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Capítulo IV: Deseo incontrolable

Santiago estaba recostado en su cama, no podía dormir y pasaba de la media noche. Intentaba leer, pero perdía la concentración. Una idea cruzó por su mente y determinado tomó su teléfono celular para llamar.

Allegra despertó por el insistente sonido de su celular, al responder escuchó la voz del señor Sanders, quien le pidió que fuera a su recámara. Ella se alertó confundida, ¿Por qué quería verla en su habitación a esa hora?, caminó con nerviosismo. No temía que el señor Sanders se propasara con ella, en cambio dudaba de ella misma y esas sensaciones que el hombre estaba despertando en su piel.

Cuando entró a la recámara, encontró a Santiago recostado en la cama, y con las lámparas encendidas

—Ven —dijo invitándola a sentarse en la cama, Allegra tomó asiento al extremo derecho de la cama

—¿Qué necesitas?

—No puedo dormir.

—¿Puedo preparar un té de tilo o traer leche tibia?

—No. Toma este libro y léeme —Santiago le entregó el libro que leía. Allegra comenzó a leer, era el libro de «Las mil y una noches», ella se sorprendió de su lectura, no parecía ser el mejor libro para un hombre como él—. ¿Te sorprendes por mi lectura?

Allegra sonrió y negó

—No.

—Me gusta este libro, más que ninguno. Me gusta creer que Schalhriar es la muerte y que todos somos Scheherezade, así como cada noche ella cuenta una historia emocionante para vivir un día más, nosotros vivimos lo mejor que podemos cada día, a fin de olvidar a la muerte, aunque somos realistas de que algún día no podremos escapar.

Allegra admiró el pensamiento singular del hombre, sonrió y continúo leyendo.

Cuando los rayos del sol atravesaron la ventana y calaron en el rostro de Santiago, abrió los ojos, se enderezó y miró alrededor, encontrando a Allegra al otro lado de la cama, dormida y sosteniendo en su mano el libro de «Las mil y unas noches», Santiago esbozó una suave sonrisa, retiró algunos rizos cobrizos del rostro de la chica y la miró bien. De piel apiñonada y rasgos delicados, labios gruesos. Ahí dormida le parecía tan indefensa, como aquel día que suplicaba por ayuda. Santiago contuvo el deseo de abrazarla a su cuerpo en busca de algo de afecto. Retiró el libro de su mano, pero ella despertó de inmediato. Se abochornó al descubrir que se quedó dormida en aquel lugar y se levantó apurada

—Buen día, que bueno que despertaste.

—Buen día, lo lamento, me quedé dormida —dijo Allegra

—Entiendo, antes de que te vayas a vestir, prepárame la tina de baño, quiero bañarme.

Allegra sintió que se había puesto roja como tomate, pero se limitó a asentir y caminó al cuarto de baño.

Preparó la tina y se aseguró que el agua estuviera tibia, vertió sales, esencias y jabón que hacía espuma, aquel cuarto de baño era enorme, y la bañera era la más lujosa que había visto en su vida.

Santiago entró en la habitación, se lavó lo dientes y después como si la chica no estuviera ahí, comenzó a desvestirse, abandonando las prendas de ropa en un cesto. Cuando al fin estuvo desnudo, caminó hasta la bañera. Allegra que no lo había notado, tuvo que voltearse y verlo de frente, sus ojos siguieron el camino de su rostro, observando su musculoso pecho, hasta sus órganos sexuales, provocando que la joven casi emitiera un grito sorpresivo, que la puso de mil colores y terminó tapándose el rostro, incitando la risa divertida de Santiago Sanders, quien sin reparo se metió en la bañera

—¿Qué te sucede? ¿Acaso nunca habías visto a un hombre desnudo?

La chica que había liberado su rostro, nerviosa enmudeció, y Santiago tomó su silencio como una respuesta—. ¿Entonces nunca habías visto un hombre desnudo? —exclamó con asombro

—Déjame tranquila, no tengo que aguantar tus bromas de mal gusto —inquirió Allegra

—¿Eres virgen? —preguntó con osadía, provocando que la chica le mirara con rabia, Santiago sonrió malicioso—. Tranquila, te dejaré en paz, ¡Ahora báñame!, ¿Qué esperas?

Allegra estaba incómoda, tuvo la suerte de que el jabón hiciera suficiente espuma para que no pudiera observar más la anatomía de Santiago, tomó la esponja y comenzó a tallar la espalda de Santiago. Luego la chica tomó suficiente shampoo y comenzó a lavar el cabello del hombre, quien sin oposición se dejaba lavar.

—¿Siempre te bañan tus empleados?

—Puede ser, pero ellos no me molestan con preguntas como tú —dijo fastidiado

Allegra tomo la regadera de mano y comenzó a enjuagar el cuerpo y el cabello de Santiago

—¿Hoy irás a tu grupo social?

—No volverás a ir conmigo a ese lugar. Eres una metiche.

—¿Y qué ocultas? ¿Qué temes que descubra? —preguntó y Santiago abrió los ojos, estaba tan serio que Allegra se arrepintió de sus palabras, pero el giró la regadera provocando que la chica se mojara su largo camisón blanco, molesta replicó la respuesta de Sanders y comenzaron a lanzarse agua, hasta que Santiago cansado de perder, hubo de tomarla con sus fuertes brazos haciéndola sentar en su regazo, dentro de la bañera. El juego era divertido y les hacía reír muchísimo. Pero cuando cayeron en cuenta, estaban tan cercanos que podrían besarse.

 Santiago acarició el labio inferior de Allegra con la yema de su dedo pulgar, ella atraída por esa seducción, y dejándose llevar por las pulsaciones de su corazón, abrió ligeramente la boca permitiendo que la punta de su lengua sintiera el sabor de la piel de Santiago. El hombre aceleró su respiración, su cuerpo estaba tan encendido que de pronto quiso besarla con esa pasión que estaba explotando dentro de él, sabía que acabaría por quemarlos a los dos, pero cuando miró sus hermosos ojos azules, desistió, y reaccionó con precaución. Su rostro se volvió sombrío, como si todo el dolor se escondiera ahí

—¡Lárgate! —exclamó con rabia, provocando que la chica se levantara de inmediato. Su vestido estaba totalmente mojado y su ropa interior se transparentaba

—Pero…

—¡He dicho que te vayas ahora mismo! —exclamó sorprendido de que no se hubiera marchado

Allegra salió corriendo hasta llegar a su habitación, donde se apuró a vestirse y hacer su maleta para marcharse.

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