Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.
—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.
Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.
—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.
—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.
Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.
Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta distancia, ella se lamió los labios ante el inmenso deseo que tuvo de probar los de él. Se veían tan apetitosos.
Ambos se miraron a los ojos maravillados, como si fuesen atraídos por una fuerza magnética que los hacía olvidar todo a su alrededor.
Daniela temblaba porque una idea peligrosa le surgió, entonces acortó la poca distancia que había entre ellos y, cuando su boca rozó la de él, este se separó de ella espantado.
—Lo siento... —Él se mordió el labio inferior—. No puedo hacer esto...
—¡Franco! —lo interrumpió Joel.
—¿Qué tal te fue? —interrogó Franco con voz temblorosa, con la intensión de disimular lo que acababa de ocurrir. Tragó pesado al reconocer la mirada asesina que su amigo le había atinado.
—Más o menos —respondió entre dientes mientras turnaba la mirada de Daniela a él con expresión molesta—. Me imagino que a ti te fue bien, dado que el esper... —miró a la chica y se retractó—… el cerebrito aquí presente te ayudó a estudiar. A ella ni le voy a preguntar, es obvio que fue meritoria.
Daniela se abrazó a sí misma, haciendo caso omiso al comentario de su acosador. En su mente solo estaba la imagen del rechazo de Franco.
«¡Qué tonta fui! ¿Por qué hice eso?», se reprendió en sus pensamientos.
¡Quería que la tierra se la tragara en ese momento!
—Me tengo que ir —dijo de repente, interrumpiendo la conversación que los chicos llevaban a cabo y que ella había ignorado.
—Espérame. —La voz de Franco detuvo su andar, pues ella ya se había girado para escapar de allí lo antes posible.
—No —soltó con nerviosismo—. Iré a otro lugar —dicho esto, se fue de allí con prisa sin siquiera despedirse.
—¡Qué chica tan rara! —exclamó Joel. Él se quedó mirando en dirección a donde ella había estado, segundos antes.
—Raro eres tú que no te le declaras de una vez y por todas, aunque si te soy sincero, no me gustas para ella, la trataste mal todo el año —respondió Franco con cara de disgusto.
—Ya te dije que no me gusta el esperpento. Y no creo que la razón por la que no me quieres junto a ella sea por eso, me da la impresión de que te gusta. Eres de lo peor, la estás ilusionando cuando sabes que no le puedes corresponder.
Franco se quedó en silencio por unos segundos, luego miró el espacio donde ella había estado antes de irse y suspiró.
—No estoy haciendo tal cosa, tampoco me gusta; sí la aprecio mucho, pero es como amiga. —Volvió a suspirar—. Sin embargo, supongo que mi manera de tratarla ha traído confusión. —Aquello lo dijo más por ella que por Joel.
***
Daniela estaba tirada en su cama, con la almohada en la cara. Allí ocultaba las lágrimas y de alguna manera sentía que aquello la protegía del exterior, de él.
—¿Por qué soy tan tonta? —Apretó la almohada contra su rostro con impotencia—. ¡He arruinado todo! Ahora Franco no querrá ser mi amigo. Tonta, tonta, tonta.
Sollozó con gran angustia al ser consciente de que había perdido a su único amigo por impulsiva.
—¿Te quedarás ahí acostada todo el día? —La voz de su hermana la espantó. Ella balbuceó algo inentendible debido a que la almohada estaba sobre su cara aún—. No te entiendo, Daniela. Mejor párate de ahí y vete a fregar, te toca a ti porque yo limpié el piso.
Daniela suspiró con hastío y se restregó el acolchonado objeto contra el rostro, asegurándose de que no le quedaran restos de lágrimas.
—Ya voy... —respondió con desdén y se tiró de la cama.
—Bien, me voy a la uni. Si te vas para donde tu amigo, por favor cierra la puerta, la semana pasada mami la encontró abierta y a mí fue que me peleó. Ya no eres una bebé, Daniela, coge temple y deja de ser distraída.
—Como diga, jefa. —Daniela hizo una mueca.
—Adiós, gallina. —Zarai sonrió airosa y se fue.
—¿Ahora me llamarás así, loca? ¡Cuán equivocadas estás!, yo me atreví a besarlo —dijo a la nada y sacó la lengua—. Y eso me trajo problemas. A menos que...
Se sentó en la cama y maquinó todas las excusas habidas y por haber, para resolver aquel desastre y poder recuperar a su amigo.
Dos días más tarde...
Después de que Daniela se pasara todo ese tiempo inventando una razón creíble para excusarse con Franco, decidió ir a visitarlo a la heladería.
—Mami, ¿te quedó arepa de la venta de hoy? —preguntó ella desde la habitación.
—¿Qué? ¡No te entiendo! —gritó la mujer desde la cocina.
—¡¡Que si te quedó arepa!! —respondió Daniela a gran voz.
—¡Ven y pregúntame aquí! ¡No tengo súper oídos! —se quejó la madre, quien estaba atareada en la cocina.
Daniela resopló y se miró al espejo.
—Mami se está volviendo sorda —le habló a la imagen que allí se reflejaba.
—Y tú loca. ¿Ahora hablas sola? —se burló Zarai, quien entró a la habitación envuelta en una toalla—. ¿Vas a ver al cuñado?
Daniela casi se cae de la silla al escucharla.
—Franco es mi amigo y nada más, ¿cuántas veces tendré que repetirlo?
—¿Y para ver a tu amigo te estás maquillando? Por cierto, ¿por qué carajos estás usando mis cosas?
—Es que no tengo maquillaje. —Daniela hizo un puchero y Zarai entornó los ojos.
—Cuando me paguen mi primer sueldo te compraré, quizás así no le pones las manos a los míos.
—¡¿De verdad?! ¡Eres la mejor hermana del mundo! —celebró eufórica—. Espera... —Daniela la miró con ojos entrecerrados—. ¿Tu primer sueldo? ¿Estás trabajando? Si papi se entera te mata.
—Sssshhh... —Su hermana se puso un dedo sobre los labios—. Baja la voz, loca del demonio. Ni se te ocurra decirles. Además, no es un trabajo, trabajo. Estoy dando tutorías privadas a unos hermanos de un compañero de clase que están teniendo problemas con matemáticas. Son unos niños malcriados e indeseables, pero vale la pena.
—¿Por eso te la pasas fuera de la casa?
Zarai suspiró.
—Más o menos. La mamá de mi amigo me va a pagar bien, así podré cubrir los gastos de la uni. Mami y papi creen que solo es darme el pasaje y no, no es solo eso.
—¿No?
—¡No! —Su hermana se terminó de vestir y se sentó en la cama con expresión afligida—. Ni te imaginas todo lo que se gasta allí. Cada maestro quiere vender sus libros o folletos, que los materiales, dinero para reunirte con tus compañeros para hacer las exposiciones, utensilios para dichas exposiciones o tareas y un largo etcétera.
—Entiendo. ¿Por qué no le dices a ellos todo lo que necesitas?
—¡Ay, Daniela! ¿Crees que no lo he hecho? No obstante, mamá me dice que tome los folletos prestados. ¡Ah! Si vieras la cara de papá cada vez que le pido dinero. ¡Ay, no!, me da mucho pesar ver la preocupación y angustia en ellos. Mejor ni les digo lo que necesito y busco la forma de cubrir mis gastos y los tuyos, que sé que tienes.
—No te preocupes, te guardaré el secreto. —Daniela se levantó de la silla que quedaba frente al espejo y se abrazó a sí misma—. Zarai, ¿crees que volveremos a ser como antes?
—No, mucho mejor que antes; ya verás. Incluso escuché que papá recibió una buena oferta de trabajo, él está haciendo el papeleo que piden.
—¡¿De verdad?! —Daniela saltó de la emoción—. ¿Dónde?
—Ni idea. Papi solo le dijo eso a mami y ya. No te emociones hasta que sea un hecho.
—Para mí es una buena noticia porque esta vez le hicieron una oferta, no es lo mismo a que él vaya y lo pida.
Zarai sonrió ante el argumento de su hermana menor y, por primera vez en mucho tiempo, la esperanza afloró en ella.
El corazón le latía con vehemencia, su respiración se tornaba errática y las manos sudorosas le temblaban de forma involuntaria. Con una bolsa de papel en manos, donde llevaba un pedazo de arepa que su mamá le había dado de lo que le quedó de la venta del día, Daniela entró al mall.El frío de aquel lugar contrastó con su piel caliente, que había sido expuesta al extremo calor y el sol, típico de aquel clima tropical. Las caricias frías, emitidas por el aire acondicionado, se sintieron deliciosas en la piel mestiza.Los latidos de su corazón se tornaron más fuertes, a medida en que se acercaba a la pequeña heladería de decoración infantil, donde el verde y el lila eran los protagonistas.Tuvo que inhalar y exhalar antes de entrar porque sentía que se asfixiaba. Después de varios minutos de debatírselo, Daniela entró a la heladería con pasos torpes y mirada baja.Una vez adentro, enfocó la mirada en Franco, quien estaba atendiendo a una clienta.«Su sonrisa es tan bonita», pensó mientr
El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar. Nunca antes había sentido tal sufrimiento. ¿En qué estaba pensando cuando se interesó en él? Era obvio que Franco nunca se fijaría en una cosa rara como ella, más bien su gusto era exquisito, así como la chica que se encontraba frente a ella en ese momento y que pregonaba ser su novia.La caída brusca del helado provocó que el contacto con su supuesta novia se rompiera y este se agachara para ayudar a su amiga, quien se había arrodillado y trataba de limpiar el desorden con sus propias manos mientras pedía disculpas con voz temblorosa.—Deja eso, Dani, yo lo limpio más tarde. Ven, te ayudaré a lavarte. —Él la agarró por las muñecas y la arrastró al baño. Ella, perdida en su dolor e impresión, se dejó llevar bajo la atenta mirada de Joel y Erika, quienes observaban la escena con marcado disgusto.El agua del lavamanos se llevó el rastro del helado derretido sobre la piel mestiza, entonces Franco tomó una
Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.***Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.L
Presente«Dos días más…», pensaba mientras hacía la fuerte labor.El sudor le recorría la frente provocando picor en los ojos, cuando parte del líquido salado se le escurría por las pestañas.La piel le ardía debido a la quemazón que tenía en casi todo el cuerpo, causada por los rayos directos del sol a los que había estado expuesto todos esos días, sumándole algunos raspones que había recibido mientras cargaba los utensilios pesados de la construcción.Miró la edificación y sonrió ante el resultado del trabajo arduo de muchos hombres que no eran remunerados con justicia.Dado que aquel día tuvo que comerse la comida para poder seguir trabajando, se tomó su tiempo para pasar a buscar a la niña a la casa de la vecina, donde se quedaba después de la escuela, para que esta estuviera presente en el momento en que allí sirvieran le cena y le brindaran, de esa manera, su pequeña no se iría a la cama con el estómago vacío.En esos días la vecina le estaba haciendo el favor de quedarse con la
«Dicen que hay amores que no se olvidan, solo se oculta ese sentimiento con el tiempo, asimismo, se anestesian el dolor y la añoranza».Franco leía el párrafo una y otra vez en su tiempo de almuerzo. Ese libro lo encontró en un basurero mientras cargaba una funda de cemento y, el título le llamó tanto la atención, que empezó a leerlo.Pese a que él nunca fue estudioso, sí le gustaba leer ficción, en especial romance; pero en el tiempo en que podía darse el lujo de comprarse un libro, lo hacía a escondidas para evitar las burlas de sus amigos.La obra en sus manos se titulaba "Mi primer y único amor", y relataba cómo una pareja de amigos que, tuvieron que separarse sin confesar su amor, a pesar de los años seguían amándose.—Mi primer amor... —balbuceó mientras miraba al cielo y el resplandor de este le trajo recuerdos, que había enterrado en el fondo de su corazón porque su vida dio un giro, en el que ya no importaba ni él ni sus sentimientos.Esbozó un suspiro y tomó un bocado de com
—¡Estoy cansada! Mira, mis manitas están rojas —dijo con ojos llorosos mientras se frotaba las manos.Franco la encaró con la mirada entrecerrada y se cruzó de brazos.—Te duelen las manos... —masculló él. Trataba de mirarla con seriedad, pero se le dificultaba—. Solo has hecho una línea, es imposible que te duelan por eso.—Es demasiada tarea. Estoy cansada —se quejó con un puchero berrinchudo.—¿Cansada de qué? —Esta vez no pudo evitar reír.—Tú eres un abusador al igual que la profe Dani. Los dos quieren que me enferme del cansancio —chilló con lágrimas en los ojos y se cruzó de brazos.—¿La profe Dani? Dijiste que se te había olvidado su nombre.—Pero ya me recordé. ¿Y sabes cómo nos dice ella, papi?—No, ¿cómo les dice?—Pollitos. —Ashley rio a carcajadas.—Entonces es una profe muy tierna. —Franco sonrió.—Y muy bonita. Me gustaría que ella fuera tu novia, porque así yo tener una mamá.—Tener, no, mi amor; se dice: tendría —la corrigió. Por lo menos esa corrección sirvió para de
Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu fut
El sonido de los vehículos, las risas de los niños y las voces de los padres al llamar o reprender a sus hijos se tornaron más fuertes y claras, debido al silencio que se instaló entre ellos.Franco estaba congelado en su lugar sin saber cómo romper el mutismo que se estaba tornando incómodo. Tenía un debate interno al querer huir y esconderse donde la vergüenza, el sentimiento de inferioridad y de mediocridad no lo fastidiara; pero al mismo tiempo deseaba quedarse allí, contemplando a su primer amor.Él la recordaba como al ser más amable del mundo, con una sonrisa fascinante y hermosa, que le transmitía confianza y una alegría real; asimismo, tenía un carisma que la hacía sobresalir entre las demás niñas. Ahora esa chiquilla inocente y dulce se había convertido en una mujer sensual, con porte empoderado y mirada segura.Esa era su Daniela, aunque había salido de su capullo y estuviera volando como la hermosa mariposa que siempre fue, pero que en el pasado fue tratada como a un gusan