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Santiago y Allegra estaban hospedados muy cerca del Bósforo, la chica se había impresionado de lo hermoso que era aquel país, aunque apenas había visto poco de él. Se alojaron en dos habitaciones contiguas, aquella simple decisión había volado la imaginación de Allegra, creía que quizás Santiago estaba dándole a entender algo con eso. Pero no se atrevía a preguntarle en serio. A la mañana siguiente desayunaron en un restaurante frente al Bósforo, Allegra estaba maravillada de ver aquel río. Comieron y bebieron el famoso té turco. Pero a pesar de que querían conocer el lugar, tuvieron que hacer una parada, y dirigirse a la clínica donde los esperaría el doctor Bristein. Al llegar a la clínica, de inmediato se encontraron con el doctor. Allegra tuvo que quedarse en la recepción, mientras Santiago era atendido en el consultorio por el doctor. —Lamento no haber podido avisarte de mi viaje, pero todo fue demasiado repentino —dijo el doctor Bristein —Lo entiendo y le doy mis condolenci
Santiago caminó hasta salir del hotel y llegar al Bósforo, esta vez caminó entre las piedras cercanas al río, había salido con pijamas y unas sandalias, no hacía frío, pero un viento fresco comenzó a soplar con fuerza. Pasaba de la media noche. había algunas personas por ahí, pero nadie le prestaba atención. Se sentó sobre las rocas, estaba tan confundido que no podía hilar las ideas con cordura. Su cuerpo seguía preso de aquellas sensaciones, que viajaban a su mente reviviéndolas una y otra vez. «Ni siquiera Megan era capaz de tentarme así» admitió para sus adentros, y se tapó el rostro con las manos, se sentía desesperado y desarmado. No creyó que volvería a amar y ahora ante la evidencia estaba temeroso. De pronto, apareció Allegra, sentándose a su lado, iba vestida con un camisón largo de seda, de tirantes muy delgados. Se veía tan hermosa y sensual, que Santiago se sintió tan tentado, que su cuerpo comenzó a reaccionar. Ni siquiera podía creer que hubiera salido tras él con esa
Allegra estaba tan impactada, Santiago creyó que se alejaría de él. Conocía esas reacciones de rechazo que podía tener. Megan había sido la primera en rechazarle durante su confesión, así que se sentía capaz de tolerar el rechazo de Allegra, aunque fuera el más doloroso de toda su vida. Pero, la joven se arrojó a él abrazándolo con mucha intensidad —¡Lo siento tanto! Ojalá pudiera evitar tu sufrimiento —exclamó la joven entre el llanto y la conmoción. Santiago estaba desarmado, no tenía palabras ante esa sensación de compasión y ternura tan auténtica, que lo arropaba. Solo pudo abrazarla con fuerza —. Te amo, Santiago, ya no estás solo, estaré contigo —dijo la joven sin romper el abrazo. Cuando amaneció estaban en aquella habitación de hotel. Vestidos y abrazados, recostados sobre la cama. Santiago estaba despierto, Allegra dormía plácida entre sus brazos. Habían vuelto después de hablar, no dijeron más palabras, solo se envolvieron entre besos cálidos y tiernos, hasta que se quedar
Santiago deambulaba por la habitación, espiaba por la ventana, ya era muy noche, se sentía descontrolado. Toda su mente estaba enfocada en Allegra, no quería perderla. Iba más allá del deseo egoísta de no estar solo. Era algo en su presencia que le gustaba, lo hacía sentir tan vivo y tan en paz, como nunca. Tuvo temor, ¿Cómo sería su vida sin Allegra?, no lo sabía, pero tampoco quería saberlo. Determinado, caminó hasta la habitación de Allegra y llamó a la puerta. Allegra abrió, su rostro estaba sorprendido de observarlo ahí de pie, frente a ella. Santiago entró a la habitación despacio, llevaba arrugada su camisa color azul claro y con los tres primeros botones desprendidos, parecía cansado. Allegra le dio la espalda, no quería mirarlo —¿Qué necesitas? —preguntó ella con apenas algo de voz clara —No quiero perderte —dijo Santiago, cuando Allegra lo miró perturbada, descubrió su mirada suplicante —No entiendo ¿Qué dices? Santiago se acercó unos pasos hacia ella y la sostuvo de l
Comenzaba a amanecer, Santiago estaba recostado en su cama, Allegra estaba envuelta entre sus brazos. Estaban en Florida, era agosto, habían pasado dos meses desde que habían regresado de Turquía. El teléfono celular de Santiago sonaba a cada rato, incesante. El sonido molestaba a Allegra que comenzó a moverse, inquieta. Santiago abrió los ojos y observó alrededor, cuando descubrió al causante del escándalo tomó el móvil y se apuró a responder la llamada, sin siquiera verificar quien era. El hombre se levantó en ropa interior y caminó descalzo por el suelo —Hola —contestó con la voz adormilada, pero tras unos minutos de conversación su rostro se desencajó y terminó por despertar—. ¿En dónde está? ¡¿Aquí, en Florida?! —exclamó inquieto y provocó que Allegra terminara de despertar y se irguiera observando atenta Santiago continuó la plática. —Envíeme la dirección a mi correo electrónico de inmediato. Gracias, detective —colgó la llamada y se quedó enmudecido mirando a la nada por un
—No lo sabía —dijo Megan —¿Sabes que Michael se intentó suicidar? Megan abrió bien los ojos, negó con rapidez y una lágrima resbaló por su rostro —¡Dios mío!, no lo sabía. —Lo destruiste, Megan. —Hablemos adentro —pidió Megan y tomó una bata de baño que se colocó encima. Luego caminó adentro de la casa, guiando a Santiago hasta un salón con ventanales al exterior, por donde podía divisarse todo el jardín. Estaban de pie. Frente a frente. —¿Por qué me abandonaste, Megan? —Por favor, Santiago, no me hagas esto —dijo llorosa —Destruiste a mi mejor amigo, me destruiste a mí, ¿Y ahora pides piedad? —Creí que podía ser feliz al lado de Michael, pero no pude. —¿Por qué? —Porque… Porque te amo a ti, no podía olvidarte —dijo Megan con los ojos suplicantes y el rostro triste Santiago estaba sorprendido, no esperaba aquella respuesta, dio un paso atrás, confundido —¿Qué dices? ¡Me abandonaste, Megan! ¿Cómo podría creerte? —Es la verdad, te amo, aún te amo, Santiago. Me fui con Mic
Cuando anocheció y Santiago seguía sin aparecer, Allegra se convenció de que tal vez no volvería. Tenía su maleta lista desde hace varias horas, pero no se decidía a marcharse. Cuando Lorna apareció en su habitación, le informó que Santiago había llegado y estaba en la biblioteca, la joven bajó junto con su maleta, como alma en pena. Tocó antes de entrar, pero sin respuesta se aventuró a entrar sin permiso. Santiago estaba de pie al fondo de la biblioteca. —Hola —dijo ella por decir cualquier cosa, pero Santiago no contestó—. ¿Cómo te fue en tu visita? —Bien —dijo Santiago girándose y hablando con el tono de voz irónico que lo caracterizaba, Allegra se estremeció, no esperaba eso—. Me fue mejor de lo que esperaba, debo ser sincero. —Lo sé, no esperabas semejante beso —espetó con furia Santiago abrió los ojos con sorpresa —¿Me seguiste? ¿Me espiaste? —Sí. —¡Eres implacable, Allegra! —exclamó impresionado y molesto a la vez —¿Qué esperabas? ¿Qué me sentara rezando para que no me
Pasaron seis largos meses. Allegra había vuelto a trabajar como maestra en la escuela que dirigía su amiga Melanie. Vivía en el antiguo departamento. A pesar de que había estado muy triste por el rompimiento con Santiago, no se había rendido. Melanie la había ayudado y apenas pudo ofrecerle el trabajo, Allegra se dedicó con ahínco, incluso trabajaba más tiempo de lo habitual. Así garantizaba tener la mente tan ocupada, que solo quedaba tiempo para dormir y no pensar en Santiago. Aunque ya no sentía el rencor y la pasión quemante que al principio la habían atormentado, Allegra seguía amándolo, no se engañaba, pero estaba segura de que algún día mejoraría. Aquella noche era el cumpleaños de Melanie. Aunque Allegra no estaba acostumbrada a ir de fiesta, ni asistir a bares, debía acudir a la celebración de su mejor amiga. Tenía el regalo perfecto para Melanie. Cuando llegó al bar se sintió rara. Antes de buscar a Melanie decidió ir al baño. Dentro se miró en el espejo. Llevaba un vestid