Entre lineas

La frustración se había instalado en mi cabeza como un inquilino molesto y muy bullicioso que no paga la renta. Mientras me sentaba en mi escritorio, no podía dejar de sentir que Leo estaba jugando con mi mente. Como si supiera exactamente cómo mantenerme en el borde de un precipicio emocional, siempre esperando un paso más que nunca llegaba.

Lo esperé, por mucho tiempo pensando que volveria a llamarme para decirmelo pero nunca llegó.

Mi día transcurrió en una especie de piloto automático, la misma aburrida rutina de siempre. Mis manos escribían correos, mis pies me llevaban a reuniones, pero mi mente estaba en otra parte: específicamente, en una terraza mental donde Leo murmuraba cosas enigmáticas mientras me miraba con esos ojos hipnotizantes.

A las cuatro de la tarde, justo cuando ya había aceptado rendirme al misterio que era Leo, su puerta se abrió. Él salió con el teléfono en la mano, luciendo más tenso de lo habitual. Su mirada se cruzó con la mía, y una descarga eléctrica reco
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