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Capítulo III ¡No te metas en mi vida!

Allegra colgaba su ropa en el closet. Su habitación no era del servicio de empleados, sino una recámara cercana al dormitorio del señor Sanders. Era amplia y luminosa. La cama era tan suave que no quería atender el sonido de la alarma. Acostumbrarse a Santiago Sanders no era fácil. El hombre tenía un humor terrible, a veces satírico, a veces cruel, pero pocas veces amable. A partir de ahora sería su asistente personal o acompañante. Como fuera, estaría disponible para él las veinticuatro horas del día, y los trescientos sesenta y cinco días de la semana

—Será por un año completo o ¿Quién sabe?, quizás puede ser menos —dijo Sanders, cuando ella le preguntó por cuánto tiempo.

Le ayudaría en cualquier cosa que necesitara. Allegra no estaba feliz, pero por lo menos esa situación la distraía de su tristeza y la empujaba a la acción.

Allegra caminó a la habitación de Santiago, golpeó la puerta e ingresó. Se encontró con el hombre listo para salir

—Buenos días.

—Buenos días, es tarde, debes despertarme en las mañanas, pero por lo que veo se te pegan las sábanas.

—Lo siento. Mañana me despertaré mucho antes.

—Hoy iré a la fundación Yakamoz, después almorzaré, e iré a mi grupo social.

—¿Grupo social?

—¿Acaso puedes interrogarme? —dijo molesto, y Allegra negó en silencio

Ambos fueron a desayunar, y después salieron.

Santiago estuvo encerrado por más de media hora en una oficina. Allegra sentada frente a él se aburría sin nada que hacer. Pero después de firmar papeles y cheques, el hombre le pidió que lo acompañara. Fueron hasta un salón. Tomaron unas cajas y las llevaron hasta el jardín de la fundación que estaba repleto de niños. Santiago abrió las cajas, entregó juguetes y dulces a los niños. Allegra lo ayudó, y se impresionó al ver la generosidad del hombre. Jugaba con los niños y reía. Aquello parecía un acto extraterrestre para ella, pues en los días que llevaba al lado del ermitaño hombre, jamás le vio acciones parecidas. Luego de un par de horas se retiraron de ahí. De camino se detuvieron en un restaurante lujoso del centro.

Allegra estaba dudosa de pedir, pero Santiago que notó su problema le sugirió platillos que podrían gustarle. Poco después les sirvieron la comida.

—¿Siempre les entrega regalos a los niños?

—Solo los jueves.

—Eso habla muy bien de usted.

—¿De verdad?, vamos, solo soy un hombre con demasiado dinero, que no podré gastarlo en toda mi vida, pero si eso me hace ser un hombre bueno ante tus ojos, entonces eres una estúpida.

Allegra le observó desconcertada

—¿Entonces la bondad es una estupidez?

—No. La estupidez es creer que una buena acción te convierte en ángel, igual que una mala acción no te convierte en un demonio. Generalizas mucho, deberías ser más liberal.

—Pues usted no es tan malo como lo hace creer.

Santiago la miró sonriente, mientras bebía su jugo.

—Tienes prohibido hablarme de usted, deberás tutearme. Y respecto a tu frase de novela adolescente, alegaré que soy peor de lo que puedes imaginar.

Allegra sonrió incrédula. Cuando de pronto un hombre de la edad de Santiago se acercó interrumpiéndolos.

—¡Santiago Sanders, qué milagro verte aquí! —dijo un hombre de cabello castaño y ojos verdes

Santiago lo miró perturbado, parecía tan incómodo que su ceño se frunció y sus orejas enrojecieron

—Hola…

—¿Cómo estás?, demasiado tiempo sin verte, ¿Qué has hecho? —dijo sentándose en una silla y sonriendo con alegría, pero luego observó a Allegra—. ¿Y ella quién es? ¿Acaso es tu nueva adquisición?

Allegra bajó la mirada, sintiendo como el hombre la escudriñaba con morbo

—¿Cómo te llamas, pequeña? ¿Ahora te gustan más jovencitas? —inquirió el hombre, provocando que Santiago se pusiera de pie de mala gana

—¡Lárgate, Bernard!

—¡¿Por qué?! ¡Oh, vamos!, he venido en paz, Lobito, solo quería saludar —dijo con una sonrisa divertida, que hacía enfurecer a Santiago, quien se apuró a sacar efectivo de su cartera y pedir la cuenta—. ¿Ahora andas de Lobo feroz? ¿Tú eres su caperucita?

—Yo no…—dijo Allegra titubeante

—¡Cállate, no tienes permitido hablar! —exclamó Santiago desesperado

—¡Qué grosero!, Lobito, no seas tan cruel con caperucita, ¿Por qué no hacemos un trío? Recordemos viejos tiempos.

—¡Cállate! —exclamó Santiago empujando al hombre, y provocando que todos los comensales los miraran

Santiago no esperó al mesero, dejó sobre la mesa suficiente dinero y tomó a Allegra del brazo obligándola a caminar, pero Bernard fue tras ellos

—Tranquilo, Lobito, por ese carácter es que te abandonó Megan. ¡Oye, caperucita, ten cuidado del lobo, porque es muy feroz! —exclamó Bernard entre risas.

Santiago no soltó el brazo de Allegra, hasta que subieron al auto, ella se quejó amargamente de su reacción, pero lo único que provocó fue la furia del hombre. Al cabo de unos quince minutos de trayecto llegaron hasta un centro en un barrio poco concurrido

—¿Qué es aquí?

—Mi grupo social —dijo Santiago descendiendo del vehículo, Allegra intentó hacerlo, pero la detuvo—. No vendrás, solo yo asisto a mi grupo.

—¿Y si necesitas algo?

—He dicho que no —dijo determinado y se alejó

Allegra estaba curiosa de conocer aquel grupo social. Intentó investigar con el chofer, pero este seguía la regla impuesta por su jefe «Nada de pláticas en horarios de labores», así que Allegra no insistió, sin embargo, movida por la intriga, bajó del auto y caminó hasta el centro. Sin que Santiago lo notará ella espió por la ventana.

Había ocho personas sentadas formando un círculo y hablando entre sí, pero Allegra no podía escuchar nada de lo que decían. Cuando un hombre tocó su hombro, casi grita, pero se contuvo

—Hola.

—Hola.

—¿Por qué no entras?

Allegra se puso nerviosa. Pero se negó

—. Es difícil venir hasta aquí, pero no tienes que hablar si no quieres.

—Puedes decirme de qué se trata el grupo social.

—¿Grupo social?, bueno yo lo llamo grupo de apoyo. Y ayuda a gente con…

—¡Allegra! —exclamó Santiago furioso, y tomando su brazo la sacó casi arrastras—. ¡¿Quién te crees que eres para meterte en mi vida?!

Allegra sintió temor al ver los ojos azules oscurecidos por la rabia, Santiago la tomó de los brazos acercándola mucho a su rostro, ella sentía su cálida respiración, notaba cada expresión enfurecida, pero no pudo evitar mirar aquellos labios que la hicieron estremecerse de deseo por besarlos.

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