El tiempo corre y corre, cada día es igual.
Los días van pasando, nunca se detendrán.
Cambiar no puedes mi destino, ese ya está escrito.
Por eso, no sonrías, no conozco ese lenguaje maldito.
—Vas a tener que casarte, Jeremy —le dijo Robert Blackwell a su hermano menor mirándolo fijamente. Jeremy levantó su mirada del papel que estaba revisando sin hacer ningún ademán de sorpresa o enojo, a pesar de lo grave de las palabras que estaba escuchando. Robert suspiró y se sentó en el mueble frente a él—. No hay otra manera de solucionarlo —dijo—; sólo el matrimonio.
—¿Seguro que estudiaste todas las opciones? —preguntó Jeremy volviendo a mirar el documento que tenía en sus manos, y Robert entrecerró sus azules ojos, idénticos a los de su hermano, haciendo una mueca.
—Claro que lo hice. No te metería en semejante problema si no fuera porque, definitivamente, no hay nada que hacer para evitarlo. Los Hendricks irán a la bancarrota si no hacen algo pronto, y “algo” es casarse con quien le pueda proporcionar el dinero líquido que necesitan contante y sonante. Si alguien más se entera, pronto le lloverán a la heredera mil propuestas como esta, y ella tendrá que decidir, y la verdad, hace tiempo que tú y yo queremos tener el legado Hendricks en nuestras arcas.
—El dinero —dijo Jeremy en tono lacónico—, la verdadera razón de todo —Robert sólo se encogió de hombros—. Así que… —siguió Jeremy dejando al fin a un lado los papeles y mirando a su hermano a la vez que se recostaba al sillón en el que estaba— he de casarme, ¿eh? —Robert sonrió.
—Sí. Te toca a ti.
—No conozco a la hija, ni si quiera sé cómo se llama.
—Jennifer —contestó Robert de inmediato—, y que no la conozcas es el menor de los problemas.
— ¿Y si decido que no me gusta, que es insufrible como todas las de su clase, y que prefiero perder las industrias Hendricks? —Robert hizo una mueca.
—Supongo que entonces quedarás exento de la horrible obligación de casarte.
—Gracias.
—Pero con el compromiso de conseguir la manera de que esa deuda sea saldada—. Jeremy se encogió de hombros, como si eso no le importara mucho. Robert hizo una mueca. La verdad, es que había muy pocas cosas en este mundo que sacaran a su hermano de sus casillas, su actitud flemática le hacía parecer frío y desinteresado con respecto a todo en el mundo, pero él mejor que nadie sabía que esto tan sólo era una máscara—. ¿Irás a verla, al menos? —Jeremy volvió a concentrarse en el documento, y, como si no estuviese decidiendo sobre su vida y su futuro, sino simplemente la ensalada de su cena, contestó:
—Claro. La veré.
—Concertaré la cita con John Hammonds; está muy interesado en que esta unión se dé.
—Me pregunto por qué —Robert miró a su hermano apretando sus labios. John Hammonds era el administrador de los bienes de las Hendricks desde que el único hombre de la familia, William Hendricks, muriera menos de un año atrás. Lo estaba pasando fatal, pues las industrias cada vez tenían más y más pérdidas. Un paso más en esa dirección y todo lo que una vez tuvieron se iría a la m****a.
Tenían el prestigio, el buen nombre, y toda esa tontería que los antiguos ricos de la ciudad de Chicago más valoraban, pero no tenían dinero. Y los Blackwell, por el contrario, sólo tenían dinero. Todo el dinero del mundo, pero sólo eso.
En este mundo, todavía eran escoria, y eso era algo que carcomía a Robert más que a Jeremy.
Robert salió de la oficina de Jeremy dejándolo solo, y éste dejó otra vez a un lado el contrato que revisaba y se giró en su sillón para mirar por la ventana que tenía a un lado tomando aire profundamente. El cielo estaba bastante despejado, y el sol primaveral brillaba haciendo alarde de su esplendor.
Pero podía estar gris, nublado y lluvioso, que a Jeremy le habría dado igual.
Se puso en pie y se asomó por el ventanal. Desde aquí, sólo podía ver los otros rascacielos de la ciudad, el pesado humo de los vehículos abajo, y nubes a lo lejos.
Hacía años que él y su hermano habían iniciado esta loca carrera hacia el poder, y siempre que pensaban que ya iban a llegar a la meta, se daban cuenta de que esta estaba más lejos de lo que pensaban. Unirse en matrimonio con alguien como Jennifer Hendricks era sólo un paso más para alcanzar esa meta, poco importaba si ella era una preciosidad o un adefesio. Si les ayudaba a llegar por fin a la cima, sería una Blackwell.
Para ella tal vez sería un descenso en esta excluyente, hipócrita y alta sociedad, pero si estaba necesitada de dinero, los aceptaría.
Esto sólo era la mejor demostración de la ley de la supervivencia del más fuerte, y ellos eran fuertes, más de lo que cualquiera podía imaginar.
—Están dispuestos a un diálogo —le dijo John Hammonds a la viuda de William Hendricks, Lucile, una hermosa mujer que aún no llegaba a los cincuenta años, y quien además se conservaba joven gracias tal vez a la genética, a las cirugías, o a las cremas, quién sabe. Ella sólo lo miró con sus enormes ojos llenos de aprensión—. Han hecho una propuesta para sacarnos de este apuro. Son nuestros más grandes acreedores...
—Ya sabes que yo sé muy poco de estos temas —dijo Lucile con su característica voz suave— Pero, ¿crees que estén dispuestos a darnos una prórroga o… perdonarnos la deuda?, —John Hammonds suspiró.
—Sí, puede ser, pero son hombres de negocios, y ellos, especialmente, no dan puntada sin dedal. Créeme cuando te digo que se aprovecharán del apuro en el que estamos.
— ¿Son… de los típicos caníbales del capitalismo? —Hammonds se encogió de hombros.
—Algo así.
— ¿Y qué condición crees tú que nos propondrán?
—La más fácil de todas, la más obvia, desde mi punto de vista —Lucile lo miró expectante—. Quieren ser parte de la familia Hendricks —Lucile cambió su expresión de inmediato por una de confusión.
— ¿Ser parte… de la familia?
—Uno de ellos se casaría con tu hija, Jennifer—. Lucile palideció, y sintió un frío bajar por su frente. — ¿Te sientes bien, Lucile? —preguntó Hammonds, preocupado.
Era obvio que los Blackwell buscaban la manera de ingresar a la más alta sociedad, pensó Lucile sin mirarlo, y se estaban valiendo de su dinero, de su poder, y de su desesperada situación.
—Hay… ¿No hay otra condición?
—Sólo esa, por ahora—. Lucile se masajeó las sienes suavemente con dos de sus dedos.
— ¿Qué edad tienen ellos?
—Treinta y treinta y cuatro. Los dos están solteros y ninguno tiene hijos.
—Demasiado jóvenes.
—No para Jennifer, que sólo tiene veinticuatro.
—Me refería a… Ya sabes, Jennifer no va a aceptar.
— ¿Hablabas de ti misma? ¿Te ibas a ofrecer a ti misma en matrimonio?
—Sí, lo pensé por un momento… pero son demasiado jóvenes para mí… y mi hija, definitivamente, no va a aceptar. Oh, John… tienes que ayudarme.
—Quisiera, Lucile, pero me es imposible. Esa ha sido la condición que ellos pusieron… y si no aceptamos… tendremos que deshacernos de muchos de los bienes de la familia.
—Y si empezamos vendiendo, aunque sea un alfiler —dijo Lucile recordando las frases de su fallecido esposo—, terminaremos rematando nuestra alma.
—Cierto.
—No tenemos salida, ¿no es así?
—No, Lucile. Las hemos buscado desde hace mucho. Ni siquiera William encontró una. Él mismo había considerado proponerles esto a los Blackwell, sólo que temía que ellos rechazaran la propuesta y se dañaran las relaciones de negocio que tenían. Ha sido una sorpresa cuando ellos mismos se ofrecieron.
—Si William mismo consideró la idea de unirlos a la familia, es porque le caían bien. Les simpatizaban, ¿no?
—Es lo que pensamos —Lucile asintió llenando sus pulmones de aire.
—Está bien. Yo… hablaré con Jenny —Hammonds asintió, y de inmediato, Lucile tomó su teléfono para llamar a su hija.
Jennifer Hendricks estaba recostada a su auto esperando en una de las tantas zonas de parqueo de la universidad de Illinois a que Sean, su novio, saliera al fin. Era consciente de que llamaba un poco la atención, y sabía que no sólo era por ella misma, que llevaba su cabello rubio y largo suelto, ocultando sus grises ojos tras unos lentes de sol y mostrando un poco de piel por sus pantalones cortos. No, la mayor parte del crédito se lo llevaba su auto, un precioso Volvo plateado del modelo del año, que pensaba regalarle a Sean por su graduación.A él le encantaba el auto, lo adoraba, y ella quería ser generosa con el hombre que amaba. Sean no tenía dinero para comprarse un auto así, pues era de una condición económica diferente a la suya, pero eso no le importaba a ninguno de los dos. Ellos estaban hechos el uno para el otro.Si él estudiaba en esta universidad, se debía a que era buen deportista y se había conseguido una beca jugando con el equipo de baloncesto. Era un chico un año m
No quiero jugar tu juego, no quiero que me rompas el corazónDéjame correr ahora, dame una salvación.No soy cobarde, sólo superviviente.Déjame correr ahora, dame una salvaciónJennifer se tiró en su cama mirando el techo sintiéndose agotada, completamente agotada. Había estado en reunión tras reunión todos estos días, pero no era eso lo que había agotado sus energías, eran las noticias recibidas en esas reuniones.Tal como Hammonds le había dicho, no había mucho que hacer; sólo tenía dos opciones: casarse, o irse a la banca rota.Lucile entró a su habitación con paso silencioso y se sentó a su lado en la enorme cama. Extendió una mano a la suya apretándola con suavidad.—Quisiera poder ocupar tu lugar en esta decisión tan terrible que tienes que tomar —le dijo Lucile, y Jennifer sólo apretó con fuerza sus ojos.—No digas eso, porque entonces, yo estaría deseando tomar tu lugar —Lucile sonrió. Recordó que no siempre ellas habían sido unidas; durante mucho tiempo, su hija había prefer
—He hablado con el personal directivo de Hendricks Industries —dijo—. Ellos piensan que… no hay solución para nuestra situación —lo miró de reojo, pero él no dijo nada, sólo seguía mirándola fijamente. Tragó saliva y siguió—. Tenía la esperanza de que entre los dos pudiéramos llegar a un acuerdo. O entre los tres, pero su hermano no vino.—Tal como le dije a su madre, no era necesaria la presencia de Robert aquí.—Bueno, dado que son socios…—En este caso, la decisión final la tomaré yo… o usted y yo, según el acuerdo al que lleguemos.—Nos han hablado de matrimonio —atacó Jennifer de inmediato, pensando tomarlo por sorpresa al abordar el tema sin preámbulos, pero él no pareció sorprendido—. Quiero que sepa que lo descarto por completo—. Por fin una reacción, notó ella. Él elevó una ceja y siguió mirándola—. No pienso casarme por dinero.—Entonces… ¿a qué he venido?— ¿Disculpe?—Pensé que se me había hecho venir aquí porque esa parte ya estaba decidida. Hay más de cien millones de dó
Y el mundo me ahoga, y el silencio ensordeceEs un caleidoscopio, todo cambia, todo gira, Dame tu mano, sólo eso te pidoDame tu mano, sálvame la vida— ¿Qué pasa, Jennifer? —reclamó Sean con voz suave, mirándola con ojos preocupados. Acababan de salir de un restaurante, donde habían estado celebrando su reciente graduación, hablando acerca de una oferta que le habían hecho para seguir estudiando en Europa y que había rechazado. Ella, lamentablemente, no le había estado prestando toda su atención, y ahora caminaban hacia el auto—. Estás aquí, y al tiempo, no —siguió él—. ¿Algo te preocupa? —Ella se mordió los labios. Había estirado el tiempo evitando contarle las cosas a Sean, pero las palabras de ese Neandertal diciéndole que no confiaba en su propio novio la perseguían.Se detuvieron frente al Volvo, y, sin hacer ademán de sacar las llaves, Jennifer se recostó a él dejando salir un suspiro cansado.—Sean… tengo algo importante que decirte —empezó a decir con voz un tanto insegura.
Jennifer llegó a la casa de los padres de Sean. Desde hacía tiempo que él ya no permanecía aquí, sino en el campus de la universidad, pero desde que se había graduado había vuelto mientras se acomodaba en alguna pequeña habitación. Era una casa modesta en los suburbios, y al llegar, encontró la casa sola y a oscuras. No estaban aquí, eso era evidente, pero le era urgente hablar con ellos, así que permaneció dentro del auto dispuesta a esperarlos.Llegaron una hora después, y al verla, los padres de Sean se miraron uno al otro.—Siento venir a verlos a esta hora —dijo Jennifer avanzando hacia ellos. Esta hora le había servido un poco para mejorar su ánimo; había compuesto su semblante, y ahora parecía más serena—. Quiero hablar con Sean. Por favor…—Nuestro hijo no está aquí, y tú lo sabes.—Sí, pero es que no contesta mis llamadas.—Seguro porque está en pleno vuelo hacia Londres —Jennifer los miró a uno y a otro con el alma en los pies.—Entonces… ¿es verdad?—Sí. Se fue hoy. Venimos
No todos los amores nacen con un gran big bangNo todos los hombres llegamos en forma de príncipeYo naceré en ti como una pequeña hoja de hiedraSeré fuerte, terco, necio, y tendré tu amor.Jeremy miró a Jennifer, que se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Se dio cuenta de que ella no había traído abrigo, y las noches todavía estaban un poco frescas. Caminó hacia el pequeño armario que había al lado de la puerta de entrada y buscó allí algún abrigo que le sirviera.—Gra… gracias —tartamudeó ella cuando él le puso el abrigo sobre los hombros, como si le sorprendiera esta muestra de amabilidad.— ¿En qué viniste hasta aquí? —le preguntó mirando su reloj, comprobando que iban a ser las dos de la mañana.—En… mi auto.—No es conveniente que vayas sola de vuelta a tu casa. Te llevaré, y mañana temprano, alguien del servicio te lo entregará de vuelta—Está bien—. Él la miró por unos segundos, y sus ojos, inevitablemente, se desviaron a sus labios, unos bonitos labios carnosos y rosad
Jennifer se halló a sí misma en medio del vestíbulo, de pie, confusa, con ganas de reír, de gritar, y de seguir insultando a Jeremy Blackwell por haberle pegado en el trasero y robarle un beso.Era un idiota, sin educación, sin delicadeza… Y al mismo tiempo, la había ayudado muchísimo esta noche.Subió a su habitación, y se sentó en su cama para quitarse sus sandalias altas sintiéndose muy cansada, y a la vez, llena de una extraña energía. Había llorado en el hombro de un completo extraño, y lo que habían intercambiado era un auténtico jugueteo. No había podido estar enojada del todo contra él por su atrevida nalgada, y eso la molestaba contra sí misma. Él la consolaba, y luego la hacía enfadar; era el causante de parte de sus miserias, pero le ofrecía su hombro para desahogarse. Tenía en él al verdugo y al consolador. Era extraño, pero no desagradable.Se acostó en su cama sin darse cuenta de que su necesidad de beber una copa y despotricar contra Sean había desaparecido, se durmió s
Que pienses en mí, ese es mi propósito.Con sonrisas o con ceños, entre gritos o sollozosY llegar a tu corazón como un canto silencioso,Pero en tu mente nunca, nunca ser un anónimoJennifer llegó a su casa aún con la furia palpitando en sus sienes. Encontró a su madre dándole órdenes al servicio para que bajaran algunos cuadros familiares y fotografías de la sala principal.—No lo bajes —le pidió ella cuando entre dos hombres hacían bajar un cuadro de los tres, William, Lucile y Jennifer de niña, la familia que en un tiempo fue feliz.Lucile la miró con una sonrisa incómoda.—Cariño. Dudo mucho que a los nuevos dueños les guste tener el cuadro de otra familia en su sala.—No habrá nuevo dueño. Esta casa seguirá siendo tuya —Lucile la miró confundida—. Me casaré con Jeremy Blackwell, mamá —le dijo—. Lo decidí anoche. Acabo de hablar con él, y…—Oh, Dios. ¡Pero tú lo odias! —exclamó Lucile acercándose a ella y tomándole la mano—. No, no hagas esto. Dijiste que no soportabas estar con