Lia camina lentamente por el bosque, disfrutando de la suave brisa y el aroma a tierra húmeda que flota en el aire. Sus pasos son ligeros, casi imperceptibles; se ha acostumbrado a moverse con discreción, a ser una sombra más entre los árboles, casi invisible. En el campamento, es fácil pasar desapercibida. No se trata solo de su posición como omega, sino de su propia naturaleza; siempre ha preferido el silencio y la paz por encima de la agitación y los enfrentamientos que caracterizan la vida en la manada.
Con una sonrisa tenue, Lia se detiene para observar una pequeña flor blanca que crece en la base de un árbol robusto. Su madre solía decirle que estas flores eran símbolo de esperanza, de que siempre había algo bueno incluso en los rincones más oscuros del bosque. Y aunque la vida en Stormwood puede ser dura, ella se aferra a esos pequeños destellos de belleza que encuentra en su camino, como esta flor solitaria que desafía la dureza del suelo para florecer. Lia es una joven de espíritu apacible, dulce y soñador. Siempre ha sido así, una chispa de bondad en un mundo que no parece hecho para personas como ella. Los otros omegas a veces le reprochan su falta de ambición, su falta de deseo de destacar. Algunos incluso le han sugerido que trate de hacerse notar, de mostrar sus habilidades a los alfas, de demostrar que puede ser más. Pero a Lia no le interesa. No quiere poder, ni reconocimiento. Prefiere la tranquilidad de su mundo sencillo, lejos de las miradas severas y las expectativas rígidas de los líderes de la manada. Su rutina es modesta, casi monótona para quienes la observan desde fuera. Por las mañanas, ayuda en las tareas domésticas de la manada, ordenando las chozas, limpiando y preparando los alimentos junto a otras omegas. En esas horas de trabajo, Lia se siente parte de algo, como una pequeña pieza en el engranaje de la manada, aunque esa pieza sea discreta y prescindible. A veces, al finalizar el día, se escapa al río, donde las aguas frías le brindan un momento de paz absoluta. Allí, con las manos sumergidas en el agua cristalina, Lia se permite soñar. Su mente viaja a lugares desconocidos, donde la vida no está regida por jerarquías ni obligaciones. Imagina un mundo en el que podría ser libre, en el que su lugar no dependiera de su nacimiento ni de las expectativas de otros. Un mundo donde su dulzura no fuera vista como debilidad, sino como una fuerza que mereciera ser apreciada. Sin embargo, en lo profundo, Lia sabe que estos son solo sueños. La vida real no ofrece espacio para esas fantasías. En el campamento, su lugar está claramente definido, y la invisibilidad que a veces la envuelve no le molesta. No hay expectativas sobre ella, y de algún modo, eso le permite vivir en paz. No tiene que preocuparse por las luchas de poder o por impresionar a los alfas; puede simplemente ser ella misma, libre de las presiones que sofocan a los demás. Pero en los últimos días, ha comenzado a sentir algo distinto en el ambiente. Hay una tensión latente que parece vibrar en el aire cada vez que Einar, el alfa, pasa cerca de ella. No se atreve a levantar la vista cuando él está cerca; solo percibe su presencia como una sombra helada, una figura poderosa y temible que representa todo lo que ella evita en la manada. Con su arrogancia y su autoridad, Einar encarna un tipo de liderazgo que no comprende y que, en el fondo, le produce un leve temor. Aunque él rara vez le dirige la palabra, cuando lo hace, sus palabras son duras y su mirada, implacable. Pero incluso esa hostilidad de Einar no ha logrado romper el espíritu tranquilo de Lia. Ella sigue cumpliendo sus tareas con diligencia, y sigue encontrando en los rincones del campamento pequeños motivos de alegría. Su mundo es uno de detalles simples: el calor de una fogata al caer la noche, el sonido de las hojas al moverse con el viento, o la sonrisa de una compañera cuando comparten el trabajo en silencio. A veces se pregunta si algún día las cosas cambiarán, si la vida le traerá algo más que esta paz discreta y sin complicaciones. Aunque se siente invisible en la manada, sabe que hay algo en su interior que la hace única, una dulzura que no muchos pueden comprender o valorar. Pero mientras tanto, ella es feliz así, invisible y tranquila, en armonía con la simplicidad de su vida.La luna brilla intensamente sobre el campamento de Stormwood, iluminando el evento que se celebra esta noche. La manada se ha reunido para conmemorar la llegada de una nueva primavera, un tiempo de renovación y esperanza. Fuegos arden en varios puntos, y las risas y los cantos de los miembros de la manada llenan el aire fresco con una energía vibrante. Sin embargo, para Lia, este festín se siente como un mar de caras desconocidas y voces lejanas.Desde la distancia, Lia observa a los otros, disfrutando de su compañía y de la música que resuena en el aire. Ella se encuentra al borde de la multitud, sintiéndose pequeña y fuera de lugar, como si la vida que se desarrolla ante ella no fuera más que un espectáculo en el que no tiene parte. Aun así, la calidez de la noche y la atmósfera festiva hacen que su corazón se llene de un ligero optimismo.Es entonces cuando su mirada se encuentra con la figura dominante de Einar. Él está en el centro del grupo, rodeado por otros alfas y guerreros,
La mañana en Stormwood comienza tranquila. El sol apenas se asoma entre los árboles altos, lanzando destellos de luz que atraviesan la bruma. Einar recorre el campamento en silencio, observando a su gente mientras entrenan y organizan sus tareas diarias. Su expresión es imperturbable, como siempre, con esa frialdad que todos conocen y temen. Es el Alfa, un líder que no muestra debilidad. La severidad es su constante, y la distancia su escudo. Sin embargo, hay algo en él que lo incomoda, algo que ha sentido desde el evento de la noche anterior. Su mente, por más que intenta alejarla, vuelve una y otra vez a una imagen inesperada: la de Lia. La simple omega que había mirado con desdén y a la que había dirigido sus palabras más duras. No es la primera vez que ha hablado de esa forma con alguien, pero con ella… algo se siente distinto. ¿Por qué esa escena insignificante se ha quedado en su mente? La voz de uno de sus guerreros interrumpe sus pensamientos. —Alfa, ¿tenemos alguna instruc
Lía está concentrada en la tarea que le asignaron: recolectar hierbas para el sanador de la manada. Es una tarea humilde, pero a ella no le importa; al contrario, disfruta de la calma y el tiempo en el bosque. La brisa fresca, los sonidos de los pájaros y el aroma de la tierra la relajan, haciéndola olvidar por un momento su posición como Omega.Al regresar, mientras atraviesa el patio principal con el cesto lleno de plantas, se cruza inesperadamente con Einar, quien va acompañado de varios miembros de su círculo cercano. La intensidad de su presencia la hace detenerse en seco. El Alfa impone respeto con solo su presencia, y sus ojos fríos y serenos la observan con esa dureza que siempre la hace sentir pequeña. Sin embargo, cuando Lía baja la cabeza en señal de respeto y trata de pasar rápidamente, su cesto se engancha en una rama baja, haciendo que varias hierbas se derramen al suelo frente a él.Einar la observa, sus ojos brillando con un destello de irritación. Ella se apresura a a
Einar camina por los terrenos de la manada con paso firme, su rostro impenetrable. En su mente, sin embargo, la confusión es total. Lía está ahí, en cada rincón de sus pensamientos. La imagen de su rostro, su delicada figura y la suave forma en la que había levantado la cabeza cuando lo miraba… todo eso se le ha quedado grabado. No puede olvidarla. Intenta concentrarse en lo que está haciendo: los problemas dentro de su manada, las tensiones con los otros Alfas, pero cada vez que cierra los ojos, es su rostro lo que ve. La verdad lo desquicia. No la desea como cualquier otra mujer. No es solo atracción física. Algo más profundo, más inexplicable, lo hace pensar en ella cada minuto del día. En su mente resuenan las palabras que se había dicho a sí mismo: Solo una Omega. ¿Por qué me molesta tanto? Su orgullo lo rechaza, pero algo dentro de él no puede callar la necesidad de encontrarla. Al regresar a su hogar, encuentra a Axel, uno de los miembros más cercanos a él, en la sala prin
Einar camina por el bosque con la cabeza en alto, el pecho firme, y cada paso que da es una demostración de su fuerza y de su dominio absoluto. Para los suyos, él es mucho más que el alfa de la manada Stormwood; es la encarnación de su legado, el protector que no teme a nadie, ni siquiera a sus enemigos más mortales. Desde temprana edad, fue educado en la dureza de los inviernos y en la rudeza de la selva, en las estrategias de lucha y en la crueldad que supone ser el líder de una manada salvaje. Einar no recuerda un día de su vida en el que no haya tenido que demostrar su valor, su destreza y su autoridad.Nació para mandar, pero con el peso del liderazgo vinieron las expectativas y, con ellas, la frialdad. Ser líder no le permitía el lujo de mostrar vulnerabilidad ni debilidad. Sus padres, los anteriores alfas, se aseguraron de que cada error fuera corregido con lecciones severas, y él aprendió que cualquier indicio de compasión o duda se pagaba caro. Esa fue la clave para convertir