Santiago estaba recostado en su cama, no podía dormir y pasaba de la media noche. Intentaba leer, pero perdía la concentración. Una idea cruzó por su mente y determinado tomó su teléfono celular para llamar.
Allegra despertó por el insistente sonido de su celular, al responder escuchó la voz del señor Sanders, quien le pidió que fuera a su recámara. Ella se alertó confundida, ¿Por qué quería verla en su habitación a esa hora?, caminó con nerviosismo. No temía que el señor Sanders se propasara con ella, en cambio dudaba de ella misma y esas sensaciones que el hombre estaba despertando en su piel.
Cuando entró a la recámara, encontró a Santiago recostado en la cama, y con las lámparas encendidas
—Ven —dijo invitándola a sentarse en la cama, Allegra tomó asiento al extremo derecho de la cama
—¿Qué necesitas?
—No puedo dormir.
—¿Puedo preparar un té de tilo o traer leche tibia?
—No. Toma este libro y léeme —Santiago le entregó el libro que leía. Allegra comenzó a leer, era el libro de «Las mil y una noches», ella se sorprendió de su lectura, no parecía ser el mejor libro para un hombre como él—. ¿Te sorprendes por mi lectura?
Allegra sonrió y negó
—No.
—Me gusta este libro, más que ninguno. Me gusta creer que Schalhriar es la muerte y que todos somos Scheherezade, así como cada noche ella cuenta una historia emocionante para vivir un día más, nosotros vivimos lo mejor que podemos cada día, a fin de olvidar a la muerte, aunque somos realistas de que algún día no podremos escapar.
Allegra admiró el pensamiento singular del hombre, sonrió y continúo leyendo.
Cuando los rayos del sol atravesaron la ventana y calaron en el rostro de Santiago, abrió los ojos, se enderezó y miró alrededor, encontrando a Allegra al otro lado de la cama, dormida y sosteniendo en su mano el libro de «Las mil y unas noches», Santiago esbozó una suave sonrisa, retiró algunos rizos cobrizos del rostro de la chica y la miró bien. De piel apiñonada y rasgos delicados, labios gruesos. Ahí dormida le parecía tan indefensa, como aquel día que suplicaba por ayuda. Santiago contuvo el deseo de abrazarla a su cuerpo en busca de algo de afecto. Retiró el libro de su mano, pero ella despertó de inmediato. Se abochornó al descubrir que se quedó dormida en aquel lugar y se levantó apurada
—Buen día, que bueno que despertaste.
—Buen día, lo lamento, me quedé dormida —dijo Allegra
—Entiendo, antes de que te vayas a vestir, prepárame la tina de baño, quiero bañarme.
Allegra sintió que se había puesto roja como tomate, pero se limitó a asentir y caminó al cuarto de baño.
Preparó la tina y se aseguró que el agua estuviera tibia, vertió sales, esencias y jabón que hacía espuma, aquel cuarto de baño era enorme, y la bañera era la más lujosa que había visto en su vida.
Santiago entró en la habitación, se lavó lo dientes y después como si la chica no estuviera ahí, comenzó a desvestirse, abandonando las prendas de ropa en un cesto. Cuando al fin estuvo desnudo, caminó hasta la bañera. Allegra que no lo había notado, tuvo que voltearse y verlo de frente, sus ojos siguieron el camino de su rostro, observando su musculoso pecho, hasta sus órganos sexuales, provocando que la joven casi emitiera un grito sorpresivo, que la puso de mil colores y terminó tapándose el rostro, incitando la risa divertida de Santiago Sanders, quien sin reparo se metió en la bañera
—¿Qué te sucede? ¿Acaso nunca habías visto a un hombre desnudo?
La chica que había liberado su rostro, nerviosa enmudeció, y Santiago tomó su silencio como una respuesta—. ¿Entonces nunca habías visto un hombre desnudo? —exclamó con asombro
—Déjame tranquila, no tengo que aguantar tus bromas de mal gusto —inquirió Allegra
—¿Eres virgen? —preguntó con osadía, provocando que la chica le mirara con rabia, Santiago sonrió malicioso—. Tranquila, te dejaré en paz, ¡Ahora báñame!, ¿Qué esperas?
Allegra estaba incómoda, tuvo la suerte de que el jabón hiciera suficiente espuma para que no pudiera observar más la anatomía de Santiago, tomó la esponja y comenzó a tallar la espalda de Santiago. Luego la chica tomó suficiente shampoo y comenzó a lavar el cabello del hombre, quien sin oposición se dejaba lavar.
—¿Siempre te bañan tus empleados?
—Puede ser, pero ellos no me molestan con preguntas como tú —dijo fastidiado
Allegra tomo la regadera de mano y comenzó a enjuagar el cuerpo y el cabello de Santiago
—¿Hoy irás a tu grupo social?
—No volverás a ir conmigo a ese lugar. Eres una metiche.
—¿Y qué ocultas? ¿Qué temes que descubra? —preguntó y Santiago abrió los ojos, estaba tan serio que Allegra se arrepintió de sus palabras, pero el giró la regadera provocando que la chica se mojara su largo camisón blanco, molesta replicó la respuesta de Sanders y comenzaron a lanzarse agua, hasta que Santiago cansado de perder, hubo de tomarla con sus fuertes brazos haciéndola sentar en su regazo, dentro de la bañera. El juego era divertido y les hacía reír muchísimo. Pero cuando cayeron en cuenta, estaban tan cercanos que podrían besarse.
Santiago acarició el labio inferior de Allegra con la yema de su dedo pulgar, ella atraída por esa seducción, y dejándose llevar por las pulsaciones de su corazón, abrió ligeramente la boca permitiendo que la punta de su lengua sintiera el sabor de la piel de Santiago. El hombre aceleró su respiración, su cuerpo estaba tan encendido que de pronto quiso besarla con esa pasión que estaba explotando dentro de él, sabía que acabaría por quemarlos a los dos, pero cuando miró sus hermosos ojos azules, desistió, y reaccionó con precaución. Su rostro se volvió sombrío, como si todo el dolor se escondiera ahí
—¡Lárgate! —exclamó con rabia, provocando que la chica se levantara de inmediato. Su vestido estaba totalmente mojado y su ropa interior se transparentaba
—Pero…
—¡He dicho que te vayas ahora mismo! —exclamó sorprendido de que no se hubiera marchado
Allegra salió corriendo hasta llegar a su habitación, donde se apuró a vestirse y hacer su maleta para marcharse.
Santiago estaba en el consultorio, estaba inquieto, pero intentaba disimular —El doctor Bristein no estará disponible, por lo menos en un mes —dijo el doctor Raven —¿Tiene idea de cuando vuelve? —Parece que, a mediados del siguiente mes, creo que será mejor que espere a hablar con él, y que sea el quien revise los resultados. Creo que eso le daría más confianza, señor Sanders. Sanders estaba de acuerdo, solo confiaba en el doctor Bristein, tenían una relación de médico-paciente de más de seis años, y no podía confiar en nadie más. —Es raro que no me haya informado de sus vacaciones. —No son vacaciones, es por su madre, desgraciadamente falleció y tuvo que asistir a su entierro. —No lo sabía. —Sí, fue a Estambul. —¿Habrá alguna manera de localizarlo? —Sí —dijo el doctor, y le entregó en una tarjeta el correo electrónico del doctor Bristein. Allegra esperaba a Santiago en el parque que estaba enfrente. Sentada sobre una banca recordaba aquel día de la gran discusión: «Ella h
Cuando Santiago alcanzó al hombre lo tomó del cuello mirándolo con furia. Casi no lo reconocía lucía tan distinto a la última vez que lo vio —¡Al fin nos volvemos a encontrar! —exclamó Santiago Michael Jones le rehuía la mirada, estaba más delgado, demacrado y avejentado que hace cinco años. Su cabello rubio era mucho más claro, y había arrugas debajo de sus ojos y en su frente —. Mírame a los ojos. ¿Puedes actuar como un hombre de honor? Michael tuvo que sostener la mirada de Santiago, cuyos ojos azules le miraban con odio y estaba justificado. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Michael. Mientras Allegra miraba con incredulidad la escena—. ¿Has venido a humillarme, has venido a vengarte? Ahórralo, mírame ahora, estoy destruido, ¡No puedes destruirme más! —¿Tú estás destruido? ¡Tú me destruiste a mí! —exclamó Santiago lanzándole un puñetazo a la cara haciendo que Michael cayera al suelo. Allegra se asustó demasiado y se interpuso entre Santiago y Michael. —¡Detente! ¡Vas a matarlo!
—¿Dime dónde está? —No lo sé —dijo Michael decepcionado—. Y no me importa. Ella fue cruel contigo y conmigo. Destruyó nuestra amistad, y destruyó mi amor, pero no lo puedes ver. Nunca entendí porqué de un día a otro dejó de amarte. ¿Qué le hiciste? ¿Qué provocó su desamor? Santiago guardó silencio con el rostro consternado. —Voy a encontrar a Megan —dijo Santiago determinado, Allegra se acercó a los hombres escuchando más de la conversación Michael lanzó una risa sarcástica. —¿Crees que vale la pena?, Megan no vale nada, Santiago, ella nunca te amó, te traicionó con tu mejor amigo y lo único que piensas es en encontrarla. —Ese es mi problema, no el tuyo, Michael, adiós —dijo determinado Michael asintió y se alejó del parque caminando de prisa. —¿Estás bien? —preguntó Allegra —Sí. Hay que irnos —dijo Santiago y caminaron hasta el auto para volver a Miami. Santiago manejaba deprisa, Allegra lo miraba de reojo, convencida de saber alguna parte vital de la historia, pero quería s
Santiago negó e intentó hablar tomando con suavidad el brazo de Allegra, pero ella se alejó con apuro, y comenzó a caminar. Santiago estaba triste por el sentir de la joven. No le gustaba hacerla sentir mal y tuvo ganas de correr y abrazarla hasta que se sintiera de nuevo feliz, pero como nunca se dejaba guiar por el impulso, decidió seguirla, manteniéndose distante. Michael Jones estaba en aquel tenebroso cuarto que rentaba a la vieja. Bebía una cerveza caliente, nada más por querer huir de la realidad, ya poco le importaba lo mal que sabía. Abrió un pequeño cajón y sacó de ahí dos fotografías, en una de ellas estaba Megan, con su larga y brillante cabellera rubia, sonriente y vestida como reina de un concurso de belleza. La admiró por unos segundos, hasta que lágrimas rodaron por su rostro al ver la fotografía donde estaba él al lado de Santiago, era una foto vieja, eran unos niños de diez años y sonreían con efusividad. La amargura y la nostalgia comenzaron a embriagar el alma de
Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami. Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron. Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con i
Cuando llegaron a la mansión de Santiago, Michael fue instalado en una de las habitaciones, lucía muy avergonzado e incómodo de estar ahí. Los empleados más antiguos como Lorna, lo recibieron con felicidad y emoción de volverlo a ver después de varios años de ausencia. Santiago había permanecido en su despacho desde su llegada del hospital. Era el atardecer y Allegra deambulaba por el amplio jardín con enormes áreas verdes y plantíos de rosas. Admiraba la combinación de colores, entonces sintió una mirada sobre ella, cuando alzó su vista divisó a Michael Jones que al ser descubierto se alejó de la ventana. Allegra lanzó un suspiró, quería ayudar a aquel hombre. Le inspiraba una profunda compasión, ella sabía que necesitaba ayuda y amor. Ella, que alguna vez estuvo en una situación tan delicada lo comprendía muy bien. Así que subió hasta aquella habitación y golpeó la puerta. Michael apenas entreabrió la puerta, y cuando ella quiso entrar, él por cortesía salió de la habitación —La
Santiago bajó la mirada e hizo un gesto tan endeble que Michael se extrañó muchísimo de aquella conducta —. Estás enamorado —aseveró con tal seguridad que Santiago lo vio como si hablara con un loco —No… —dijo perplejo, pero dudoso Michael se acercó unos pasos a su amigo, ambas miradas de distinto color azul se observaron como si se intentarán reconocer —Aquí el que tiene que alejarse de ella, más que nadie, eres tú. Sabes que Allegra es demasiado buena para ti. Terminaras lastimándola —dijo Michael —¡A mí no me importa!, pero no quiero que mis empleados se mezclen con mi vida personal —Santiago intentó justificarse, como un infante descubierto—. Allegra es mi empleada, y no quiero que sepa más de mi vida que lo que yo quiera. ¡Ella no me importa! ¿Acaso piensas que me fijaría en una mujer tan insípida? —exclamó Sanders, mientras Michael entrecerraba los ojos disgustados. Santiago abrió la puerta para huir del enfrentamiento, pero ante la puerta encontró a Allegra, provocando que
Santiago y Allegra estaban hospedados muy cerca del Bósforo, la chica se había impresionado de lo hermoso que era aquel país, aunque apenas había visto poco de él. Se alojaron en dos habitaciones contiguas, aquella simple decisión había volado la imaginación de Allegra, creía que quizás Santiago estaba dándole a entender algo con eso. Pero no se atrevía a preguntarle en serio. A la mañana siguiente desayunaron en un restaurante frente al Bósforo, Allegra estaba maravillada de ver aquel río. Comieron y bebieron el famoso té turco. Pero a pesar de que querían conocer el lugar, tuvieron que hacer una parada, y dirigirse a la clínica donde los esperaría el doctor Bristein. Al llegar a la clínica, de inmediato se encontraron con el doctor. Allegra tuvo que quedarse en la recepción, mientras Santiago era atendido en el consultorio por el doctor. —Lamento no haber podido avisarte de mi viaje, pero todo fue demasiado repentino —dijo el doctor Bristein —Lo entiendo y le doy mis condolenci