«Y Caperucita roja y la abuelita hicieron un sancocho en celebración».
—El cuento no es así —reclamó la niña con el ceño fruncido—. En el mundo de Caperucita no existe el sancocho.
—¿No? Eso es una falacia, el sancocho debería existir en todos los mundos —respondió él, haciéndose el ofendido. La niña entrecerró los ojos y luego estalló de la risa.
—Ay, papi, tú solo piensas en sancocho. Total, tanto que te gusta y ni lo preparas. —Ella bostezó y se le recostó en el pecho. La pequeña sonrió al sentir la firmeza del musculoso torso, que tan segura la hacía sentir.
—Ah, pero eso es porque no tengo tiempo. Soy todo un empresario que trabaja duro para que compremos esa hermosa casa que viste en la revista.
—¿Falta mucho? Ya quiero vivir allí... —balbuceó soñolienta.
Él le acarició el cabello y esbozó un suspiro. Mentirle a su hija lo hacía sentir culpable, pero ¿cómo decirle cuál era su realidad a una inocente criatura?
—Se tomará su tiempo, pero viviremos allí.
Ella no respondió porque ya se había dormido. Él la acomodó en el pequeño catre y cerró la cortina que separaba el espacio de ella con el de él. Se sentó en el colchón que era sostenido por piedras grandes y dejó salir su frustración con gotas de dolor.
—¿Cómo haré para pagar el atraso en la pieza si no he conseguido quien me preste? No sé si don Joaquín querrá esperar unos días más. Dios mío, ayúdame; no por mí, por ella.
Se limpió las lágrimas y se acostó.
¡Estaba tan cansado!
Pese a que era un hombre fuerte y musculoso, gracias a la costumbre de hacer ejercicio, nunca había hecho trabajo de construcción; aparte de que ese día casi se desmaya en su nueva labor, no solo por lo duro que era, también por la falta de alimentación y porque la comida que le dieron la guardó para que su hija cenara aquella noche. Todo ello porque la persona que lo contrató no le pagó el día, alegando que se estaba cobrando un dinero que él le había tomado prestado y que no le había podido pagar. Por suerte saldaría su deuda con tres días más de trabajo y el resto le serviría para comida y otros menesteres; no obstante, temía que el dueño de la pieza no le esperara.
—Todo hubiese sido tan distinto si... —Suspiró y decidió no revolver el pasado. ¿De qué le serviría lamentarse de lo que pudo o no ser? Con varios quejidos por el dolor en los músculos, se quedó dormido.
***
Siete años antes...
—¡Qué tipa tan fea! ¡Parece un espanta pájaros! —exclamó con sorna un chico mulato, quien se encontraba rodeado de varios compañeros del colegio. Estos le siguieron el juego a su amigo, riéndose y vociferando todo tipo de burlas en contra de la jovencita frente a ellos.
—No solo es greñuda y parece un palillo, también es descuidada; ¡mírale los zapatos!, están rotos y feos —añadió otro.
La adolescente, de apariencia demacrada y mirada tímida, miró al suelo a causa de la vergüenza y tristeza que le provocaron las burlas de sus compañeros.
Ella se giró para tomar otro camino que la condujera a un lugar solitario, donde nadie la molestaría. Al principio el receso no era tan malo porque ella se quedaba dentro del aula, no obstante, a los maestros se les ocurrió que no estaba bien que los alumnos se quedaran allí durante el recreo, por tal razón, tomaron por costumbre sacar a todos los estudiantes del salón y cerrar la puerta con seguro.
Ella se alejó de los chicos, quienes le vociferaban insultos entre risas, pese a que ya esta se había apartado de ellos. Por estar de distraída, no se percató de que venía alguien en su dirección.
—¡Ay! —se quejó cuando cayó al piso. El choque fue fuerte debido a la firmeza de aquel cuerpo.
—¿Estás bien?
Esa voz...
La conocía a la perfección. Era él, su amor platónico. Ese chico inalcanzable que todas se querían ligar y que, por más que esta soñara y fantaseara con él, nunca este se fijaría en un esperpento como ella.
—Sí, perdón. —Ni siquiera se atrevió a mirarlo, más bien, salió corriendo como si el chico representara algún peligro.
Este se encogió de hombros y siguió su camino.
***
Ella, como de costumbre, estaba sentada atrás donde pudiera pasar desapercibida. Se esmeraba en hacer sus labores escolares, prestar atención y repasar una y otra vez las lecciones que más se le complicaban.
Ella solía llegar temprano para ser la primera en adentrarse en el aula y así evitar que se notara su presencia. Puesto que, por más que aquella jovencita ignorara el acoso en su contra, las burlas y maltratos de algunos compañeros eran dolorosos y vergonzosos.
De a poco, los alumnos iban entrando al salón, algunos en parejas, otros en grupos mientras conversaban entre risas y expresiones exageradas, típicas de esta etapa. Ella agachó la cabeza por inercia y miró de soslayo a sus compañeros. ¡Cómo deseaba tener por lo menos un amigo o amiga! Entrar al aula sin miedo ni vergüenza y poder demostrarles a sus compañeros que ella también podía ser divertida.
Mientras la chica seguía perdida en sus meditaciones, un joven alto y atlético hacía entrada. Al esta percatarse de su presencia, se quedó alelada apreciando la belleza de él, que denotaba sensualidad. Para ella, él era el chico más interesante de la clase, pero al mismo tiempo, el más inalcanzable.
Los latidos de su corazón aumentaban a medida que él se acercaba y casi da un respingo al percatarse de lo que este había hecho.
—¿Por qué te sentarás allá atrás? —le reclamaron sus amigos.
—Porque por culpa de ustedes el profesor Marino me puso mala calificación en disciplina. Ustedes son una mala influencia —respondió con tono divertido.
—¡Bah! —vociferaron todos al unísono.
—¡Ahora somos mala influencia, cabronazo! —espetó, Joel, su mejor amigo. El mulato de ojos color miel le enseñó el dedo corazón y, para mala suerte de la joven que observaba todo de forma disimulada, aquel chico posó su atención en ella—. Pero... —Sonrió malicioso—. ¡Carajo, te has sentado delante del esperpento!
Ella quería que se la tragara la tierra, pero algo mejor sucedió. Antes de que todos posaran su mirada en esta, la maestra de español entró al aula, como consecuencia, todos los alumnos se sentaron en sus lugares e hicieron silencio.
—¡Buenos días! —saludó la delgada mujer con voz tosca.
—¡Buenos días, maestra! —respondieron todos al unísono.
La profesora empezó a dar su clase con la atención de todos puesta en ella, quienes, pese a que la mayoría eran unos indisciplinados y malos estudiantes, con aquella mujer tenían que comportarse, puesto que era la maestra más temida del liceo.
La chica suspiró al sentirse segura en esa clase, aunque sabía que su seguridad duraría menos de una hora. De momento se puso nerviosa. Miró con disimulo la espalda ancha del joven que le quedaba delante y sonrió al ver su cabello rubio y espinoso ser sacudido por él. Al parecer estaba aburrido.
Mordisqueó el lápiz por los nervios de tenerlo tan cerca y luego pasó la punta de la lengua sobre su labio inferior.
—Ahhhh... —suspiró en voz alta. Se sacudió con miedo al percatarse de ello, pero para su suerte nadie le prestaba atención. Decidió concentrarse en la clase e ignorar el hecho de que el chico que tanto le gustaba estaba cerca de su silla y que le era posible oler su colonia.
—Daniela, ¿qué es una sintaxis? —Ella se espantó al escuchar su nombre en boca de la maestra y, como resultado de la impresión, dejó caer el lápiz.
Con gran nerviosismo y sonrojo, se tiró de la silla y se agachó al lado de su compañero, mas, cuando fue a tomar el lápiz, este ya lo había recogido. Sus ojos cafés la miraron con curiosidad y una sonrisa amigable se le dibujó en los labios.
Ella, por su parte, se quedó congelada mientras observaba esa hermosa boca con la que tanto había soñado.
—Ummm... Parece que un ratoncito mordió este lápiz —comentó él juguetón y volvió a sonreír.
Daniela se mordió el labio inferior, como respuesta involuntaria a la vergüenza que el comentario del chico le había provocado.
—Franco y Daniela, ¿ya terminaron de conversar? —espetó la maestra con expresión de disgusto—. ¿Acaso quieren ser expulsados de la clase?—¡No! —exclamaron al unísono.—Solo la ayudo, se le cayó el lápiz. —Él extendió el objeto en dirección a la maestra para mostrarle.—La próxima vez, deje que los demás resuelvan sus problemas y enfóquese en la clase. Estoy segura de que Daniela no es manca y ella solita puede levantar sus cosas —replicó ella con tono brusco.«Ogro», pensó él.Daniela se levantó del piso abochornada. Odiaba con todas sus fuerzas que le llamaran la atención, en especial si se trataba de los maestros.—¡El amor! —vociferó Joel con sorna y todos empezaron a reír.Una mirada asesina de parte de la maestra fue suficiente para que ellos hicieran silencio; por supuesto, aquella burla no se quedaría allí.—Lo siento... —dijo Daniela con timidez. Por su parte, Franco la observó con intriga; esa chica era tan rara que le era inevitable no escudriñarla.«Esos ojazos son muy lin
—¡Claro que no! Solo somos amigos y ya —se excusó Franco con voz temblorosa.—¿Amigos? Nadie es amigo del esperpento; ella es rara y descuidada. Si tiene el cabello como un gallinero, ya te podrás imaginar otras zonas.Franco agrandó los ojos al escuchar a su amigo decir tremenda estupidez.—Y ¿por qué debo imaginar eso? Los amigos no ven "esas zonas" que tú mencionas. Qué me importa a mí ese asunto. Estás loco, Joel.—¿Que no ves cómo luce? De seguro tiene mal olor, no creo que se bañe. —El chico hizo cara de disgusto.—No te pases, Joel. Somos amigos, pero no permitiré que te metas con Daniela. ¡Ya déjala en paz!—¿La estás poniendo por encima de mí? —cuestionó el mulato con cara de disgusto.—Solo te pido que la respetes. Lo que haces está mal y se llama acoso. No te metas con ella o me olvido de que somos amigos. —Franco le dio la espalda, dispuesto a marcharse.—¿Me estás amenazando, jabao? —El tono de su amigo se sintió desafiante.—Te lo estoy advirtiendo, prieto —contraatacó y
Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta dista
El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientr
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una
Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.***Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.L
Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com