En forma de imágenes lacónicas que se le reflejaban en la mente, el pasado trajo a colación todos esos pequeños eventos que él pasó por alto en aquel entonces. La manera en que ella lo miraba, su trato dulce y la buena química que había surgido entre ellos.Luego recordó aquel beso tímido que ella intentó darle y que él rechazó. Todo ¿por qué? Ni siquiera lo recordaba.Pero se arrepentía, siempre lo hizo.Sin embargo, tuvo la oportunidad de hacer todo diferente una vez más; no obstante, volvió a cometer el mismo error.«Soy un imbécil», se acusó a sí mismo mientras corría en dirección a Daniela.—Ratona, despierta... —Él la levantó entre sus brazos y la cargó, entonces se apresuró con ella encima en dirección a la camioneta, ya que era el vehículo que más cercano le quedaba.Por su parte, Ashley recogió las llaves que yacían en el pavimento y se las entregó a Franco; quien, después de abrir la puerta del copiloto, colocó a Daniela con delicadeza y le puso el cinturón de seguridad.Ash
Tres meses después...Aquel día, Franco fue a supervisar los puestos, ya que en las últimas semanas no había podido porque estaba cuidando a Daniela y llevándola al hospital, cada vez que ella aseguraba que ya los bebés iban a nacer, pero siempre los devolvían porque no estaba en labor de parto.Daniela, en cambio, salió con Ashley al centro comercial para comprar lo que, según ella, le faltaba para el nacimiento de los mellizos.—Hoy estás muy animada, mami. Es raro que estés tan activa porque te la pasas tirada en el sofá.Daniela sonrió porque todavía le provocaba mariposas en el estómago que la niña la llamara "mami". Ella empezó a decirle así semanas atrás y, para Daniela, ser considerada como tal era una razón de felicidad y alivio.Cuando empezaron los malestares propios de su estado, ella estaba mortificada porque no quería que la niña se sintiera desplazada por las atenciones y cuidado que requería un embarazo; pero muy contrario a lo que temía, Ashley le había sido de gran a
«Y Caperucita roja y la abuelita hicieron un sancocho en celebración».—El cuento no es así —reclamó la niña con el ceño fruncido—. En el mundo de Caperucita no existe el sancocho.—¿No? Eso es una falacia, el sancocho debería existir en todos los mundos —respondió él, haciéndose el ofendido. La niña entrecerró los ojos y luego estalló de la risa.—Ay, papi, tú solo piensas en sancocho. Total, tanto que te gusta y ni lo preparas. —Ella bostezó y se le recostó en el pecho. La pequeña sonrió al sentir la firmeza del musculoso torso, que tan segura la hacía sentir.—Ah, pero eso es porque no tengo tiempo. Soy todo un empresario que trabaja duro para que compremos esa hermosa casa que viste en la revista.—¿Falta mucho? Ya quiero vivir allí... —balbuceó soñolienta.Él le acarició el cabello y esbozó un suspiro. Mentirle a su hija lo hacía sentir culpable, pero ¿cómo decirle cuál era su realidad a una inocente criatura?—Se tomará su tiempo, pero viviremos allí.Ella no respondió porque ya
—Franco y Daniela, ¿ya terminaron de conversar? —espetó la maestra con expresión de disgusto—. ¿Acaso quieren ser expulsados de la clase?—¡No! —exclamaron al unísono.—Solo la ayudo, se le cayó el lápiz. —Él extendió el objeto en dirección a la maestra para mostrarle.—La próxima vez, deje que los demás resuelvan sus problemas y enfóquese en la clase. Estoy segura de que Daniela no es manca y ella solita puede levantar sus cosas —replicó ella con tono brusco.«Ogro», pensó él.Daniela se levantó del piso abochornada. Odiaba con todas sus fuerzas que le llamaran la atención, en especial si se trataba de los maestros.—¡El amor! —vociferó Joel con sorna y todos empezaron a reír.Una mirada asesina de parte de la maestra fue suficiente para que ellos hicieran silencio; por supuesto, aquella burla no se quedaría allí.—Lo siento... —dijo Daniela con timidez. Por su parte, Franco la observó con intriga; esa chica era tan rara que le era inevitable no escudriñarla.«Esos ojazos son muy lin
—¡Claro que no! Solo somos amigos y ya —se excusó Franco con voz temblorosa.—¿Amigos? Nadie es amigo del esperpento; ella es rara y descuidada. Si tiene el cabello como un gallinero, ya te podrás imaginar otras zonas.Franco agrandó los ojos al escuchar a su amigo decir tremenda estupidez.—Y ¿por qué debo imaginar eso? Los amigos no ven "esas zonas" que tú mencionas. Qué me importa a mí ese asunto. Estás loco, Joel.—¿Que no ves cómo luce? De seguro tiene mal olor, no creo que se bañe. —El chico hizo cara de disgusto.—No te pases, Joel. Somos amigos, pero no permitiré que te metas con Daniela. ¡Ya déjala en paz!—¿La estás poniendo por encima de mí? —cuestionó el mulato con cara de disgusto.—Solo te pido que la respetes. Lo que haces está mal y se llama acoso. No te metas con ella o me olvido de que somos amigos. —Franco le dio la espalda, dispuesto a marcharse.—¿Me estás amenazando, jabao? —El tono de su amigo se sintió desafiante.—Te lo estoy advirtiendo, prieto —contraatacó y
Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta dista
El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientr
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una