Luego de bromear porque ella se había privado de un delicioso postre de chocolate, la llevó de vuelta en el auto para pasear en otro lugar. De vez en cuando, él introducía el tema de la boda, y poco a poco, ella fue relajándose. Pocos invitados, un vestido sencillo. Él la llevaría para que conociera una propiedad en las afueras, una preciosa hacienda donde podrían realizar la ceremonia y la fiesta de bodas.Ella fue guardando información en su teléfono. Fechas, listas de tareas, lugares, etc. Sin darse cuenta, ya había empezado a planear su boda.—Supongo que tengo suerte —dijo cuando ya atardecía y él la traía de vuelta a casa. Increíblemente, habían pasado todo el día juntos, y ella no había vuelto a sentir el deseo de pegarle en la cabeza con una roca.—Por supuesto que tienes suerte. Yo podría haber sido un abuelo de setenta, calvo, panzón y sin dientes —ella lo miró con ojos entrecerrados. Todo el día con él había hecho que comprendiera cuándo estaba bromeando y cuándo hablaba en
Dame tu mano y vayamos a algún lugarDonde no hay pasado, donde no hay rencor.Vamos a ese sitio de los sueños olvidadosY en algún espacio sereno, te mostraré mi amor.Jennifer despertó en su cama y miró la luz que entraba por la ventana. Había soñado algo, no recordaba bien qué. Un sueño cálido que le había dejado el alma tranquila, pero la sensación se fue yendo poco a poco, lentamente.No iba a ser un día tranquilo, del mismo modo que ayer no lo había sido. Anoche, justamente, se había comprometido con Jeremy.Los días habían pasado, y tío Raymond no había vuelto con una oferta mejor que la de Jeremy, ni con nada que lograra disuadirla de casarse con él. Y ayer se había acabado el plazo; Jeremy y ella se habían comprometido, se había anunciado la boda, y se iban a casar.Había sido una cena elegante con pocos invitados, unos cuantos, socios, que necesitaban ver con sus propios ojos que su dinero estaba a salvo, que los Blackwell tomarían Hendricks industries, y, por lo tanto, que
Faltaban cinco minutos, y todavía no estaba lista. Se miró al espejo girando a un lado y a otro. Llevaba su cabello suelto, y lucía un vestido gris de tela vaporosa, de falda ancha, con un corte en la cintura y que apenas le llegaba al muslo. Las sandalias eran rojas, al igual que el abrigo, y estaba aplicando color a sus labios cuando sonó el timbre de llamada. Seguro que era él; no había nadie más puntual que Jeremy Blackwell.Diablos, todavía le faltaban los accesorios.Cuando bajó, lo encontró hablando con Lucile. Le había traído flores, al parecer, y ella estaba deshecha en sonrisas.Frunció un poco el ceño al verlo. Él llevaba un traje negro, y al menos este era de su talla y no parecía sacado de debajo del colchón de su cama, pero la corbata no hacía juego con la ocasión; parecía que la había robado de alguna tienda de “todo por un dólar”.Un poco molesta, caminó a él sin saludarlo, y sin decir una sola palabra, le desanudó la corbata bajo la mirada atónita de su madre.—Cariño
Encontré mi refugio en una roca áspera y fríaEso no era un hogar, esa no era una mansiónPero estaba desesperado, y era lo que teníaAsí que me propuse ablandar tu corazón.Llegó otra vez la noche, y, por primera vez desde que había iniciado esta relación, transcurrió un día sin que él la llamara. Nada, ni un mensaje.También era cierto que ella tampoco había intentado comunicarse con él; por lo general, era él quien lo hacía, y ella no tenía por qué disculparse, no había hecho nada malo.Y así se fue el primer día.El segundo día ella miró furiosa el teléfono. Él solía llamarla por la mañana. Podía ser que ayer no lo hizo porque estaba en pleno vuelo, tal vez. Después de todo, no sabía hacia dónde viajaba él, si había ido por tierra, barco o avión. Ella no le había preguntado.Ella no sabía nada de él, se dio cuenta. Podía ser que le temiera a los aviones, o que fuera aficionado y él mismo los pilotara, y para este viaje, no sabía si había ido solo o con su hermano.Odiaba esta sens
—Tío Raymond —saludó Jennifer al abrir la puerta de su casa y ver a su tío, sin notar que a su lado estaba Linda, su mejor amiga. Verlo fue como un balde de agua fría para ella. Su presencia aquí sólo era un mal augurio.—Es triste que me ignores, ¿sabes? —dijo Linda con los brazos cruzados, y Jennifer al fin reparó en ella. Abrió grandes sus ojos y se apresuró a saludarla.— ¡Linda! —exclamó abrazándola.— ¡Estoy tan feliz de verte!— ¡Y yo! ¡Dios santo, estás divina! —Linda sonrió dando media vuelta y agitando su cabello rubio rojizo largo hasta la cintura. Tenía unos ojos verdes grandes e impresionantes, ojos que habían cautivado el corazón de fotógrafos y diseñadores, que la habían catalogado como la modelo más solicitada del momento.Jennifer hizo pasar a sus inesperados invitados, y los condujo a la sala principal, donde los hizo sentar y les ofreció bebidas.—Yo no quiero nada, gracias —dijo Linda.—De verdad que sí estás linda, bellísima. Y tu piel… —Linda sonrió con candidez.
Mi estable mundo agitaste con tu vozEstúpidos muros que cayeron ante tiNada pude hacer, nada que decirDecisiones firmes olvidadas por tu amor.El día de su boda, Jennifer Hendricks despertó llena de energía. Había hecho las paces con la idea de casarse con Jeremy Blackwell, y aunque no podía ignorar las razones por las que se casaba, que no eran románticas como siempre soñó, eran su realidad, y le estaba yendo mejor de lo que cualquiera podía decir.Tampoco pensaba que sería un sacrificio entregarse a él en la cama; luego de los besos, las caricias, y todos los jugueteos y toqueteos, estaba segura de que podría llegar hasta el final con él sin desear morirse o detenerse.Suspiró cuando vio que su madre entraba a su habitación con la bandeja de su desayuno en las manos.—Mamá, no hagas eso.—Hoy se casa mi única hija —sonrió Lucile—. Mi bebé, hoy se va de mi casa, de mi seno. Tengo que atenderte —Jennifer sonrió sumamente enternecida—. Estoy segura de que a tu padre le habría gustad
Jennifer se secó la lágrima que había rodado por su mejilla. Había venido buscando a su esposo porque quería unas fotografías con Linda y otros amigos, y había visto que tomaba este camino, todo para escuchar esta horrible conversación. Por un lado, saber que ella para Sean sólo había valido veinticinco mil dólares, y por otro, que Jeremy hubiese usado ese método tan sucio…Pero había algo que la molestaba aún más, y era el que estuviera conversando del hecho sin ningún reparo, como si ella sólo fuera un objeto, costoso, pero objeto al fin. Estaba cansada, cansada de que fuera el dinero el que rigiera su vida, su destino. Cansada de que, cada vez que deseaba confiar en alguien, este le saliera con algo como esto. Jeremy comprándosela a Sean, y Sean vendiéndosela. Ella había cambiado de dueño, simplemente.No pudo evitar echarse a llorar. Diablos, no quería llorar, pero estaba agotada física y emocionalmente.— ¿Fue tu idea? —le preguntó entre lágrimas.—No. Fue de Robert. Lo hizo más
Cuánto melodrama en esa frase, pensó Jeremy evitando hacer cualquier gesto que lo delatara, pero la dejó en paz y se sentó en la cama a su lado, mientras ella seguía llorando. Tenía que reconocer un par de cosas: su esposa era llorona y sensible, y si no se andaba con cuidado, le haría pagar caro este desliz.Ella ya le había dicho que había soñado con casarse enamorada, había querido todo el paquete, la felicidad, la belleza, la bondad y el bienestar, cosas que casi nunca venían juntas, y no había sido así para ella, y seguro estaba muy decepcionada por lo que le había tocado.Y él… bueno, tenía que aceptar que había contribuido para ponerla así. La entendía, aunque ahora le urgía que se compusiera.Volvió a ponerse encima de ella y le besó la mejilla, lo que consiguió que dejara de llorar.—Te dije que no quiero nada contigo —murmuró ella con voz gangosa.—Pero yo quiero besarte. Ya me disculpé.—Oh, ¿y una disculpa borrará lo que hiciste?—Reconozco que cometí un error… No con Sean