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David y Lisbeth no tenían nada grave. El pequeño un buen susto que se le pasó enseguida gracias a los mimos y abrazos de su padre y Lisbeth un buen golpe por la caída, le saldría un bonito moratón en sus nalgas, pero nada más, a parte del amor propio herido y la regañina que le tocaría aguantar por parte de su hermano.

-¿A qué estamos esperando? Quiero irme a casa – protestó Lisbeth – llevamos tres horas y me duele todo.

-De verdad que tu nunca aprendes hermana. Si estamos aquí es por tu estupidez, así que cállate y no me provoques.

Enfrascados en su disputa no se dieron cuenta que el doctor los estaba mirando con una expresión de incredulidad en su rostro.

-Les recuerdo que un hospital no es un campo de batalla, así que les agradecería que trasladaran sus disputas a un lugar más íntimo – los regañó para llamar su atención.

-¿Doctor, como está mi esposa? – Preguntó muy nervioso Daniel.

-Buenas noches Sr. Savater, soy el doctor Dasan Hatahle. La doctora Lindo me informó que tenía que p
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