Era abril y la primavera vestía la ciudad. Allegra estaba repuesta aquel día, lo suficiente para asistir al cementerio. Pasaron seis largos meses desde la muerte de su madre. A veces en su mente parecía que hubiese sido ayer, y otras veces que habían pasado años. Se había refugiado en su apartamento, alejada de todo.
Los amigos que tenía habían estado junto a ella durante el sepulcro, pero no después, al final, en la terrible soledad uno a uno los vio desaparecer, algunos de inmediato y otros después, cansados de su tristeza.
Pero ella comenzaba a acostumbrarse a la soledad. Llevó un ramo de azucenas y las dejó sobre la tumba. Rezó y derramó algunas lágrimas. Una hora después caminó a la salida del cementerio. De pronto su mirada se encontró con el señor Sanders, estaba al lado de su chófer. Allegra sintió que su corazón latía demasiado ¿Acaso había olvidado su deuda?, Sí, pensó que la deuda estaba cancelada, pero la mirada de aquel hombre le hacía entender todo lo contrario.
Santiago caminó hacia ella provocando que se paralizara, aunque quería huir.
—Lamento tu pérdida.
Ella descendió la mirada, sentía deseos de llorar, pero no sabía si debía hacerlo
—Gracias —susurró con lentitud
—Cambiando el tema, tengo que decir que he esperado suficiente, y no tengo tiempo, ni paciencia. Por eso estoy aquí, necesitas saldar tu deuda.
La chica enmudeció y sus ojos se nublaron
—Conseguiré el dinero…
—Ese no era el trato —dijo Santiago mirándola fijamente, e impidiendo que lo evadiera—. Soy un hombre de palabra y cumplí con mi trato, espero que tú también seas una mujer de palabra, por lo menos por la memoria de tu madre.
Allegra frunció el ceño, molesta y sus ojos se oscurecieron, se sintió ofendida
—¡No mencioné a mi madre!, yo cumpliré con mi palabra.
—Muy bien, entonces sube, comenzarás el trabajo ahora.
Allegra vaciló, no podía concebir lo que ocurría, porque todo iba muy rápido
—¿Ahora?
—¡He esperado seis meses! —exclamó molestó—. Vendrás ahora ¿O debo obligarte?
Ella se quedó sin aliento, pensó si de verdad lo haría, pero los centelleantes ojos azules de Santiago le afirmaron.
—Debo recoger mi ropa. Yo iré más tarde, por favor.
Santiago se quedó quieto, escudriñándola, quería tomarla del brazo y meterla al auto. «¿Y si huye?» pensó intranquilo, pero al final aceptó y la chica se marchó. Aun así, envió a uno de sus empleados a vigilarla para que no escapara.
Allegra empacó de prisa su maleta. Lloraba con amargura, maldecía su suerte, desesperanzada, sin nada que ganar o perder, se resignaba al infernal destino. No creía que se llevaría bien con ese hombre, no tenía idea de lo que le esperaba, pero tampoco creía que sería algo bueno. Muchos pensamientos vagaban por su aturdida mente, hasta que los golpes secos de la puerta la hicieron reaccionar.
Cuando abrió la puerta encontró a un hombre que dijo ser empleado de Sanders. Allegra enojada, no tuvo más remedio que tomar su valija e irse.
Subió al auto, y miró por la ventanilla aquel humilde lugar que seguía siendo el recuerdo de su vida.
A kilómetros de distancia, Santiago estaba encerrado en una habitación que era como su refugio. Había terminado la llamada con su empleado, preguntando por la demora de la chica, y ordenando que la trajera ante él de inmediato.
Estaba frustrado y mal humorado, aunque no era novedad para él, se levantó y caminó hasta un escritorio, abrió un cajón para tomar un frasco de pastillas y masticó tres de ellas. Luego bebió agua. Miró a través de su ventana, Allegra había llegado. Santiago no abandonó su lúgubre semblante, pero caminó a la puerta principal.
Antes de que la chica tocara el timbre, Santiago abrió la puerta. Sus miradas se encontraron, y ella dudó en entrar, pero cuando el hombre abrió más la puerta se animó.
—Bienvenida. Deja tu maleta en el suelo, alguien la llevará a tu habitación. Sígueme. —dijo Santiago caminando a la misma recámara de donde había salido
Allegra lo siguió. Observó la habitación y la gran biblioteca que contenía. Caminó hasta los libros y miró las portadas. Santiago caminó hacia ella
—¿Te gusta leer?
—Sí.
—Es bueno, eso te hará pensar, no hay muchas personas pensantes por aquí.
—¿Cuál será mi trabajo? —preguntó la chica
Una sonrisa cínica se dibujó en el rostro de Santiago
—Como esclava deberás ser muy proactiva.
El rostro de Allegra se encolerizó, ella debía aclarar ese punto, y poner límites antes de que fuera demasiado tarde.
—¡No seré esclava!, soy una persona y aunque le deba a usted mucho dinero, no permitiré que me ofenda o me humille de ninguna manera —dijo intentando mostrar una seguridad que la abandonaba
Santiago soltó una ligera risita, que hizo que Allegra se ofendiera más
—Tú harás exactamente lo que te diga.
—¡No!, ni sueñe que me acostaré con usted o con nadie —exclamó con el rostro sonrojado y las orejas calientes
Santiago se echó a reír, con un tono tan sarcástico como divertido, mientras Allegra lo observaba aterrorizada
—Por favor, no me hagas reír. Allegra, ¿Verdad? —la chica no contestó y el hombre prosiguió—. Aclaremos algo, si yo quisiera una mujer para tener sexo, podría llamar a cualquier prostituta, pero de seguro escogería a una hermosa, exuberante, capaz de satisfacer a un hombre como yo. Pero, jamás elegiría a una niña como tú, ¡Mírate!, no despertarías ni un poco de deseo en mí.
Allegra tenía los ojos enormes ante sus palabras, se sintió humillada, y a punto estuvo de gritarle o golpearle, pero se contuvo. Lo miró bien, era un hombre hermoso y rico, se sintió tan poca cosa a su lado que su enojo se esfumó, convirtiéndose en orgullo herido. Santiago satisfecho de lo conseguido sonrió con malicia
—Muy bien, Allegra, veo que ya nos entendemos. —dijo estrujando la conciencia de la chica que tuvo que bajar la mirada y sentirse fatal ante su imponente figura, y Santiago lo sabía, lo disfrutaba mucho, volvió a sonreír y ella sintió un temor que provenía de sus entrañas
Allegra colgaba su ropa en el closet. Su habitación no era del servicio de empleados, sino una recámara cercana al dormitorio del señor Sanders. Era amplia y luminosa. La cama era tan suave que no quería atender el sonido de la alarma. Acostumbrarse a Santiago Sanders no era fácil. El hombre tenía un humor terrible, a veces satírico, a veces cruel, pero pocas veces amable. A partir de ahora sería su asistente personal o acompañante. Como fuera, estaría disponible para él las veinticuatro horas del día, y los trescientos sesenta y cinco días de la semana —Será por un año completo o ¿Quién sabe?, quizás puede ser menos —dijo Sanders, cuando ella le preguntó por cuánto tiempo. Le ayudaría en cualquier cosa que necesitara. Allegra no estaba feliz, pero por lo menos esa situación la distraía de su tristeza y la empujaba a la acción. Allegra caminó a la habitación de Santiago, golpeó la puerta e ingresó. Se encontró con el hombre listo para salir —Buenos días. —Buenos días, es tarde, d
Santiago estaba recostado en su cama, no podía dormir y pasaba de la media noche. Intentaba leer, pero perdía la concentración. Una idea cruzó por su mente y determinado tomó su teléfono celular para llamar. Allegra despertó por el insistente sonido de su celular, al responder escuchó la voz del señor Sanders, quien le pidió que fuera a su recámara. Ella se alertó confundida, ¿Por qué quería verla en su habitación a esa hora?, caminó con nerviosismo. No temía que el señor Sanders se propasara con ella, en cambio dudaba de ella misma y esas sensaciones que el hombre estaba despertando en su piel. Cuando entró a la recámara, encontró a Santiago recostado en la cama, y con las lámparas encendidas —Ven —dijo invitándola a sentarse en la cama, Allegra tomó asiento al extremo derecho de la cama —¿Qué necesitas? —No puedo dormir. —¿Puedo preparar un té de tilo o traer leche tibia? —No. Toma este libro y léeme —Santiago le entregó el libro que leía. Allegra comenzó a leer, era el libro
Santiago estaba en el consultorio, estaba inquieto, pero intentaba disimular —El doctor Bristein no estará disponible, por lo menos en un mes —dijo el doctor Raven —¿Tiene idea de cuando vuelve? —Parece que, a mediados del siguiente mes, creo que será mejor que espere a hablar con él, y que sea el quien revise los resultados. Creo que eso le daría más confianza, señor Sanders. Sanders estaba de acuerdo, solo confiaba en el doctor Bristein, tenían una relación de médico-paciente de más de seis años, y no podía confiar en nadie más. —Es raro que no me haya informado de sus vacaciones. —No son vacaciones, es por su madre, desgraciadamente falleció y tuvo que asistir a su entierro. —No lo sabía. —Sí, fue a Estambul. —¿Habrá alguna manera de localizarlo? —Sí —dijo el doctor, y le entregó en una tarjeta el correo electrónico del doctor Bristein. Allegra esperaba a Santiago en el parque que estaba enfrente. Sentada sobre una banca recordaba aquel día de la gran discusión: «Ella h
Cuando Santiago alcanzó al hombre lo tomó del cuello mirándolo con furia. Casi no lo reconocía lucía tan distinto a la última vez que lo vio —¡Al fin nos volvemos a encontrar! —exclamó Santiago Michael Jones le rehuía la mirada, estaba más delgado, demacrado y avejentado que hace cinco años. Su cabello rubio era mucho más claro, y había arrugas debajo de sus ojos y en su frente —. Mírame a los ojos. ¿Puedes actuar como un hombre de honor? Michael tuvo que sostener la mirada de Santiago, cuyos ojos azules le miraban con odio y estaba justificado. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Michael. Mientras Allegra miraba con incredulidad la escena—. ¿Has venido a humillarme, has venido a vengarte? Ahórralo, mírame ahora, estoy destruido, ¡No puedes destruirme más! —¿Tú estás destruido? ¡Tú me destruiste a mí! —exclamó Santiago lanzándole un puñetazo a la cara haciendo que Michael cayera al suelo. Allegra se asustó demasiado y se interpuso entre Santiago y Michael. —¡Detente! ¡Vas a matarlo!
—¿Dime dónde está? —No lo sé —dijo Michael decepcionado—. Y no me importa. Ella fue cruel contigo y conmigo. Destruyó nuestra amistad, y destruyó mi amor, pero no lo puedes ver. Nunca entendí porqué de un día a otro dejó de amarte. ¿Qué le hiciste? ¿Qué provocó su desamor? Santiago guardó silencio con el rostro consternado. —Voy a encontrar a Megan —dijo Santiago determinado, Allegra se acercó a los hombres escuchando más de la conversación Michael lanzó una risa sarcástica. —¿Crees que vale la pena?, Megan no vale nada, Santiago, ella nunca te amó, te traicionó con tu mejor amigo y lo único que piensas es en encontrarla. —Ese es mi problema, no el tuyo, Michael, adiós —dijo determinado Michael asintió y se alejó del parque caminando de prisa. —¿Estás bien? —preguntó Allegra —Sí. Hay que irnos —dijo Santiago y caminaron hasta el auto para volver a Miami. Santiago manejaba deprisa, Allegra lo miraba de reojo, convencida de saber alguna parte vital de la historia, pero quería s
Santiago negó e intentó hablar tomando con suavidad el brazo de Allegra, pero ella se alejó con apuro, y comenzó a caminar. Santiago estaba triste por el sentir de la joven. No le gustaba hacerla sentir mal y tuvo ganas de correr y abrazarla hasta que se sintiera de nuevo feliz, pero como nunca se dejaba guiar por el impulso, decidió seguirla, manteniéndose distante. Michael Jones estaba en aquel tenebroso cuarto que rentaba a la vieja. Bebía una cerveza caliente, nada más por querer huir de la realidad, ya poco le importaba lo mal que sabía. Abrió un pequeño cajón y sacó de ahí dos fotografías, en una de ellas estaba Megan, con su larga y brillante cabellera rubia, sonriente y vestida como reina de un concurso de belleza. La admiró por unos segundos, hasta que lágrimas rodaron por su rostro al ver la fotografía donde estaba él al lado de Santiago, era una foto vieja, eran unos niños de diez años y sonreían con efusividad. La amargura y la nostalgia comenzaron a embriagar el alma de
Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami. Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron. Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con i
Cuando llegaron a la mansión de Santiago, Michael fue instalado en una de las habitaciones, lucía muy avergonzado e incómodo de estar ahí. Los empleados más antiguos como Lorna, lo recibieron con felicidad y emoción de volverlo a ver después de varios años de ausencia. Santiago había permanecido en su despacho desde su llegada del hospital. Era el atardecer y Allegra deambulaba por el amplio jardín con enormes áreas verdes y plantíos de rosas. Admiraba la combinación de colores, entonces sintió una mirada sobre ella, cuando alzó su vista divisó a Michael Jones que al ser descubierto se alejó de la ventana. Allegra lanzó un suspiró, quería ayudar a aquel hombre. Le inspiraba una profunda compasión, ella sabía que necesitaba ayuda y amor. Ella, que alguna vez estuvo en una situación tan delicada lo comprendía muy bien. Así que subió hasta aquella habitación y golpeó la puerta. Michael apenas entreabrió la puerta, y cuando ella quiso entrar, él por cortesía salió de la habitación —La