Franco cerró la llamada y se quedó estático por un momento.—¿Papi? —Ashley se acercó a él y le jaló la punta de la camiseta, para poder captar su atención.—¿Sí? —balbuceó ido. Parpadeó varias veces para salir de su trance y miró a la pequeña con dulzura.—Te quedaste parralizado, papi.—Se dice pa-ra-li-za-do —corrigió sin dejar de sonreírle.—Eso dije, papi. Tengo hambre —desvió el tema y se sentó en la mesa a esperar que este le sirviera.Después de desayunar, Franco se puso el único conjunto de pantalón fino con saco que tenía; se enganchó su mochila vieja encima y caminó junto a su niña en dirección a la escuela.Cuando llegaron, se detuvo a una distancia prudente para enviar a Ashley a ponerse en su fila sin ser visto. No quería encontrarse de nuevo con Daniela, puesto que se sentía avergonzado delante de ella.—¿No vas a saludar a la profe Dani? —le preguntó Ashley antes de irse a formar.—Llevo prisa, mi amor —mintió.—Es decir «hola» y ya; no tienes que ser exagerado, papi.
Franco se dirigió a la sucursal que le indicaron para empezar a laborar de inmediato. Allí le dieron las instrucciones y un uniforme, entonces se puso a hacer su trabajo de manera activa. Ni siquiera fue a almorzar, puesto que se pasó todo el tiempo aprovechando a los clientes que iban y venían.Él no se conformaba solo con empacar los productos, también llevaba el carrito hasta el estacionamiento, ayudaba a las señoras con los niños si iban muy cargadas; cuando había un desorden se apresuraba en avisar a los trabajadores de mantenimiento; en fin, se ofrecía para cualquier necesidad, incluso bajar los artículos que se encontraban en las partes altas para los clientes.Esto último era responsabilidad de un grupo de trabajadores en específico, pero estos se la pasaban conversando y, cuando se les llamaba para que cumpliesen con su labor, mucho de ellos se tardaban bastante y hasta hacían el trabajo de mala gana.Franco, en cambio, siempre lucía una sonrisa amable a todos, asimismo, most
La cara se le puso tan roja a Franco que pareciera que esta le iba a estallar. La vergüenza que sintió en ese momento provocó que él posara los ojos en dirección al suelo, cuya mirada quedó enfocada en sus zapatos viejos como manera de evadir la situación embarazosa; sin embargo, ver lo demacrados que estos estaban, lo hizo sentir peor.—¡Qué cosas dices, Ashley! —soltó con voz temblorosa—. Solo le traje un presente a la profesora, como solemos hacerlo; ¿o se te olvida que a tu antigua maestra también le hacíamos regalitos?—¡Ay!, ¡qué mentiroso! Fue una sola vez y porque yo te lo dije. ¡Claro! Como la otra profe estaba viejita, ya no podía ser tu novia. Pero la profe Dani te gusta.Ese era un momento, en el que él deseaba que se lo tragara la tierra.Las risas de parte del portero rompieron un poco la tensión, debido a que Daniela lo acompañó con las carcajadas.—¡Los niños se inventan unas películas! —exclamó ella para que Franco se relajara, puesto que había notado lo aturdido que
Franco arrastraba dos carritos de los grandes, uno con cada mano, ambos repletos de productos empacados en bolsas plásticas. Llegó al estacionamiento que se encontraba en el sótano, seguido por una mujer de unos cuarenta y tantos años, quien no le quitaba los ojos de encima.Ella presionó el beeper del carro para poder abrir el baúl, entonces Franco se apresuró a meter las bolsas allí. Cuando terminó, él unió los dos carros para transportarlos con más facilidad.La clienta se le acercó con una sonrisa coqueta mientras lo miraba de arriba abajo con lujuria.—Oye, chico, ¿cómo te llamas?—Franco —respondió con una sonrisa amigable.—Mi nombre es Lourdes, pero puedes llamarme Lo. —Sonrió coqueta—. Toma, para que te compres un refresco. Y, gracias, eh. —Entró en el vehículo y se marchó. Franco se quedó estático en su lugar, mirando el billete ensimismado.Ella le había dado mucho dinero, más del que él se podía ganar en un día. Con una sonrisa maravillada, Franco se dirigió a una de las c
Daniela trabajaba con cada niño en el salón por turnos, para poder dedicarles tiempo exclusivo a todos. Aquello era una tarea difícil, debido a que en el aula había casi cuarenta alumnos.Era la primera vez que ella impartía docencia en una institución pública, por lo que apenas se estaba adaptando a las irregularidades de la escuela, las carencias de materiales y el tener que enseñar a tantos niños al mismo tiempo.—Si tengo cinco bolitas y tú me quitas dos, ¿cuántas me quedan? —le preguntó a Ashley mientras ponía cinco pelotas pequeñas, en la mesa donde estaba sentada la niña.—Tresss... —arrastró la palabra. Daniela se quedó viéndola con el ceño fruncido, debido a que la piel le lucía rojiza y sus ojitos estaban adormilados.—¿Te sientes bien, pollita? —inquirió preocupada.—Tengo sueño. —Bostezó. Daniela le puso la mano en la frente y notó que su piel estaba caliente. Deprisa, se dirigió a su escritorio y buscó un termómetro para medirle la temperatura.Después de unos minutos, el
Daniela se encargó de hacer todos los trámites en la caja, mientras que Franco acompañaba a su niña en la sala de emergencia y estaba pendiente de todo lo que le hacían.Se sorprendió de la manera tan profesional en que los trataban y de lo amable que fueron con ellos, a diferencia del primer hospital al que se dirigieron.—Parece que esa princesa se durmió —comentó Daniela, quien se acercó a él y le acarició el hombro.—Sí. Así dormida parece un angelito. —Franco río divertido.—Pero ¡si eso es! —exclamó Daniela con una sonrisa que le provocó fuertes latidos a él—. ¿Qué te han dicho?—Al parecer tiene una infección en la garganta, por eso le estaba dando toda esa fiebre. El doctor me dijo que mientras tenga la infección le dará calentura, es por esto que le pusieron antibióticos y me dieron una receta para seguir tratándola en casa.Franco suspiró.—Déjame verla —pidió ella mientras le extendía la mano. Él se la pasó y enfocó su atención en la niña, que al parecer se estaba despertan
Tan cerca de ella, de manera que podía inhalar su fresco aliento, sintió como si los años no hubiesen transcurrido. Las imágenes de aquel beso inocente que, se tornó en uno pasional y que le erizó todos los vellos del cuerpo, regresaron a él para recordarle que era un hombre con pasiones carnales y deseos inhibidos.Porque sí, había reprimido esa parte de él o, más bien, las circunstancias se encargaron de que se olvidara de sí mismo para poder sobrevivir junto a su hija, en un mundo que se tornó en su contra desde aquel día en el que falló el salto que lo llevaría al éxito.Ella, por su parte, temblaba por la anticipación de sentir los labios sensuales de él sobre los suyos, como aquella última vez, donde aprendió a besar.A un roce de tirar los miedos y complejos a la borda, ellos abrieron sus bocas para unirlas; sin embargo, los pasos rápidos de la niña los hizo separarse con gran espanto.—¿Qué hacen? —preguntó ella con recelo mientras los observaba con cara seria.—N-Nada —tartam
PasadoDespués de la derrota, Franco regresó al país con el peso de aquel fallo sobre sus hombros. No solo fue el hecho de que defraudó a todos, en especial a su padre, también que sufrió una lesión del ligamento que requería cirugía, si quería seguir practicando el atletismo.Estuvo en reposo un par de meses, donde recibía la presión de Erika para que este la mudara en su casa.—No sé qué voy a hacer. Los patrocinadores declinaron las ofertas y yo me gasté todos los ahorros que teníamos en el viaje. Mi sueldo no me es suficiente para cubrir esa cirugía, Franco —se lamentó su padre.—No tienes que costear la cirugía, papá. Me buscaré un empleo y te pagaré lo que invertiste en mí —respondió él.—¡¿De qué mierdas estás hablando, Franco?! —interpeló alterado—. No he hecho tanto sacrificio para que al primer obstáculo te rindas. Buscaré la manera de pagar esa operación y tú volverás a entrenar.—Papá, no tienes dinero para volver a invertirlo en mí. Además, no quiero ser atleta. Voy a tra