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Capítulo II Si quisiera una mujer, no serías tú

Era abril y la primavera vestía la ciudad. Allegra estaba repuesta aquel día, lo suficiente para asistir al cementerio. Pasaron seis largos meses desde la muerte de su madre. A veces en su mente parecía que hubiese sido ayer, y otras veces que habían pasado años. Se había refugiado en su apartamento, alejada de todo.

Los amigos que tenía habían estado junto a ella durante el sepulcro, pero no después, al final, en la terrible soledad uno a uno los vio desaparecer, algunos de inmediato y otros después, cansados de su tristeza.

Pero ella comenzaba a acostumbrarse a la soledad. Llevó un ramo de azucenas y las dejó sobre la tumba. Rezó y derramó algunas lágrimas. Una hora después caminó a la salida del cementerio. De pronto su mirada se encontró con el señor Sanders, estaba al lado de su chófer. Allegra sintió que su corazón latía demasiado ¿Acaso había olvidado su deuda?, Sí, pensó que la deuda estaba cancelada, pero la mirada de aquel hombre le hacía entender todo lo contrario.

Santiago caminó hacia ella provocando que se paralizara, aunque quería huir.

—Lamento tu pérdida.

Ella descendió la mirada, sentía deseos de llorar, pero no sabía si debía hacerlo

—Gracias —susurró con lentitud

—Cambiando el tema, tengo que decir que he esperado suficiente, y no tengo tiempo, ni paciencia. Por eso estoy aquí, necesitas saldar tu deuda.

La chica enmudeció y sus ojos se nublaron

—Conseguiré el dinero…

—Ese no era el trato —dijo Santiago mirándola fijamente, e impidiendo que lo evadiera—. Soy un hombre de palabra y cumplí con mi trato, espero que tú también seas una mujer de palabra, por lo menos por la memoria de tu madre.

Allegra frunció el ceño, molesta y sus ojos se oscurecieron, se sintió ofendida

—¡No mencioné a mi madre!, yo cumpliré con mi palabra.

—Muy bien, entonces sube, comenzarás el trabajo ahora.

Allegra vaciló, no podía concebir lo que ocurría, porque todo iba muy rápido

—¿Ahora?

—¡He esperado seis meses! —exclamó molestó—. Vendrás ahora ¿O debo obligarte?

Ella se quedó sin aliento, pensó si de verdad lo haría, pero los centelleantes ojos azules de Santiago le afirmaron.

—Debo recoger mi ropa. Yo iré más tarde, por favor.

Santiago se quedó quieto, escudriñándola, quería tomarla del brazo y meterla al auto. «¿Y si huye?» pensó intranquilo, pero al final aceptó y la chica se marchó. Aun así, envió a uno de sus empleados a vigilarla para que no escapara.

Allegra empacó de prisa su maleta. Lloraba con amargura, maldecía su suerte, desesperanzada, sin nada que ganar o perder, se resignaba al infernal destino. No creía que se llevaría bien con ese hombre, no tenía idea de lo que le esperaba, pero tampoco creía que sería algo bueno. Muchos pensamientos vagaban por su aturdida mente, hasta que los golpes secos de la puerta la hicieron reaccionar.

Cuando abrió la puerta encontró a un hombre que dijo ser empleado de Sanders. Allegra enojada, no tuvo más remedio que tomar su valija e irse.

Subió al auto, y miró por la ventanilla aquel humilde lugar que seguía siendo el recuerdo de su vida.

A kilómetros de distancia, Santiago estaba encerrado en una habitación que era como su refugio. Había terminado la llamada con su empleado, preguntando por la demora de la chica, y ordenando que la trajera ante él de inmediato.

Estaba frustrado y mal humorado, aunque no era novedad para él, se levantó y caminó hasta un escritorio, abrió un cajón para tomar un frasco de pastillas y masticó tres de ellas. Luego bebió agua. Miró a través de su ventana, Allegra había llegado. Santiago no abandonó su lúgubre semblante, pero caminó a la puerta principal.

Antes de que la chica tocara el timbre, Santiago abrió la puerta. Sus miradas se encontraron, y ella dudó en entrar, pero cuando el hombre abrió más la puerta se animó.

—Bienvenida. Deja tu maleta en el suelo, alguien la llevará a tu habitación. Sígueme. —dijo Santiago caminando a la misma recámara de donde había salido

Allegra lo siguió. Observó la habitación y la gran biblioteca que contenía. Caminó hasta los libros y miró las portadas. Santiago caminó hacia ella

—¿Te gusta leer?

—Sí.

—Es bueno, eso te hará pensar, no hay muchas personas pensantes por aquí.

—¿Cuál será mi trabajo? —preguntó la chica

Una sonrisa cínica se dibujó en el rostro de Santiago

—Como esclava deberás ser muy proactiva.

El rostro de Allegra se encolerizó, ella debía aclarar ese punto, y poner límites antes de que fuera demasiado tarde.

—¡No seré esclava!, soy una persona y aunque le deba a usted mucho dinero, no permitiré que me ofenda o me humille de ninguna manera —dijo intentando mostrar una seguridad que la abandonaba

Santiago soltó una ligera risita, que hizo que Allegra se ofendiera más

—Tú harás exactamente lo que te diga.

—¡No!, ni sueñe que me acostaré con usted o con nadie —exclamó con el rostro sonrojado y las orejas calientes

Santiago se echó a reír, con un tono tan sarcástico como divertido, mientras Allegra lo observaba aterrorizada

—Por favor, no me hagas reír. Allegra, ¿Verdad? —la chica no contestó y el hombre prosiguió—. Aclaremos algo, si yo quisiera una mujer para tener sexo, podría llamar a cualquier prostituta, pero de seguro escogería a una hermosa, exuberante, capaz de satisfacer a un hombre como yo. Pero, jamás elegiría a una niña como tú, ¡Mírate!, no despertarías ni un poco de deseo en mí.

Allegra tenía los ojos enormes ante sus palabras, se sintió humillada, y a punto estuvo de gritarle o golpearle, pero se contuvo. Lo miró bien, era un hombre hermoso y rico, se sintió tan poca cosa a su lado que su enojo se esfumó, convirtiéndose en orgullo herido. Santiago satisfecho de lo conseguido sonrió con malicia

—Muy bien, Allegra, veo que ya nos entendemos. —dijo estrujando la conciencia de la chica que tuvo que bajar la mirada y sentirse fatal ante su imponente figura, y Santiago lo sabía, lo disfrutaba mucho, volvió a sonreír y ella sintió un temor que provenía de sus entrañas

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