Capítulo 2

—Franco y Daniela, ¿ya terminaron de conversar? —espetó la maestra con expresión de disgusto—. ¿Acaso quieren ser expulsados de la clase?

—¡No! —exclamaron al unísono.

—Solo la ayudo, se le cayó el lápiz. —Él extendió el objeto en dirección a la maestra para mostrarle.

—La próxima vez, deje que los demás resuelvan sus problemas y enfóquese en la clase. Estoy segura de que Daniela no es manca y ella solita puede levantar sus cosas —replicó ella con tono brusco.

«Ogro», pensó él.

Daniela se levantó del piso abochornada. Odiaba con todas sus fuerzas que le llamaran la atención, en especial si se trataba de los maestros.

—¡El amor! —vociferó Joel con sorna y todos empezaron a reír.

Una mirada asesina de parte de la maestra fue suficiente para que ellos hicieran silencio; por supuesto, aquella burla no se quedaría allí.

—Lo siento... —dijo Daniela con timidez. Por su parte, Franco la observó con intriga; esa chica era tan rara que le era inevitable no escudriñarla.

«Esos ojazos son muy lindos», pensó, encantado con el color avellanado que mostraba la mirada más inusual del salón.

—Tu lápiz —le habló cuando la chica se sentó—. Está lleno de mordiscos, ¿acaso tienes hambre?

Ella se sonrojó de la vergüenza y se sintió un bicho raro delante de él.

—Ah... —Las palabras no le salían. ¿Cómo se suponía que debía hablar con su crush?—. Gracias. —Se limitó a decir.

—De nada, Daniela. —Le guiñó un ojo.

Ella tragó pesado ante aquel gesto que le sacudió todo el cuerpo y que le provocó latidos rápidos y vehementes en el pecho. Franco era el chico de sus sueños y sus sentimientos por él, pese a que nunca antes habían cruzado palabras, eran muy fuertes.

—¿Ahora sí puedes responder, Daniela? —cuestionó la maestra con los brazos cruzados.

En el receso, Daniela sacó la única moneda que su madre le dio porque el día anterior le había ido mal en las ventas. Suspiró y se puso en la cola de la fila frente a la cafetería mientras rememoraba aquel tiempo, cuando el dinero no era un problema para ella ni su familia. Sus carencias económicas empezaron el día que su padre fue despedido y este usó el pago de la cesantía para invertirlo en un negocio que no funcionó, como resultado de aquella pérdida y el desempleo de él, ellos estaban pasando precariedades y sobreviviendo con el poco dinero que hacía la mamá vendiendo helados y arepa dulce.

Se compró un refresco de botella y se sentó debajo de un árbol que quedaba cerca de la cancha de baloncesto. Había descubierto aquel lugar semanas atrás cuando escapaba de sus acosadores y, desde ese entonces, se convirtió en su sitio favorito. No solo porque los que iban a la cancha lo hacían por el lado contrario que era donde estaba la entrada, había otra razón: Franco practicaba allí una vez a la semana con sus amigos y verlo jugar y sudar era el espectáculo más sensual que sus ojos habían apreciado.

Suspiró cuando recordó la última vez que lo observó desde allí mientras él jugaba, estaba tan acalorado que se quitó la camiseta de deporte, mostrando su torso musculoso en todo su esplendor.

—Él es tan apuesto —dijo en un suspiro mientras miraba al cielo.

—¿Quién es apuesto?

Daniela casi gritó de la impresión al escucharlo detrás de ella.

—¿Franco? —Agrandó los ojos por la sorpresa—. ¿Qué haces aquí?

—¿Perdón? —Él enarcó una ceja—. Este es el patio del colegio y estamos en recreo.

—¡Qué tonta soy! —Ella se mordió el labio inferior con nerviosismo mientras trataba de disimular los temblores, que la presencia de él le provocaban.

Este, en cambio, sonrió y se sentó a su lado; al instante, la cercanía del chico surtió efecto. El corazón le empezó a latir muy rápido a Daniela, asimismo, sus manos emanaron sudor excesivo y sintió varios escalofríos al percibir el aroma varonil de él.

—Al parecer te gusta mordisquear —comentó juguetón, al notar que los dientes de ellas se aferraban al pobre labio enrojecido.

—Solo cuando estoy nerviosa... —dijo sin pensar.

—Entonces, ¿te pongo nerviosa? —dedujo él. Su tono salió un poco seductor y, percatarse de ello, le provocó temor.

—¡No! Es que me asustaste... —mintió.

—Lo siento, no fue mi intención hacerlo. —Hizo una pausa y luego jugó con su cabello—. Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? —Ella asintió con la cabeza—: ¿Por qué no hablas en clase? ¿Eres tímida? O… ¿crees que todos los del salón somos tontos porque no nos va tan bien como a ti en las calificaciones? Quizás nos comportamos como niños… —Volvió a rascarse la cabeza; estaba tan nervioso que ya no sabía lo que decía.

Ella dio un sorbo de la bebida gaseosa y miró en dirección a sus pies, de inmediato, la vergüenza la embargó al notar lo feos y demacrados que sus zapatos estaban.

—No lo sé... —Suspiró y miró al cielo. Se entretuvo observando las formas de las nubes y apretó la botella de refresco.

—¿No lo sabes? —Él arrugó el rostro—. ¿Te digo un secreto? Desde que empezó el año me he querido acercar a ti, pero me daba miedo; es que te ves tan impenetrable e inteligente que temía me encontraras tonto.

—¿Qué? —Ella lo miró sin dar crédito a lo que había oído—. ¡No te creo! —Rio.

—¡Te lo juro! —Él rio también—. Siempre estás apartada, no hablas con nadie, te sabes las respuestas de todo lo que los maestros preguntan y te llevas la mejor calificación en los exámenes.

—No hablo con nadie porque... —Volvió a morderse el labio y se abrazó a sí misma.

—¿Porque...? —repitió él con sumo interés.

—¿No lo has notado? Las chicas hablan mal de mí a mis espaldas y tus amigos se burlan de mi apariencia. Bueno, lo último supongo que no lo sabes, ellos lo hacen cuando nadie los ve para que no le digan al director, supongo.

—Sí los he escuchado tirar indirectas, pero son unos tontos. A veces ni sé por qué me junto con ellos.

—Yo sí lo sé. —Ella volvió a sorber—. No quieres estar solo.

—Creo que tienes razón. —Ella notó remordimiento en él.

—Oye, eso no es malo. Yo tampoco quiero estar sola, pero creo que empecé con el pie izquierdo aquí y ya no hay remedio. —Trató de animarlo.

—Entonces seré tu amigo. ¿Qué dices?

Las palabras de él le causaron una emoción indescriptible, pese a que ella quería ser más que su amiga.

—¿Estás seguro? No creo que a tu grupo de amigos les agrade la idea.

—Ese es su problema —dijo con firmeza y la miró a los ojos—. Yo quiero ser tu amigo. 

Daniela lo observó con incredulidad, mas se limitó a asentir. Franco le extendió el meñique y ella hizo lo mismo entre risas.

—Eso es muy infantil —dijo mientras enlazaba el dedo con el de él.

—Nah, eso es cerrar un trato como se debe. Por cierto, dado que vi que solo te pediste un refresco, me tomé el atrevimiento de comprarte una empanada de queso. Sé que te gustan mucho porque siempre compras de esas.

Daniela miró la bolsa de papel con vergüenza y bajó el rostro. ¿Tan obvia era su situación? Fijó la vista en sus zapatos y rio en su interior.

«Mi apariencia me delata», pensó con tristeza, «Qué bochorno que él me vea como la mendiga del colegio».

De momento se sintió demasiado insignificante y su único deseo era poder salir corriendo de allí.

—Muchas gracias, pero no era necesario. Compré solo un refresco porque no tengo hambre —mintió con voz temblorosa.

Franco la miró con pesar sin saber cómo convencerla o, peor, decirle que no le creía. No quería incomodarla ni que esta creyera que lo hacía por lástima. Aunque, si no era esa la razón, ¿por qué compartía lo poco que tenía con ella?

—Entonces guárdala para más tarde, es de mala educación rechazar los regalos —dijo con nerviosismo. Se sentía bastante tonto en ese momento, ¿no se le pudo ocurrir otro argumento mejor que ese?

—Bueno... —Ella tomó la bolsa con timidez. De soslayo miró el contenido de esta y la boca se le hizo agua. Ya quería quedarse sola para poder comer aquel manjar.

—Nos vemos en el aula, amiga. —Él le guiñó un ojo y se alejó de ella a toda prisa, como si escapara de algo.

—Es tan lindo. —Daniela suspiró cuando él salió de su campo de visión. Sacó la empanada de la bolsa y sonrío como tonta enamorada, debido a la emoción que le provocaba haber obtenido un regalo de parte de él—. ¿Debería comerte o guardarte para nunca olvidar este momento?

Ella se quedó analizando la empanada por unos segundos, todavía no creía que su crush se la hubiera regalado. Después de suspirar por un rato, ella empezó a comer.

A distancia, Franco la observaba escondido detrás de un zafacón de basura grande, con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.

—¿Qué haces espiando al esperpento? —Lo sorprendió Joel con cara de espanto, al verlo allí tirado—. ¿Acaso te gusta la fea esa?

Franco se quedó pasmado ante esa pregunta porque no tenía una respuesta concreta para dar.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo