3

Y el mundo me ahoga, y el silencio ensordece

Es un caleidoscopio, todo cambia, todo gira,

Dame tu mano, sólo eso te pido

Dame tu mano, sálvame la vida

— ¿Qué pasa, Jennifer? —reclamó Sean con voz suave, mirándola con ojos preocupados. Acababan de salir de un restaurante, donde habían estado celebrando su reciente graduación, hablando acerca de una oferta que le habían hecho para seguir estudiando en Europa y que había rechazado. Ella, lamentablemente, no le había estado prestando toda su atención, y ahora caminaban hacia el auto—. Estás aquí, y al tiempo, no —siguió él—. ¿Algo te preocupa? —Ella se mordió los labios. Había estirado el tiempo evitando contarle las cosas a Sean, pero las palabras de ese Neandertal diciéndole que no confiaba en su propio novio la perseguían.

Se detuvieron frente al Volvo, y, sin hacer ademán de sacar las llaves, Jennifer se recostó a él dejando salir un suspiro cansado.

—Sean… tengo algo importante que decirte —empezó a decir con voz un tanto insegura. Sean extendió la mano a ella y le echó el cabello atrás con suavidad. Ella cerró sus ojos ante el delicado gesto, tan propio de él.

—Puedes contarme lo que sea—. Jennifer sonrió. A pesar de que Sean no tenía millones, él sí era un caballero, un príncipe.

—Se trata de… las empresas. Es algo muy grave.

— ¿Estás en problemas?

—Sí, algo así. Papá, antes de morir… estaba en la quiebra —él la miró quieto y en silencio, sorprendido, y Jennifer cerró sus ojos con fuerza—. Lo perderemos todo, Sean.

— ¿Perderlo todo?

—Todo, absolutamente. Las casas, las fábricas… los bienes en el extranjero… Ya hemos empezado con el remate de algunas cosas…

— ¿Algo así es posible? —preguntó él, y Jennifer no pudo sino sonreír.

—El dinero se acaba si es mal administrado.

—Pero, ¿cuántos años de mala administración tuvo que soportar tu herencia para… acabarse? —Jennifer se encogió de hombros— Y ahora, ¿qué vas a hacer? —Jennifer sintió una punzada en su estómago, y no supo por qué.

—Bueno… luego de que se venda todo, se remate, o pase a manos de nuestros acreedores, mamá y yo tendremos que buscar dónde vivir…

— ¿Perderás tu casa?

—Sí, me temo que sí.

— ¿Lucile lo sabe? —Jennifer asintió—. ¿Y qué vas a hacer de ahora en adelante? ¿De qué vas a vivir? —ella se miró las manos con el ceño fruncido. Hammonds le había dicho que, con sus estudios, lo mejor que conseguiría sería un empleo como secretaria, pues no tenía experiencia. Ella no creía que fuera así. Tal vez ahora no tenía dinero, pero seguro que aún le quedaban unos pocos amigos de su padre que sin duda la ayudarían dándole un empleo de ejecutiva. Tenía un posgrado, después de todo.

—Trabajar, así como el resto del mundo.

—Va a ser difícil para ti —ella lo miró e intentó sonreír. No podía culparlo de que pensara así; hasta ahora, él no la había visto trabajar, pues tenía una generosa mensualidad con la que podía darse una vida bastante holgada. En una ocasión le había dicho cuánto recibía mensual, y él, un poco chocado, le había dicho que eso sus padres lo recibían al año con mucho esfuerzo.

Pero ahora la vida le había cambiado, y lo estaba haciendo por él, básicamente. Si ya no le hubiese entregado su corazón, se habría sacrificado para salvar Hendricks Industries, pero ahora que él estaba en su vida, no podía irse a los brazos de otro hombre, menos por dinero.

—Lo superaremos —dijo, y se recostó en su hombro suspirando. Si lo tenía a él, pensó, ésta difícil prueba quedaría pronto atrás.

—Imagino que empezarás a vender todo pronto —siguió él acariciando su cabello, y Jennifer tragó saliva.

—Sí. Las cosas se han podido mantener en silencio, pero pronto aparecerá en la sección de economía de los diarios que Hendricks Industries ha desaparecido.

—Pero, ¿no te queda absolutamente nada? Digo, ¿ni siquiera puedes conservar uno de los autos? —Jennifer pensó en su Volvo, el que había pensado regalarle, y sintió mucho pesar.

—No. Nada. Saldremos sólo con la ropa, una que otra joya que tal vez podamos vender para sobrevivir mientras encuentro algo que hacer, y cosas sin más valor que el sentimental. Todo, todo, pasará a manos de… —una fugaz imagen de ciertos ojos azules y fríos le atravesó el alma como un puñal afilado —nuestros acreedores —completó—. Todo pasará a sus manos.

—Es terrible, Jennifer —susurró él—. No me imagino cómo te estás sintiendo.

—Muy mal, es verdad —contestó ella con una sonrisa que él no pudo ver, pues hundió el rostro en el hueco de su cuello—. Pero soy fuerte y lo superaré. Trabajaré y saldré adelante—. Y si te tengo a ti, quiso decir, pero se contuvo, todo será más llevadero.

En los días que siguieron, Jennifer estuvo bastante atareada. Declararse en bancarrota era una labor terrible, dura, y larga. Era casi tan tedioso como demostrar que podía pedir un préstamo millonario en el banco, y desde la mañana hasta la tarde, estuvo en reuniones acordando los precios a sus preciados bienes.

Casas, fábricas, tiendas, marcas y otros bienes materiales e inmateriales. Todo se estaba poniendo en orden para que pasara a manos de terceros.

No había tenido oportunidad de volver a encontrarse con Jeremy Blackwell. Tal como él había dicho, estaban resolviéndolo todo a través de abogados. Al parecer, su majestad estaba demasiado ocupado como para venir a hacerse cargo de estos menesteres él personalmente, y mandaba a sus secuaces.

Lo odiaba con todo su ser.

Su teléfono timbró, y lo buscó dentro de su bolso con el corazón latiendo rápidamente. Desde ayer no sabía nada de Sean, y eso la tenía preocupada, y pensando que era él, tomó su teléfono. En la pantalla pudo ver que era alguien de la empresa, no Sean, y el corazón se le encogió un poquito. Necesitaba a su novio. Lo necesitaba en este trago amargo que estaba pasando.

Se hizo de noche, y lo llamó, pero su teléfono sólo timbró y timbró.

Era extraño. Algo debía estar pasando.

Le envió un mensaje de texto preguntándole dónde estaba, pero pasaron los minutos, y él ni siquiera lo leyó.

— ¿Sean? —dijo en una nota de voz—. Cariño, ¿qué está pasando? ¿Estás disgustado conmigo? Por favor, háblame. Dime qué pasa. Te… te extraño. Te necesito. Han sido… unos días difíciles. Si estuvieras a mi lado, yo… Quiero decir… Por favor, no me ignores, ¿sí? Ven a mi casa, te estaré esperando.

Pero amaneció, y Sean no contestó a su mensaje.

Eso ya la estaba preocupando.

Hacia la media mañana, volvió a enviarle otro mensaje.

Ya en la noche, estaba más bien molesta, y así se lo dijo. Este mensaje sí tuvo contestación, por fin.

“Estoy de camino a Europa —decía—. No puedo seguir contigo. En un momento pensé que eras mi futuro, pero con todo lo que está pasándote, me doy cuenta de que mi futuro está en otro lado. Tomaré la oferta de estudiar el posgrado que me ofrecieron en Inglaterra. Por favor, no vayas a mi casa ni le preguntes a mi madre por mí. No la molestes con preguntas desagradables”. Jennifer sintió su corazón estrujarse con cada palabra que leía. Era un párrafo largo, y éste seguía.

“Si preguntas las razones, éstas son muy simples: No te amo. Estaba contigo porque eres una mujer sumamente atractiva, y tus millones te hacían irresistible, pero ahora no serás la ayuda que necesito para conquistar mis sueños, sino una piedra atada a mi pie que me hundirá por mucho que me esfuerce. Sigamos nuestros caminos separados, te deseo suerte consiguiendo ese empleo que dices vas a buscar. Tal vez en el futuro nos encontremos, pero definitivamente, nuestras posiciones serán muy diferentes que las de ahora. Es una lástima, me encantaba tu casa y tus coches, pero así es la vida, y cada cual debe procurar por su bienestar”.

Antes de terminar la lectura, ya Jennifer tenía el rostro anegado en lágrimas.

Lo leyó una segunda vez, y luego una tercera. Este no era Sean. De ninguna manera era Sean. Algo había pasado, algo andaba mal.

—Mamá, voy a salir —le dijo a Lucile al encontrarla en la sala principal de la casa. Ésta, al ver que había llorado, se preocupó—. Estoy bien —le dijo de inmediato—. Es sólo que… Sean… Volveré pronto.

—Pero, ¿a dónde vas?

—A casa de los padres de Sean.

— ¡Qué ocurrió! —gritó Lucile, pero Jennifer no la escuchó. Luego de unos segundos, sintió el ruido del auto alejarse.

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