Santiago estaba en el consultorio, estaba inquieto, pero intentaba disimular
—El doctor Bristein no estará disponible, por lo menos en un mes —dijo el doctor Raven
—¿Tiene idea de cuando vuelve?
—Parece que, a mediados del siguiente mes, creo que será mejor que espere a hablar con él, y que sea el quien revise los resultados. Creo que eso le daría más confianza, señor Sanders.
Sanders estaba de acuerdo, solo confiaba en el doctor Bristein, tenían una relación de médico-paciente de más de seis años, y no podía confiar en nadie más.
—Es raro que no me haya informado de sus vacaciones.
—No son vacaciones, es por su madre, desgraciadamente falleció y tuvo que asistir a su entierro.
—No lo sabía.
—Sí, fue a Estambul.
—¿Habrá alguna manera de localizarlo?
—Sí —dijo el doctor, y le entregó en una tarjeta el correo electrónico del doctor Bristein.
Allegra esperaba a Santiago en el parque que estaba enfrente. Sentada sobre una banca recordaba aquel día de la gran discusión:
«Ella había empacado sus cosas, estaba lista para marcharse, cuando Santiago entró a su recámara y confundido observó la maleta hecha
—¿A dónde vas?
—Me marchó —exclamó ella, apuntándolo con su dedo—. Nadie va a tratarme mal. ¡No lo permitiré!
Santiago la miró desesperado y furioso
—¡Tienes una deuda…!
—¡No me importa!, si me tratas mal, me iré y nada me importará.
—Lamento mucho mi comportamiento anterior, no debí actuar de esa manera, estoy realmente avergonzado y arrepentido. Te pido una disculpa —dijo Santiago con fragilidad
Allegra se había quedado sin palabras, la palabra arrepentido había golpeado su conciencia; Santiago estaba arrepentido de haber intentado besarla. Allegra tuvo que recuperar la calma, no quería irse con una deuda pendiente, y mucho menos con esa impresión de despecho que estaba atormentándola,
—. A partir de este momento, dejaremos muy claros los límites entre tu y yo, no volveremos a cruzarlos. Tu eres mi asistente personal y yo nunca intentaré sobrepasarme de ninguna manera. Tienes mi promesa.
Allegra asintió débilmente, y Santiago salió de la habitación. Desde ese día había una brecha entre los dos difícil de cruzar»
Allegra abandonó sus caóticos pensamientos cuando Santiago se sentó junto a ella
—¿Acaso estás enfermo? —preguntó la joven
—Estoy bien, solo era una revisión general, pero tengo que ver a mi doctor de cabecera, es probable que tengamos que viajar en un par de días.
Allegra se sorprendió, pero asintió, luego sonó el teléfono de Santiago y se apuró a contestar. Cuando finalizó la llamada parecía consternado, se puso de pie y miró a Allegra, aunque no la veía a ella, en cambio, estaba absorto en sus pensamientos
—Necesito ir a Orlando de inmediato —dijo Santiago, Allegra apenas atinó a mirarlo con sorpresa.
Subieron al auto y Santiago condujo. Allegra iba de copiloto, sonaba una suave melodía de jazz
—¿Puedo saber si pasó algo malo?, porque te ves preocupado —preguntó Allegra al mirar a Santiago
—Estoy bien. Solo debo visitar a alguien en Orlando.
—¿A quién?
—Debo informarte de todo lo que hago, ¿De verdad?
—Lo siento, solo quería ayudar —dijo Allegra arrepentida
—Lo lamento yo —dijo Santiago, mientras Allegra lo miraba impresionada por su disculpa—. Es un amigo que hace tiempo no veo, y al que he estado buscando por un largo tiempo. Eso es todo.
—Debe ser muy bueno para que tú lo busques.
Santiago cambió su gesto por uno de desconcierto
—Es una larga historia.
—Es un largo camino —dijo Allegra intentando saberlo todo
—No quiero hablar de eso.
—¿Por qué te empeñas en guardar tantos secretos? —preguntó Allegra
—No guardo muchos secretos, pero tú quieres que sea un libro abierto, y no soy así.
—Me da la impresión de que escondes un secreto, como si dentro de ti hubiera un gran tesoro que intentas ocultar de todo el mundo —dijo Allegra. Santiago la miró de reojo intentando mantener la seriedad que lo caracterizaba, mientras una sonrisa furtiva escapaba de sus labios
—¿Qué tal si no hay ningún tesoro?, ¿Y si solo hay una maldición?
—Puede ser. Pero no eres tú el que decide eso.
—Ah, ¿no? —preguntó Sanders intrigado.
—Eso lo decide la persona que te conoce por completo. Aquella que logra ver tu alma, entonces decide si eres un cielo o un infierno.
—Y entonces, si descubre que soy un infierno puede abandonarme.
—No lo sé. Yo me quedaría en un infierno y lo convertiría en un cielo —dijo Allegra, Santiago la miró fijamente, con mucha curiosidad y un gesto complacido, mientras la chica se ruborizaba.
El semáforo estaba en rojo y el teléfono de Santiago comenzó a sonar, contestó por el altavoz. Era el detective Uribe, quien había encontrado a su amigo
—Hola, señor Sanders —dijo el detective—. Le llamo para decirle que le envíe vía correo electrónico toda la información del señor Michael Jones, como lo dije anteriormente, el señor Jones está viviendo solo, no hay una pista hasta ahora de Megan Carrington, pero sigo investigando, puedo asegurar que estamos a poco tiempo de encontrarla.
Santiago se puso nervioso y con rapidez colgó la llamada. Recuperando la calma y manteniendo el rumbo. Pero Allegra, que era muy curiosa no dejó morir el tema
—¿Megan? ¿Es la misma mujer de la que habló el hombre del restaurante que te increpó?
—No… No sé de qué hablas.
—Sí. Él dijo ese nombre —Allegra recordó que había mencionado que lo había abandonado
—¡Basta de ese tema! —exclamó con furia Santiago, Allegra bajó la mirada, estaba enojada de que le gritara, pero ahora estaba más curiosa que nunca. Sin embargo, mantuvo el silencio.
Tras conducir por dos horas, al fin llegaron hasta una casa en un barrio humilde. Allegra se extrañó, pues no eran los lugares que Santiago acostumbraba a transitar.
Descendieron del auto, y caminaron hasta una casa color café. Santiago tocó el timbre con premura. El hombre tenía nervios en el estómago, pero mantenía la postura firme que siempre había tenido. Entonces la puerta se abrió, una anciana de algunos setenta años, los miró con el rostro duro y malhumorado
—¿Qué quieren? No compro nada —exclamó quejumbrosa
—Buscó al señor Michael Jones.
—¡No está! —exclamó la vieja con rudeza y atinó a cerrar la puerta con fuerza, aunque Santiago intentó detenerlo
—Pero… —Santiago se quejó, pero al girar su vista miró a un hombre que al verlo se asustó y se echó a correr. Santiago al reconocerlo se abalanzó tras él, dejando atónita a Allegra quien sorprendida los siguió.
Cuando Santiago alcanzó al hombre lo tomó del cuello mirándolo con furia. Casi no lo reconocía lucía tan distinto a la última vez que lo vio —¡Al fin nos volvemos a encontrar! —exclamó Santiago Michael Jones le rehuía la mirada, estaba más delgado, demacrado y avejentado que hace cinco años. Su cabello rubio era mucho más claro, y había arrugas debajo de sus ojos y en su frente —. Mírame a los ojos. ¿Puedes actuar como un hombre de honor? Michael tuvo que sostener la mirada de Santiago, cuyos ojos azules le miraban con odio y estaba justificado. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Michael. Mientras Allegra miraba con incredulidad la escena—. ¿Has venido a humillarme, has venido a vengarte? Ahórralo, mírame ahora, estoy destruido, ¡No puedes destruirme más! —¿Tú estás destruido? ¡Tú me destruiste a mí! —exclamó Santiago lanzándole un puñetazo a la cara haciendo que Michael cayera al suelo. Allegra se asustó demasiado y se interpuso entre Santiago y Michael. —¡Detente! ¡Vas a matarlo!
—¿Dime dónde está? —No lo sé —dijo Michael decepcionado—. Y no me importa. Ella fue cruel contigo y conmigo. Destruyó nuestra amistad, y destruyó mi amor, pero no lo puedes ver. Nunca entendí porqué de un día a otro dejó de amarte. ¿Qué le hiciste? ¿Qué provocó su desamor? Santiago guardó silencio con el rostro consternado. —Voy a encontrar a Megan —dijo Santiago determinado, Allegra se acercó a los hombres escuchando más de la conversación Michael lanzó una risa sarcástica. —¿Crees que vale la pena?, Megan no vale nada, Santiago, ella nunca te amó, te traicionó con tu mejor amigo y lo único que piensas es en encontrarla. —Ese es mi problema, no el tuyo, Michael, adiós —dijo determinado Michael asintió y se alejó del parque caminando de prisa. —¿Estás bien? —preguntó Allegra —Sí. Hay que irnos —dijo Santiago y caminaron hasta el auto para volver a Miami. Santiago manejaba deprisa, Allegra lo miraba de reojo, convencida de saber alguna parte vital de la historia, pero quería s
Santiago negó e intentó hablar tomando con suavidad el brazo de Allegra, pero ella se alejó con apuro, y comenzó a caminar. Santiago estaba triste por el sentir de la joven. No le gustaba hacerla sentir mal y tuvo ganas de correr y abrazarla hasta que se sintiera de nuevo feliz, pero como nunca se dejaba guiar por el impulso, decidió seguirla, manteniéndose distante. Michael Jones estaba en aquel tenebroso cuarto que rentaba a la vieja. Bebía una cerveza caliente, nada más por querer huir de la realidad, ya poco le importaba lo mal que sabía. Abrió un pequeño cajón y sacó de ahí dos fotografías, en una de ellas estaba Megan, con su larga y brillante cabellera rubia, sonriente y vestida como reina de un concurso de belleza. La admiró por unos segundos, hasta que lágrimas rodaron por su rostro al ver la fotografía donde estaba él al lado de Santiago, era una foto vieja, eran unos niños de diez años y sonreían con efusividad. La amargura y la nostalgia comenzaron a embriagar el alma de
Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami. Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron. Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con i
Cuando llegaron a la mansión de Santiago, Michael fue instalado en una de las habitaciones, lucía muy avergonzado e incómodo de estar ahí. Los empleados más antiguos como Lorna, lo recibieron con felicidad y emoción de volverlo a ver después de varios años de ausencia. Santiago había permanecido en su despacho desde su llegada del hospital. Era el atardecer y Allegra deambulaba por el amplio jardín con enormes áreas verdes y plantíos de rosas. Admiraba la combinación de colores, entonces sintió una mirada sobre ella, cuando alzó su vista divisó a Michael Jones que al ser descubierto se alejó de la ventana. Allegra lanzó un suspiró, quería ayudar a aquel hombre. Le inspiraba una profunda compasión, ella sabía que necesitaba ayuda y amor. Ella, que alguna vez estuvo en una situación tan delicada lo comprendía muy bien. Así que subió hasta aquella habitación y golpeó la puerta. Michael apenas entreabrió la puerta, y cuando ella quiso entrar, él por cortesía salió de la habitación —La
Santiago bajó la mirada e hizo un gesto tan endeble que Michael se extrañó muchísimo de aquella conducta —. Estás enamorado —aseveró con tal seguridad que Santiago lo vio como si hablara con un loco —No… —dijo perplejo, pero dudoso Michael se acercó unos pasos a su amigo, ambas miradas de distinto color azul se observaron como si se intentarán reconocer —Aquí el que tiene que alejarse de ella, más que nadie, eres tú. Sabes que Allegra es demasiado buena para ti. Terminaras lastimándola —dijo Michael —¡A mí no me importa!, pero no quiero que mis empleados se mezclen con mi vida personal —Santiago intentó justificarse, como un infante descubierto—. Allegra es mi empleada, y no quiero que sepa más de mi vida que lo que yo quiera. ¡Ella no me importa! ¿Acaso piensas que me fijaría en una mujer tan insípida? —exclamó Sanders, mientras Michael entrecerraba los ojos disgustados. Santiago abrió la puerta para huir del enfrentamiento, pero ante la puerta encontró a Allegra, provocando que
Santiago y Allegra estaban hospedados muy cerca del Bósforo, la chica se había impresionado de lo hermoso que era aquel país, aunque apenas había visto poco de él. Se alojaron en dos habitaciones contiguas, aquella simple decisión había volado la imaginación de Allegra, creía que quizás Santiago estaba dándole a entender algo con eso. Pero no se atrevía a preguntarle en serio. A la mañana siguiente desayunaron en un restaurante frente al Bósforo, Allegra estaba maravillada de ver aquel río. Comieron y bebieron el famoso té turco. Pero a pesar de que querían conocer el lugar, tuvieron que hacer una parada, y dirigirse a la clínica donde los esperaría el doctor Bristein. Al llegar a la clínica, de inmediato se encontraron con el doctor. Allegra tuvo que quedarse en la recepción, mientras Santiago era atendido en el consultorio por el doctor. —Lamento no haber podido avisarte de mi viaje, pero todo fue demasiado repentino —dijo el doctor Bristein —Lo entiendo y le doy mis condolenci
Santiago caminó hasta salir del hotel y llegar al Bósforo, esta vez caminó entre las piedras cercanas al río, había salido con pijamas y unas sandalias, no hacía frío, pero un viento fresco comenzó a soplar con fuerza. Pasaba de la media noche. había algunas personas por ahí, pero nadie le prestaba atención. Se sentó sobre las rocas, estaba tan confundido que no podía hilar las ideas con cordura. Su cuerpo seguía preso de aquellas sensaciones, que viajaban a su mente reviviéndolas una y otra vez. «Ni siquiera Megan era capaz de tentarme así» admitió para sus adentros, y se tapó el rostro con las manos, se sentía desesperado y desarmado. No creyó que volvería a amar y ahora ante la evidencia estaba temeroso. De pronto, apareció Allegra, sentándose a su lado, iba vestida con un camisón largo de seda, de tirantes muy delgados. Se veía tan hermosa y sensual, que Santiago se sintió tan tentado, que su cuerpo comenzó a reaccionar. Ni siquiera podía creer que hubiera salido tras él con esa