—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu fut
El sonido de los vehículos, las risas de los niños y las voces de los padres al llamar o reprender a sus hijos se tornaron más fuertes y claras, debido al silencio que se instaló entre ellos.Franco estaba congelado en su lugar sin saber cómo romper el mutismo que se estaba tornando incómodo. Tenía un debate interno al querer huir y esconderse donde la vergüenza, el sentimiento de inferioridad y de mediocridad no lo fastidiara; pero al mismo tiempo deseaba quedarse allí, contemplando a su primer amor.Él la recordaba como al ser más amable del mundo, con una sonrisa fascinante y hermosa, que le transmitía confianza y una alegría real; asimismo, tenía un carisma que la hacía sobresalir entre las demás niñas. Ahora esa chiquilla inocente y dulce se había convertido en una mujer sensual, con porte empoderado y mirada segura.Esa era su Daniela, aunque había salido de su capullo y estuviera volando como la hermosa mariposa que siempre fue, pero que en el pasado fue tratada como a un gusan
«Ummm... Parece que un ratoncito mordió este lápiz».Daniela se despertó con esa frase en la cabeza y con el corazón latiéndole frenético. Volver a vivir el primer día que él le habló, en sus sueños, se sintió como si el tiempo no hubiera transcurrido. Rememoró todas las veces que suspiró por él en secreto y su manera tonta de admirarlo a distancia, puesto que este nunca reparó en su existencia hasta ese día.Recordó que él le dijo que, la razón para no abordarla era porque le tenía vergüenza y temor, cosa que a ella le fue difícil de creer, pero que la hizo sentir especial. Para Daniela, él era ese príncipe apuesto que vino al rescate de la damisela solitaria y rechazada; su primer amor y su primer beso.Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras ella recordaba su amistad con él, su fallido intento de conquistarlo y ese beso intenso que se dieron la última vez que ella lo vio.—¿Por qué me besaste aquel día, Franco? —se preguntó con curiosidad—. No creo que eso importe ahora. Som
Franco cerró la llamada y se quedó estático por un momento.—¿Papi? —Ashley se acercó a él y le jaló la punta de la camiseta, para poder captar su atención.—¿Sí? —balbuceó ido. Parpadeó varias veces para salir de su trance y miró a la pequeña con dulzura.—Te quedaste parralizado, papi.—Se dice pa-ra-li-za-do —corrigió sin dejar de sonreírle.—Eso dije, papi. Tengo hambre —desvió el tema y se sentó en la mesa a esperar que este le sirviera.Después de desayunar, Franco se puso el único conjunto de pantalón fino con saco que tenía; se enganchó su mochila vieja encima y caminó junto a su niña en dirección a la escuela.Cuando llegaron, se detuvo a una distancia prudente para enviar a Ashley a ponerse en su fila sin ser visto. No quería encontrarse de nuevo con Daniela, puesto que se sentía avergonzado delante de ella.—¿No vas a saludar a la profe Dani? —le preguntó Ashley antes de irse a formar.—Llevo prisa, mi amor —mintió.—Es decir «hola» y ya; no tienes que ser exagerado, papi.
Franco se dirigió a la sucursal que le indicaron para empezar a laborar de inmediato. Allí le dieron las instrucciones y un uniforme, entonces se puso a hacer su trabajo de manera activa. Ni siquiera fue a almorzar, puesto que se pasó todo el tiempo aprovechando a los clientes que iban y venían.Él no se conformaba solo con empacar los productos, también llevaba el carrito hasta el estacionamiento, ayudaba a las señoras con los niños si iban muy cargadas; cuando había un desorden se apresuraba en avisar a los trabajadores de mantenimiento; en fin, se ofrecía para cualquier necesidad, incluso bajar los artículos que se encontraban en las partes altas para los clientes.Esto último era responsabilidad de un grupo de trabajadores en específico, pero estos se la pasaban conversando y, cuando se les llamaba para que cumpliesen con su labor, mucho de ellos se tardaban bastante y hasta hacían el trabajo de mala gana.Franco, en cambio, siempre lucía una sonrisa amable a todos, asimismo, most
La cara se le puso tan roja a Franco que pareciera que esta le iba a estallar. La vergüenza que sintió en ese momento provocó que él posara los ojos en dirección al suelo, cuya mirada quedó enfocada en sus zapatos viejos como manera de evadir la situación embarazosa; sin embargo, ver lo demacrados que estos estaban, lo hizo sentir peor.—¡Qué cosas dices, Ashley! —soltó con voz temblorosa—. Solo le traje un presente a la profesora, como solemos hacerlo; ¿o se te olvida que a tu antigua maestra también le hacíamos regalitos?—¡Ay!, ¡qué mentiroso! Fue una sola vez y porque yo te lo dije. ¡Claro! Como la otra profe estaba viejita, ya no podía ser tu novia. Pero la profe Dani te gusta.Ese era un momento, en el que él deseaba que se lo tragara la tierra.Las risas de parte del portero rompieron un poco la tensión, debido a que Daniela lo acompañó con las carcajadas.—¡Los niños se inventan unas películas! —exclamó ella para que Franco se relajara, puesto que había notado lo aturdido que
Franco arrastraba dos carritos de los grandes, uno con cada mano, ambos repletos de productos empacados en bolsas plásticas. Llegó al estacionamiento que se encontraba en el sótano, seguido por una mujer de unos cuarenta y tantos años, quien no le quitaba los ojos de encima.Ella presionó el beeper del carro para poder abrir el baúl, entonces Franco se apresuró a meter las bolsas allí. Cuando terminó, él unió los dos carros para transportarlos con más facilidad.La clienta se le acercó con una sonrisa coqueta mientras lo miraba de arriba abajo con lujuria.—Oye, chico, ¿cómo te llamas?—Franco —respondió con una sonrisa amigable.—Mi nombre es Lourdes, pero puedes llamarme Lo. —Sonrió coqueta—. Toma, para que te compres un refresco. Y, gracias, eh. —Entró en el vehículo y se marchó. Franco se quedó estático en su lugar, mirando el billete ensimismado.Ella le había dado mucho dinero, más del que él se podía ganar en un día. Con una sonrisa maravillada, Franco se dirigió a una de las c