El tiempo corre y corre, cada día es igual.Los días van pasando, nunca se detendrán.Cambiar no puedes mi destino, ese ya está escrito.Por eso, no sonrías, no conozco ese lenguaje maldito.—Vas a tener que casarte, Jeremy —le dijo Robert Blackwell a su hermano menor mirándolo fijamente. Jeremy levantó su mirada del papel que estaba revisando sin hacer ningún ademán de sorpresa o enojo, a pesar de lo grave de las palabras que estaba escuchando. Robert suspiró y se sentó en el mueble frente a él—. No hay otra manera de solucionarlo —dijo—; sólo el matrimonio.—¿Seguro que estudiaste todas las opciones? —preguntó Jeremy volviendo a mirar el documento que tenía en sus manos, y Robert entrecerró sus azules ojos, idénticos a los de su hermano, haciendo una mueca.—Claro que lo hice. No te metería en semejante problema si no fuera porque, definitivamente, no hay nada que hacer para evitarlo. Los Hendricks irán a la bancarrota si no hacen algo pronto, y “algo” es casarse con quien le pueda
Jennifer Hendricks estaba recostada a su auto esperando en una de las tantas zonas de parqueo de la universidad de Illinois a que Sean, su novio, saliera al fin. Era consciente de que llamaba un poco la atención, y sabía que no sólo era por ella misma, que llevaba su cabello rubio y largo suelto, ocultando sus grises ojos tras unos lentes de sol y mostrando un poco de piel por sus pantalones cortos. No, la mayor parte del crédito se lo llevaba su auto, un precioso Volvo plateado del modelo del año, que pensaba regalarle a Sean por su graduación.A él le encantaba el auto, lo adoraba, y ella quería ser generosa con el hombre que amaba. Sean no tenía dinero para comprarse un auto así, pues era de una condición económica diferente a la suya, pero eso no le importaba a ninguno de los dos. Ellos estaban hechos el uno para el otro.Si él estudiaba en esta universidad, se debía a que era buen deportista y se había conseguido una beca jugando con el equipo de baloncesto. Era un chico un año m
No quiero jugar tu juego, no quiero que me rompas el corazónDéjame correr ahora, dame una salvación.No soy cobarde, sólo superviviente.Déjame correr ahora, dame una salvaciónJennifer se tiró en su cama mirando el techo sintiéndose agotada, completamente agotada. Había estado en reunión tras reunión todos estos días, pero no era eso lo que había agotado sus energías, eran las noticias recibidas en esas reuniones.Tal como Hammonds le había dicho, no había mucho que hacer; sólo tenía dos opciones: casarse, o irse a la banca rota.Lucile entró a su habitación con paso silencioso y se sentó a su lado en la enorme cama. Extendió una mano a la suya apretándola con suavidad.—Quisiera poder ocupar tu lugar en esta decisión tan terrible que tienes que tomar —le dijo Lucile, y Jennifer sólo apretó con fuerza sus ojos.—No digas eso, porque entonces, yo estaría deseando tomar tu lugar —Lucile sonrió. Recordó que no siempre ellas habían sido unidas; durante mucho tiempo, su hija había prefer
—He hablado con el personal directivo de Hendricks Industries —dijo—. Ellos piensan que… no hay solución para nuestra situación —lo miró de reojo, pero él no dijo nada, sólo seguía mirándola fijamente. Tragó saliva y siguió—. Tenía la esperanza de que entre los dos pudiéramos llegar a un acuerdo. O entre los tres, pero su hermano no vino.—Tal como le dije a su madre, no era necesaria la presencia de Robert aquí.—Bueno, dado que son socios…—En este caso, la decisión final la tomaré yo… o usted y yo, según el acuerdo al que lleguemos.—Nos han hablado de matrimonio —atacó Jennifer de inmediato, pensando tomarlo por sorpresa al abordar el tema sin preámbulos, pero él no pareció sorprendido—. Quiero que sepa que lo descarto por completo—. Por fin una reacción, notó ella. Él elevó una ceja y siguió mirándola—. No pienso casarme por dinero.—Entonces… ¿a qué he venido?— ¿Disculpe?—Pensé que se me había hecho venir aquí porque esa parte ya estaba decidida. Hay más de cien millones de dó
Y el mundo me ahoga, y el silencio ensordeceEs un caleidoscopio, todo cambia, todo gira, Dame tu mano, sólo eso te pidoDame tu mano, sálvame la vida— ¿Qué pasa, Jennifer? —reclamó Sean con voz suave, mirándola con ojos preocupados. Acababan de salir de un restaurante, donde habían estado celebrando su reciente graduación, hablando acerca de una oferta que le habían hecho para seguir estudiando en Europa y que había rechazado. Ella, lamentablemente, no le había estado prestando toda su atención, y ahora caminaban hacia el auto—. Estás aquí, y al tiempo, no —siguió él—. ¿Algo te preocupa? —Ella se mordió los labios. Había estirado el tiempo evitando contarle las cosas a Sean, pero las palabras de ese Neandertal diciéndole que no confiaba en su propio novio la perseguían.Se detuvieron frente al Volvo, y, sin hacer ademán de sacar las llaves, Jennifer se recostó a él dejando salir un suspiro cansado.—Sean… tengo algo importante que decirte —empezó a decir con voz un tanto insegura.
Jennifer llegó a la casa de los padres de Sean. Desde hacía tiempo que él ya no permanecía aquí, sino en el campus de la universidad, pero desde que se había graduado había vuelto mientras se acomodaba en alguna pequeña habitación. Era una casa modesta en los suburbios, y al llegar, encontró la casa sola y a oscuras. No estaban aquí, eso era evidente, pero le era urgente hablar con ellos, así que permaneció dentro del auto dispuesta a esperarlos.Llegaron una hora después, y al verla, los padres de Sean se miraron uno al otro.—Siento venir a verlos a esta hora —dijo Jennifer avanzando hacia ellos. Esta hora le había servido un poco para mejorar su ánimo; había compuesto su semblante, y ahora parecía más serena—. Quiero hablar con Sean. Por favor…—Nuestro hijo no está aquí, y tú lo sabes.—Sí, pero es que no contesta mis llamadas.—Seguro porque está en pleno vuelo hacia Londres —Jennifer los miró a uno y a otro con el alma en los pies.—Entonces… ¿es verdad?—Sí. Se fue hoy. Venimos
No todos los amores nacen con un gran big bangNo todos los hombres llegamos en forma de príncipeYo naceré en ti como una pequeña hoja de hiedraSeré fuerte, terco, necio, y tendré tu amor.Jeremy miró a Jennifer, que se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Se dio cuenta de que ella no había traído abrigo, y las noches todavía estaban un poco frescas. Caminó hacia el pequeño armario que había al lado de la puerta de entrada y buscó allí algún abrigo que le sirviera.—Gra… gracias —tartamudeó ella cuando él le puso el abrigo sobre los hombros, como si le sorprendiera esta muestra de amabilidad.— ¿En qué viniste hasta aquí? —le preguntó mirando su reloj, comprobando que iban a ser las dos de la mañana.—En… mi auto.—No es conveniente que vayas sola de vuelta a tu casa. Te llevaré, y mañana temprano, alguien del servicio te lo entregará de vuelta—Está bien—. Él la miró por unos segundos, y sus ojos, inevitablemente, se desviaron a sus labios, unos bonitos labios carnosos y rosad
Jennifer se halló a sí misma en medio del vestíbulo, de pie, confusa, con ganas de reír, de gritar, y de seguir insultando a Jeremy Blackwell por haberle pegado en el trasero y robarle un beso.Era un idiota, sin educación, sin delicadeza… Y al mismo tiempo, la había ayudado muchísimo esta noche.Subió a su habitación, y se sentó en su cama para quitarse sus sandalias altas sintiéndose muy cansada, y a la vez, llena de una extraña energía. Había llorado en el hombro de un completo extraño, y lo que habían intercambiado era un auténtico jugueteo. No había podido estar enojada del todo contra él por su atrevida nalgada, y eso la molestaba contra sí misma. Él la consolaba, y luego la hacía enfadar; era el causante de parte de sus miserias, pero le ofrecía su hombro para desahogarse. Tenía en él al verdugo y al consolador. Era extraño, pero no desagradable.Se acostó en su cama sin darse cuenta de que su necesidad de beber una copa y despotricar contra Sean había desaparecido, se durmió s