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Cuando Denzel despertó estaba en una clínica, ya era de día, aletargado, pronto los recuerdos de ayer vinieron a su mente, entró en pánico, sabía que Santiago y Allegra corrían peligro. Sin que lo pudieran detener salió de la clínica y tomó un taxi pidió ser llevado hasta Palm Beach, había sido invitado a la boda de Melanie y Michael. Creía que Julia estaría ahí. Melanie y Michael estaban bailando el vals. Era el día de su boda, habían pasado por el altar y después por el juez, ahora estaban en la casa de Palm Beach disfrutando de la recepción. Había casi doscientos invitados, los novios lucían enamorados y les auguraban mucha felicidad. Allegra se alejó de Santiago en busca del baño, estaba emocionada por su amiga y soñaba con su propia boda que sería en dos meses. Aquella casa era enorme, se podía perder con facilidad. Después de ir al baño caminó por el pasillo con espejos y se detuvo para acomodar sus rizos cobrizos, de pronto la silueta de una mujer se reflejó, por instinto sonr
Allegra lloraba, ante la mirada de odio de Julia, tenía por seguro de que nunca olvidaría aquellos ojos verdes, era increíble como una mujer hermosa podía destruir su vida de esa manera —¿Te doy lástima, Allegra? —preguntó Julia—. Alguna vez fui una mujer enamorada como tú. —Eso no es amor, Julia. —Lo fue, lo amé demasiado, di todo de mí y solo recibí rechazos y traiciones, jamás me dio una oportunidad —dijo y se acercó a la joven, quien asustada atinó a arrastrarse hacia atrás topando con la pared, sintió como los dedos largos de Julia acariciaban sus labios—. A ti también te volvió loca como a mí, sus besos, sus caricias, esa forma de hacer el amor como si no hubiera un mañana, ¿Acaso creías que solo contigo lo hacía de esa forma? —Julia se mofaba y disfrutaba viendo sufrir a Allegra, cuyos ojos lloraban —Puedes decir lo que sea, pero a ti jamás te dijo que te amaba. Julia borró su sonrisa, se sintió extraña, no sentía rabia o celos. Acarició el cabello casi rojizo de Allegra y
Pasaron cinco largos meses, con lo ocurrido Allegra necesitó mas tiempo para poder superarlo. Denzel decidió hacer un viaje largo y dejó los Estados Unidos para irse a Canadá a donde nada le recordara a Julia Greene. Allegra llevaba un vestido blanco, estilo griego, Melanie le colocó el tocado de flores. Y le puso el collar en forma de azucena dorada que su mamá le había donado antes de partir —Estaría feliz de verme vestida así. —Claro, no dudes que algo de ella está aquí —dijo Melanie Luego caminaron a la limosina que las trasladó a la playa. Allegra caminó por un improvisado altar cubierto de pétalos de rosa, al fondo la esperaba Santiago y el cura que oficiaría la misa. Cuando estuvo cerca tomó su mano. Él la admiró, era tan hermosa, y recordó su infancia, si había una princesa de cuento de hadas, Allegra lo era. Toda la misa se dedicaron miradas cómplices y tiernas, y fueron felices al escuchar que los declaraban marido y mujer, sellaron el juramento de amor con un beso, pr
Por Santiago Sanders Me despierto, abro los ojos, y veo el paraíso sobre la tierra. Toco uno de sus perfectos rizos, el aroma a vainilla me embriaga, sus labios me tientan y su piel suave me excita. Ahogo una risita cuando miro al lado de mi mujer, la razón de mi alegría está ahí, durmiendo enrollada entre los brazos de su mami, mi hija Lyla debió venir por la madrugada, atormentada por la película de terror, o quizás por las leyendas turcas sobre «el hechizo del maíz» y «El monstruo Bákala» que le conté anoche. Estoy seguro de que cuando Allegra despierte me retará por hacerlo, admito que me he pasado esta vez. Las admiro con devoción, preguntándome ¿Cómo puedo tener tan buena suerte? Suena arrogante, pero creo en Dios y presiento que soy uno de sus hijos favoritos, si no ¿Por qué razón soy tan feliz? ¿Acaso alguien más que Dios crea mi felicidad allá en los cielos? Soy feliz y sí, soy engreído, pero es que esta dicha es todo lo que tengo en mi vida. No quiero perderlo jamás y ser
Allegra esperaba impaciente en la recepción de la fundación Yakamoz. Era la sede ubicada en Florida. La recepcionista tenía sus ojos fijos en ella con un gesto de desagrado, llevaba tres horas esperando la salida del señor Santiago Sanders, el benefactor más destacado de la fundación. Aquella chica no entendía que fuera lo que quisiera, al señor Sanders no le importaría y la juzgaría de impertinente. Ella lo conocía por una foto del periódico y creía que debía ser un ángel en la tierra, porque donaba enormes cantidades de dinero para ayudar a personas con enfermedades catastróficas. Tan catastróficas como el cáncer de estómago que padecía su madre, quien requería una operación costosa que la propia fundación se negaba a pagar, debido a la etapa terminal en que estaba su madre. Pero Allegra no perdía la esperanza. Cuando el señor Sanders salió del elevador, Allegra se levantó como un resorte y comenzó a hablarle, pero el hombre no detuvo su paso —Buenas tardes, Señor Sanders, permí
Era abril y la primavera vestía la ciudad. Allegra estaba repuesta aquel día, lo suficiente para asistir al cementerio. Pasaron seis largos meses desde la muerte de su madre. A veces en su mente parecía que hubiese sido ayer, y otras veces que habían pasado años. Se había refugiado en su apartamento, alejada de todo. Los amigos que tenía habían estado junto a ella durante el sepulcro, pero no después, al final, en la terrible soledad uno a uno los vio desaparecer, algunos de inmediato y otros después, cansados de su tristeza. Pero ella comenzaba a acostumbrarse a la soledad. Llevó un ramo de azucenas y las dejó sobre la tumba. Rezó y derramó algunas lágrimas. Una hora después caminó a la salida del cementerio. De pronto su mirada se encontró con el señor Sanders, estaba al lado de su chófer. Allegra sintió que su corazón latía demasiado ¿Acaso había olvidado su deuda?, Sí, pensó que la deuda estaba cancelada, pero la mirada de aquel hombre le hacía entender todo lo contrario. Santi
Allegra colgaba su ropa en el closet. Su habitación no era del servicio de empleados, sino una recámara cercana al dormitorio del señor Sanders. Era amplia y luminosa. La cama era tan suave que no quería atender el sonido de la alarma. Acostumbrarse a Santiago Sanders no era fácil. El hombre tenía un humor terrible, a veces satírico, a veces cruel, pero pocas veces amable. A partir de ahora sería su asistente personal o acompañante. Como fuera, estaría disponible para él las veinticuatro horas del día, y los trescientos sesenta y cinco días de la semana —Será por un año completo o ¿Quién sabe?, quizás puede ser menos —dijo Sanders, cuando ella le preguntó por cuánto tiempo. Le ayudaría en cualquier cosa que necesitara. Allegra no estaba feliz, pero por lo menos esa situación la distraía de su tristeza y la empujaba a la acción. Allegra caminó a la habitación de Santiago, golpeó la puerta e ingresó. Se encontró con el hombre listo para salir —Buenos días. —Buenos días, es tarde, d
Santiago estaba recostado en su cama, no podía dormir y pasaba de la media noche. Intentaba leer, pero perdía la concentración. Una idea cruzó por su mente y determinado tomó su teléfono celular para llamar. Allegra despertó por el insistente sonido de su celular, al responder escuchó la voz del señor Sanders, quien le pidió que fuera a su recámara. Ella se alertó confundida, ¿Por qué quería verla en su habitación a esa hora?, caminó con nerviosismo. No temía que el señor Sanders se propasara con ella, en cambio dudaba de ella misma y esas sensaciones que el hombre estaba despertando en su piel. Cuando entró a la recámara, encontró a Santiago recostado en la cama, y con las lámparas encendidas —Ven —dijo invitándola a sentarse en la cama, Allegra tomó asiento al extremo derecho de la cama —¿Qué necesitas? —No puedo dormir. —¿Puedo preparar un té de tilo o traer leche tibia? —No. Toma este libro y léeme —Santiago le entregó el libro que leía. Allegra comenzó a leer, era el libro