Y el mundo me ahoga, y el silencio ensordece
Es un caleidoscopio, todo cambia, todo gira,
Dame tu mano, sólo eso te pido
Dame tu mano, sálvame la vida
— ¿Qué pasa, Jennifer? —reclamó Sean con voz suave, mirándola con ojos preocupados. Acababan de salir de un restaurante, donde habían estado celebrando su reciente graduación, hablando acerca de una oferta que le habían hecho para seguir estudiando en Europa y que había rechazado. Ella, lamentablemente, no le había estado prestando toda su atención, y ahora caminaban hacia el auto—. Estás aquí, y al tiempo, no —siguió él—. ¿Algo te preocupa? —Ella se mordió los labios. Había estirado el tiempo evitando contarle las cosas a Sean, pero las palabras de ese Neandertal diciéndole que no confiaba en su propio novio la perseguían.
Se detuvieron frente al Volvo, y, sin hacer ademán de sacar las llaves, Jennifer se recostó a él dejando salir un suspiro cansado.
—Sean… tengo algo importante que decirte —empezó a decir con voz un tanto insegura. Sean extendió la mano a ella y le echó el cabello atrás con suavidad. Ella cerró sus ojos ante el delicado gesto, tan propio de él.
—Puedes contarme lo que sea—. Jennifer sonrió. A pesar de que Sean no tenía millones, él sí era un caballero, un príncipe.
—Se trata de… las empresas. Es algo muy grave.
— ¿Estás en problemas?
—Sí, algo así. Papá, antes de morir… estaba en la quiebra —él la miró quieto y en silencio, sorprendido, y Jennifer cerró sus ojos con fuerza—. Lo perderemos todo, Sean.
— ¿Perderlo todo?
—Todo, absolutamente. Las casas, las fábricas… los bienes en el extranjero… Ya hemos empezado con el remate de algunas cosas…
— ¿Algo así es posible? —preguntó él, y Jennifer no pudo sino sonreír.
—El dinero se acaba si es mal administrado.
—Pero, ¿cuántos años de mala administración tuvo que soportar tu herencia para… acabarse? —Jennifer se encogió de hombros— Y ahora, ¿qué vas a hacer? —Jennifer sintió una punzada en su estómago, y no supo por qué.
—Bueno… luego de que se venda todo, se remate, o pase a manos de nuestros acreedores, mamá y yo tendremos que buscar dónde vivir…
— ¿Perderás tu casa?
—Sí, me temo que sí.
— ¿Lucile lo sabe? —Jennifer asintió—. ¿Y qué vas a hacer de ahora en adelante? ¿De qué vas a vivir? —ella se miró las manos con el ceño fruncido. Hammonds le había dicho que, con sus estudios, lo mejor que conseguiría sería un empleo como secretaria, pues no tenía experiencia. Ella no creía que fuera así. Tal vez ahora no tenía dinero, pero seguro que aún le quedaban unos pocos amigos de su padre que sin duda la ayudarían dándole un empleo de ejecutiva. Tenía un posgrado, después de todo.
—Trabajar, así como el resto del mundo.
—Va a ser difícil para ti —ella lo miró e intentó sonreír. No podía culparlo de que pensara así; hasta ahora, él no la había visto trabajar, pues tenía una generosa mensualidad con la que podía darse una vida bastante holgada. En una ocasión le había dicho cuánto recibía mensual, y él, un poco chocado, le había dicho que eso sus padres lo recibían al año con mucho esfuerzo.
Pero ahora la vida le había cambiado, y lo estaba haciendo por él, básicamente. Si ya no le hubiese entregado su corazón, se habría sacrificado para salvar Hendricks Industries, pero ahora que él estaba en su vida, no podía irse a los brazos de otro hombre, menos por dinero.
—Lo superaremos —dijo, y se recostó en su hombro suspirando. Si lo tenía a él, pensó, ésta difícil prueba quedaría pronto atrás.
—Imagino que empezarás a vender todo pronto —siguió él acariciando su cabello, y Jennifer tragó saliva.
—Sí. Las cosas se han podido mantener en silencio, pero pronto aparecerá en la sección de economía de los diarios que Hendricks Industries ha desaparecido.
—Pero, ¿no te queda absolutamente nada? Digo, ¿ni siquiera puedes conservar uno de los autos? —Jennifer pensó en su Volvo, el que había pensado regalarle, y sintió mucho pesar.
—No. Nada. Saldremos sólo con la ropa, una que otra joya que tal vez podamos vender para sobrevivir mientras encuentro algo que hacer, y cosas sin más valor que el sentimental. Todo, todo, pasará a manos de… —una fugaz imagen de ciertos ojos azules y fríos le atravesó el alma como un puñal afilado —nuestros acreedores —completó—. Todo pasará a sus manos.
—Es terrible, Jennifer —susurró él—. No me imagino cómo te estás sintiendo.
—Muy mal, es verdad —contestó ella con una sonrisa que él no pudo ver, pues hundió el rostro en el hueco de su cuello—. Pero soy fuerte y lo superaré. Trabajaré y saldré adelante—. Y si te tengo a ti, quiso decir, pero se contuvo, todo será más llevadero.
En los días que siguieron, Jennifer estuvo bastante atareada. Declararse en bancarrota era una labor terrible, dura, y larga. Era casi tan tedioso como demostrar que podía pedir un préstamo millonario en el banco, y desde la mañana hasta la tarde, estuvo en reuniones acordando los precios a sus preciados bienes.
Casas, fábricas, tiendas, marcas y otros bienes materiales e inmateriales. Todo se estaba poniendo en orden para que pasara a manos de terceros.
No había tenido oportunidad de volver a encontrarse con Jeremy Blackwell. Tal como él había dicho, estaban resolviéndolo todo a través de abogados. Al parecer, su majestad estaba demasiado ocupado como para venir a hacerse cargo de estos menesteres él personalmente, y mandaba a sus secuaces.
Lo odiaba con todo su ser.
Su teléfono timbró, y lo buscó dentro de su bolso con el corazón latiendo rápidamente. Desde ayer no sabía nada de Sean, y eso la tenía preocupada, y pensando que era él, tomó su teléfono. En la pantalla pudo ver que era alguien de la empresa, no Sean, y el corazón se le encogió un poquito. Necesitaba a su novio. Lo necesitaba en este trago amargo que estaba pasando.
Se hizo de noche, y lo llamó, pero su teléfono sólo timbró y timbró.
Era extraño. Algo debía estar pasando.
Le envió un mensaje de texto preguntándole dónde estaba, pero pasaron los minutos, y él ni siquiera lo leyó.
— ¿Sean? —dijo en una nota de voz—. Cariño, ¿qué está pasando? ¿Estás disgustado conmigo? Por favor, háblame. Dime qué pasa. Te… te extraño. Te necesito. Han sido… unos días difíciles. Si estuvieras a mi lado, yo… Quiero decir… Por favor, no me ignores, ¿sí? Ven a mi casa, te estaré esperando.
Pero amaneció, y Sean no contestó a su mensaje.
Eso ya la estaba preocupando.
Hacia la media mañana, volvió a enviarle otro mensaje.
Ya en la noche, estaba más bien molesta, y así se lo dijo. Este mensaje sí tuvo contestación, por fin.
“Estoy de camino a Europa —decía—. No puedo seguir contigo. En un momento pensé que eras mi futuro, pero con todo lo que está pasándote, me doy cuenta de que mi futuro está en otro lado. Tomaré la oferta de estudiar el posgrado que me ofrecieron en Inglaterra. Por favor, no vayas a mi casa ni le preguntes a mi madre por mí. No la molestes con preguntas desagradables”. Jennifer sintió su corazón estrujarse con cada palabra que leía. Era un párrafo largo, y éste seguía.
“Si preguntas las razones, éstas son muy simples: No te amo. Estaba contigo porque eres una mujer sumamente atractiva, y tus millones te hacían irresistible, pero ahora no serás la ayuda que necesito para conquistar mis sueños, sino una piedra atada a mi pie que me hundirá por mucho que me esfuerce. Sigamos nuestros caminos separados, te deseo suerte consiguiendo ese empleo que dices vas a buscar. Tal vez en el futuro nos encontremos, pero definitivamente, nuestras posiciones serán muy diferentes que las de ahora. Es una lástima, me encantaba tu casa y tus coches, pero así es la vida, y cada cual debe procurar por su bienestar”.
Antes de terminar la lectura, ya Jennifer tenía el rostro anegado en lágrimas.
Lo leyó una segunda vez, y luego una tercera. Este no era Sean. De ninguna manera era Sean. Algo había pasado, algo andaba mal.
—Mamá, voy a salir —le dijo a Lucile al encontrarla en la sala principal de la casa. Ésta, al ver que había llorado, se preocupó—. Estoy bien —le dijo de inmediato—. Es sólo que… Sean… Volveré pronto.
—Pero, ¿a dónde vas?
—A casa de los padres de Sean.
— ¡Qué ocurrió! —gritó Lucile, pero Jennifer no la escuchó. Luego de unos segundos, sintió el ruido del auto alejarse.
Jennifer llegó a la casa de los padres de Sean. Desde hacía tiempo que él ya no permanecía aquí, sino en el campus de la universidad, pero desde que se había graduado había vuelto mientras se acomodaba en alguna pequeña habitación. Era una casa modesta en los suburbios, y al llegar, encontró la casa sola y a oscuras. No estaban aquí, eso era evidente, pero le era urgente hablar con ellos, así que permaneció dentro del auto dispuesta a esperarlos.Llegaron una hora después, y al verla, los padres de Sean se miraron uno al otro.—Siento venir a verlos a esta hora —dijo Jennifer avanzando hacia ellos. Esta hora le había servido un poco para mejorar su ánimo; había compuesto su semblante, y ahora parecía más serena—. Quiero hablar con Sean. Por favor…—Nuestro hijo no está aquí, y tú lo sabes.—Sí, pero es que no contesta mis llamadas.—Seguro porque está en pleno vuelo hacia Londres —Jennifer los miró a uno y a otro con el alma en los pies.—Entonces… ¿es verdad?—Sí. Se fue hoy. Venimos
No todos los amores nacen con un gran big bangNo todos los hombres llegamos en forma de príncipeYo naceré en ti como una pequeña hoja de hiedraSeré fuerte, terco, necio, y tendré tu amor.Jeremy miró a Jennifer, que se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Se dio cuenta de que ella no había traído abrigo, y las noches todavía estaban un poco frescas. Caminó hacia el pequeño armario que había al lado de la puerta de entrada y buscó allí algún abrigo que le sirviera.—Gra… gracias —tartamudeó ella cuando él le puso el abrigo sobre los hombros, como si le sorprendiera esta muestra de amabilidad.— ¿En qué viniste hasta aquí? —le preguntó mirando su reloj, comprobando que iban a ser las dos de la mañana.—En… mi auto.—No es conveniente que vayas sola de vuelta a tu casa. Te llevaré, y mañana temprano, alguien del servicio te lo entregará de vuelta—Está bien—. Él la miró por unos segundos, y sus ojos, inevitablemente, se desviaron a sus labios, unos bonitos labios carnosos y rosad
Jennifer se halló a sí misma en medio del vestíbulo, de pie, confusa, con ganas de reír, de gritar, y de seguir insultando a Jeremy Blackwell por haberle pegado en el trasero y robarle un beso.Era un idiota, sin educación, sin delicadeza… Y al mismo tiempo, la había ayudado muchísimo esta noche.Subió a su habitación, y se sentó en su cama para quitarse sus sandalias altas sintiéndose muy cansada, y a la vez, llena de una extraña energía. Había llorado en el hombro de un completo extraño, y lo que habían intercambiado era un auténtico jugueteo. No había podido estar enojada del todo contra él por su atrevida nalgada, y eso la molestaba contra sí misma. Él la consolaba, y luego la hacía enfadar; era el causante de parte de sus miserias, pero le ofrecía su hombro para desahogarse. Tenía en él al verdugo y al consolador. Era extraño, pero no desagradable.Se acostó en su cama sin darse cuenta de que su necesidad de beber una copa y despotricar contra Sean había desaparecido, se durmió s
Que pienses en mí, ese es mi propósito.Con sonrisas o con ceños, entre gritos o sollozosY llegar a tu corazón como un canto silencioso,Pero en tu mente nunca, nunca ser un anónimoJennifer llegó a su casa aún con la furia palpitando en sus sienes. Encontró a su madre dándole órdenes al servicio para que bajaran algunos cuadros familiares y fotografías de la sala principal.—No lo bajes —le pidió ella cuando entre dos hombres hacían bajar un cuadro de los tres, William, Lucile y Jennifer de niña, la familia que en un tiempo fue feliz.Lucile la miró con una sonrisa incómoda.—Cariño. Dudo mucho que a los nuevos dueños les guste tener el cuadro de otra familia en su sala.—No habrá nuevo dueño. Esta casa seguirá siendo tuya —Lucile la miró confundida—. Me casaré con Jeremy Blackwell, mamá —le dijo—. Lo decidí anoche. Acabo de hablar con él, y…—Oh, Dios. ¡Pero tú lo odias! —exclamó Lucile acercándose a ella y tomándole la mano—. No, no hagas esto. Dijiste que no soportabas estar con
Jennifer permaneció en silencio por casi un minuto. Su madre le había contagiado de esa emoción, y ahora ella también se sentía agradecida. Su padre no había tenido el detalle de dejar la casa por fuera de los negocios, y por eso, ésta se había visto comprometida en el proceso de embargo. Jeremy sí había tenido ese cuidado.—Y entonces, ¿no me merezco siquiera un “gracias”? —Ella lo miró ceñuda.—Te lo habría expresado si no te hubieses apresurado a reclamarlo —Jeremy se echó a reír. Se puso en pie y caminó hasta el sofá donde estaba ella, sentándose en el lugar que Lucile había dejado libre con una pierna sobre la otra en una pose muy relajada.Le encantaba puyarla, hacerla enojar. Le encantaba esa lengua rápida y sus contestaciones ponzoñosas. La vida junto a ella no sería aburrida para nada.—No te preocupes. Sé que en el fondo estás agradecida conmigo. Te libré de casarte con un interesado como el pobre Sean —ella hizo rodar sus ojos, se cruzó de brazos, y prácticamente le dio la
Y en medio de la locura, ¿qué quieres que te diga?las dudas me inundan, sólo tengo preguntas, No soy más que un humano que ruega por pazPor un rayo de luz en medio de penumbras.— ¿Ya tienen una fecha? —preguntó Lucile acercándose a su hija, que examinaba unos libros en la mesa del jardín. La mañana estaba soleada y llena de colores, y Jennifer había aprovechado el buen clima para terminar algunos deberes de la universidad. Al escucharla, la miró un poco confundida.— ¿Fecha?—Para la boda —algo muy pesado cayó dentro de su estómago, y Jennifer tragó saliva.—Ah… No hemos hablado de eso.—Oh, pero deben hacerlo. Seguro que él tiene afán en concluir esto pronto—. Jennifer la miró de reojo.—Parece que él te gusta.— ¿Por qué lo dices?—Porque anoche eras todo sonrisas y familiaridad con él.—Bueno, no puedo negar que es un hombre bastante singular —sonrió ella corriendo una silla para sentarse a su lado en la mesa—. Pero creo que es justo el adecuado para ti. Si lograras enamorarte
Luego de bromear porque ella se había privado de un delicioso postre de chocolate, la llevó de vuelta en el auto para pasear en otro lugar. De vez en cuando, él introducía el tema de la boda, y poco a poco, ella fue relajándose. Pocos invitados, un vestido sencillo. Él la llevaría para que conociera una propiedad en las afueras, una preciosa hacienda donde podrían realizar la ceremonia y la fiesta de bodas.Ella fue guardando información en su teléfono. Fechas, listas de tareas, lugares, etc. Sin darse cuenta, ya había empezado a planear su boda.—Supongo que tengo suerte —dijo cuando ya atardecía y él la traía de vuelta a casa. Increíblemente, habían pasado todo el día juntos, y ella no había vuelto a sentir el deseo de pegarle en la cabeza con una roca.—Por supuesto que tienes suerte. Yo podría haber sido un abuelo de setenta, calvo, panzón y sin dientes —ella lo miró con ojos entrecerrados. Todo el día con él había hecho que comprendiera cuándo estaba bromeando y cuándo hablaba en
Dame tu mano y vayamos a algún lugarDonde no hay pasado, donde no hay rencor.Vamos a ese sitio de los sueños olvidadosY en algún espacio sereno, te mostraré mi amor.Jennifer despertó en su cama y miró la luz que entraba por la ventana. Había soñado algo, no recordaba bien qué. Un sueño cálido que le había dejado el alma tranquila, pero la sensación se fue yendo poco a poco, lentamente.No iba a ser un día tranquilo, del mismo modo que ayer no lo había sido. Anoche, justamente, se había comprometido con Jeremy.Los días habían pasado, y tío Raymond no había vuelto con una oferta mejor que la de Jeremy, ni con nada que lograra disuadirla de casarse con él. Y ayer se había acabado el plazo; Jeremy y ella se habían comprometido, se había anunciado la boda, y se iban a casar.Había sido una cena elegante con pocos invitados, unos cuantos, socios, que necesitaban ver con sus propios ojos que su dinero estaba a salvo, que los Blackwell tomarían Hendricks industries, y, por lo tanto, que