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—No lo sabía —dijo Megan —¿Sabes que Michael se intentó suicidar? Megan abrió bien los ojos, negó con rapidez y una lágrima resbaló por su rostro —¡Dios mío!, no lo sabía. —Lo destruiste, Megan. —Hablemos adentro —pidió Megan y tomó una bata de baño que se colocó encima. Luego caminó adentro de la casa, guiando a Santiago hasta un salón con ventanales al exterior, por donde podía divisarse todo el jardín. Estaban de pie. Frente a frente. —¿Por qué me abandonaste, Megan? —Por favor, Santiago, no me hagas esto —dijo llorosa —Destruiste a mi mejor amigo, me destruiste a mí, ¿Y ahora pides piedad? —Creí que podía ser feliz al lado de Michael, pero no pude. —¿Por qué? —Porque… Porque te amo a ti, no podía olvidarte —dijo Megan con los ojos suplicantes y el rostro triste Santiago estaba sorprendido, no esperaba aquella respuesta, dio un paso atrás, confundido —¿Qué dices? ¡Me abandonaste, Megan! ¿Cómo podría creerte? —Es la verdad, te amo, aún te amo, Santiago. Me fui con Mic
Cuando anocheció y Santiago seguía sin aparecer, Allegra se convenció de que tal vez no volvería. Tenía su maleta lista desde hace varias horas, pero no se decidía a marcharse. Cuando Lorna apareció en su habitación, le informó que Santiago había llegado y estaba en la biblioteca, la joven bajó junto con su maleta, como alma en pena. Tocó antes de entrar, pero sin respuesta se aventuró a entrar sin permiso. Santiago estaba de pie al fondo de la biblioteca. —Hola —dijo ella por decir cualquier cosa, pero Santiago no contestó—. ¿Cómo te fue en tu visita? —Bien —dijo Santiago girándose y hablando con el tono de voz irónico que lo caracterizaba, Allegra se estremeció, no esperaba eso—. Me fue mejor de lo que esperaba, debo ser sincero. —Lo sé, no esperabas semejante beso —espetó con furia Santiago abrió los ojos con sorpresa —¿Me seguiste? ¿Me espiaste? —Sí. —¡Eres implacable, Allegra! —exclamó impresionado y molesto a la vez —¿Qué esperabas? ¿Qué me sentara rezando para que no me
Pasaron seis largos meses. Allegra había vuelto a trabajar como maestra en la escuela que dirigía su amiga Melanie. Vivía en el antiguo departamento. A pesar de que había estado muy triste por el rompimiento con Santiago, no se había rendido. Melanie la había ayudado y apenas pudo ofrecerle el trabajo, Allegra se dedicó con ahínco, incluso trabajaba más tiempo de lo habitual. Así garantizaba tener la mente tan ocupada, que solo quedaba tiempo para dormir y no pensar en Santiago. Aunque ya no sentía el rencor y la pasión quemante que al principio la habían atormentado, Allegra seguía amándolo, no se engañaba, pero estaba segura de que algún día mejoraría. Aquella noche era el cumpleaños de Melanie. Aunque Allegra no estaba acostumbrada a ir de fiesta, ni asistir a bares, debía acudir a la celebración de su mejor amiga. Tenía el regalo perfecto para Melanie. Cuando llegó al bar se sintió rara. Antes de buscar a Melanie decidió ir al baño. Dentro se miró en el espejo. Llevaba un vestid
Santiago estaba sentado sobre el sofá, en su despacho. Intentaba leer, pero no podía hacerlo, no se concentraba. Comenzó a toser, tenía un resfriado y una tos seca que no se le quitaba desde hace días atrás. Se sentía acalorado y no era normal, pues aún hacía frío. Se restregó los ojos porque ardían. Y recargó su cabeza contra el respaldo del sofá, se sentía cansado en extremo. Deseaba continuar la lectura, pues aún no tenía sueño. Recordó cuando Allegra le leía por las noches, su melodiosa voz vino a sus pensamientos y se estremeció, entonces volvió a su mente el recuerdo de cuando hicieron el amor por primera vez, anheló aquel momento, quería volver a sentir sus labios sobre los suyos. Sus ojos se nublaron por lágrimas contenidas, deseaba tanto buscarla, pensaba «Ojalá que ella me busque», pero cada día aquella ilusión se desvanecía, porque ella jamás aparecía ante él. Cuando Lorna entró en la habitación, llevando el té del señor, lo vio tan decaído que ella misma también deseó
A la mañana siguiente Allegra se levantó más temprano de lo habitual, se bañó y se vistió, apurada salió de casa rumbo al hospital de salud mental del centro. Manejó su viejo carro Ford y al llegar al hospital esperó paciente, pero no vio a Denzel por ningún lado. Allegra llamó por teléfono y cuando le envió al buzón de voz, decidió enviar mensaje de texto, pero tampoco respondió. Allegra se sintió incómoda y decidió irse, al girarse tropezó con una mujer, y le lanzó al suelo unos papeles, que de inmediato se apuró a recoger. —Discúlpame, No me di cuenta —dijo Allegra —No te preocupes —dijo la mujer sonriente—. ¿Trabajas aquí? —No. Un amigo me invitó para un voluntariado, pero no lo encuentro. —Tú debes ser Allegra, te invitó Denzel, ¿Verdad? —Sí. —Mucho gusto —dijo saludándola—. Denzel aún no llega, él siempre llega temprano, pero quizás hoy se retrasó. Pero no te preocupes, ven conmigo, Denzel debe estar por llegar. Yo soy Laura y junto a mi esposo Adam somos fundadores de Mir
Michael cubrió su rostro desesperado, pero contuvo su coraje —Entonces prefirió a esa miserable traidora que, a ti, Santiago es el imbécil más grande del mundo, no te merece, Allegra, ojalá que encuentres a alguien que valga la pena —Michael sentía que su sangre hervía de furia, pero conservó la calma, no quería alterar las cosas, el lunes sería dado de alta de aquel hospital y aunque no tuviera ni donde vivir, anhelaba su libertad más que nada en el mundo. Allegra lo miró triste, pero no lloró —Así son las cosas, Michael, ¿Cuándo saldrás de aquí? —El lunes me dan el alta, después de tanto tiempo. —Eso me da felicidad, ¿A dónde irás? —preguntó Allegra, y adivinó que no tenía a donde ir cuando observó la duda en el gesto de Michael—. Estoy rentando una habitación de mi apartamento, si gustas puedes quedarte ahí. Michael parecía sorprendido ante la oferta de Allegra, creyó que tal vez podría tratarse de una especie de venganza que la chica planeaba contra Santiago, pero después dud
Era un lunes común y corriente, o al menos eso creía Santiago. Estaba sentado en aquella biblioteca, leía, pero sin interés. Su salud había mejorado y se sentía fuerte. Pensaba en retomar el trabajo con la fundación Yakamoz, pero justo en ese momento se sentía desganado. Unos ruidos provenientes del exterior lo alertaron, pero no hizo caso, sin embargo, cuando se volvieron más intensos y cercanos decidió averiguar. Luego aquellas voces se volvieron familiares, al abrir la puerta se encontró cara a cara con Michael —¿Qué haces aquí? —preguntó intrigado, observó la ira hervir en los ojos azules de su amigo que se abalanzaba contra él, tomándolo del cuello y regresándolo a la biblioteca —¡Eres un hijo de gran m****a y lo sabes! —exclamó con rudeza, mientras Lorna intentaba separarlos. Santiago se desafanó del agarre y le miró con ironía, —Déjanos a solas, Lorna —espetó con frialdad, la empleada salió a regañadientes—. Supongo que te has enterado de algo, pero no sé cómo. —Allegra
Pasaron dos meses largos. Michael Jones había comenzado a trabajar en el colegio al lado de Allegra. Sin embargo, Melanie y Michel no se llevaban del todo bien, quizás tenía que ver con que Michael era muy sobrio y reservado, en cambio Melanie era una mujer alegre y sociable, pero la realidad era que Melanie se sentía atraída por él, al no hallar una forma saludable para acercarse a él, fingía desagrado para inconscientemente acercarse a él, gracias a sus desencuentros comunes. Aquel día Melanie entró al departamento de Alegra con la llave de repuesto, las chicas tenían una cita pactada, pero Melanie llegó temprano y tenía la suficiente confianza para entrar de esa forma. Se sentó sobre el sofá y estaba por encender la televisión, cuando de pronto observó a Michael salir de su habitación con una toalla de baño anudada a su cintura y con el pelo mojado. Melanie se quedó perpleja, primero por la sorpresa, pero después admirando el cuerpo bien tonificado del hombre que le atraía tanto.