—¡Claro que no! Solo somos amigos y ya —se excusó Franco con voz temblorosa.
—¿Amigos? Nadie es amigo del esperpento; ella es rara y descuidada. Si tiene el cabello como un gallinero, ya te podrás imaginar otras zonas.
Franco agrandó los ojos al escuchar a su amigo decir tremenda estupidez.
—Y ¿por qué debo imaginar eso? Los amigos no ven "esas zonas" que tú mencionas. Qué me importa a mí ese asunto. Estás loco, Joel.
—¿Que no ves cómo luce? De seguro tiene mal olor, no creo que se bañe. —El chico hizo cara de disgusto.
—No te pases, Joel. Somos amigos, pero no permitiré que te metas con Daniela. ¡Ya déjala en paz!
—¿La estás poniendo por encima de mí? —cuestionó el mulato con cara de disgusto.
—Solo te pido que la respetes. Lo que haces está mal y se llama acoso. No te metas con ella o me olvido de que somos amigos. —Franco le dio la espalda, dispuesto a marcharse.
—¿Me estás amenazando, jabao? —El tono de su amigo se sintió desafiante.
—Te lo estoy advirtiendo, prieto —contraatacó y se alejó sin añadir nada más. Sabía que su amigo odiaba que le dijeran así, pero este también conocía que a él tampoco le gustaba que le llamaran jabao.
***
Semanas después...
—¿Ves? Es fácil. —Ella sonrió ufana.
—Tú haces que sea fácil. Muchas gracias por explicarme, ese profe de física me regañó solo porque no entendí.
—Creo que pensó que no estabas prestando atención.
—Pero sí lo hice. Hasta me cambié de lugar para poder concentrarme, pero es que ese profesor empieza como una carretilla y no hace pausa, de verdad no sé cómo es que entiendes todo.
—Es porque estudio las lecciones con antelación. Cuando el profesor explica ya sé de qué va la clase, así que, en el aula, su explicación me saca de dudas y me aclara lo que no entiendo. Te recomiendo que hagas lo mismo, ya que todas las lecciones se encuentran en el libro.
Franco la miró con expresión maravillada. Ella era una chica peculiar y brillante, a quien él admiraba mucho.
—Por cierto, ¿te puedo hacer una pregunta? —inquirió ella con nerviosismo.
—Por supuesto, ratona, soy todo oídos.
Ella se sonrojó cuando los ojos cafés de su amigo se enfocaron en ella. Vaciló un poco antes de preguntar porque temía a la respuesta. Para ella, era preferible ignorar que enfrentar una situación desagradable.
Después de un largo suspiro, morderse los labios varias veces y apretar los puños, decidió preguntar de una vez y por todas.
—¿Crees que soy fea?
Franco se quedó en silencio por unos segundos, sorprendido por esa pregunta tan rara. La detalló por un rato y sonrió.
—No, no lo eres. —Agarró un mechón del rebelde cabello y jugó con él—. A decir verdad, eres una niña muy linda, con los ojos más hermosos que he visto jamás.
Daniela tragó pesado al escuchar sus palabras. Con gran disimulo, se pellizcó en el brazo para comprobar que estaba despierta y que aquello no había sido producto de su imaginación.
—¿Lo dices en serio? —La voz le salió temblorosa y los ojos se le cristalizaron—. Es decir, puedes ser sincero conmigo. Solo quiero saber qué mejorar de mi apariencia para lucir bonita.
—Hablo en serio. Eres hermosa así. Con tu cabello rizado y esponjoso, y esa sonrisa sincera que ilumina a todos a tu alrededor. No cambiaría nada de ti, Daniela.
Ella no pudo refutar porque las palabras no le salían. Lo miró con incredulidad y jugó con las manos un rato. Estaba temblando y el corazón le latía muy fuerte, de todas las repuestas que se imaginó él le daría, nunca se le ocurrió esa.
¿Su amor platónico se la encontraba bonita?
—Pero todos se burlan porque mi cabello es rebelde y se me hace difícil controlarlo. Antes iba al salón y me lo planchaban, pero ahora no me puedo dar ese lujo. —Ella rompió el silencio que se había instalado entre ellos.
—Solo son unos envidiosos y rencorosos. ¿Sabes por qué Joel te molesta? —Ella negó—. Porque le gustas. Pero es tan tonto y cobarde que no sabe cómo abordarte, te teme. Es que eres diferente a las demás chicas con la que está acostumbrado a salir.
—¡No te creo! —Ella rio con ironía—. ¡Eso es imposible!
—¿Por qué? Eres una chica lista y linda, es normal que tengas pretendientes.
—Pero no Joel. Si vieras como me trata cuando nadie lo está viendo. Incluso me sigue junto a sus amigos de tercero solo para burlarse de mí —replicó con amargura.
—¡Joel es un payaso retrasado! Solo quiere llamar tu atención. ¿Busca a los de tercero? ¿En serio? ¡Qué cobarde! Eso es porque no se atreve a acercarse a ti solo.
—No puedo asimilar lo que dices. Si te gusta una persona la tratas bien y la abordas con palabras bonitas para llamar su atención, no la ofendes ni maltratas.
—Es lo que debería ser, pero a veces los chicos no sabemos cómo acercarnos a ustedes y terminamos haciendo tonterías. —Él se rascó la cabeza.
—Son unos tontos, entonces. —Ella se cruzó de brazos—. No me importa si le gusto o no a Joel, me trata mal y gracias a él no tengo amigos porque todos le hacen caso como si su palabra fuera la ley. No me gustaría una persona como él ni siquiera para hacer amistad.
—A mí tampoco me gustaría que tú le correspondieras. Mereces a alguien mejor —dijo antes de darle un mordisco a su emparedado.
Ambos se miraron a los ojos mientras sonreían.
—¿Alguien como tú? —preguntó con tono coqueto.
Franco tosió por el impacto que su pregunta le causó, como consecuencia, el contenido de su boca le cayó en la cara a Daniela.
—¡Lo siento! —exclamó mientras trataba de limpiarla, pero se le dificultaba porque se había ahogado con parte de la comida y no paraba de toser.
—No te preocupes —respondió ella con cara de asco. Daniela tomó la servilleta que él le había dado junto al emparedado y terminó de limpiarse.
—Perdón... —dijo él con vergüenza y pesar.
—Fue un accidente, ya estoy bien. —Levantó el mentón para que él viera que tenía el rostro limpio. Después de unos segundos en silencio, ambos estallaron en carcajadas.
Fue así como una hermosa amistad surgió entre ellos, donde ambos se ayudaban y apoyaban. Franco compartía su desayuno con ella y esta lo respaldaba con las clases. Por otro lado, los demás alumnos empezaron a respetar a Daniela y hasta le hablaban.
—Aléjate del esperpento, Franco —demandó Joel mientras le picaba el pecho con el dedo índice.
—Daniela es mi amiga, ¿por qué tengo que alejarme de ella?
—Tu comportamiento me es sospechoso. ¿Vas a jugar con la fea? Sabes que no debes salir con ella.
—Lo que dices no tiene sentido. Además, si tanto te gusta ¿por qué no se lo dices y ya?
—¿Gustarme a mí? ¡Ja! Yo no como vidrio. Pero al parecer tú no te conformas...
—¡Concho, Joel, deja de joder tanto! No me gusta Daniela, solo somos amigos. Ya déjame tranquilo.
—Franco —interrumpió Daniela con una gran sonrisa, quien apareció de repente. Por su parte, Joel hizo una mueca de disgusto que ella ignoró—. ¿Nos vamos?
Él asintió con la cabeza en respuesta. Ambos jóvenes salieron del colegio entre conversaciones tontas y risas, como ya les era costumbre desde que se hicieron amigos. Una vez llegaron a la casa de Daniela, Franco la detuvo por el brazo cuando esta iba a entrar.
—Espera... —Buscó en su mochila y sacó una pequeña bolsa de regalo—. Es para ti, ojalá te guste.
Ella la tomó confundida, puesto que no era su cumpleaños ni celebraba nada especial.
—Gracias. —Sonrió mientras sacaba un envase de la bolsa—. ¿A qué se debe el regalo?
—Es que me dijiste que tu cabello estaba rebelde y te era difícil controlarlo. Le pregunté a mi mamá cómo maneja el de ella y esta me dijo que esa crema es muy buena para domarlo. Mencionó algo acerca de humectación, solo debes ponerla en él antes de peinarte. —Se rascó la cabeza y esbozó una sonrisa nerviosa.
Daniela lo miró incrédula por un rato. Sentía que flotaba entre las nubes de la felicidad. Abrazó el producto de belleza y bajó el rostro para disimular su cara de tonta enamorada. Para ella era muy especial que su amor platónico tuviera un detalle tan lindo.
—Muchas gracias, Franco. Lo probaré. Por cierto, ¿practicarás decatlón hoy?
—No, el entrenador cambió el día de los entrenamientos para los fines de semana. Eso me cayó como anillo al dedo porque podré trabajar en la tarde; incluso un amigo de mamá me consiguió un empleo en la heladería del mall. Si quieres me puedes hacer la visita y te regalo un helado. Tengo dos días trabajando allí y es aburrido cuando no tengo nada que hacer.
—¡Me encantaría! —celebró ella con emoción.
***
Daniela le hacía compañía a Franco varios días a la semana y, en los momentos que él no tenía clientes, ellos hacían la tarea. Estaban muy enfocados en los estudios, debido a que el verano pronto llegaría y con este los exámenes finales.
Por otro lado, Franco se preparaba para la competición de atletismo del verano. Este había ganado varias medallas locales y estaba dentro de los escogidos por el entrenador, para viajar al extranjero a representar el país.
Años atrás él veía las pruebas de atletismo como un pasatiempo, debido a que siempre le había gustado el deporte, sin embargo, su padre vio en él la oportunidad de cumplir su sueño frustrado. Ese año, el gobierno había dicho que les daría una suma millonaria a los participantes que le llevaran medallas de oro, plata y bronce, razón por la que los atletas se motivaron a darlo todo para poder participar en los juegos.
Cuando el padre de Franco supo aquello por medio del entrenador, usó todos sus ahorros y lo invirtió en su hijo, con la certeza de que este ganaría el oro y se haría famoso y millonario. Él había planeado todos los beneficios que ganar los juegos les traería y hasta tenía el contacto de algunos patrocinadores que le pagarían para que Franco anunciara sus productos.
***
—¡Qué lindo está tu cabello! —Zarai, hermana mayor de Daniela, elogió mientras esta se miraba en el espejo.
—Es que la crema que me regaló Franco lo humecta bien —respondió ella después de colocarse brillo labial.
—Franco es el chico que te acompaña a casa después de clase, ¿cierto? —preguntó con picardía.
—Sí, es él. Es mi mejor amigo.
—¿Solo eso? —interrogó alusiva.
—Solo eso —respondió cortante.
—Creo que le gustas, de la misma manera que él a ti.
Daniela agrandó los ojos al sentirse descubierta por su hermana.
—¡Qué cosas dices! —espetó con nerviosismo—. ¿Cómo le voy a gustar a Franco? Él solo me ve como a una amiga y ya.
—¡Ay, por favor! Él te acompaña a casa todos los días y te hace regalos.
—Porque somos amigos. —Daniela entornó los ojos.
—Qué inocente eres o quizás eres tonta. Hazme caso, yo tengo experiencia en esos menesteres. En la universidad sé a quienes les gusto, no es difícil de saber porque todos los chicos actúan de la misma manera cuando se enamoran.
—No creo que todos actúen igual. —Recordó las palabras de Franco acerca de Joel.
—Claro que sí. Si quieres podemos apostar tu crema de peinar a que estoy en lo cierto. Lo único que tienes que hacer es romper el hielo, puede que tu chico sea tímido en el amor y necesite un empujón.
Daniela apretó el envase contra su pecho. ¿Apostar el regalo de su amigo? Nunca haría eso.
—No voy a apostar mi crema de peinar, tampoco haré el ridículo con Franco por suposición tuya. No arruinaré nuestra amistad, Zarai.
—¡Que amistad ni que ocho cuartos! Gallina es lo que eres. Tienes miedo, pero en el fondo sabes que tengo razón. No te preocupes, no te le vas a declarar ni nada por el estilo, solo le abrirás la puerta para que entre.
Daniela entrecerró los ojos con confusión.
—¿Abrir la puerta? ¿De qué hablas?
—Tanto que estudias y eres tonta. Me refiero a provocar que él se te confiese, a motivarlo.
—¿Cómo voy a hacer eso? No le gusto.
—Y vuelves con lo mismo. Sí le gustas.
Daniela tragó pesado. Cada vez que su hermana mencionaba aquello, sentía que el corazón le latía muy rápido.
—¿Crees que no le he tirado indirectas? Lo he hecho y no he obtenido respuesta de su parte.
—¿Indirecta a un hombre? —Zarai estalló en carcajadas—. Eso es una pérdida de tiempo, mana. Los hombres no entienden las indirectas, pero sí responden al coqueteo. Solo tienes que hacerte más accesible a él.
—Ay, no. Yo no le coquetearé a mi amigo. Ya déjame tranquila.
Daniela salió de la habitación casi corriendo, huyendo de las malas ideas de su hermana. Nunca se atrevería a seducir a Franco, jamás le haría saber acerca de sus sentimientos por él.
Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta dista
El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientr
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una
Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.***Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.L
Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com
—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu fut