Jennifer llegó a la casa de los padres de Sean. Desde hacía tiempo que él ya no permanecía aquí, sino en el campus de la universidad, pero desde que se había graduado había vuelto mientras se acomodaba en alguna pequeña habitación. Era una casa modesta en los suburbios, y al llegar, encontró la casa sola y a oscuras. No estaban aquí, eso era evidente, pero le era urgente hablar con ellos, así que permaneció dentro del auto dispuesta a esperarlos.
Llegaron una hora después, y al verla, los padres de Sean se miraron uno al otro.
—Siento venir a verlos a esta hora —dijo Jennifer avanzando hacia ellos. Esta hora le había servido un poco para mejorar su ánimo; había compuesto su semblante, y ahora parecía más serena—. Quiero hablar con Sean. Por favor…
—Nuestro hijo no está aquí, y tú lo sabes.
—Sí, pero es que no contesta mis llamadas.
—Seguro porque está en pleno vuelo hacia Londres —Jennifer los miró a uno y a otro con el alma en los pies.
—Entonces… ¿es verdad?
—Sí. Se fue hoy. Venimos del aeropuerto. Fue una oferta increíble la que recibió, y no lo dudó. Tienes que dejarlo ir. Nuestro hijo es inteligente, y tiene mucho futuro… Tú… sólo serás un tropiezo para él.
— ¿Por qué? ¿Por qué ahora soy un tropiezo? ¡Antes estuvieron muy contentos porque él y yo estábamos saliendo!
—Pero las cosas cambiaron, ¿no?
— ¿Eso qué significa? Porque caí en bancarrota, ¿ya no soy aceptable para su hijo?
—Date tu lugar —dijo el padre de Sean con tono molesto—. Mira quién eres ahora. No obligues a alguien que tiene tanto futuro a estancarse contigo.
—Él estará bien —siguió la madre mirándola inexpresiva—. Surgirá, y no será gracias a ti, sino por sí mismo—. Sin añadir nada más, ambos caminaron hasta llegar a la entrada de la casa. Él metió la llave y abrió dejando entrar primero a su esposa, y luego, sin más miramientos, la cerró lanzándole una última mirada de desprecio a Jennifer, que no se podía creer que las dos personas que antes hicieron fiesta por el noviazgo entre ella y su hijo, ahora le estuvieran haciendo esto.
Jennifer se estuvo allí por varios minutos más, sorprendida, anonadada. No podía creer que la estuvieran tratando así, que la considerasen una carga. ¡Ella jamás había sido una carga! ¡Todos estos meses que salió con Sean, al contrario, fue una gran ayuda! Lo ayudó múltiples veces, le prestó dinero, ¡lo sacó de apuros! ¿Cómo podían tratarla así? ¿Qué tipo de personas eran?
Y luego recordó algo que la había venido molestando desde hacía rato, desde la vez que le contara a Sean que estaba en la quiebra.
“¿Qué vas a hacer ahora?” había preguntado él, no: “¿Qué vamos a hacer ahora?”. En cuanto había sabido que ella no tenía dinero, él se había salido del círculo en el que se suponía que estaban ambos.
Estaba sola. Su novio la había dejado porque ahora era pobre. ¿Y ella, ella por sí misma, no valía nada? Como mujer, como amiga, como amante… ¿no valía nada?
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y, con los hombros caídos, caminó hacia su auto, que debía entregar mañana, porque ya no le pertenecía.
Lo había dejado todo por él, estaba vendiendo, entregando, rematando todo por él. Había estado dispuesta a vivir la pobreza, una vida mucho más sencilla, y hacer pasar también a su madre por esto todo por él, y él le había dado la espalda.
Condujo despacio, pues las lágrimas no le dejaban ver bien, y lloró.
¿Qué iba a hacer ahora? Había trazado un camino en su mente pensando que contaría con el apoyo de Sean. Ni siquiera un apoyo de tipo económico, pero el saber que él estaría allí con ella le daba ánimo para asumir los nuevos retos que la vida le impondría. Él era un ejemplo para ella, un ejemplo de superación, pero ahora resultaba que era el hombre más mezquino sobre la tierra.
Y su mamá, oh, Dios. Su pobre mamá.
Llegó a la casa preguntándose cómo decírselo. Ella la había apoyado hasta hoy. Otra, más egoísta, le habría reclamado, y reconvenido para que se casara con los Blackwell y así salir de este atolladero, pero ella había sido buena y paciente, y había respetado su decisión.
— ¿Mamá? —llamó con voz gangosa. Necesitaba desahogarse, llorar, y nada mejor que el hombro de mamá para esto.
Subió a su habitación, pero no la encontró ahí. Bajó a la cocina, pero tampoco estaba.
No había a quién preguntarle. El personal del servicio ya había sido despedido, sólo unos pocos vendrían mañana para ayudarles a sacar su ropa y sus cosas, tras lo cual, ella tendría que entregar las llaves para que la casa fuera vendida.
¿Dónde estaba Lucile?
La encontró en el jardín.
Estaba hablando, y, pensando que había recibido la llamada de alguien, se acercó en silencio.
Pero no estaba hablando con nadie, su madre estaba hablando sola.
— ¿Recuerdas que aquí Jenny aprendió a montar la bicicleta? —decía—. Se cayó varias veces. Tenía mal equilibrio —rio un poco y siguió—. Fuiste un excelente padre para ella la mayor parte del tiempo —Lucile se giró un poco, y Jennifer pudo ver que hablaba con el portarretrato que contenía una fotografía de su padre. La llevaba como si él, a través del cristal, pudiera ver la casa y el jardín.
Sin poder soportarlo, y antes de que Lucile la viera, Jennifer dio la vuelta y echó a correr al interior de la casa cubriéndose la boca para que no escapara un sollozo, o tal vez un grito de horror. ¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Cómo había podido ser tan egoísta? Dejándolo todo por un miserable como Sean, había estado dispuesta a dejar que su madre enloqueciera, ¡Su madre! ¡Lo único que tenía en este mundo!
Corrió hasta su habitación y se tiró en su cama, amontonando las almohadas y las sábanas sobre ella para que ahogaran su llanto, para que no se escuchara.
— ¡Perdóname, mamá! —lloró con amargura.
Se sintió lo peor en este mundo. Horrible, monstruosa, despreciable.
No había sabido ver el verdadero valor en las personas que la rodeaban. Sean había sido un interesado, y su madre había estado dispuesta a sacrificarse por ella, y ella lo había puesto él por encima de ella. ¿Qué clase de hija era?
Tenía que hacer algo. Tenía que evitar todo esto. Tenía que…
Pero, ¿qué podía hacer?
La salida era una puerta angosta, llena de pinchos, que, al intentar atravesarla, la dejarían a ella rota y vuelta una m****a.
Pero la única que terminaría hecha una m****a sería ella, y ya estaba bastante maltrecha con todo lo que había descubierto hoy. Si se sacrificaba, salvaría a miles de personas que estaban a punto de perder sus empleos, y, sobre todo, salvaría a su mamá.
Qué horrible era esto.
Por primera vez en su vida, odió ser Jennifer Hendricks.
—Fue mucho más sencillo de lo que imaginé —le decía Robert a su hermano, que tenía sus pies descalzos alzados sobre el escritorio de su despacho privado en su enorme casa—. Ni siquiera tuve que hacer coacción —sonreía Robert.
—Parece increíble —susurró Jeremy—. Una vez más, la naturaleza humana juega de nuestra parte.
—El dinero no corrompe los corazones —aseguró Robert—. Sólo muestra el verdadero ser.
—Estás bastante filosófico esta noche.
—Sólo estoy contento. No hemos obtenido todo lo que hemos querido, pero no ha sido tan malo hasta ahora.
—Señor —dijo una mujer entrando al despacho sin llamar, y Jeremy, un poco sorprendido, bajó los pies del escritorio. Antes de poder reclamar por la intromisión, la mujer volvió a hablar: —Una joven lo busca.
— ¿Qué?
—Una joven lo busca.
—Eso ya lo escuché. ¿Quién es?
—No le pregunté el nombre—. Jeremy la miró bastante molesto. ¿Cómo era posible que existiese alguien tan tonto?
—Hablamos luego, Robert. Parece que tengo una visita inesperada.
— ¿A esta hora? Es pasada la media noche.
—Sí. Espero que no sea una anciana con manzanas envenenadas, o algo así —Robert se echó a reír.
—Tal vez sea una amiga que no resistió pasar la noche sin ti —Jeremy hizo una mueca. Dudaba mucho eso, pues ninguna de sus amigas conocía esta dirección.
Se calzó los zapatos y salió de su despacho, caminando a paso lento hacia el vestíbulo.
Allí la encontró, a la más hermosa mujer que hasta ahora había visto, o eso le parecía desde que la había conocido. No había podido quitársela de la cabeza estos últimos días, y constantemente aparecía en sus sueños, ligera de ropa y con labios dispuestos.
Eso le había arruinado sus últimos encuentros con otras mujeres, y verla, mirando con curiosidad su vestíbulo, porque la tarada que le había abierto la puerta no la había hecho seguir a ninguna sala, sería parte de sus nuevas fantasías.
—Jennifer Hendricks —dijo con voz grave y pausada. Ella se giró a mirarlo. Había estado llorando, eso era claro. Tenía sus hermosos ojos grises enrojecidos y un poco hinchados—. ¿Estás bien?
—Me casaré con usted —dijo ella simplemente—. Ayúdeme a detener todo lo del embargo, las ventas y los traspasos. Por favor. Ayúdeme. Me casaré con usted—. Él se metió una mano en el bolsillo y caminó acercándose más. Extendió la otra mano a ella y le tocó la frente. No tenía fiebre.
—Se casará conmigo —dijo, y la escuchó sorber sus mocos.
— ¿Todavía estoy… a tiempo? Hendricks Industries es una empresa que, bien manejada, proporciona muchos millones de ganancia al año. He leído acerca de usted y su hermano, y dicen que tienen mano firme para los negocios. El toque de Midas, leí; todo proyecto donde se involucran, se vuelve lucrativo.
—Es sólo porque elegimos bien nuestros proyectos, no por ningún toque mágico.
—Toque a Hendricks Industries —pidió ella mirándolo con una súplica en los ojos—. Usted ya lo había elegido antes, ya le había parecido un buen proyecto.
—Pues sí, pero tú estás enamorada de otro—. Ella casi se retorció al escucharlo.
—Eso no me impedirá… casarme.
— ¿Por qué no?, es un asunto moral, ¿no? —la pinchó él, y se preguntó qué rayos estaba haciendo, si ella se le estaba ofreciendo en bandeja de plata. Pero, sin poder evitarlo, continuó: — ¿Estás completamente segura de esta decisión que estás tomando? —Ella asintió—. ¿No es fruto de una pelea con tu novio, y, en venganza, viene aquí para producirle celos?
—No soy ese tipo de mujer.
—Entonces, ¿seguro que no tendré al pobre Sean aquí ante mi puerta reclamándome que se la devuelva? —Ella sonrió con desdén.
—No. Eso no va a ocurrir. Ni en esta vida, ni en la otra—. Él la miró entrecerrando sus ojos, pero ella no le sostenía la mirada.
—Le aviso desde ya que no seré un marido sólo de papel. Haré valer mis derechos sobre usted. Sabe a lo que me refiero, ¿verdad? —ella se sonrojó, lo que a él le pareció lo más dulce del mundo. Dudaba que aún fuera virgen, pero, de alguna manera, ella conservaba cierta candidez.
—Lo… lo entiendo.
—Vaya. Estoy sorprendido. Pero necesito saber una cosa más. Soy celoso —siguió como si nada, y ella levantó la mirada ante la declaración—. No soportaré que mi mujer esté conmigo mientras piensa en otro hombre, y mucho menos, si se ve a escondidas con él. No toleraré la infidelidad—. Jennifer apretó sus dientes sintiéndose un poco indignada.
—No soy infiel… y eso no debe preocuparle. Sean… está en otro continente.
—Oh.
—Y soy una mujer leal —dijo volviendo a mirarlo a los ojos, recordándole las palabras que él mismo dijera a la entrada de su casa aquella noche—. Se lo aseguro—. Jeremy sonrió al fin. Una auténtica sonrisa se reflejó en ese hermoso rostro, y Jennifer pudo ver que en sus mejillas se formaba un hoyuelo que antes no había tenido manera de ver, porque él, hasta ahora, no le había sonreído así.
—Día feliz —dijo él con su sonrisa de tres soles—. Está siendo un día muy feliz.
Para ella, en cambio, estaba siendo el día más negro de su vida, y lo peor era que sus días negros acababan de empezar.
No todos los amores nacen con un gran big bangNo todos los hombres llegamos en forma de príncipeYo naceré en ti como una pequeña hoja de hiedraSeré fuerte, terco, necio, y tendré tu amor.Jeremy miró a Jennifer, que se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Se dio cuenta de que ella no había traído abrigo, y las noches todavía estaban un poco frescas. Caminó hacia el pequeño armario que había al lado de la puerta de entrada y buscó allí algún abrigo que le sirviera.—Gra… gracias —tartamudeó ella cuando él le puso el abrigo sobre los hombros, como si le sorprendiera esta muestra de amabilidad.— ¿En qué viniste hasta aquí? —le preguntó mirando su reloj, comprobando que iban a ser las dos de la mañana.—En… mi auto.—No es conveniente que vayas sola de vuelta a tu casa. Te llevaré, y mañana temprano, alguien del servicio te lo entregará de vuelta—Está bien—. Él la miró por unos segundos, y sus ojos, inevitablemente, se desviaron a sus labios, unos bonitos labios carnosos y rosad
Jennifer se halló a sí misma en medio del vestíbulo, de pie, confusa, con ganas de reír, de gritar, y de seguir insultando a Jeremy Blackwell por haberle pegado en el trasero y robarle un beso.Era un idiota, sin educación, sin delicadeza… Y al mismo tiempo, la había ayudado muchísimo esta noche.Subió a su habitación, y se sentó en su cama para quitarse sus sandalias altas sintiéndose muy cansada, y a la vez, llena de una extraña energía. Había llorado en el hombro de un completo extraño, y lo que habían intercambiado era un auténtico jugueteo. No había podido estar enojada del todo contra él por su atrevida nalgada, y eso la molestaba contra sí misma. Él la consolaba, y luego la hacía enfadar; era el causante de parte de sus miserias, pero le ofrecía su hombro para desahogarse. Tenía en él al verdugo y al consolador. Era extraño, pero no desagradable.Se acostó en su cama sin darse cuenta de que su necesidad de beber una copa y despotricar contra Sean había desaparecido, se durmió s
Que pienses en mí, ese es mi propósito.Con sonrisas o con ceños, entre gritos o sollozosY llegar a tu corazón como un canto silencioso,Pero en tu mente nunca, nunca ser un anónimoJennifer llegó a su casa aún con la furia palpitando en sus sienes. Encontró a su madre dándole órdenes al servicio para que bajaran algunos cuadros familiares y fotografías de la sala principal.—No lo bajes —le pidió ella cuando entre dos hombres hacían bajar un cuadro de los tres, William, Lucile y Jennifer de niña, la familia que en un tiempo fue feliz.Lucile la miró con una sonrisa incómoda.—Cariño. Dudo mucho que a los nuevos dueños les guste tener el cuadro de otra familia en su sala.—No habrá nuevo dueño. Esta casa seguirá siendo tuya —Lucile la miró confundida—. Me casaré con Jeremy Blackwell, mamá —le dijo—. Lo decidí anoche. Acabo de hablar con él, y…—Oh, Dios. ¡Pero tú lo odias! —exclamó Lucile acercándose a ella y tomándole la mano—. No, no hagas esto. Dijiste que no soportabas estar con
Jennifer permaneció en silencio por casi un minuto. Su madre le había contagiado de esa emoción, y ahora ella también se sentía agradecida. Su padre no había tenido el detalle de dejar la casa por fuera de los negocios, y por eso, ésta se había visto comprometida en el proceso de embargo. Jeremy sí había tenido ese cuidado.—Y entonces, ¿no me merezco siquiera un “gracias”? —Ella lo miró ceñuda.—Te lo habría expresado si no te hubieses apresurado a reclamarlo —Jeremy se echó a reír. Se puso en pie y caminó hasta el sofá donde estaba ella, sentándose en el lugar que Lucile había dejado libre con una pierna sobre la otra en una pose muy relajada.Le encantaba puyarla, hacerla enojar. Le encantaba esa lengua rápida y sus contestaciones ponzoñosas. La vida junto a ella no sería aburrida para nada.—No te preocupes. Sé que en el fondo estás agradecida conmigo. Te libré de casarte con un interesado como el pobre Sean —ella hizo rodar sus ojos, se cruzó de brazos, y prácticamente le dio la
Y en medio de la locura, ¿qué quieres que te diga?las dudas me inundan, sólo tengo preguntas, No soy más que un humano que ruega por pazPor un rayo de luz en medio de penumbras.— ¿Ya tienen una fecha? —preguntó Lucile acercándose a su hija, que examinaba unos libros en la mesa del jardín. La mañana estaba soleada y llena de colores, y Jennifer había aprovechado el buen clima para terminar algunos deberes de la universidad. Al escucharla, la miró un poco confundida.— ¿Fecha?—Para la boda —algo muy pesado cayó dentro de su estómago, y Jennifer tragó saliva.—Ah… No hemos hablado de eso.—Oh, pero deben hacerlo. Seguro que él tiene afán en concluir esto pronto—. Jennifer la miró de reojo.—Parece que él te gusta.— ¿Por qué lo dices?—Porque anoche eras todo sonrisas y familiaridad con él.—Bueno, no puedo negar que es un hombre bastante singular —sonrió ella corriendo una silla para sentarse a su lado en la mesa—. Pero creo que es justo el adecuado para ti. Si lograras enamorarte
Luego de bromear porque ella se había privado de un delicioso postre de chocolate, la llevó de vuelta en el auto para pasear en otro lugar. De vez en cuando, él introducía el tema de la boda, y poco a poco, ella fue relajándose. Pocos invitados, un vestido sencillo. Él la llevaría para que conociera una propiedad en las afueras, una preciosa hacienda donde podrían realizar la ceremonia y la fiesta de bodas.Ella fue guardando información en su teléfono. Fechas, listas de tareas, lugares, etc. Sin darse cuenta, ya había empezado a planear su boda.—Supongo que tengo suerte —dijo cuando ya atardecía y él la traía de vuelta a casa. Increíblemente, habían pasado todo el día juntos, y ella no había vuelto a sentir el deseo de pegarle en la cabeza con una roca.—Por supuesto que tienes suerte. Yo podría haber sido un abuelo de setenta, calvo, panzón y sin dientes —ella lo miró con ojos entrecerrados. Todo el día con él había hecho que comprendiera cuándo estaba bromeando y cuándo hablaba en
Dame tu mano y vayamos a algún lugarDonde no hay pasado, donde no hay rencor.Vamos a ese sitio de los sueños olvidadosY en algún espacio sereno, te mostraré mi amor.Jennifer despertó en su cama y miró la luz que entraba por la ventana. Había soñado algo, no recordaba bien qué. Un sueño cálido que le había dejado el alma tranquila, pero la sensación se fue yendo poco a poco, lentamente.No iba a ser un día tranquilo, del mismo modo que ayer no lo había sido. Anoche, justamente, se había comprometido con Jeremy.Los días habían pasado, y tío Raymond no había vuelto con una oferta mejor que la de Jeremy, ni con nada que lograra disuadirla de casarse con él. Y ayer se había acabado el plazo; Jeremy y ella se habían comprometido, se había anunciado la boda, y se iban a casar.Había sido una cena elegante con pocos invitados, unos cuantos, socios, que necesitaban ver con sus propios ojos que su dinero estaba a salvo, que los Blackwell tomarían Hendricks industries, y, por lo tanto, que
Faltaban cinco minutos, y todavía no estaba lista. Se miró al espejo girando a un lado y a otro. Llevaba su cabello suelto, y lucía un vestido gris de tela vaporosa, de falda ancha, con un corte en la cintura y que apenas le llegaba al muslo. Las sandalias eran rojas, al igual que el abrigo, y estaba aplicando color a sus labios cuando sonó el timbre de llamada. Seguro que era él; no había nadie más puntual que Jeremy Blackwell.Diablos, todavía le faltaban los accesorios.Cuando bajó, lo encontró hablando con Lucile. Le había traído flores, al parecer, y ella estaba deshecha en sonrisas.Frunció un poco el ceño al verlo. Él llevaba un traje negro, y al menos este era de su talla y no parecía sacado de debajo del colchón de su cama, pero la corbata no hacía juego con la ocasión; parecía que la había robado de alguna tienda de “todo por un dólar”.Un poco molesta, caminó a él sin saludarlo, y sin decir una sola palabra, le desanudó la corbata bajo la mirada atónita de su madre.—Cariño