Allegra colgaba su ropa en el closet. Su habitación no era del servicio de empleados, sino una recámara cercana al dormitorio del señor Sanders. Era amplia y luminosa. La cama era tan suave que no quería atender el sonido de la alarma. Acostumbrarse a Santiago Sanders no era fácil. El hombre tenía un humor terrible, a veces satírico, a veces cruel, pero pocas veces amable. A partir de ahora sería su asistente personal o acompañante. Como fuera, estaría disponible para él las veinticuatro horas del día, y los trescientos sesenta y cinco días de la semana
—Será por un año completo o ¿Quién sabe?, quizás puede ser menos —dijo Sanders, cuando ella le preguntó por cuánto tiempo.
Le ayudaría en cualquier cosa que necesitara. Allegra no estaba feliz, pero por lo menos esa situación la distraía de su tristeza y la empujaba a la acción.
Allegra caminó a la habitación de Santiago, golpeó la puerta e ingresó. Se encontró con el hombre listo para salir
—Buenos días.
—Buenos días, es tarde, debes despertarme en las mañanas, pero por lo que veo se te pegan las sábanas.
—Lo siento. Mañana me despertaré mucho antes.
—Hoy iré a la fundación Yakamoz, después almorzaré, e iré a mi grupo social.
—¿Grupo social?
—¿Acaso puedes interrogarme? —dijo molesto, y Allegra negó en silencio
Ambos fueron a desayunar, y después salieron.
Santiago estuvo encerrado por más de media hora en una oficina. Allegra sentada frente a él se aburría sin nada que hacer. Pero después de firmar papeles y cheques, el hombre le pidió que lo acompañara. Fueron hasta un salón. Tomaron unas cajas y las llevaron hasta el jardín de la fundación que estaba repleto de niños. Santiago abrió las cajas, entregó juguetes y dulces a los niños. Allegra lo ayudó, y se impresionó al ver la generosidad del hombre. Jugaba con los niños y reía. Aquello parecía un acto extraterrestre para ella, pues en los días que llevaba al lado del ermitaño hombre, jamás le vio acciones parecidas. Luego de un par de horas se retiraron de ahí. De camino se detuvieron en un restaurante lujoso del centro.
Allegra estaba dudosa de pedir, pero Santiago que notó su problema le sugirió platillos que podrían gustarle. Poco después les sirvieron la comida.
—¿Siempre les entrega regalos a los niños?
—Solo los jueves.
—Eso habla muy bien de usted.
—¿De verdad?, vamos, solo soy un hombre con demasiado dinero, que no podré gastarlo en toda mi vida, pero si eso me hace ser un hombre bueno ante tus ojos, entonces eres una estúpida.
Allegra le observó desconcertada
—¿Entonces la bondad es una estupidez?
—No. La estupidez es creer que una buena acción te convierte en ángel, igual que una mala acción no te convierte en un demonio. Generalizas mucho, deberías ser más liberal.
—Pues usted no es tan malo como lo hace creer.
Santiago la miró sonriente, mientras bebía su jugo.
—Tienes prohibido hablarme de usted, deberás tutearme. Y respecto a tu frase de novela adolescente, alegaré que soy peor de lo que puedes imaginar.
Allegra sonrió incrédula. Cuando de pronto un hombre de la edad de Santiago se acercó interrumpiéndolos.
—¡Santiago Sanders, qué milagro verte aquí! —dijo un hombre de cabello castaño y ojos verdes
Santiago lo miró perturbado, parecía tan incómodo que su ceño se frunció y sus orejas enrojecieron
—Hola…
—¿Cómo estás?, demasiado tiempo sin verte, ¿Qué has hecho? —dijo sentándose en una silla y sonriendo con alegría, pero luego observó a Allegra—. ¿Y ella quién es? ¿Acaso es tu nueva adquisición?
Allegra bajó la mirada, sintiendo como el hombre la escudriñaba con morbo
—¿Cómo te llamas, pequeña? ¿Ahora te gustan más jovencitas? —inquirió el hombre, provocando que Santiago se pusiera de pie de mala gana
—¡Lárgate, Bernard!
—¡¿Por qué?! ¡Oh, vamos!, he venido en paz, Lobito, solo quería saludar —dijo con una sonrisa divertida, que hacía enfurecer a Santiago, quien se apuró a sacar efectivo de su cartera y pedir la cuenta—. ¿Ahora andas de Lobo feroz? ¿Tú eres su caperucita?
—Yo no…—dijo Allegra titubeante
—¡Cállate, no tienes permitido hablar! —exclamó Santiago desesperado
—¡Qué grosero!, Lobito, no seas tan cruel con caperucita, ¿Por qué no hacemos un trío? Recordemos viejos tiempos.
—¡Cállate! —exclamó Santiago empujando al hombre, y provocando que todos los comensales los miraran
Santiago no esperó al mesero, dejó sobre la mesa suficiente dinero y tomó a Allegra del brazo obligándola a caminar, pero Bernard fue tras ellos
—Tranquilo, Lobito, por ese carácter es que te abandonó Megan. ¡Oye, caperucita, ten cuidado del lobo, porque es muy feroz! —exclamó Bernard entre risas.
Santiago no soltó el brazo de Allegra, hasta que subieron al auto, ella se quejó amargamente de su reacción, pero lo único que provocó fue la furia del hombre. Al cabo de unos quince minutos de trayecto llegaron hasta un centro en un barrio poco concurrido
—¿Qué es aquí?
—Mi grupo social —dijo Santiago descendiendo del vehículo, Allegra intentó hacerlo, pero la detuvo—. No vendrás, solo yo asisto a mi grupo.
—¿Y si necesitas algo?
—He dicho que no —dijo determinado y se alejó
Allegra estaba curiosa de conocer aquel grupo social. Intentó investigar con el chofer, pero este seguía la regla impuesta por su jefe «Nada de pláticas en horarios de labores», así que Allegra no insistió, sin embargo, movida por la intriga, bajó del auto y caminó hasta el centro. Sin que Santiago lo notará ella espió por la ventana.
Había ocho personas sentadas formando un círculo y hablando entre sí, pero Allegra no podía escuchar nada de lo que decían. Cuando un hombre tocó su hombro, casi grita, pero se contuvo
—Hola.
—Hola.
—¿Por qué no entras?
Allegra se puso nerviosa. Pero se negó
—. Es difícil venir hasta aquí, pero no tienes que hablar si no quieres.
—Puedes decirme de qué se trata el grupo social.
—¿Grupo social?, bueno yo lo llamo grupo de apoyo. Y ayuda a gente con…
—¡Allegra! —exclamó Santiago furioso, y tomando su brazo la sacó casi arrastras—. ¡¿Quién te crees que eres para meterte en mi vida?!
Allegra sintió temor al ver los ojos azules oscurecidos por la rabia, Santiago la tomó de los brazos acercándola mucho a su rostro, ella sentía su cálida respiración, notaba cada expresión enfurecida, pero no pudo evitar mirar aquellos labios que la hicieron estremecerse de deseo por besarlos.
Santiago estaba recostado en su cama, no podía dormir y pasaba de la media noche. Intentaba leer, pero perdía la concentración. Una idea cruzó por su mente y determinado tomó su teléfono celular para llamar. Allegra despertó por el insistente sonido de su celular, al responder escuchó la voz del señor Sanders, quien le pidió que fuera a su recámara. Ella se alertó confundida, ¿Por qué quería verla en su habitación a esa hora?, caminó con nerviosismo. No temía que el señor Sanders se propasara con ella, en cambio dudaba de ella misma y esas sensaciones que el hombre estaba despertando en su piel. Cuando entró a la recámara, encontró a Santiago recostado en la cama, y con las lámparas encendidas —Ven —dijo invitándola a sentarse en la cama, Allegra tomó asiento al extremo derecho de la cama —¿Qué necesitas? —No puedo dormir. —¿Puedo preparar un té de tilo o traer leche tibia? —No. Toma este libro y léeme —Santiago le entregó el libro que leía. Allegra comenzó a leer, era el libro
Santiago estaba en el consultorio, estaba inquieto, pero intentaba disimular —El doctor Bristein no estará disponible, por lo menos en un mes —dijo el doctor Raven —¿Tiene idea de cuando vuelve? —Parece que, a mediados del siguiente mes, creo que será mejor que espere a hablar con él, y que sea el quien revise los resultados. Creo que eso le daría más confianza, señor Sanders. Sanders estaba de acuerdo, solo confiaba en el doctor Bristein, tenían una relación de médico-paciente de más de seis años, y no podía confiar en nadie más. —Es raro que no me haya informado de sus vacaciones. —No son vacaciones, es por su madre, desgraciadamente falleció y tuvo que asistir a su entierro. —No lo sabía. —Sí, fue a Estambul. —¿Habrá alguna manera de localizarlo? —Sí —dijo el doctor, y le entregó en una tarjeta el correo electrónico del doctor Bristein. Allegra esperaba a Santiago en el parque que estaba enfrente. Sentada sobre una banca recordaba aquel día de la gran discusión: «Ella h
Cuando Santiago alcanzó al hombre lo tomó del cuello mirándolo con furia. Casi no lo reconocía lucía tan distinto a la última vez que lo vio —¡Al fin nos volvemos a encontrar! —exclamó Santiago Michael Jones le rehuía la mirada, estaba más delgado, demacrado y avejentado que hace cinco años. Su cabello rubio era mucho más claro, y había arrugas debajo de sus ojos y en su frente —. Mírame a los ojos. ¿Puedes actuar como un hombre de honor? Michael tuvo que sostener la mirada de Santiago, cuyos ojos azules le miraban con odio y estaba justificado. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Michael. Mientras Allegra miraba con incredulidad la escena—. ¿Has venido a humillarme, has venido a vengarte? Ahórralo, mírame ahora, estoy destruido, ¡No puedes destruirme más! —¿Tú estás destruido? ¡Tú me destruiste a mí! —exclamó Santiago lanzándole un puñetazo a la cara haciendo que Michael cayera al suelo. Allegra se asustó demasiado y se interpuso entre Santiago y Michael. —¡Detente! ¡Vas a matarlo!
—¿Dime dónde está? —No lo sé —dijo Michael decepcionado—. Y no me importa. Ella fue cruel contigo y conmigo. Destruyó nuestra amistad, y destruyó mi amor, pero no lo puedes ver. Nunca entendí porqué de un día a otro dejó de amarte. ¿Qué le hiciste? ¿Qué provocó su desamor? Santiago guardó silencio con el rostro consternado. —Voy a encontrar a Megan —dijo Santiago determinado, Allegra se acercó a los hombres escuchando más de la conversación Michael lanzó una risa sarcástica. —¿Crees que vale la pena?, Megan no vale nada, Santiago, ella nunca te amó, te traicionó con tu mejor amigo y lo único que piensas es en encontrarla. —Ese es mi problema, no el tuyo, Michael, adiós —dijo determinado Michael asintió y se alejó del parque caminando de prisa. —¿Estás bien? —preguntó Allegra —Sí. Hay que irnos —dijo Santiago y caminaron hasta el auto para volver a Miami. Santiago manejaba deprisa, Allegra lo miraba de reojo, convencida de saber alguna parte vital de la historia, pero quería s
Santiago negó e intentó hablar tomando con suavidad el brazo de Allegra, pero ella se alejó con apuro, y comenzó a caminar. Santiago estaba triste por el sentir de la joven. No le gustaba hacerla sentir mal y tuvo ganas de correr y abrazarla hasta que se sintiera de nuevo feliz, pero como nunca se dejaba guiar por el impulso, decidió seguirla, manteniéndose distante. Michael Jones estaba en aquel tenebroso cuarto que rentaba a la vieja. Bebía una cerveza caliente, nada más por querer huir de la realidad, ya poco le importaba lo mal que sabía. Abrió un pequeño cajón y sacó de ahí dos fotografías, en una de ellas estaba Megan, con su larga y brillante cabellera rubia, sonriente y vestida como reina de un concurso de belleza. La admiró por unos segundos, hasta que lágrimas rodaron por su rostro al ver la fotografía donde estaba él al lado de Santiago, era una foto vieja, eran unos niños de diez años y sonreían con efusividad. La amargura y la nostalgia comenzaron a embriagar el alma de
Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami. Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron. Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con i
Cuando llegaron a la mansión de Santiago, Michael fue instalado en una de las habitaciones, lucía muy avergonzado e incómodo de estar ahí. Los empleados más antiguos como Lorna, lo recibieron con felicidad y emoción de volverlo a ver después de varios años de ausencia. Santiago había permanecido en su despacho desde su llegada del hospital. Era el atardecer y Allegra deambulaba por el amplio jardín con enormes áreas verdes y plantíos de rosas. Admiraba la combinación de colores, entonces sintió una mirada sobre ella, cuando alzó su vista divisó a Michael Jones que al ser descubierto se alejó de la ventana. Allegra lanzó un suspiró, quería ayudar a aquel hombre. Le inspiraba una profunda compasión, ella sabía que necesitaba ayuda y amor. Ella, que alguna vez estuvo en una situación tan delicada lo comprendía muy bien. Así que subió hasta aquella habitación y golpeó la puerta. Michael apenas entreabrió la puerta, y cuando ella quiso entrar, él por cortesía salió de la habitación —La
Santiago bajó la mirada e hizo un gesto tan endeble que Michael se extrañó muchísimo de aquella conducta —. Estás enamorado —aseveró con tal seguridad que Santiago lo vio como si hablara con un loco —No… —dijo perplejo, pero dudoso Michael se acercó unos pasos a su amigo, ambas miradas de distinto color azul se observaron como si se intentarán reconocer —Aquí el que tiene que alejarse de ella, más que nadie, eres tú. Sabes que Allegra es demasiado buena para ti. Terminaras lastimándola —dijo Michael —¡A mí no me importa!, pero no quiero que mis empleados se mezclen con mi vida personal —Santiago intentó justificarse, como un infante descubierto—. Allegra es mi empleada, y no quiero que sepa más de mi vida que lo que yo quiera. ¡Ella no me importa! ¿Acaso piensas que me fijaría en una mujer tan insípida? —exclamó Sanders, mientras Michael entrecerraba los ojos disgustados. Santiago abrió la puerta para huir del enfrentamiento, pero ante la puerta encontró a Allegra, provocando que