Escuchó entrar a Lisbeth por la puerta del vestíbulo, habló con ella el primer día a su llegada, y luego desde de la nefasta cena con los Montrail prácticamente no se habían visto. Lisbeth entraba y salía de la casa sin decir adonde iba. Seguramente con los vecinos, o al menos era eso lo que esperaba. No eran santo de su devoción, pero prefería que su hermana estuviese con ellos a que anduviese sola por ahí, sin saber adonde ir. Le urgía hablar seriamente con ella, descubrir lo que pensaba hacer. Lamentablemente no había tenido oportunidad, lo había dejado pasar atareado con la administración del rancho, los pozos de petróleo, su hijo y Débora. ¡Débora!, ¿Qué no tenía suficiente trabajo antes de enredarse con una esposa? Lisbeth era su hermana, sangre de su sangre. Su madre le había pedido que la encauzara de nuevo y él lejos de hacer nada positivo la estaba descuidando por ocuparse de una embaucadora que no le daba más que problemas. Se sentía culpable por ello. Lo malo es que
Caía la noche y aún seguía encerrado en el despacho, José entró para preguntarle si quería cenar puesto que no había indicado nada al respecto. Comer era lo último que le apetecía en ese momento, la conversación con su hermana había aumentado su malestar, sólo tenía ganas de retorcer el cuello a esas dos jóvenes estúpidas que no paraban de darle problemas, lo que daría por chasquear los dedos y que desaparecieran de su vida. Suspiró antes de responder al fiel empleado que no tenía culpa de nada y esperaba pacientemente su respuesta, le rogó que le trajera algo para picar al despacho, antes de dejarlo ir para cumplir su encargo se interesó por su hijo y por su mujer. De su hijo supo que estaba ya en su cuarto preparado para costarse, que se había pasado la tarde con Remedios y Dora en la cocina, de su mujer que no había salido de la habitación ni tampoco había pedido nada. Ordenó que le subieran la cena a la habitación y se asegurasen que comía, tampoco se trataba de matarla de ham
Ahora sí que se levantó de un salto, un invisible resorte removió todo su ser, le dolieron mucho sus palabras tan ofensivas como inapropiadas. Si lo que quería era hacerle daño, lo estaba consiguiendo, ella quería acercársele, echarse en sus brazos para pedir perdón y explicarle, pero al ver su expresión dura no encontró fuerza suficiente para moverse de donde estaba, únicamente se defendió como buenamente pudo: -¿Cómo puedes pensar eso de mí? – Cerró los ojos con fuerza, no, no iba a llorar y mucho menos delante de él… Escondió la cabeza para que no viera su dolor.-¿Y que quieres que piense pues? ¿Qué te gustaría volver al lugar en donde te encontré…?La estaba ofendiendo y mucho, no sabía si se daba cuenta, seguramente lo hacía adrede. No, no era así, Daniel no se daba cuenta del daño que hacían sus palabras pues él mismo ni siquiera sabía lo que hacía. Lo cierto es que, por un motivo u otro, no cesaba en sus acusaciones y esas duras palabras iban mermando el débil ánimo de Débo
La intención de Daniel era irse, estaba cerca de la puerta. De hecho, ya tenía la mano en la cerradura, en su interior sabía que se estaba excediendo y había optado por abandonar la discusión para no arrepentirse más adelante de sus actos, pero las palabras de ella lo hicieron cambiar de opinión. ¿Qué se había creído? La sacó de una vida miserable, la había traído a su casa, le dio su apellido con el que podría obtener la nacionalidad, si era eso lo que deseaba. Y, además, estúpidamente incluso había deseado que se quedara para siempre, ansiaba hacerla su mujer pero se había contenido para respetarla, había perdido la cuenta de las duchas frías que había tomado pensando en ella, y ahora esa estúpida muchacha encima se atrevía a despreciarlo. -Ojalá pudieras irte tan fácilmente. Soy yo el que odia haberte conocido… ¿Quién te has creído que eres? ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Que yo he destrozado tu vida? ¿Hubieras preferido quedarte en el Menfis, y venderte al primer borracho
La pelea conyugal debió ser bastante fuerte, en lugar de hablar para arreglar sus problemas lo más probable es que estos se hubieran acrecentado. A esa es la conclusión a la que llegó Mike viendo las consecuencias: El malhumor de su amigo durante todo el día, sus esfuerzos por evitar quedarse a solas con él y verse obligado a responder a sus preguntas.Sintió infinita pena por él, a pesar de ser tan intransigente, especialmente con las personas que quería, se exigía mucho a sí mismo, era sumamente perfeccionista y estricto, pedía lo mismo a los que lo rodeaban, pero eso no lo convertía en un monstruo ni en alguien despreciable merecedor de todo lo que le estaba sucediendo.A los dos se les heló la sangre antes de llegar a las cuadras: Lisbeth vestida como una auténtica amazona clásica, gorra y todo pretendía montar… al nuevo caballo: ¡Dios! Al nuevo semental. Iniciaron una desesperada carrera para intentar llegar antes de que sucediera una desgracia. Incrédulos gritaron al unísono qu
David y Lisbeth no tenían nada grave. El pequeño un buen susto que se le pasó enseguida gracias a los mimos y abrazos de su padre y Lisbeth un buen golpe por la caída, le saldría un bonito moratón en sus nalgas, pero nada más, a parte del amor propio herido y la regañina que le tocaría aguantar por parte de su hermano.-¿A qué estamos esperando? Quiero irme a casa – protestó Lisbeth – llevamos tres horas y me duele todo.-De verdad que tu nunca aprendes hermana. Si estamos aquí es por tu estupidez, así que cállate y no me provoques.Enfrascados en su disputa no se dieron cuenta que el doctor los estaba mirando con una expresión de incredulidad en su rostro.-Les recuerdo que un hospital no es un campo de batalla, así que les agradecería que trasladaran sus disputas a un lugar más íntimo – los regañó para llamar su atención.-¿Doctor, como está mi esposa? – Preguntó muy nervioso Daniel.-Buenas noches Sr. Savater, soy el doctor Dasan Hatahle. La doctora Lindo me informó que tenía que p
Por suerte estaba Mike para aconsejarlo que comiera, con el estómago lleno pensaría mejor. Le acercó el plato nuevamente, la cosa iba de mal en peor, era ya la segunda vez que descubría a su hermano de sangre sin apetito. Daniel debería que encontrar una solución pronto o esa relación acabaría con su salud. Cenaron rápido para regresar lo más pronto posible al hospital. Se sorprendieron al encontrar a Lisbeth en la sala, muy cariñosa con David y ahora sí, hablando animadamente con el doctor. Decididamente esa muchacha no tenía mesura, Daniel intentó saltarle a la yugular y reclamarle por sus actos, Mike atento a todo logró impedirlo, no era ni el lugar ni el momento para reclamos, se ofreció para regresarla a la casa junto al pequeño David ya totalmente recuperado. Daniel, un poco más tranquilo entró en la habitación de Débora. Se alivió al encontrarla despierta, miraba al frente con los ojos muy abiertos, la cabeza y el pecho vendados. Se sentó a su lado y le tomó la mano, apoyó pe
Atardecía cuando Débora abrió los ojos. Después de pasar la noche en vela en el hospital le dieron el alta y regresó al rancho, ya en su habitación, gracias a los analgésicos durmió casi todo el día. Reconoció su habitación de la casa. A veces aún temía despertarse en la sombría habitación que ocupaba en el Memfis, o peor aún embutida en el sucio y oscuro camión que las trasladó a Estados Unidos. Notó una desagradable sensación de sequedad en la boca y decidió buscar algo para beber. Lentamente y algo aturdida pues aún le dolía el pecho y un poco la cabeza bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Daniel la vio bajar, también estaba cansado pues se había pasado la noche velando a su esposa y contrariamente a ella, él no se había acostado aún. Tenía trabajo atrasado, así que decidió no moverse de la casa. Finalmente se ocupó del papeleo con el consiguiente alivio de Mike que llevaba días persiguiéndolo. Si los asuntos que lo ocupaban no demandaban demasiada atención le gustaba