—Franco y Daniela, ¿ya terminaron de conversar? —espetó la maestra con expresión de disgusto—. ¿Acaso quieren ser expulsados de la clase?
—¡No! —exclamaron al unísono.
—Solo la ayudo, se le cayó el lápiz. —Él extendió el objeto en dirección a la maestra para mostrarle.
—La próxima vez, deje que los demás resuelvan sus problemas y enfóquese en la clase. Estoy segura de que Daniela no es manca y ella solita puede levantar sus cosas —replicó ella con tono brusco.
«Ogro», pensó él.
Daniela se levantó del piso abochornada. Odiaba con todas sus fuerzas que le llamaran la atención, en especial si se trataba de los maestros.
—¡El amor! —vociferó Joel con sorna y todos empezaron a reír.
Una mirada asesina de parte de la maestra fue suficiente para que ellos hicieran silencio; por supuesto, aquella burla no se quedaría allí.
—Lo siento... —dijo Daniela con timidez. Por su parte, Franco la observó con intriga; esa chica era tan rara que le era inevitable no escudriñarla.
«Esos ojazos son muy lindos», pensó, encantado con el color avellanado que mostraba la mirada más inusual del salón.
—Tu lápiz —le habló cuando la chica se sentó—. Está lleno de mordiscos, ¿acaso tienes hambre?
Ella se sonrojó de la vergüenza y se sintió un bicho raro delante de él.
—Ah... —Las palabras no le salían. ¿Cómo se suponía que debía hablar con su crush?—. Gracias. —Se limitó a decir.
—De nada, Daniela. —Le guiñó un ojo.
Ella tragó pesado ante aquel gesto que le sacudió todo el cuerpo y que le provocó latidos rápidos y vehementes en el pecho. Franco era el chico de sus sueños y sus sentimientos por él, pese a que nunca antes habían cruzado palabras, eran muy fuertes.
—¿Ahora sí puedes responder, Daniela? —cuestionó la maestra con los brazos cruzados.
En el receso, Daniela sacó la única moneda que su madre le dio porque el día anterior le había ido mal en las ventas. Suspiró y se puso en la cola de la fila frente a la cafetería mientras rememoraba aquel tiempo, cuando el dinero no era un problema para ella ni su familia. Sus carencias económicas empezaron el día que su padre fue despedido y este usó el pago de la cesantía para invertirlo en un negocio que no funcionó, como resultado de aquella pérdida y el desempleo de él, ellos estaban pasando precariedades y sobreviviendo con el poco dinero que hacía la mamá vendiendo helados y arepa dulce.
Se compró un refresco de botella y se sentó debajo de un árbol que quedaba cerca de la cancha de baloncesto. Había descubierto aquel lugar semanas atrás cuando escapaba de sus acosadores y, desde ese entonces, se convirtió en su sitio favorito. No solo porque los que iban a la cancha lo hacían por el lado contrario que era donde estaba la entrada, había otra razón: Franco practicaba allí una vez a la semana con sus amigos y verlo jugar y sudar era el espectáculo más sensual que sus ojos habían apreciado.
Suspiró cuando recordó la última vez que lo observó desde allí mientras él jugaba, estaba tan acalorado que se quitó la camiseta de deporte, mostrando su torso musculoso en todo su esplendor.
—Él es tan apuesto —dijo en un suspiro mientras miraba al cielo.
—¿Quién es apuesto?
Daniela casi gritó de la impresión al escucharlo detrás de ella.
—¿Franco? —Agrandó los ojos por la sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
—¿Perdón? —Él enarcó una ceja—. Este es el patio del colegio y estamos en recreo.
—¡Qué tonta soy! —Ella se mordió el labio inferior con nerviosismo mientras trataba de disimular los temblores, que la presencia de él le provocaban.
Este, en cambio, sonrió y se sentó a su lado; al instante, la cercanía del chico surtió efecto. El corazón le empezó a latir muy rápido a Daniela, asimismo, sus manos emanaron sudor excesivo y sintió varios escalofríos al percibir el aroma varonil de él.
—Al parecer te gusta mordisquear —comentó juguetón, al notar que los dientes de ellas se aferraban al pobre labio enrojecido.
—Solo cuando estoy nerviosa... —dijo sin pensar.
—Entonces, ¿te pongo nerviosa? —dedujo él. Su tono salió un poco seductor y, percatarse de ello, le provocó temor.
—¡No! Es que me asustaste... —mintió.
—Lo siento, no fue mi intención hacerlo. —Hizo una pausa y luego jugó con su cabello—. Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? —Ella asintió con la cabeza—: ¿Por qué no hablas en clase? ¿Eres tímida? O… ¿crees que todos los del salón somos tontos porque no nos va tan bien como a ti en las calificaciones? Quizás nos comportamos como niños… —Volvió a rascarse la cabeza; estaba tan nervioso que ya no sabía lo que decía.
Ella dio un sorbo de la bebida gaseosa y miró en dirección a sus pies, de inmediato, la vergüenza la embargó al notar lo feos y demacrados que sus zapatos estaban.
—No lo sé... —Suspiró y miró al cielo. Se entretuvo observando las formas de las nubes y apretó la botella de refresco.
—¿No lo sabes? —Él arrugó el rostro—. ¿Te digo un secreto? Desde que empezó el año me he querido acercar a ti, pero me daba miedo; es que te ves tan impenetrable e inteligente que temía me encontraras tonto.
—¿Qué? —Ella lo miró sin dar crédito a lo que había oído—. ¡No te creo! —Rio.
—¡Te lo juro! —Él rio también—. Siempre estás apartada, no hablas con nadie, te sabes las respuestas de todo lo que los maestros preguntan y te llevas la mejor calificación en los exámenes.
—No hablo con nadie porque... —Volvió a morderse el labio y se abrazó a sí misma.
—¿Porque...? —repitió él con sumo interés.
—¿No lo has notado? Las chicas hablan mal de mí a mis espaldas y tus amigos se burlan de mi apariencia. Bueno, lo último supongo que no lo sabes, ellos lo hacen cuando nadie los ve para que no le digan al director, supongo.
—Sí los he escuchado tirar indirectas, pero son unos tontos. A veces ni sé por qué me junto con ellos.
—Yo sí lo sé. —Ella volvió a sorber—. No quieres estar solo.
—Creo que tienes razón. —Ella notó remordimiento en él.
—Oye, eso no es malo. Yo tampoco quiero estar sola, pero creo que empecé con el pie izquierdo aquí y ya no hay remedio. —Trató de animarlo.
—Entonces seré tu amigo. ¿Qué dices?
Las palabras de él le causaron una emoción indescriptible, pese a que ella quería ser más que su amiga.
—¿Estás seguro? No creo que a tu grupo de amigos les agrade la idea.
—Ese es su problema —dijo con firmeza y la miró a los ojos—. Yo quiero ser tu amigo.
Daniela lo observó con incredulidad, mas se limitó a asentir. Franco le extendió el meñique y ella hizo lo mismo entre risas.
—Eso es muy infantil —dijo mientras enlazaba el dedo con el de él.
—Nah, eso es cerrar un trato como se debe. Por cierto, dado que vi que solo te pediste un refresco, me tomé el atrevimiento de comprarte una empanada de queso. Sé que te gustan mucho porque siempre compras de esas.
Daniela miró la bolsa de papel con vergüenza y bajó el rostro. ¿Tan obvia era su situación? Fijó la vista en sus zapatos y rio en su interior.
«Mi apariencia me delata», pensó con tristeza, «Qué bochorno que él me vea como la mendiga del colegio».
De momento se sintió demasiado insignificante y su único deseo era poder salir corriendo de allí.
—Muchas gracias, pero no era necesario. Compré solo un refresco porque no tengo hambre —mintió con voz temblorosa.
Franco la miró con pesar sin saber cómo convencerla o, peor, decirle que no le creía. No quería incomodarla ni que esta creyera que lo hacía por lástima. Aunque, si no era esa la razón, ¿por qué compartía lo poco que tenía con ella?
—Entonces guárdala para más tarde, es de mala educación rechazar los regalos —dijo con nerviosismo. Se sentía bastante tonto en ese momento, ¿no se le pudo ocurrir otro argumento mejor que ese?
—Bueno... —Ella tomó la bolsa con timidez. De soslayo miró el contenido de esta y la boca se le hizo agua. Ya quería quedarse sola para poder comer aquel manjar.
—Nos vemos en el aula, amiga. —Él le guiñó un ojo y se alejó de ella a toda prisa, como si escapara de algo.
—Es tan lindo. —Daniela suspiró cuando él salió de su campo de visión. Sacó la empanada de la bolsa y sonrío como tonta enamorada, debido a la emoción que le provocaba haber obtenido un regalo de parte de él—. ¿Debería comerte o guardarte para nunca olvidar este momento?
Ella se quedó analizando la empanada por unos segundos, todavía no creía que su crush se la hubiera regalado. Después de suspirar por un rato, ella empezó a comer.
A distancia, Franco la observaba escondido detrás de un zafacón de basura grande, con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.
—¿Qué haces espiando al esperpento? —Lo sorprendió Joel con cara de espanto, al verlo allí tirado—. ¿Acaso te gusta la fea esa?
Franco se quedó pasmado ante esa pregunta porque no tenía una respuesta concreta para dar.
—¡Claro que no! Solo somos amigos y ya —se excusó Franco con voz temblorosa.—¿Amigos? Nadie es amigo del esperpento; ella es rara y descuidada. Si tiene el cabello como un gallinero, ya te podrás imaginar otras zonas.Franco agrandó los ojos al escuchar a su amigo decir tremenda estupidez.—Y ¿por qué debo imaginar eso? Los amigos no ven "esas zonas" que tú mencionas. Qué me importa a mí ese asunto. Estás loco, Joel.—¿Que no ves cómo luce? De seguro tiene mal olor, no creo que se bañe. —El chico hizo cara de disgusto.—No te pases, Joel. Somos amigos, pero no permitiré que te metas con Daniela. ¡Ya déjala en paz!—¿La estás poniendo por encima de mí? —cuestionó el mulato con cara de disgusto.—Solo te pido que la respetes. Lo que haces está mal y se llama acoso. No te metas con ella o me olvido de que somos amigos. —Franco le dio la espalda, dispuesto a marcharse.—¿Me estás amenazando, jabao? —El tono de su amigo se sintió desafiante.—Te lo estoy advirtiendo, prieto —contraatacó y
Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta dista
El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientr
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una
Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.***Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.L
Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com
—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de