Arties, España.
Las verdes praderas parecían brillar como el jade bañadas en la luz dorada del sol, las nevadas montañas brillaban como la plata, los bosques de pino lucían tan majestuosos como los recordaba de memorias de infancia, aquel pueblo, Arties, era tan bello y pintoresco que parecía el escenario de un cuento de hadas, y, sin embargo, no se sentía como la princesa de uno de ellos.
Arlina O´Neill después de tantos años regresaba al pueblo, en compañía de su hermanastro y prometido Alejandro, había dejado aquel pintoresco lugar contra su voluntad cuando aún era una niña, y estaba más que ansiosa de por fin bajar del vehículo, se imaginó corriendo por los verdes y floridos prados y recorriendo de nuevo sus bosques…se preguntó si aquel amado y añorado amigo de su infancia aún seguía en el pueblo…secretamente, deseaba que fuese así, pues de toda la maravilla que tenía Arties para extrañar, su viejo amigo era lo que más echaba de menos.
Sacando la cabeza por la ventanilla de la lujosa camioneta, Arlina daba un silbido sin dejar de mirar al cielo, el viento fresco y limpio de la montaña, acariciaba con gentileza su hermoso rostro de finas y delicadas facciones, su piel era blanca, tan blanca como el papel, su cabello era rubio, tan claro que se percibía como blanco, sus gruesas y largas pestañas eran del mismo color, sus ojos, eran de un color extraño, del mismo color de la lavanda, un violeta tan puro y limpio, que engrandecía aún más su rara belleza albina, el albinismo con el que nació, era un trastorno genético heterogéneo, causado por mutaciones en diferentes genes, que produce una reducción o ausencia total del pigmento melánico de ojos, piel y pelo, podría darse en los seres humanos y también en los animales, sin embargo, aquello no la acomplejaba en lo mas mínimo, pues su piel y cabello, hacían un homenaje a la belleza de la luna.
– Guarda silencio Arlina, no quiero que los sucios pueblerinos de este lugar vean a mi futura esposa silbando como salvaje a su avechucho –
Mirando con desde al hombre de rizados cabellos dorados, Arlina lo ignoro monumentalmente como solía hacerlo, detestaba a su hermanastro…su prometido.
Alejandro O´Neill era un hombre despreciable, mayor a ella por cuatro años, un niño rico y heredero universal de su familia, empresario multimillonario de empresas internacionales…y un obsesivo de la perfección y la belleza, se conocían desde niños, cuando su padre, aprovechando la reciente muerte de sus padres y hermano, se la llevo con ellos sin que nadie se opusiera, alejándola de todos los que amaba y alguna vez la amaron…los O´Neill eran ruines y oportunistas, siempre conseguían todo lo que deseaban, dinero, poder…personas…y nadie podía detenerlos, eran intocables.
– No es un avechucho, es una lechuza y tiene un nombre, Ayla, recuérdalo, Ayla – dijo con el entrecejo fruncido la hermosa Amelie.
– No me aprenderé el nombre de tu ave mascota, agradece que te permití conservarla, después de todo, lloraste desconsolada cuando mi padre ordeno que se deshicieran de ella el día en que llegaste a formar parte de mi familia, y yo, por supuesto, intervenir para que la conservases, así que no retes a mi paciencia y haz lo que te ordeno, siéntate como la dama que se supone que eres y no le silbes a esa m*****a ave – dijo Alejandro con arrogancia.
Amelie apretó sus puños con fuerza, estaba harta, más que harta de los O´Neill y su arrogancia, volver a España era su oportunidad para buscar lo perdido y escapar de su control…y aun cuando sabia lo poderosos que eran, nunca se quedaría callada ante ellos.
– Disculpa ricitos de oro, pero yo no pedí que tu padre me llevara con ustedes, y, aun así, si su majestad ordenaba que se llevaran a Ayla, ella siempre volverá a mí, es mi mejor amiga y mucho más confiable que el nido de víboras que son los O´Neill – dijo Arlina con burla.
Alejandro observo a su joven prometida, Arlina no era como las demás mujeres, tenía carácter, demasiado para su gusto, y aun cuando se hallaba en clara desventaja, escupía lo que pensaba sin temor a las represalias, era una verdadera belleza albina, extravagante, de rareza extrema, sus ojos violeta no disimulaban el profundo desprecio que tenía hacia él y toda su estirpe, pero poco importaba lo que ella pensara, deseara o hiciera, estaba forzada a ser su esposa, y no podía negarse aun así fuese lo que más deseara…después de todo, solo los O´Neill conocían el paradero de lo que buscaba con desesperación, después de todo, lo tenían bajo su resguardo.
– Di todo lo que quieras Arlina, eres una O´Neill, llevas nuestro apellido, no eres más que una de mis propiedades, serás mi esposa y como mi mujer debes estar a la altura de tu hombre, no habrá más trotes a caballo, ni tampoco más lechuzas que duerman en tu alcoba, serás perfecta, una hermosa muñeca que me dé hijos, y nada más, no debes olvidar cuál es tu lugar y porque tienes que permanecer en el – dijo Alejandro con un deje de burla.
– Eso lo veremos ricitos, no soy una propiedad, ni tuya ni de nadie – respondió Arlina bajando del vehículo que finalmente se estacionaba frente a las puertas de la vieja mansión O´Neill.
La vieja mansión que se erigía orgullosa sobre la colina más alta del pueblo, lucia tan majestuosa como la recordaba, todos los niños de Arties se contaban historias de miedo con respecto a esta, o al menos, aquellos relatos infantiles formaban parte de sus recuerdos, todos en el rustico pueblito, temían de los O´Neill y su gran poder, jamás se iba contra los deseos de ellos, los únicos que se les oponían y tenían tanto poder e influencias para ello, eran los Artigas, familia española con mucho territorio en el país y otros continentes, sin embargo, contrarios a sus acérrimos rivales, los Artigas eran personas sencillas, bastante nobles y gentiles, con una rica historia familiar que databa de muchos siglos atrás y que los ligaba a la realeza, ella lo sabía bien, pues su único amigo en el pueblo era el hijo de esa prestigiosa familia.
Los Artigas y los O´Neill, eran rivales en todo sentido, los segundos, dedicaban gran parte de sus esfuerzos en derribar a los primeros, quienes únicamente actuaban en defensa o cuando sus rivales excedían su nivel de crueldad hacia otros…aun así, no habían podido ayudarla, pues ella misma se había negado a recibir cualquier ayuda de ellos…los O´Neill, aun tenían consigo, y oculto del mundo, a su mayor tesoro, aquello que usaban para mantenerla a raya y medianamente sometida a su voluntad, aunque, por supuesto, solo sería cuestión de tiempo hasta que ella recuperara aquello y con ello, también su libertad.
Silbando de nuevo a los cielos, aquella hermosa y majestuosa ave de grandes alas blancas, acudía a ella sin demora, Ayla, era una bellísima lechuza de prístino plumaje blanco, lo único que conservaba de su antigua vida…el ultimo obsequio que recibió de su padre y también, su mejor amiga.
– Hey, ¿Viste todo el pueblo? Cuéntame, ¿Qué tal ha sido? – le preguntaba Arlina con una sonrisa a su lechuza.
– Dios, solo mírate, hablas con ese avechucho como si fuese una persona, es patético – decía Alejandro bajando también del vehículo y caminando hacia el interior de la enorme mansión.
Arlina negó en silencio.
– No le hagas caso Ayla, un bastardo como el jamás podría hablar con una belleza como tu – dijo entre risitas la bella albina.
El interior de la mansión era tal y como se esperaba de los O´Neill, opulencia y elegancia más allá de lo tolerable, mirando las columnas del comedor que parecían revestidas en oro, Arlina hizo una mueca de desagrado, detestaba lo terriblemente derrochadores y arrogantes que eran, una vez más, se repetía mentalmente que jamás encajaría en esa familia, pues ella apreciaba la belleza de la sencillez.
– Me voy, regresare en un par de días, tengo una reunión importante con un nuevo socio, ya he dado las instrucciones para que se te atienda como la futura señora O´Neill, espero no encontrar una comidilla de chismes a mi regreso – dijo con arrogancia Alejandro.
– No te preocupes, no solo será una comidilla, me encargare de que el pueblo entero te tenga algún buen chisme de mí, así que puedes marcharte tranquilo a tus asuntos que no me interesan – dijo Arlina con una sonrisa sarcástica dibujada en su hermoso rostro.
Alejandro enrojeció de rabia, pero no pronuncio palabra alguna, después de todo, ya sabia que esperar de la hermosa albina que tenia por prometida, saliendo para de nuevo subir a su lujosa camioneta, se marcho por el momento, dejando a Arlina sola para descansar de su fastidiosa presencia.
Caminando por el pasillo donde la servidumbre la conducía a su nueva alcoba, se quedó asombrada al mirar lo amplia y hermosa que esta era, había encantadoras pinturas de los bosques que rodeaban el pueblo, los grandes ventanales conducían a una extensa terraza que era solo para ella y que estaba decorada con un sinfín de coloridas flores en sus maceteros, los muebles, parecían ser algo antiguos, pero estaban bastante limpios y demasiado hermosos, de estilo victoriano, su vieja casa de muñecas la habían colocado también allí, al menos, su nueva prisión estaba a su entero gusto.
Saliendo a tomar el aire fresco de la mañana a su bella terraza, Arlina observo las casitas del rustico pueblo, las praderas y los bosques estaban en su esplendor primaveral, revistiendo a los mismos de múltiples y brillantes colores.
Colocándose unos cómodos jeans, una hermosa camisa a cuadros de franela y sus inseparables botines sin tacón, Arlina decidió recorrer el pueblo…con suerte, quizás lograría encontrarse con aquel al que añoraba desde la niñez en que fueron separados.
– Ayla – Arlina llamaba silbando a su bella lechuza, para así, ambas comenzar su recorrido por el pueblo.
Arties, en España, era un pueblito alejado en los montes Pirineos, provisto de una belleza sin igual, sus pobladores eran personas en su mayoría bastante sencillas y el turismo era una de las fuentes de ingreso para el pueblo, sin duda, era un lugar al que los citadinos podían escapar para olvidarse de la pesada rutina, había sido su deseo el regresar al pueblo donde había crecido, donde todo termino y comenzó, Alejandro había accedido después de años a dejarle volver y ella estaba dispuesta a arriesgarlo todo para recuperar lo que le pertenecía.
Solo era una chica de 18 años, muy joven aun, pero con grandes expectativas de vida, ella no deseaba ser la esposa de alguien, su mas grande anhelo era recuperar lo perdido y viajar por el mundo sin nunca detenerse…mirando las hermosas alas blancas de Ayla, Arlina suspiraba, deseando volar con la libertad en que lo hacia su hermosa lechuza.
Sus pasos, finalmente se detenían en aquel sitio, el lugar en donde el fuego había arrasado con todo…sus padres…su hermano…sus sueños…su libertad…caminado en aquel basto terreno que una vez perteneció a su familia, memorias de tiempos felices llegaban hasta ella, cuando era una niña de apenas 10 años y no conocía el sufrimiento, sus padres, irlandeses albinos, habían sido temidos en el pueblo debido a leyendas que se relacionaban con su extraña genética, sin embargo, a pesar de todo, eran increíblemente felices.
Risas infantiles golpeaban sus recuerdos causándole dolor, la sonrisa de su hermosa madre se dibujaba en sus memorias…los fuertes brazos de su padre protegiéndola aquella noche…desviando su vista del sitio donde una vez se halló su hogar, una lagrima se derramo sobre su blanca mejilla…aquellos recuerdos siempre dolerían, sin importar la cantidad de años que pasaran, siempre iban a doler.
Silbando de nuevo a su fiel lechuza, se alejó de aquellos abandonados terrenos, sin embargo, no hubo respuesta alguna de su amiga alada, preocupada, se adentró en los bosques esperando que se encontrara explorando por allí, silbando una vez más, escucho el ulular de su majestuosa ave, temiendo que se encontrase en peligro, Arlina corrió en dirección a donde la escuchaba, tan solo para encontrarla posada en el brazo de alguien más.
Cabello castaño que a la luz del sol brillaba como el cedro, ojos oscuros, lobeznos, que la miraban con confusión y fiereza, piel besada por la luz del sol, trigueña…demasiado hermosa, alto, de al menos 1.90, figura atlética, un joven demasiado apuesto y de hermoso rostro familiar…el paso de los años le había sentado muy bien, dejando atrás su figura infantil dando paso a la de un hombre extremadamente apuesto.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de la hermosa albina, aquel a quien siempre traía de regreso en sus memorias de infancia, estaba frente a ella, sosteniendo a Ayla en su brazo.
– Jacobo – dijo casi en un murmullo más para sí misma que para el joven que la miraba expectante.
– ¿Eres tú Arlina? – pregunto con voz varonil aquel joven de cabellos castaños.
Cabello rubio, casi blanco, piel en extremo pálida como la nieve en las montañas, belleza sin igual, albina, exactamente como la recordaba, pero ya en sus curvas de mujer…hermosos ojos violeta, como la lavanda que crecía en los prados…era ella, su vieja amiga…su primer amor.
Corriendo hasta el sin meditarlo, Arlina se aferró al fuerte pecho del viejo amigo al que había añorado tanto, dejando caer lagrimas desde sus bellos ojos violeta.
– Creí…que jamás volvería a verte, Jacobo – dijo la hermosa albina sin desear soltar al joven jamás.
Jacobo envolvió entre sus brazos a la delicada y mucho más pequeña figura de su vieja amiga de infancia, aquella que fue robada por los O´Neill y a la creyó jamás volver a ver.
– En verdad estas aquí…después de tantos años…regresaste – dijo el joven castaño aun asimilando lo que estaba pasando.
– Estoy aquí Jacobo, y no deseo volver a marcharme…ha sido duro, estar completamente sola en un lugar al que nunca pude acostumbrarme, pero te ha encontrado, Ayla te encontró sabiendo que te he extrañado tanto – dijo Arlina sin soltarse de aquel muchacho.
Violeta y negro se miraron fijamente después de años que sintieron como dolorosa eternidad…sin embargo, Jacobo sabia que las cosas habían cambiado…no era el mismo al que la hermosa albina había conocido, y aquel secreto no lo podía conocer jamás.
El regreso al lugar en el que te conocí, Arlina y Jacobo se reencontraban después de muchos años, sin embargo, no eran los mismos niños que fueron cruelmente separados, cada uno, guardaba secretos, secretos que no querían que nadie más supiera, una buscaba lo que había perdido, el otro ocultaba su verdadero ser…y ambos, se habían añorado en la soledad de sus noches, deseando poder verse una vez más.
La luna brillaba en lo alto, alzándose orgullosa y bañando con su luz de plata todo el valle, el viento fresco de la madrugada reconfortaba sus agudizados sentidos, los aullidos en la lejanía lo llamaban, haciéndole una invitación para cantarle a belleza de la luna, cada crujir en el bosque, cada sonido de animal, todo podía percibirlo…todo era diferente cuando se miraba a través de los ojos de un lobo, la sangre corría a mil por hora…y su hambre aumentaba en demasía.Corriendo por las praderas aquel lobo de pelaje gris aullaba su canción a la belleza sublime de la luna, aquella era una hermosa noche, donde todo parecía haber cambiado.Arlina despertaba de su poco tranquilo sueño, cada noche, era una pesadilla tras otra desde aquel fatídico día en que lo perdió todo, levantándose de su cama camino hasta la amplia terraza de su alco
La noche caía de nuevo sobre el pintoresco pueblo de Arties, nubarrones grises comenzaban a cubrir en su totalidad la hermosa luz plateada de la luna, los bosques, valles y montañas, pronto se vieron cubiertos con el manto de la penumbra nocturna, el sonido de las aves nocturnas junto al canto de los grillos, amenizaban el profundo silencio de la inmensa oscuridad, no había aullidos de lobo, las bestias que le cantaban a la luna parecían haber decidido no salir a cazar esa noche sin luna.Arlina se hallaba ya en sus aposentos privados, sin deseos de hablar con alguien o siquiera ver a otro ser humano.Espero que puedas perdonarme…pero no mereces a alguien como yo a tu lado…porque yo…no soy lo que tú necesitas…y nunca podre serloLas palabras de Jacobo seguían dando vueltas en su cabeza una y otra vez sin detenerse, mil preguntas se formula
Cuenta la leyenda, sobre la existencia de seres mitad hombre, mitad lobo, que entre aullidos le cantaban a la luna, seres sobrenaturales que poseían una fuerza extraordinaria que usaban su poder para someter a los humanos, llenando de terror a las personas que incesantemente buscaban calmar la ira de las bestias, sin embargo, se decía que la luna, en un acto de misericordia a la humanidad, había creado dos seres que portaban su belleza y compasión, hijos de la luna de cabellos y piel tan blancos como la nieve en los montes pirineos, lobos de sangre plateada que llegaron a calmar a las bestias que constantemente los azolaban, pero, en el gran temor y egoísmo de los hombres, acabaron con cada uno de ellos temiendo que aquella raza incrementara su poder si decidían unir sus fuerzas, entonces, fue que lo peor que pudiesen haber hecho, ocurrió, naciendo gemelos en cualquier familia de cualquier nivel social, los enardecidos aldeanos, a
El sol radiaba su poderosa luz con gran fuerza esa mañana, el barullo de las personas en las calles comenzaba a sentirse cada vez más molesto, el café que bebía no era el mejor del mundo, ni siquiera podría considerarlo a su altura, era un día ya bastante tedioso y eso que recién estaba comenzando.Alejandro O´Neill era un hombre exigente, todo debía ser a su entero gusto y las voluntades siempre debían estar a su merced, nunca se hallaba satisfecho con nada, era un joven caprichoso con ambiciones demasiado grandes, ambiciones que, sin duda alguna, prometía ver cumplidas.Arlina no había deseado acompañarlo a visitar al alcalde del pueblo, hombre regordete de baja estatura que se hallaba permanentemente nervioso en su presencia, el sudor en su frente le causaba asco, sus manos sudorosas no era algo que deseara estrechar ni en broma, aquel hombre feo jamás podría esta
La lengua húmeda y cálida recorría cada borde de aquella cicatriz en su cuello, la repentina cercanía con tal atrevimiento la había sorprendido más allá de lo imaginado, Jacobo parecía no estar consciente de lo que estaba haciendo, su extraña conducta parecía ser más la de un animal que la de una persona, aquel acto tan…intimo, había logrado que el calor subiera desde su vientre hasta sus ya coloreadas mejillas, sin embargo, no quería apartarlo o hacerle entrar en razón, aquello, aunque era completamente vergonzoso, le agradaba, despertaba en ella mil sensaciones y sentimientos desconocidos, mucho más fuertes que cualquier otra cosa que hubiese sentido antes.– Eres mía Arlina…dímelo, di que eres mía – decía Jacobo en un frenesí que no lograba detener ni comprender.Arlina, con los ojos muy abiertos en sor
Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla,
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que