El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.
El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.
Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.
Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.
Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.
«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientras lo admiraba alelada.
—¿Daniela? —Ella dio un respingo y lo miró con timidez—. Hola, ratona. Ven, siéntate aquí. —Él la llamó a donde él se encontraba y esta accedió. En ningún momento lo miró a la cara debido a la vergüenza que sentía.
—Hola... —balbuceó ella con la cabeza baja. Cuando estos se quedaron solos en el negocio, Franco le levantó el mentón y buscó esa hermosa mirada avellaneda que tanto le llamaba la atención.
—¿Cómo estás, bonita? —preguntó, logrando que ella lo mirara a los ojos—. El maquillaje te queda bien.
Daniela se sonrojó.
—Gracias...
—¿Todo bien? —inquirió, al notar lo rara que estaba actuando ella, aunque este se imaginaba la razón e introducir el tema le era incómodo.
—Sí... Toma, te mandó mi mamá. —Le extendió la bolsa de papel y este la tomó.
—¿Tu mamá? —cuestionó sorprendido, puesto que, aunque la había acompañado varias veces a su casa, nunca había visto a esa señora.
—Sí... —mintió. Le dio miedo decirle que era un regalo, dada la tensión entre ellos.
«Ahora que lo pienso, fue mala idea traerle esto a Franco. De seguro me mal interpretará», razonó en sus pensamientos.
—Dale las gracias de mi parte —dijo él con expresión incómoda. Sopesó las razones por la que la mamá de Daniela le envió un regalo, entonces el temor lo embargó, ¿y si Daniela le había dicho que él y ella tenían alguna relación más allá de una amistad?
—Lo haré —respondió después de un largo rato en silencio. De momento sintió que fue mala idea ir allí y tuvo ganas de irse.
—Dani, debemos hablar. —Él la encaró.
—¡Fue un accidente! —Su exclamación se escuchó más alta de lo que debería—. No fue mi intensión besarte, de verdad, iba a apartarme, pero no calculé bien mis movimientos. Yo te quiero como a un amigo, es más, me gusta otro chico.
La desesperación provocó que dijera lo primero que le vino a la cabeza.
—¿Te gusta otro chico? —Franco estaba atónito—. ¿Quién?
Daniela tragó pesado al percibir el tono brusco de parte de su amigo.
—Joel —dijo el primer nombre que le vino a la mente.
—Joel... —masculló entre dientes mientras la miraba con disgusto—. Vaya, me habías dicho que no lo querías ni como amigo, pero ahora resulta que te gusta.
Daniela no respondió, en su lugar, lo miró confundida con su actitud. ¿Acaso se había molestado por eso? ¿Franco estaba celoso?
—Es raro, pero me empezó a gustar desde que dijiste que yo le gusto a él; no sé, misterios de la vida.
—Pues te advierto que él no es el chico para ti, ni siquiera te respeta —replicó con el ceño fruncido.
—Lo sé. No pienso hacer nada al respecto, te lo digo porque no quiero que pienses que tú me gustas, no es así.
Daniela sintió un extraño escalofrío recorrerla cuando mencionó esas palabras.
—Gracias por aclarar —respondió de mala gana—. Entonces no tenemos más razones para hablar sobre ese asunto, ¿qué tal estás?
Daniela se quedó en pleno mutismo por unos segundos, tratando de asimilar lo que había sucedido.
—Ah, bien —respondió al fin, rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.
—Me alegra —devolvió él con tono brusco.
—Oye, mi intención no era ni molestarte ni hacerte enojar cuando decidí venir a visitarte. Yo mejor me voy.
Daniela se levantó de su asiento dispuesta a irse, mas Franco la sostuvo por el brazo y la atrajo a su cuerpo, hecho eso, la abrazó.
—No te vayas —rogó con voz suave mientras le acariciaba el cabello—. No me molesta que hayas venido, es que he estado de mal humor y la pagué contigo; perdón. ¿Borrón y cuenta nueva?
Daniela suspiró y asintió con la cabeza.
—Buenas tardes. —El saludo de un cliente los interrumpió. Franco se apresuró a atender al señor con las mejillas sonrojadas. Cuando estos se fueron, los chicos conversaron sin tensión y hasta rieron y bromearon.
Así se pasaron la mitad del turno, hablando tonterías y haciendo chistes cuando la heladería se quedaba vacía.
—Entonces te irás al extranjero a mitad de verano.
—Sí. Mi papá está haciendo todo el papeleo para que pueda participar sin problema en los juegos de atletismo. —Suspiró.
—Debes estar feliz, es tu sueño hecho realidad y tan joven.
—Este... —Se rascó la cabeza—. En realidad, ser atleta no es mi sueño. Me gustan los deportes y ejercitarme me hace sentir bien, mas no me visualizo como un futuro deportista.
—Ah, ¿no? —cuestionó ella sorprendida—. ¿Cómo te visualizas entonces?
Él miró al techo dubitativo.
—Hay una carrera que me gustaría estudiar, pero papá dice que eso no es profesión para mí, que yo nací para la fama y el reconocimiento. A veces siento que quiere vivir su sueño a través de mí.
—¿Has hablado con él al respecto? Es decir, ¿le has dicho que el atletismo no es tu sueño?
—De forma indirecta, supongo. Pero me da miedo enfrentarlo y decepcionarlo. —Miró en dirección al piso, cabizbajo.
—Me imagino. Pero eres joven, creo que puedes hacer ambas cosas —le animó mientras le acariciaba la mano derecha.
—Supongo que sí. ¿Cuál es tu sueño? —preguntó de repente.
—No tengo ningún sueño, creo. Ni siquiera sé qué voy a estudiar en la universidad. Tal vez me busque un empleo para ayudar en la casa en lo que pienso qué estudiar, aunque no creo que mis padres me dejen. —Hizo un puchero.
—Eres tan brillante que puedes ser lo que desees.
Daniela se quedó embobada con esa sonrisa tan sensual que él le regalaba.
—¿Cuál es la carrera misteriosa que quieres hacer?
—No te diré, no quiero que te burles.
—No me burlaré, lo prometo.
Él levantó las cejas y la miró por varios segundos.
—Bien, pero no se lo digas a nadie.
—Soy una tumba. —Simuló que cerraba un zíper en su boca.
—Me gustaría estudiar gastronomía —confesó sonrojado.
—¡¿El qué?! ¿Sabes cocinar? —preguntó sorprendida.
—Más o menos.
—¿Por qué la cocina?
—No lo sé... —Jugó con las manos—. Solo me gusta y ya. Recuerdo que me quedaba viendo los programas de cocina que pasaban en la tele, me impresionaban todos los platos maravillosos que hacían allí. Supongo que fue así que empezó mi amor por la cocina.
»Pero esa pasión me trajo problemas. Recuerdo que una vez pedí de reyes un set de cocina de juguete y mi papá me abofeteó porque, según él, era un juguete de niñas. Estaba confundido al principio, preguntándome qué hice mal. Luego jugaba con mis vecinas a escondidas, solo para usar el set de cocina de ellas. Era feliz por unas horas, al poder imaginarme siendo un chef de los de la tele.
Daniela lo escuchaba atenta y con ojitos llorosos, debido a lo triste que le parecía su relato.
—Qué mal que tu papá no te comprendiera. Vaya, de verdad te gusta la cocina. Es que no te imagino cocinando. —Ella se tapó la cara con las dos manos.
—Algún día cocinaré para ti; mientras tanto, ven a probar el nuevo sabor de temporada. —Franco se levantó de su asiento y tomó una cucharilla que, usó para tomar un poco del nuevo helado, y la puso frente a la boca de Daniela.
Ella, por su parte, trataba de disimular lo nerviosa que sus acciones la ponían y lo exaltada que estaba. Daniela abrió la boca y, cuando el objeto de plástico estuvo dentro, cerró los ojos para degustar el postre frío.
—Me gusta —dio su veredicto.
—¡Perfecto! ¿Quieres cono o cajita?
Ella empezó a negar con la cabeza con vehemencia.
—Lo siento, no puedo comprarlo. —Se puso triste.
—No te preocupes, la casa invita.
—No debes hacer eso.
Franco sacó dinero del bolsillo de su pantalón y lo puso en la caja registradora, después de teclear la orden.
—Claro que sí. Puedo ser vendedor y cliente a la vez. —Sonrió.
—Gracias...
—De nada, bonita. —Le pasó el helado—. ¿Me dejas probar?
Ella asintió. Él se acercó y le dio una lamida al cono, pero se ensució toda la boca en el acto.
—¡Qué tonto eres! —Ella estalló en carcajadas y lo limpió. Al estar tan cerca, Franco detalló aquella mirada singular con admiración. De verdad le encantaban esos ojazos que se parecían a los de un gato.
—¿Por qué eres tan linda? Me lo estás poniendo difícil, ratona.
—¿Ah? —Ella agrandó los ojos sonrojada.
—Si sigues siendo tan tú, me voy a enamorar de ti. —Sus narices se rozaron.
Daniela se quedó pasmada y por un momento sintió que dejaba de respirar.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Él iba a besarla? ¿Acaso Franco era bipolar?
—¡Mi amor! —La voz de una chica resonó en el lugar, lo que provocó que ellos tomaran distancia con exaltación.
—¿Erika? —Franco se levantó de su asiento y enfocó su atención al otro lado del mostrador, sorprendido por aquella visita—. ¿Qué haces aquí?
—Vine para quedarme, amorcito —respondió eufórica. La chica de cabello lacio hasta los hombros, cuerpo delgado y vestida de forma sensual y llamativa se le lanzó encima, desde que se cruzó para el otro lado del mostrador.
Franco se quedó inerte gracias a la sorpresa de ver a la chica allí; por su parte, Daniela observaba la escena atónita, preguntándose quién era ella.
—Hola, Daniela —saludó Joel, y fue cuando ella se percató de su presencia—. Te presento a Erika, la novia de Franco.
Daniela dejó caer el helado. Miró a su amigo como buscando una explicación, con la esperanza de escuchar lo contrario por parte de él.
—¿Quién es ella, amorcito? —preguntó la joven, detallando a Daniela con cara de disgusto.
—Erika; ella es Daniela, una amiga. Daniela; ella es Erika, mi novia.
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una
Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.***Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.L
Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com
—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu fut
El sonido de los vehículos, las risas de los niños y las voces de los padres al llamar o reprender a sus hijos se tornaron más fuertes y claras, debido al silencio que se instaló entre ellos.Franco estaba congelado en su lugar sin saber cómo romper el mutismo que se estaba tornando incómodo. Tenía un debate interno al querer huir y esconderse donde la vergüenza, el sentimiento de inferioridad y de mediocridad no lo fastidiara; pero al mismo tiempo deseaba quedarse allí, contemplando a su primer amor.Él la recordaba como al ser más amable del mundo, con una sonrisa fascinante y hermosa, que le transmitía confianza y una alegría real; asimismo, tenía un carisma que la hacía sobresalir entre las demás niñas. Ahora esa chiquilla inocente y dulce se había convertido en una mujer sensual, con porte empoderado y mirada segura.Esa era su Daniela, aunque había salido de su capullo y estuviera volando como la hermosa mariposa que siempre fue, pero que en el pasado fue tratada como a un gusan
«Ummm... Parece que un ratoncito mordió este lápiz».Daniela se despertó con esa frase en la cabeza y con el corazón latiéndole frenético. Volver a vivir el primer día que él le habló, en sus sueños, se sintió como si el tiempo no hubiera transcurrido. Rememoró todas las veces que suspiró por él en secreto y su manera tonta de admirarlo a distancia, puesto que este nunca reparó en su existencia hasta ese día.Recordó que él le dijo que, la razón para no abordarla era porque le tenía vergüenza y temor, cosa que a ella le fue difícil de creer, pero que la hizo sentir especial. Para Daniela, él era ese príncipe apuesto que vino al rescate de la damisela solitaria y rechazada; su primer amor y su primer beso.Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras ella recordaba su amistad con él, su fallido intento de conquistarlo y ese beso intenso que se dieron la última vez que ella lo vio.—¿Por qué me besaste aquel día, Franco? —se preguntó con curiosidad—. No creo que eso importe ahora. Som