Un hijo para el Alfa
Un hijo para el Alfa
Por: Valentina Cano
Capítulo 1 - Einar

Einar camina por el bosque con la cabeza en alto, el pecho firme, y cada paso que da es una demostración de su fuerza y de su dominio absoluto. Para los suyos, él es mucho más que el alfa de la manada Stormwood; es la encarnación de su legado, el protector que no teme a nadie, ni siquiera a sus enemigos más mortales. Desde temprana edad, fue educado en la dureza de los inviernos y en la rudeza de la selva, en las estrategias de lucha y en la crueldad que supone ser el líder de una manada salvaje. Einar no recuerda un día de su vida en el que no haya tenido que demostrar su valor, su destreza y su autoridad.

Nació para mandar, pero con el peso del liderazgo vinieron las expectativas y, con ellas, la frialdad. Ser líder no le permitía el lujo de mostrar vulnerabilidad ni debilidad. Sus padres, los anteriores alfas, se aseguraron de que cada error fuera corregido con lecciones severas, y él aprendió que cualquier indicio de compasión o duda se pagaba caro. Esa fue la clave para convertirse en el alfa arrogante y temido que es hoy.

En su mirada, Einar lleva el peso de su historia, de una vida llena de batallas y decisiones difíciles, de una soledad que se oculta detrás de su fachada de autoridad y orgullo. Nadie se atreve a desafiarlo; quienes lo han intentado han sido silenciados. La arrogancia es un escudo, y aunque algunos lo llaman tirano a sus espaldas, él considera que es lo necesario para mantener el orden. Si él no controla cada aspecto de su manada, si no impone su voluntad con puño de hierro, Stormwood se desmoronará.

Einar regresa al campamento con el ceño fruncido, sus ojos fríos y penetrantes observando a cada miembro de su manada con juicio y autoridad. No tolera la pereza ni la incompetencia. Cada uno tiene un rol, una responsabilidad, y en su mundo, cualquier tarea sin cumplir es una ofensa personal hacia él.

Lia, una joven omega de la manada, ha estado trabajando diligentemente a su lado desde hace semanas. Aunque no es la más fuerte ni la más rápida, es constante y tiene un corazón paciente y generoso. Pero esas cualidades, para Einar, no tienen el menor valor. Para él, la bondad y la mansedumbre son características inútiles, casi irritantes.

Cuando la ve acercarse, sus ojos se estrechan con desaprobación. En realidad, no tiene nada específico en contra de ella, pero su mera presencia parece exasperarlo. Quizás es el contraste con su propia frialdad o la serenidad en sus ojos que le resulta incomprensible. A Einar le molesta su forma de ser, su falta de instinto para defenderse, su aparente aceptación de cualquier cosa que se le ordene.

—¿Qué haces aquí, Lia? —le pregunta con voz áspera, su tono lleno de impaciencia.

Lia baja la mirada por respeto y un toque de temor. Conoce la reputación de su alfa y sabe que, aunque intenta cumplir siempre con sus tareas, a él nunca parece serle suficiente.

—Solo quería saber si necesita algo más, Alfa —responde en voz baja, tratando de no provocarlo.

Einar la observa con una mezcla de desdén y burla apenas perceptible en sus labios.

—¿Necesitar algo de ti? —murmura con desprecio, como si la mera sugerencia fuera absurda—. No necesito nada de una omega que apenas sabe hacer lo que le dicen. ¿No tienes otra cosa que hacer, Lia? Ve a ocuparte de algo útil. Limpia la ropa de la manada; es lo único para lo que eres buena.

Lia parpadea, sorprendida por la dureza de sus palabras, pero no se atreve a decir nada. Está acostumbrada a recibir sus órdenes sin protestar, a soportar el trato frío y distante que él le da. Se da la vuelta, ocultando la tristeza en sus ojos, y se dirige hacia el lugar donde se acumula la ropa que necesita ser lavada.

Einar la observa alejarse y siente una pequeña punzada en su interior, una incomodidad extraña que sacude sus emociones por un instante. Es fugaz, casi imperceptible, y la desecha al instante. No tiene tiempo ni paciencia para contemplar sus actos o sus palabras; para él, la disciplina y la dureza son lo único que entienden sus subordinados.

La figura de Lia desaparece entre las sombras del campamento, y Einar simplemente se da la vuelta, como si nada hubiera ocurrido. Está convencido de que todo está en su lugar, que cada miembro de su manada cumple su rol de acuerdo con su propia voluntad. Si ella es demasiado débil para reclamar algo mejor, entonces eso no es asunto suyo.

El respeto que inspira es incuestionable, pero está basado en el miedo. Einar lo sabe, y en cierto modo, lo prefiere así. La lealtad forjada en la devoción le parece frágil y débil. Prefiere la obediencia absoluta, la sumisión de aquellos que saben que desobedecerlo significaría desafiar su propio destino. Esta certeza lo hace mantenerse firme en sus decisiones, convencido de que todo debe salir como él lo ha planeado.

Para él, las relaciones son simples intercambios de poder. Jamás ha tenido interés en el amor ni en el afecto; los considera debilidades. Su atención se enfoca en su responsabilidad y en sus enemigos, en los rumores de alfas que desean arrebatarle el territorio y en la necesidad de mantener su manada en pie. A veces, mientras patrulla solo en la oscuridad, se permite un respiro, una pausa en la que contempla el bosque y el cielo. En esos momentos, Einar no se siente ni alfa ni guerrero; solo es un hombre que lleva el peso de su manada sobre los hombros.

Pero esas noches son escasas, y él las ahoga rápidamente en el deber y la disciplina. Einar es un alfa que lo tiene todo controlado, menos su propia alma, esa que, sin saberlo, lleva años deambulando en la sombra de su poder.

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