Mal empiezo

El día después de que mi jefe Leo apareció en la puerta de mi casa, estaba decidida a mantener un perfil bajo en la oficina. Por "perfil bajo" me refiero a evitar a Leo a toda costa, lo que era casi imposible considerando que su oficina está a diez pasos de la mia y que siempre que se le de la jodida gana me llame por su café, por documentos o lo que sea, al parecer, el universo disfruta viéndome sufrir.

Y todo comenzó cuando me di cuenta de que Clara estaba demasiado callada esa mañana. Eso nunca es buena señal. Clara en modo silencioso es como un tiburón dando vueltas bajo el agua acechando a su presa: sabes que algo está por pasar y que solo espera el momento indicado para atacar. Mientras me dirigía a la máquina de café, la escuché murmurar algo al pasante nuevo, y ambos rieron. Sus risitas eran como clavos en mis nervios.

—¿Qué ocurre? —pregunté, tratando de no sonar tan a la defensiva como me sentía.

Clara se giró con su típica sonrisa venenosa.

—Oh, nada importante. Solo que Leo mencionó algo sobre su visita sorpresa a tu casa.

¿Cómo?. El café que estaba vertiendo casi se desbordó mientras mi cerebro procesaba esa información.

—¿Perdón?

—Sí, lo dijo casualmente en la reunión de esta mañana. Algo sobre cómo deberíamos tomar notas de cómo tú organizas tus prioridades… ya sabes, en tu famosa agenda. —Su sonrisa se amplió.

M*****a sea mi agenda. ¿Por qué no la tiré a la basura cuando tuve la oportunidad? Ah, si ya me acordé, es porque es de mi jefe y yo la he modificado a mi gusto.

Decidí ignorarla y concentrarme en mi trabajo, pero por supuesto, el universo tenía otros planes. Justo cuando estaba terminando un informe, mi teléfono sonó con un mensaje:

"Sasha, ven a mi oficina. Necesito discutir algo contigo."

Era Leo. Mi corazón dio un vuelco y se aceleró. Traté de calmarme mientras caminaba hacia su oficina, pero mi mente no dejaba de recordar la escena de anoche haciendo que me invada un horrible escalofrio. ¿Por qué había leído mi agenda? ¿Y por qué, en nombre de todo lo sagrado, había mencionado eso en una reunión?

Cuando entré, Leo estaba revisando unos papeles en su escritorio. No levantó la vista de inmediato, lo que me dio un segundo para observarlo. Se veía igual de impecable que siempre, como si tuviera un equipo de estilistas esperando en la sala de descanso.

—Sasha, siéntate. —Su tono era neutral, pero su sonrisa traviesa me hizo sentir que esto no iba a ser un simple asunto laboral.

Me senté, tratando de no moverme demasiado para evitar que mi silla hiciera ese molesto chirrido que siempre me hacía parecer incompetente.

—Gracias por traer mi agenda ayer —dije nuevamente, esperando que eso cerrara el tema rápidamente.

—De nada. Fue interesante. —Alzó una ceja y finalmente me miró. ¿Por qué tenía que ser tan atractivo? —Nadie antes la habia modificado a su antojo como tú. Es interesante.

—¿Interesante?

—Bueno, no todos escriben cosas como "conquistar el día" en una lista de pendientes. Me pareció... inspirador.

No sabía si estaba burlándose de mí o si realmente lo decía en serio. Antes de que pudiera responder, él añadió:

—Hablando de eso, tengo una nueva tarea para ti.

Ahí estaba. Esto no era un elogio, era trabajo.

—Necesito que vengas conmigo a la reunión con los inversores esta tarde. Quiero que tomes notas y me ayudes a organizar los puntos clave.

¿Una reunión con inversores? Eso estaba muy por encima de mi rango de responsabilidades, y lo sabía. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que no? Ja, ni que estuviera demente, a puras penas he mantenido este empleo con suerte ya que la anterior era una maquina sin defectos, no como yo.

—Claro, estaré lista.

—Perfecto. Y por favor, no olvides traer un café. Negro, sin azúcar.

Por supuesto. Siempre el café.

La reunión con los inversores resultó ser en un restaurante caro al otro lado de la ciudad. Me subí al coche con Leo, tratando de mantener una conversación neutral mientras él conducía. Pero entonces, algo inesperado ocurrió: su coche se detuvo en un semáforo, y un vendedor ambulante se acercó a nuestra ventana con un ramo de flores.

—¿Quiere comprarle flores a la señorita? —preguntó el vendedor con una sonrisa.

Antes de que pudiera protestar, Leo sacó un billete y compró un ramo. Me lo entregó sin decir una palabra, pero su sonrisa tenía un toque de diversión.

—No te emociones. Solo quería deshacerme del tipo.

—Claro. —Intenté no sonrojarme, pero sentí que mis mejillas estaban a punto de explotar. Y claro, es algo imposible de ocultar por lo palida que soy como un muerto viviente.

Llegamos al restaurante, y la reunión comenzó. Mi trabajo era tomar notas como me lo habia dicho el anteriormente, pero era difícil concentrarme con Leo sentado tan cerca, hablando con su tono firme y seguro mientras los inversores lo miraban como si fuera un mesías. Y quien no podria verlo de otra forma, hasta yo olvidaba la verdadera razon por la que estaba aquí pero sus severas miradas lanzadas hacia a mi me lo recordaban.

Al final de la reunión, Leo se volvió hacia mí.

—Buen trabajo, Sasha. ¿Por qué no celebramos con un postre?

¿Celebrar? Esto no estaba en mi lista de pendientes.

—No creo que sea necesario…

—Insisto. —Y antes de que pudiera argumentar, ya había llamado al camarero.

El postre resultó ser un soufflé que costaba lo mismo que mi alquiler, pero lo peor fue cuando traté de comer un pedazo y se me cayó en la falda. Si, soy la vergüenza andante por yo solita me humillo sin ayuda de nadie.

—¿Estás bien? —preguntó Leo, intentando no reírse.

—Sí, solo un poco de... mala coordinación.

—Eso explica muchas cosas. —Su sonrisa burlona era suficiente para que quisiera tirarle el soufflé a la cara, pero me contuve. —Con una lavada en la tintoria se quita, tranquila.

¿Tintoria? ¿Quién cree que soy? ¿Cameron Diaz o Martha stuart?. Es obio que me va costar quitarlo de la falda.

De vuelta en la oficina, Clara estaba esperándome con su sonrisa odiosamente habitual que quisiera poder borrar de su cara.

—¿Cómo fue la reunión, Sasha? ¿Aprendiste algo nuevo?

Ignoré el tono sarcástico en su voz y simplemente respondí:

—Sí, aprendí que los soufflés son peligrosos.

Ella parpadeó, confundida, y me di cuenta de que, por una vez, la había dejado sin palabras.

Mientras recogía mis cosas para irme a casa, no podía evitar pensar en todo lo que había pasado ese día. Leo seguía siendo un enigma para mí: un jefe exigente, a veces insoportablemente encantador, y claramente alguien que disfrutaba poniéndome nerviosa.

Pero mientras caminaba hacia la salida, con el ramo de flores aún en mis manos, una pequeña parte de mí no pudo evitar sonreír.

Tal vez, solo tal vez, este día no había sido tan malo después de todo.

—¿Tanto te gustan las flores?

—¡Ay, Dios! —Me llevo la mano al pecho y lo veo ahí, en el pasillo, mirándome con una ceja alzada.

—Jefe, casi me mata del susto.

—¿Enserio? Seria una pena si eso pasara.

—¿Eh?

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