir a una cena con tu madre y su monólogo eterno sobre la perfección, puedes con esto. Una vez que me duché, me vestí de manera silenciosa para no despertar a Emma que dormía, tomé el listado de orfanatos que había anotado y decidí salir a visitarlos.El viaje al primer orfanato fue un desfile de pensamientos enc
Gabriel Uzcátegui.Las llaves tintinean en mi mano como si quisieran soltarse y bailar en la acera. Me las meto en el bolsillo, sintiendo el arrugamiento de los papeles de adopción disfrazados de contratos de compraventa de propiedades. El corazón me late como si tuviera su propia batería, y cada paso que doy hacia la puerta principal está cargado con el peso de lo que estoy a punto de hacer.—Hola, Emma —, digo con la mayor despreocupación posible una vez dentro, esperando que mi voz no delate el nudo de nervios que tengo en el estómago.—¡Aquí, Gabriel! —Su voz flota desde el salón, ligera y libre de la gravedad que me atenaza.La encuentro acurrucada en el sofá, perdida en un laberinto de hojas de cálculo y facturas que ensucian la mesita como confeti después de una fiesta de Año Nuevo que nadie se molestó en limpiar. Tiene el ceño fruncido por la concentración y muerde el capuchón del bolígrafo, señal inequívoca de que está muy preocupada. Levanta la vista y sus ojos se cruzan bre
Gabriel Uzcátegui.El día comienza con un aire espeso y cargado, como si la misma atmósfera estuviera conspirando para mantenernos atrapados en nuestras emociones no resueltas. Me despierto antes que Emma, escucho su respiración suave y pausada, pero incluso mientras duerme, su postura parece pesada, como si estuviera cargando con un peso invisible que no puedo aliviar.Mi mente no ha dejado de girar, repasando todo lo que hicimos, todo lo que no dijimos. Es como estar atrapado en un sueño lúcido, sabiendo que algo anda mal, pero sin poder hacer nada al respecto.Me levanto, preparo café y miro por la ventana mientras intento trazar un plan. Emma ha estado tan retraída estos días, que se siente como si viviéramos en dos planetas diferentes. Decido que necesito hacer algo para llegar a ella, un gesto que diga todo lo que las palabras parecen incapaces de expresar.“Un regalo”, pienso. Algo simbólico, algo que diga: “te veo, te entiendo, estoy aquí.” El sarcasmo en mi mente no tarda en
Gabriel Uzcátegui.—Entiendo ¿y ahora qué? ¿Qué quieres que te diga? ¿Que cada risa de un niño en el parque no retuerce algo dentro de mí? ¿Que no me he imaginado enseñando a un chiquillo a lanzar una pelota o a montar en bicicleta o a una niña espantándole los admiradores? ¿Dejándome pintar el rostro por ella, porque si quiere que sea una princesa en eso me convierto para hacerla feliz?La verdad sale disparada, cruda y sin pulir, como un diamante que bien podría ser un trozo de carbón.—Gabriel —, suspira Emma, y casi puedo oír las fracturas que se forman en su voz, —lo que me asusta es pensar en un futuro en el que me siga despertando en silencio, en el que cada día parezca un eco silencioso de lo que podría haber sido.Esas palabras pesan como un manto asfixiante que cubre la habitación. Doy medio paso hacia ella, pero es como moverse a contracorriente. —Emma —, empiezo, pero ¿qué puedo decir? ¿Que la vida no es justa? ¿Qué deberíamos contar nuestras bendiciones? Su mirada cae a
Emma UzcáteguiEl salón está bañado por la luz suave del atardecer, esa que intenta ser cálida, pero que sólo logra enfatizar las sombras. Estoy sola, acurrucada en el sofá con una manta que me cubre, pero no me calienta. El eco de las palabras de mi madre resuena en mi cabeza, mezclándose con mis propios pensamientos, esos que insisten en arremolinarse como hojas en un torbellino incontrolable junto con las palabras hirientes de Reina.La ironía me golpea como un mal chiste. Aquí estoy, sintiéndome en un invierno emocional, frío, vacío, sin nada por lo que celebrar, ni siquiera porque vivir, estos tres meses han sido una tortura interminable.Tomo un sorbo de té, más por hábito que por necesidad. Ni siquiera puedo saborearlo. Siento que mi vida se está desmoronando y no puedo hacer nada para detenerlo.Pienso en Gabriel, en cómo hemos llegado hasta aquí. El dolor es agudo, como una astilla que nunca consigo sacar del todo. Me duele tanto que sólo puedo contrarrestarlo con un escudo d
Emma Uzcátegui.Su reacción es inmediata, un cúmulo de emociones que le bañan la cara. Conmoción. La incredulidad. Dolor. Es como ver a alguien tratando de procesar lo imposible, sus ojos azules antes vibrantes ahora apagados por la confusión mientras el mundo que conoce empieza a desmoronarse.—¿Divorcio? —Su voz se quiebra al pronunciar la palabra, y sus manos, que normalmente sólo se aprietan cuando levanta pesas o arregla algo en casa, se cierran en puños tan apretados que puedo ver el blanco de sus nudillos. Es intenso ver a este hombre que se mantiene a sí mismo con tanta precisión deshacerse, su calma habitual desintegrándose en caos.—Emma, no puedes hablar en serio—, exhala, más como una súplica que como una afirmación. Pero hablo en serio, y la cruda sinceridad de mi propia voz me sobresalta tanto como a él.—Mortal —, respondo, y ya no hay humor en mi voz, sólo la cruda realidad de una verdad que he estado esquivando durante demasiado tiempo.—Escúchame, sólo escúchame —,
Emma Uzcátegui.El aire en la cocina es denso, como si las paredes estuvieran conspirando para acercarse, aplastándome bajo el peso de todo lo que queda por decir. Estoy sentada frente a Gabriel, con los dedos golpeando nerviosamente la madera de la pequeña mesa. No puedo evitar notar las vetas del roble, cómo se retuercen y cruzan, una maraña que parece imitar la situación que hemos creado juntos.Respiro hondo, llenando mis pulmones con aire, aunque este se siente pesado, cargado de electricidad estática.—Gabriel… —empiezo, mi voz tiembla ligeramente, como si se resistiera a la tarea monumental de desatar las palabras que estoy a punto de decir—. Lo que te dije anoche es cierto.Él levanta la vista de su taza de café, que ha permanecido intacta desde que se sentó aquí. Sus ojos, que antes me miraban con una calidez que podía derretir el hielo, ahora están nublados por la confusión y el temor. No dice nada, pero asiente lentamente, instándome a continuar.Trago saliva, intentando qu
Gabriel Uzcátegui Un par de días después, justo un día antes de firmar el divorcio, permanezco inmóvil en el salón poco iluminado, con el corazón golpeando en mi pecho como un tambor a toda velocidad. Siento los nervios a flor de piel mientras ensayo mentalmente las palabras que podrían arreglar o acabar con todo. Mis dedos se crispan a los lados, un testimonio silencioso de la energía contenida que rebota en mí. No soy dado a los grandes discursos ni a demostraciones dramáticas, pero aquí estoy, a punto de arriesgarlo todo.—Vamos, Gabriel —, murmuro en voz baja. —Te has enfrentado a salas de juntas y barracudas. Puedes hacerlo. El problema es que Emma no es cualquiera, es el amor de mi vida, y nunca ha habido tanto en juego.Con una respiración profunda que hace poco para calmar mi pulso acelerado, me empujo de la pared que me ha estado apoyando más de lo que me importa admitir. Cada paso hacia el dormitorio es como cruzar cemento mojado, pero estoy decidido a cruzar el abismo qu