El proceso contra Richard Jones avanzó, y ahora también se vio implicada Patricia Méndez. Con dolor, Jennifer tuvo que testificar en su contra. Contó también cómo Richard había confesado haber provocado deliberadamente el infarto de su padre, cómo cada uno había planeado e instigado para llevar Hendricks Industries a la quiebra, y cómo él había admitido haber asesinado a John Hammonds por la misma causa.No fue un juicio demasiado largo, y ambos recibieron sus condenas. Cuando se lo llevaban preso, Richard siguió vociferando, terriblemente ardido por la decisión del juez, lanzando amenazas e improperios por lo injusto que le parecía que los ricos siempre ganaran.—Colorín, colorado, este cuento se ha acabado —canturreó Robert mirando a Jeremy y a Jennifer, que se habían quedado mirando a Richard hasta que desapareció tras una puerta, escoltado por dos policías.Jennifer se giró a mirar a su cuñado, con la barba gruesa y cerrada, rubia como su cabello, que ahora estaba recogido en un m
Robert miró de nuevo su viejo reloj y le dio un trago a su cerveza. No estaba tan fría, ni tan espumosa. Y el sitio en el que estaba tampoco era muy limpio.—Debes andarte con cuidado —escuchó que alguien decía —no te gires —advirtió esa voz—. Deja las cosas así, no sigas investigando.— ¿Quién eres?—Para ya de buscar, y haz que tus hermanos también se detengan.—Jamás.—Se hará cada día más peligroso.—Ya lo sabía cuando inicié esta investigación.—No, no tenías ni idea, y sigues sin tener idea. Gente que amas sufrirá.—La poca gente que amo está bien resguardada.—No podrás decir lo mismo si insistes. Es gente poderosa, Blackwell. Gente horrible y poderosa.—Yo también soy horrible y poderoso.—No —insistió la voz, y Robert apretó los dientes por no poder girarse a mirar quién le hablaba. Tampoco reconocía la voz, que parecía un poco disfónica, como si se hubiese lastimado la garganta; sólo podía entender que era un hombre asustado que creía estarle haciendo un bien—. Tú jamás… har
Luego de algunos días, la pareja estableció un ritmo. Jeremy siempre era el primero en despertar, y si Coco no lo urgía para salir, la despertaba a ella para hacer el amor. Jennifer nunca se negaba, ni decía estar cansada, ni tener dolor de cabeza, ni le pedía que la dejara dormir. Era la esposa perfecta. Sólo le incordiaba un poco cuando elegía mal la ropa. Era capaz de hacerle cambiar todo el atuendo que ya había elegido sólo por un detalle, pero él se dejaba guiar. Había notado que lo miraban diferente desde que ella le elegía la ropa, y era para bien. Luego de que él se iba a trabajar, si no tenía clases, Jennifer se encargaba de las cosas de la casa, de Coco, iba a visitar a su madre, o simplemente, dormía otro poco. El personal de servicio se había ido reduciendo con los días, y los que quedaban, hacían lo posible por conservar su empleo. Cuando al fin una decoradora tuvo tiempo para visitarla, Jennifer se emocionó. Por fin iba a dejar atrás esta casa que parecía el vómito de
El tiempo corre y corre, cada día es igual.Los días van pasando, nunca se detendrán.Cambiar no puedes mi destino, ese ya está escrito.Por eso, no sonrías, no conozco ese lenguaje maldito.—Vas a tener que casarte, Jeremy —le dijo Robert Blackwell a su hermano menor mirándolo fijamente. Jeremy levantó su mirada del papel que estaba revisando sin hacer ningún ademán de sorpresa o enojo, a pesar de lo grave de las palabras que estaba escuchando. Robert suspiró y se sentó en el mueble frente a él—. No hay otra manera de solucionarlo —dijo—; sólo el matrimonio.—¿Seguro que estudiaste todas las opciones? —preguntó Jeremy volviendo a mirar el documento que tenía en sus manos, y Robert entrecerró sus azules ojos, idénticos a los de su hermano, haciendo una mueca.—Claro que lo hice. No te metería en semejante problema si no fuera porque, definitivamente, no hay nada que hacer para evitarlo. Los Hendricks irán a la bancarrota si no hacen algo pronto, y “algo” es casarse con quien le pueda
Jennifer Hendricks estaba recostada a su auto esperando en una de las tantas zonas de parqueo de la universidad de Illinois a que Sean, su novio, saliera al fin. Era consciente de que llamaba un poco la atención, y sabía que no sólo era por ella misma, que llevaba su cabello rubio y largo suelto, ocultando sus grises ojos tras unos lentes de sol y mostrando un poco de piel por sus pantalones cortos. No, la mayor parte del crédito se lo llevaba su auto, un precioso Volvo plateado del modelo del año, que pensaba regalarle a Sean por su graduación.A él le encantaba el auto, lo adoraba, y ella quería ser generosa con el hombre que amaba. Sean no tenía dinero para comprarse un auto así, pues era de una condición económica diferente a la suya, pero eso no le importaba a ninguno de los dos. Ellos estaban hechos el uno para el otro.Si él estudiaba en esta universidad, se debía a que era buen deportista y se había conseguido una beca jugando con el equipo de baloncesto. Era un chico un año m
No quiero jugar tu juego, no quiero que me rompas el corazónDéjame correr ahora, dame una salvación.No soy cobarde, sólo superviviente.Déjame correr ahora, dame una salvaciónJennifer se tiró en su cama mirando el techo sintiéndose agotada, completamente agotada. Había estado en reunión tras reunión todos estos días, pero no era eso lo que había agotado sus energías, eran las noticias recibidas en esas reuniones.Tal como Hammonds le había dicho, no había mucho que hacer; sólo tenía dos opciones: casarse, o irse a la banca rota.Lucile entró a su habitación con paso silencioso y se sentó a su lado en la enorme cama. Extendió una mano a la suya apretándola con suavidad.—Quisiera poder ocupar tu lugar en esta decisión tan terrible que tienes que tomar —le dijo Lucile, y Jennifer sólo apretó con fuerza sus ojos.—No digas eso, porque entonces, yo estaría deseando tomar tu lugar —Lucile sonrió. Recordó que no siempre ellas habían sido unidas; durante mucho tiempo, su hija había prefer
—He hablado con el personal directivo de Hendricks Industries —dijo—. Ellos piensan que… no hay solución para nuestra situación —lo miró de reojo, pero él no dijo nada, sólo seguía mirándola fijamente. Tragó saliva y siguió—. Tenía la esperanza de que entre los dos pudiéramos llegar a un acuerdo. O entre los tres, pero su hermano no vino.—Tal como le dije a su madre, no era necesaria la presencia de Robert aquí.—Bueno, dado que son socios…—En este caso, la decisión final la tomaré yo… o usted y yo, según el acuerdo al que lleguemos.—Nos han hablado de matrimonio —atacó Jennifer de inmediato, pensando tomarlo por sorpresa al abordar el tema sin preámbulos, pero él no pareció sorprendido—. Quiero que sepa que lo descarto por completo—. Por fin una reacción, notó ella. Él elevó una ceja y siguió mirándola—. No pienso casarme por dinero.—Entonces… ¿a qué he venido?— ¿Disculpe?—Pensé que se me había hecho venir aquí porque esa parte ya estaba decidida. Hay más de cien millones de dó
Y el mundo me ahoga, y el silencio ensordeceEs un caleidoscopio, todo cambia, todo gira, Dame tu mano, sólo eso te pidoDame tu mano, sálvame la vida— ¿Qué pasa, Jennifer? —reclamó Sean con voz suave, mirándola con ojos preocupados. Acababan de salir de un restaurante, donde habían estado celebrando su reciente graduación, hablando acerca de una oferta que le habían hecho para seguir estudiando en Europa y que había rechazado. Ella, lamentablemente, no le había estado prestando toda su atención, y ahora caminaban hacia el auto—. Estás aquí, y al tiempo, no —siguió él—. ¿Algo te preocupa? —Ella se mordió los labios. Había estirado el tiempo evitando contarle las cosas a Sean, pero las palabras de ese Neandertal diciéndole que no confiaba en su propio novio la perseguían.Se detuvieron frente al Volvo, y, sin hacer ademán de sacar las llaves, Jennifer se recostó a él dejando salir un suspiro cansado.—Sean… tengo algo importante que decirte —empezó a decir con voz un tanto insegura.