De tu mano y a tu ladoQuiero vivir todos los años que me quedanEstoy tan enamoradoQue la vejez no me asusta, ni el peligro, ni la muerte.Dos hombres llegaron a la casa de Jeremy y Jennifer a media mañana, y sólo entonces Jeremy salió de la casa. no sin antes hacerle prometer que sería en extremo cuidadosa, que acataría sus consejos de no ir a ningún lugar sola.—No saldré siquiera de la casa —le prometió ella, y luego de un beso, él salió al fin.Llamó a su madre para darle la mala noticia, y ésta también le pidió que no saliera sola, prometiendo ir a visitar a la viuda y llevarle sus condolencias, y luego, venir a su casa a hacerle compañía.Jennifer se cruzó de brazos mirando al jardín desde el ventanal de su sala.Cómo podían cambiar las cosas de un día para otro, pensó. Ahora, era prisionera en su propia casa porque tal vez había un loco desquiciado que se creía el dueño de las vidas a su alrededor.Hoy, más que nunca, se preguntó qué clase de persona podía ser él. ¿Cómo lo ha
Asistieron al funeral de John Hammonds custodiados por casi todo un contingente de guardaespaldas. Jeremy y Robert estaban uno a cada lado, haciéndola sentir más segura. Si el mismo presidente podía asistir a actos públicos, ella podía ir al funeral del viejo amigo de su padre, pensó.Raymond Cameron asistió con su esposa, pero Jennifer sólo los miró de lejos. No quiso tener contacto con ninguno de los dos.—Tu tío aún no ha ido a las oficinas para que le explique lo sucedido —le susurró Jeremy al oído—. Pensé que iría esta misma semana, pero no ha sido así.—No importa —contestó ella mirando a Raymond con un poco de rencor—. Si no le importó lo que sucedía con la empresa en vida de papá, dudo que ahora ponga un poco de atención.—Su parte es grande —siguió Jeremy—. Debería interesarse un poco más.—Pero a lo mejor la mujer le dijo que no, o quién sabe—. Jeremy miró hacia donde estaba Raymond, observando a la alta y curvilínea mujer que estaba a su lado. Era una clara muestra de lo qu
Espérame, mi amor, espera por míNo importa qué tan negra esté la nocheNi qué tan hondo sea el abismoSi tú estás al otro lado, esperándome llegarYo saltaré alto, podré ver en la oscuridad.Jennifer miró el cuarto de ropas todo lo minuciosamente que sus nervios le permitían. Sentía el corazón palpitando en su garganta, la sangre agolparse en su cabeza, y las palmas de las manos húmedas. Respiró profundo varias veces y miró de nuevo a su medio hermano recién descubierto, pero verlo le dolía, pues se parecía bastante a su padre.William Hendricks había muerto a los cincuenta y siete años, demasiado joven. Había unos cuantos años de diferencia con su madre, Lucile, que apenas tenía cuarenta y nueve, pero habían sabido entenderse, y al final de sus vidas, habían estado muy enamorados. Esto era una prueba fehaciente de que hasta los hombres más correctos tenían taras en sus hojas de vida, pequeños errores que podían convertirse en enormes complicaciones; y esta complicación en especial e
Jeremy sintió su teléfono vibrar mientras iba en el auto hacia las oficinas, así que acomodó el manos libres para atender la llamada.— ¿Ya vienes para la oficina? —preguntó la voz de Robert, y Jeremy asintió.—Estoy saliendo apenas —dijo—. No me gusta nada la idea de dejar a Jennifer sola, pero…—No está sola, está con dos gorilas que la sabrán cuidar—. Jeremy suspiró en silencio. Era difícil explicarle a su hermano el miedo que tenía. Perder a Jennifer era ahora su peor pesadilla, y lo peor es que ese miedo no era de ahora, que su seguridad estaba amenazada, sino antes. Ya antes se había preguntado qué haría en caso de que ella lo dejara, como había sucedido por una semana, qué sería de su vida, cómo seguiría adelante.Estas últimas noches no había podido dormir bien. Despertaba en la madrugada buscándola, asegurándose de que estaba a su lado, viva.Esto no debía ser normal. Debía hallar pronto la manera de solucionar todo esto, encontrar pronto a Richard Jones, ponerlo bajo el cuid
El “para siempre” empezó para míEn el momento mismo en que me enamoréDesde entonces, y para siempreFui increíblemente felizJennifer abrió lentamente sus ojos encontrándose con la imagen de su madre sentada muy cerca de su camilla y mirándola con preocupación.Sonrió tratando de tranquilizarla, y movió su mano hacia ella, gesto que Lucile no rechazó, tomándola de inmediato y apretándola con suavidad.— ¿Estás bien? —le preguntó—. ¿Te sientes bien? ¿Necesitas que te traiga algo?—Estoy bien.— ¡Te dispararon! —exclamó Lucile—. ¡Una bala! Dios mío, cuando Jeremy me lo contó, casi muero de preocupación. Si hubiese ido temprano a tu casa…—No es tu culpa.— ¡Estuve a punto de perderte!—Pero no ha sido así.—No se te ocurra irte antes que yo, te lo prohíbo rotundamente, ¡me entiendes Jennifer! —Jennifer sonrió dejando salir el aire. Muy pocas veces su madre usaba un tono tan autoritario y le decía el nombre entero—. Eres todo lo que tengo —lloró Lucile, con una lágrima rodando por su m
El proceso contra Richard Jones avanzó, y ahora también se vio implicada Patricia Méndez. Con dolor, Jennifer tuvo que testificar en su contra. Contó también cómo Richard había confesado haber provocado deliberadamente el infarto de su padre, cómo cada uno había planeado e instigado para llevar Hendricks Industries a la quiebra, y cómo él había admitido haber asesinado a John Hammonds por la misma causa.No fue un juicio demasiado largo, y ambos recibieron sus condenas. Cuando se lo llevaban preso, Richard siguió vociferando, terriblemente ardido por la decisión del juez, lanzando amenazas e improperios por lo injusto que le parecía que los ricos siempre ganaran.—Colorín, colorado, este cuento se ha acabado —canturreó Robert mirando a Jeremy y a Jennifer, que se habían quedado mirando a Richard hasta que desapareció tras una puerta, escoltado por dos policías.Jennifer se giró a mirar a su cuñado, con la barba gruesa y cerrada, rubia como su cabello, que ahora estaba recogido en un m
Robert miró de nuevo su viejo reloj y le dio un trago a su cerveza. No estaba tan fría, ni tan espumosa. Y el sitio en el que estaba tampoco era muy limpio.—Debes andarte con cuidado —escuchó que alguien decía —no te gires —advirtió esa voz—. Deja las cosas así, no sigas investigando.— ¿Quién eres?—Para ya de buscar, y haz que tus hermanos también se detengan.—Jamás.—Se hará cada día más peligroso.—Ya lo sabía cuando inicié esta investigación.—No, no tenías ni idea, y sigues sin tener idea. Gente que amas sufrirá.—La poca gente que amo está bien resguardada.—No podrás decir lo mismo si insistes. Es gente poderosa, Blackwell. Gente horrible y poderosa.—Yo también soy horrible y poderoso.—No —insistió la voz, y Robert apretó los dientes por no poder girarse a mirar quién le hablaba. Tampoco reconocía la voz, que parecía un poco disfónica, como si se hubiese lastimado la garganta; sólo podía entender que era un hombre asustado que creía estarle haciendo un bien—. Tú jamás… har
Luego de algunos días, la pareja estableció un ritmo. Jeremy siempre era el primero en despertar, y si Coco no lo urgía para salir, la despertaba a ella para hacer el amor. Jennifer nunca se negaba, ni decía estar cansada, ni tener dolor de cabeza, ni le pedía que la dejara dormir. Era la esposa perfecta. Sólo le incordiaba un poco cuando elegía mal la ropa. Era capaz de hacerle cambiar todo el atuendo que ya había elegido sólo por un detalle, pero él se dejaba guiar. Había notado que lo miraban diferente desde que ella le elegía la ropa, y era para bien. Luego de que él se iba a trabajar, si no tenía clases, Jennifer se encargaba de las cosas de la casa, de Coco, iba a visitar a su madre, o simplemente, dormía otro poco. El personal de servicio se había ido reduciendo con los días, y los que quedaban, hacían lo posible por conservar su empleo. Cuando al fin una decoradora tuvo tiempo para visitarla, Jennifer se emocionó. Por fin iba a dejar atrás esta casa que parecía el vómito de