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—¿Dime dónde está? —No lo sé —dijo Michael decepcionado—. Y no me importa. Ella fue cruel contigo y conmigo. Destruyó nuestra amistad, y destruyó mi amor, pero no lo puedes ver. Nunca entendí porqué de un día a otro dejó de amarte. ¿Qué le hiciste? ¿Qué provocó su desamor? Santiago guardó silencio con el rostro consternado. —Voy a encontrar a Megan —dijo Santiago determinado, Allegra se acercó a los hombres escuchando más de la conversación Michael lanzó una risa sarcástica. —¿Crees que vale la pena?, Megan no vale nada, Santiago, ella nunca te amó, te traicionó con tu mejor amigo y lo único que piensas es en encontrarla. —Ese es mi problema, no el tuyo, Michael, adiós —dijo determinado Michael asintió y se alejó del parque caminando de prisa. —¿Estás bien? —preguntó Allegra —Sí. Hay que irnos —dijo Santiago y caminaron hasta el auto para volver a Miami. Santiago manejaba deprisa, Allegra lo miraba de reojo, convencida de saber alguna parte vital de la historia, pero quería s
Santiago negó e intentó hablar tomando con suavidad el brazo de Allegra, pero ella se alejó con apuro, y comenzó a caminar. Santiago estaba triste por el sentir de la joven. No le gustaba hacerla sentir mal y tuvo ganas de correr y abrazarla hasta que se sintiera de nuevo feliz, pero como nunca se dejaba guiar por el impulso, decidió seguirla, manteniéndose distante. Michael Jones estaba en aquel tenebroso cuarto que rentaba a la vieja. Bebía una cerveza caliente, nada más por querer huir de la realidad, ya poco le importaba lo mal que sabía. Abrió un pequeño cajón y sacó de ahí dos fotografías, en una de ellas estaba Megan, con su larga y brillante cabellera rubia, sonriente y vestida como reina de un concurso de belleza. La admiró por unos segundos, hasta que lágrimas rodaron por su rostro al ver la fotografía donde estaba él al lado de Santiago, era una foto vieja, eran unos niños de diez años y sonreían con efusividad. La amargura y la nostalgia comenzaron a embriagar el alma de
Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami. Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron. Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con i
Cuando llegaron a la mansión de Santiago, Michael fue instalado en una de las habitaciones, lucía muy avergonzado e incómodo de estar ahí. Los empleados más antiguos como Lorna, lo recibieron con felicidad y emoción de volverlo a ver después de varios años de ausencia. Santiago había permanecido en su despacho desde su llegada del hospital. Era el atardecer y Allegra deambulaba por el amplio jardín con enormes áreas verdes y plantíos de rosas. Admiraba la combinación de colores, entonces sintió una mirada sobre ella, cuando alzó su vista divisó a Michael Jones que al ser descubierto se alejó de la ventana. Allegra lanzó un suspiró, quería ayudar a aquel hombre. Le inspiraba una profunda compasión, ella sabía que necesitaba ayuda y amor. Ella, que alguna vez estuvo en una situación tan delicada lo comprendía muy bien. Así que subió hasta aquella habitación y golpeó la puerta. Michael apenas entreabrió la puerta, y cuando ella quiso entrar, él por cortesía salió de la habitación —La
Santiago bajó la mirada e hizo un gesto tan endeble que Michael se extrañó muchísimo de aquella conducta —. Estás enamorado —aseveró con tal seguridad que Santiago lo vio como si hablara con un loco —No… —dijo perplejo, pero dudoso Michael se acercó unos pasos a su amigo, ambas miradas de distinto color azul se observaron como si se intentarán reconocer —Aquí el que tiene que alejarse de ella, más que nadie, eres tú. Sabes que Allegra es demasiado buena para ti. Terminaras lastimándola —dijo Michael —¡A mí no me importa!, pero no quiero que mis empleados se mezclen con mi vida personal —Santiago intentó justificarse, como un infante descubierto—. Allegra es mi empleada, y no quiero que sepa más de mi vida que lo que yo quiera. ¡Ella no me importa! ¿Acaso piensas que me fijaría en una mujer tan insípida? —exclamó Sanders, mientras Michael entrecerraba los ojos disgustados. Santiago abrió la puerta para huir del enfrentamiento, pero ante la puerta encontró a Allegra, provocando que
Santiago y Allegra estaban hospedados muy cerca del Bósforo, la chica se había impresionado de lo hermoso que era aquel país, aunque apenas había visto poco de él. Se alojaron en dos habitaciones contiguas, aquella simple decisión había volado la imaginación de Allegra, creía que quizás Santiago estaba dándole a entender algo con eso. Pero no se atrevía a preguntarle en serio. A la mañana siguiente desayunaron en un restaurante frente al Bósforo, Allegra estaba maravillada de ver aquel río. Comieron y bebieron el famoso té turco. Pero a pesar de que querían conocer el lugar, tuvieron que hacer una parada, y dirigirse a la clínica donde los esperaría el doctor Bristein. Al llegar a la clínica, de inmediato se encontraron con el doctor. Allegra tuvo que quedarse en la recepción, mientras Santiago era atendido en el consultorio por el doctor. —Lamento no haber podido avisarte de mi viaje, pero todo fue demasiado repentino —dijo el doctor Bristein —Lo entiendo y le doy mis condolenci
Santiago caminó hasta salir del hotel y llegar al Bósforo, esta vez caminó entre las piedras cercanas al río, había salido con pijamas y unas sandalias, no hacía frío, pero un viento fresco comenzó a soplar con fuerza. Pasaba de la media noche. había algunas personas por ahí, pero nadie le prestaba atención. Se sentó sobre las rocas, estaba tan confundido que no podía hilar las ideas con cordura. Su cuerpo seguía preso de aquellas sensaciones, que viajaban a su mente reviviéndolas una y otra vez. «Ni siquiera Megan era capaz de tentarme así» admitió para sus adentros, y se tapó el rostro con las manos, se sentía desesperado y desarmado. No creyó que volvería a amar y ahora ante la evidencia estaba temeroso. De pronto, apareció Allegra, sentándose a su lado, iba vestida con un camisón largo de seda, de tirantes muy delgados. Se veía tan hermosa y sensual, que Santiago se sintió tan tentado, que su cuerpo comenzó a reaccionar. Ni siquiera podía creer que hubiera salido tras él con esa
Allegra estaba tan impactada, Santiago creyó que se alejaría de él. Conocía esas reacciones de rechazo que podía tener. Megan había sido la primera en rechazarle durante su confesión, así que se sentía capaz de tolerar el rechazo de Allegra, aunque fuera el más doloroso de toda su vida. Pero, la joven se arrojó a él abrazándolo con mucha intensidad —¡Lo siento tanto! Ojalá pudiera evitar tu sufrimiento —exclamó la joven entre el llanto y la conmoción. Santiago estaba desarmado, no tenía palabras ante esa sensación de compasión y ternura tan auténtica, que lo arropaba. Solo pudo abrazarla con fuerza —. Te amo, Santiago, ya no estás solo, estaré contigo —dijo la joven sin romper el abrazo. Cuando amaneció estaban en aquella habitación de hotel. Vestidos y abrazados, recostados sobre la cama. Santiago estaba despierto, Allegra dormía plácida entre sus brazos. Habían vuelto después de hablar, no dijeron más palabras, solo se envolvieron entre besos cálidos y tiernos, hasta que se quedar