Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com
—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu fut
El sonido de los vehículos, las risas de los niños y las voces de los padres al llamar o reprender a sus hijos se tornaron más fuertes y claras, debido al silencio que se instaló entre ellos.Franco estaba congelado en su lugar sin saber cómo romper el mutismo que se estaba tornando incómodo. Tenía un debate interno al querer huir y esconderse donde la vergüenza, el sentimiento de inferioridad y de mediocridad no lo fastidiara; pero al mismo tiempo deseaba quedarse allí, contemplando a su primer amor.Él la recordaba como al ser más amable del mundo, con una sonrisa fascinante y hermosa, que le transmitía confianza y una alegría real; asimismo, tenía un carisma que la hacía sobresalir entre las demás niñas. Ahora esa chiquilla inocente y dulce se había convertido en una mujer sensual, con porte empoderado y mirada segura.Esa era su Daniela, aunque había salido de su capullo y estuviera volando como la hermosa mariposa que siempre fue, pero que en el pasado fue tratada como a un gusan
«Ummm... Parece que un ratoncito mordió este lápiz».Daniela se despertó con esa frase en la cabeza y con el corazón latiéndole frenético. Volver a vivir el primer día que él le habló, en sus sueños, se sintió como si el tiempo no hubiera transcurrido. Rememoró todas las veces que suspiró por él en secreto y su manera tonta de admirarlo a distancia, puesto que este nunca reparó en su existencia hasta ese día.Recordó que él le dijo que, la razón para no abordarla era porque le tenía vergüenza y temor, cosa que a ella le fue difícil de creer, pero que la hizo sentir especial. Para Daniela, él era ese príncipe apuesto que vino al rescate de la damisela solitaria y rechazada; su primer amor y su primer beso.Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras ella recordaba su amistad con él, su fallido intento de conquistarlo y ese beso intenso que se dieron la última vez que ella lo vio.—¿Por qué me besaste aquel día, Franco? —se preguntó con curiosidad—. No creo que eso importe ahora. Som
Franco cerró la llamada y se quedó estático por un momento.—¿Papi? —Ashley se acercó a él y le jaló la punta de la camiseta, para poder captar su atención.—¿Sí? —balbuceó ido. Parpadeó varias veces para salir de su trance y miró a la pequeña con dulzura.—Te quedaste parralizado, papi.—Se dice pa-ra-li-za-do —corrigió sin dejar de sonreírle.—Eso dije, papi. Tengo hambre —desvió el tema y se sentó en la mesa a esperar que este le sirviera.Después de desayunar, Franco se puso el único conjunto de pantalón fino con saco que tenía; se enganchó su mochila vieja encima y caminó junto a su niña en dirección a la escuela.Cuando llegaron, se detuvo a una distancia prudente para enviar a Ashley a ponerse en su fila sin ser visto. No quería encontrarse de nuevo con Daniela, puesto que se sentía avergonzado delante de ella.—¿No vas a saludar a la profe Dani? —le preguntó Ashley antes de irse a formar.—Llevo prisa, mi amor —mintió.—Es decir «hola» y ya; no tienes que ser exagerado, papi.
Franco se dirigió a la sucursal que le indicaron para empezar a laborar de inmediato. Allí le dieron las instrucciones y un uniforme, entonces se puso a hacer su trabajo de manera activa. Ni siquiera fue a almorzar, puesto que se pasó todo el tiempo aprovechando a los clientes que iban y venían.Él no se conformaba solo con empacar los productos, también llevaba el carrito hasta el estacionamiento, ayudaba a las señoras con los niños si iban muy cargadas; cuando había un desorden se apresuraba en avisar a los trabajadores de mantenimiento; en fin, se ofrecía para cualquier necesidad, incluso bajar los artículos que se encontraban en las partes altas para los clientes.Esto último era responsabilidad de un grupo de trabajadores en específico, pero estos se la pasaban conversando y, cuando se les llamaba para que cumpliesen con su labor, mucho de ellos se tardaban bastante y hasta hacían el trabajo de mala gana.Franco, en cambio, siempre lucía una sonrisa amable a todos, asimismo, most