Capítulo 5

El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.

El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.

Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.

Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.

Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.

«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientras lo admiraba alelada.

—¿Daniela? —Ella dio un respingo y lo miró con timidez—. Hola, ratona. Ven, siéntate aquí. —Él la llamó a donde él se encontraba y esta accedió. En ningún momento lo miró a la cara debido a la vergüenza que sentía.

—Hola... —balbuceó ella con la cabeza baja. Cuando estos se quedaron solos en el negocio, Franco le levantó el mentón y buscó esa hermosa mirada avellaneda que tanto le llamaba la atención.

—¿Cómo estás, bonita? —preguntó, logrando que ella lo mirara a los ojos—. El maquillaje te queda bien.

Daniela se sonrojó.

—Gracias...

—¿Todo bien? —inquirió, al notar lo rara que estaba actuando ella, aunque este se imaginaba la razón e introducir el tema le era incómodo.

—Sí... Toma, te mandó mi mamá. —Le extendió la bolsa de papel y este la tomó.

—¿Tu mamá? —cuestionó sorprendido, puesto que, aunque la había acompañado varias veces a su casa, nunca había visto a esa señora.

—Sí... —mintió. Le dio miedo decirle que era un regalo, dada la tensión entre ellos.

«Ahora que lo pienso, fue mala idea traerle esto a Franco. De seguro me mal interpretará», razonó en sus pensamientos.

—Dale las gracias de mi parte —dijo él con expresión incómoda. Sopesó las razones por la que la mamá de Daniela le envió un regalo, entonces el temor lo embargó, ¿y si Daniela le había dicho que él y ella tenían alguna relación más allá de una amistad?

—Lo haré —respondió después de un largo rato en silencio. De momento sintió que fue mala idea ir allí y tuvo ganas de irse.

—Dani, debemos hablar. —Él la encaró.

—¡Fue un accidente! —Su exclamación se escuchó más alta de lo que debería—. No fue mi intensión besarte, de verdad, iba a apartarme, pero no calculé bien mis movimientos. Yo te quiero como a un amigo, es más, me gusta otro chico.

La desesperación provocó que dijera lo primero que le vino a la cabeza.

—¿Te gusta otro chico? —Franco estaba atónito—. ¿Quién?

Daniela tragó pesado al percibir el tono brusco de parte de su amigo.

—Joel —dijo el primer nombre que le vino a la mente.

—Joel... —masculló entre dientes mientras la miraba con disgusto—. Vaya, me habías dicho que no lo querías ni como amigo, pero ahora resulta que te gusta.

Daniela no respondió, en su lugar, lo miró confundida con su actitud. ¿Acaso se había molestado por eso? ¿Franco estaba celoso?

—Es raro, pero me empezó a gustar desde que dijiste que yo le gusto a él; no sé, misterios de la vida.

—Pues te advierto que él no es el chico para ti, ni siquiera te respeta —replicó con el ceño fruncido.

—Lo sé. No pienso hacer nada al respecto, te lo digo porque no quiero que pienses que tú me gustas, no es así.

Daniela sintió un extraño escalofrío recorrerla cuando mencionó esas palabras.

—Gracias por aclarar —respondió de mala gana—. Entonces no tenemos más razones para hablar sobre ese asunto, ¿qué tal estás?

Daniela se quedó en pleno mutismo por unos segundos, tratando de asimilar lo que había sucedido.

—Ah, bien —respondió al fin, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.

—Me alegra —devolvió él con tono brusco.

—Oye, mi intención no era ni molestarte ni hacerte enojar cuando decidí venir a visitarte. Yo mejor me voy.

Daniela se levantó de su asiento dispuesta a irse, mas Franco la sostuvo por el brazo y la atrajo a su cuerpo, hecho eso, la abrazó.

—No te vayas —rogó con voz suave mientras le acariciaba el cabello—. No me molesta que hayas venido, es que he estado de mal humor y la pagué contigo; perdón. ¿Borrón y cuenta nueva?

Daniela suspiró y asintió con la cabeza.

—Buenas tardes. —El saludo de un cliente los interrumpió. Franco se apresuró a atender al señor con las mejillas sonrojadas. Cuando estos se fueron, los chicos conversaron sin tensión y hasta rieron y bromearon.

Así se pasaron la mitad del turno, hablando tonterías y haciendo chistes cuando la heladería se quedaba vacía.

—Entonces te irás al extranjero a mitad de verano.

—Sí. Mi papá está haciendo todo el papeleo para que pueda participar sin problema en los juegos de atletismo. —Suspiró.

—Debes estar feliz, es tu sueño hecho realidad y tan joven.

—Este... —Se rascó la cabeza—. En realidad, ser atleta no es mi sueño. Me gustan los deportes y ejercitarme me hace sentir bien, mas no me visualizo como un futuro deportista.

—Ah, ¿no? —cuestionó ella sorprendida—. ¿Cómo te visualizas entonces?

Él miró al techo dubitativo.

—Hay una carrera que me gustaría estudiar, pero papá dice que eso no es profesión para mí, que yo nací para la fama y el reconocimiento. A veces siento que quiere vivir su sueño a través de mí.

—¿Has hablado con él al respecto? Es decir, ¿le has dicho que el atletismo no es tu sueño?

—De forma indirecta, supongo. Pero me da miedo enfrentarlo y decepcionarlo. —Miró en dirección al piso, cabizbajo.

—Me imagino. Pero eres joven, creo que puedes hacer ambas cosas —le animó mientras le acariciaba la mano derecha.

—Supongo que sí. ¿Cuál es tu sueño? —preguntó de repente.

—No tengo ningún sueño, creo. Ni siquiera sé qué voy a estudiar en la universidad. Tal vez me busque un empleo para ayudar en la casa en lo que pienso qué estudiar, aunque no creo que mis padres me dejen. —Hizo un puchero.

—Eres tan brillante que puedes ser lo que desees.

Daniela se quedó embobada con esa sonrisa tan sensual que él le regalaba.

—¿Cuál es la carrera misteriosa que quieres hacer?

—No te diré, no quiero que te burles.

—No me burlaré, lo prometo.

Él levantó las cejas y la miró por varios segundos.

—Bien, pero no se lo digas a nadie.

—Soy una tumba. —Simuló que cerraba un zíper en su boca.

—Me gustaría estudiar gastronomía —confesó sonrojado.

—¡¿El qué?! ¿Sabes cocinar? —preguntó sorprendida.

—Más o menos.

—¿Por qué la cocina?

—No lo sé... —Jugó con las manos—. Solo me gusta y ya. Recuerdo que me quedaba viendo los programas de cocina que pasaban en la tele, me impresionaban todos los platos maravillosos que hacían allí. Supongo que fue así que empezó mi amor por la cocina.

»Pero esa pasión me trajo problemas. Recuerdo que una vez pedí de reyes un set de cocina de juguete y mi papá me abofeteó porque, según él, era un juguete de niñas. Estaba confundido al principio, preguntándome qué hice mal. Luego jugaba con mis vecinas a escondidas, solo para usar el set de cocina de ellas. Era feliz por unas horas, al poder imaginarme siendo un chef de los de la tele.

Daniela lo escuchaba atenta y con ojitos llorosos, debido a lo triste que le parecía su relato.

—Qué mal que tu papá no te comprendiera. Vaya, de verdad te gusta la cocina. Es que no te imagino cocinando. —Ella se tapó la cara con las dos manos.

—Algún día cocinaré para ti; mientras tanto, ven a probar el nuevo sabor de temporada. —Franco se levantó de su asiento y tomó una cucharilla que, usó para tomar un poco del nuevo helado, y la puso frente a la boca de Daniela.

Ella, por su parte, trataba de disimular lo nerviosa que sus acciones la ponían y lo exaltada que estaba. Daniela abrió la boca y, cuando el objeto de plástico estuvo dentro, cerró los ojos para degustar el postre frío.

—Me gusta —dio su veredicto.

—¡Perfecto! ¿Quieres cono o cajita?

Ella empezó a negar con la cabeza con vehemencia.

—Lo siento, no puedo comprarlo. —Se puso triste.

—No te preocupes, la casa invita.

—No debes hacer eso.

Franco sacó dinero del bolsillo de su pantalón y lo puso en la caja registradora, después de teclear la orden.

—Claro que sí. Puedo ser vendedor y cliente a la vez. —Sonrió.

—Gracias...

—De nada, bonita. —Le pasó el helado—. ¿Me dejas probar?

Ella asintió. Él se acercó y le dio una lamida al cono, pero se ensució toda la boca en el acto.

—¡Qué tonto eres! —Ella estalló en carcajadas y lo limpió. Al estar tan cerca, Franco detalló aquella mirada singular con admiración. De verdad le encantaban esos ojazos que se parecían a los de un gato.

—¿Por qué eres tan linda? Me lo estás poniendo difícil, ratona.

—¿Ah? —Ella agrandó los ojos sonrojada.

—Si sigues siendo tan tú, me voy a enamorar de ti. —Sus narices se rozaron.

Daniela se quedó pasmada y por un momento sintió que dejaba de respirar.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Él iba a besarla? ¿Acaso Franco era bipolar?

—¡Mi amor! —La voz de una chica resonó en el lugar, lo que provocó que ellos tomaran distancia con exaltación.

—¿Erika? —Franco se levantó de su asiento y enfocó su atención al otro lado del mostrador, sorprendido por aquella visita—. ¿Qué haces aquí?

—Vine para quedarme, amorcito —respondió eufórica. La chica de cabello lacio hasta los hombros, cuerpo delgado y vestida de forma sensual y llamativa se le lanzó encima, desde que se cruzó para el otro lado del mostrador.

Franco se quedó inerte gracias a la sorpresa de ver a la chica allí; por su parte, Daniela observaba la escena atónita, preguntándose quién era ella.

—Hola, Daniela —saludó Joel, y fue cuando ella se percató de su presencia—. Te presento a Erika, la novia de Franco.

Daniela dejó caer el helado. Miró a su amigo como buscando una explicación, con la esperanza de escuchar lo contrario por parte de él.

—¿Quién es ella, amorcito? —preguntó la joven, detallando a Daniela con cara de disgusto.

—Erika; ella es Daniela, una amiga. Daniela; ella es Erika, mi novia.

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