Cuenta la leyenda, sobre la existencia de seres mitad hombre, mitad lobo, que entre aullidos le cantaban a la luna, seres sobrenaturales que poseían una fuerza extraordinaria que usaban su poder para someter a los humanos, llenando de terror a las personas que incesantemente buscaban calmar la ira de las bestias, sin embargo, se decía que la luna, en un acto de misericordia a la humanidad, había creado dos seres que portaban su belleza y compasión, hijos de la luna de cabellos y piel tan blancos como la nieve en los montes pirineos, lobos de sangre plateada que llegaron a calmar a las bestias que constantemente los azolaban, pero, en el gran temor y egoísmo de los hombres, acabaron con cada uno de ellos temiendo que aquella raza incrementara su poder si decidían unir sus fuerzas, entonces, fue que lo peor que pudiesen haber hecho, ocurrió, naciendo gemelos en cualquier familia de cualquier nivel social, los enardecidos aldeanos, aun temerosos de los lobos en sus bosques, tomaban a los indefensos pequeños para ofrecer al más débil de ellos en sacrificio de sangre a la luna en busca de protección contra las bestias…sin embargo, la solemne luna, ofendida por aquellos actos terribles y deshonrosos, los había maldecido recitando un poema.
“Cuando la luna de sangre sobre los negros cielos se alce, dos niños abrirán sus ojos al mundo, gemelos de plata con ojos violáceos, por la sangre inocente que han derramado coloreados, se alzaran sobre el hombre, hembra y varón, trayendo para ustedes, necios, su final y destrucción”
Los aldeanos, arrepentidos de sus crueles actos, salieron de los bosques intentando calmar la ira de la diosa de plata, creando sus pueblos a los pies de las montañas, esperando nunca recibir aquel castigo, aquella maldición que la luna les había concedido, los hombres lobo, espectadores de aquel momento, se quedaron en sus bosques y nunca más con el hombre se involucraron, manteniéndose ocultos en los Pirineos, cazando únicamente a aquellos que les desafiaban, nadie nunca más supo de ellos, nadie nunca más les volvió a ver, pero, en las noches de luna llena, los aullidos le cantan en coro mil alabanzas a la luna, mostrando así su respeto y veneración, nunca entres a los bosques aquellas noches donde la luz plateada baña el valle, pues las bestias salen de sus cuevas para saciar su hambre y sed de sangre, los lobos siguen allá afuera, esperando el mejor momento para salir a la luz.
Un nuevo día llegaba, y con él, los fastidiosos quejidos de Alejandro sobre cualquier cosa, Arlina aun no deseaba abandonar su cama, ni tampoco, sus aposentos, aquel sueño había sido demasiado nostálgico, demasiado doloroso, aun podía escuchar la voz de su padre narrando aquella historia que tanto llegaron a amar ella y su hermano, sin embargo, nunca sabría que la misma, sería la causa de su mayor tragedia, aquella que la tenía atrapada con los O´Neill, las personas del pueblo habían creído firmemente que ella y su hermano, eran los gemelos que prometía esa leyenda, y, los más viejos, los que aun creían que aquello era verdad, habían tomado cartas en el asunto, aquella mañana su casa, hogar de toda su vida y donde ella y su hermano habían nacido, estaba envuelta en llamas, un incendio lo consumió todo, uno provocado por la ignorancia y el odio de gente desalmada y sin corazón, y ella, se había quedado sola, sin sus padres, sin su hermano, aquel fuego lo destruyo todo a su paso, su familia no estuvo más y ella fue arrojada al abismo, de donde los O´Neill la tomaron por la fuerza, haciendo promesas que aún no habían cumplido, producto de aquel fatídico día, sufría de algunas lagunas mentales, no recordaba su verdadero apellido, y nunca nadie en el pueblo lo supo, sus padres, albinos y extranjeros, habían sido relegados a la soledad, nunca nadie quiso tener amistad con ellos, y a cambio, nunca en el pueblo se supo su apellido u orígenes, ni siquiera Jacobo lo sabía, y los O´Neill, si lo conocían, jamás se lo dirían.
– Ya no es hora de estar durmiendo Arlina, será mejor que te pongas decente y bajes a tomar tu desayuno, no me fuerces a pedir que derriben tu puerta, hoy quiero que pasemos una agradable tarde juntos – decía la molesta voz de Alejandro al otro lado de la puerta.
– Bajare cuando me pegue la gana hacerlo, puedes pedir que derriben la m*****a puerta, no me interesa, no pretendo moverme de aquí durante un buen rato – respondió Arlina con fastidio.
– Bien, entonces será mejor que te acostumbres a no tener puerta – dijo Alejandro bastante molesto.
Levantándose de la cama, Arlina decidió que bajaría a su manera a tomar el desayuno donde quisiera, calzando sus viejos botines y usando sus vaqueros favoritos junto a una cómoda camisa, la hermosa albina comenzaba a bajar peligrosamente desde el balcón de su terraza, siempre había sido bastante hábil para escabullirse, y ya conocía bien donde debía pisar, había repasado mil veces desde todos los ángulos la mejor manera de salir sin usar la puerta de su alcoba, en caso de situaciones como la que se presentaba, además, era mejor morir que darle gusto a su despreciable prometido, con eso en mente y sumo cuidado, Arlina había logrado bajar al primer piso sin que nadie la notase, entonces, corriendo con todas sus fuerzas, escapaba de la asfixiante mansión durante un buen rato, necesitaba estar sola, no deseaba pasar su tiempo con Alejandro.
Silbando a su inseparable lechuza, la bella albina emprendía su camino hacia los solitarios bosques, se había detenido en una tienda local a comprar algo para comer con su respectiva dosis de miradas incomodas con ello, finalmente y después de un trayecto conveniente, había llegado a aquel paraje donde solía ocultarse cuando era una niña, el mismo lugar donde había conocido a Jacobo Artigas hacía ya demasiados años.
– Este lugar siempre es solitario, y está demasiado oculto de miradas incomodas, aquí fue donde lo conocí Ayla, y aquí era donde solía jugar con mi hermano, escondidos de todos, sin que nadie pudiese lastimarnos – decía Arlina con melancolía a su majestuosa ave que parecía escucharla con atención.
La sombra de aquel árbol era reconfortante, el mejor lugar en el mundo para tomar un desayuno chatarra, ahí, no llegaban las amenazas ni los gritos de Alejandro, solo había silencio y, de manera ocasional, también el ruido de las aves, era el sitio más tranquilo del mundo, ideal para llorar en soledad.
Dejando caer sus lágrimas, Arlina lamentaba todo lo perdido, su familia, sus memorias, aquella feliz infancia cuando corría en medio de inocentes juegos en esos mismos lugares, siempre observando la dulce sonrisa de su madre, admirando la fuerza de su padre y jugando entre risas con su hermano, haciendo promesas de amor infantil a Jacobo, y soñando con un futuro que nunca fue, el fuego se lo había llevado todo, y los O´Neill, terminarían acabando con lo que quedaba de ella, forzándola a ser la esposa de alguien a quien jamás podría amar, tenía que ser fuerte, tenía que encontrar lo perdido, si lo hacía, seria libre para volar lejos, de ir a donde la llevase el viento sin volver a mirar atrás, sin embargo, lograr aquello no sería fácil, y quizás, terminaría por perderlo todo intentando recuperar aquello que anhelaba, aun así, no había forma de dar marcha atrás.
Ayla comenzaba a ulular recargando su pequeña cabeza entre los casi blanquecinos cabellos de la chica, intentando brindar el consuelo que su ama necesitaba, gruesas lagrimas seguían resbalando de los hermosos ojos violeta de Arlina cuando el crujir de algunas ramas secas las alerto a ambas.
Buscando con su mirada el lugar de donde provenía aquel sonido, Arlina pudo ver con gran sorpresa, como un enorme lobo de pelaje gris tan brillante, que por un momento, lastimo sus ojos, salía de entre los matorrales que se hallaban cerca, levantándose de un brinco por la impresión, pudo ver como aquel hermoso animal se acercaba a ella sin, al parecer, intención de atacarla, Arlina daba un paso atrás sabiendo que si se echaba a correr, sería el fin, pues daría paso a una cacería, o, al menos, eso creía, sin embargo, en medio de su desconcierto, pudo ver como Ayla se acercaba a aquel majestuoso animal como si le conociera.
– Ayla, ven aquí – decía Arlina casi en susurro temeroso, temiendo que aquella hermosa bestia atacara a su mejor amiga, sin embargo, su amada lechuza no había hecho caso alguno al llamado de su ama.
Los hermosos y penetrantes ojos de aquel enorme lobo se fijaron sobre ella, eran de un color hermoso, negro como la noche y demasiado familiares para ignorarlos…dejando caer de nuevo sus lágrimas pensando en el amigo perdido que no la quería más, Arlina permanecía inmóvil en su sitio.
Aquel enorme y majestuoso lobo, de nuevo comenzaba a acercarse a ella hasta quedar frente a frente.
Violeta y negro se miraron como si esa no fuese la primera vez que se veían, sin pensarlo ni entender, la hermosa albina extendió su mano con timidez hasta alcanzar el pelaje suave de la cabeza del lobo, acariciándolo con ternura, como si de un cachorro se tratase, el hermoso animal, comenzaba a restregar su cara en la de ella, lamiendo las lágrimas salinas que escapaban de sus ojos lavanda, como si de alguna manera, aquel supiera lo mucho que estaba sufriendo e intentara brindar una especie de consuelo para su alma.
– Gracias – dijo Arlina sin dejar de acariciar a aquel hermoso lobo de pelaje gris.
Un hermoso y poderoso aullido escapaba de la garganta de aquel lobo, quien, tan repentinamente como llego, se marchaba veloz escapando entre los matorrales, dejando a Arlina bastante sorprendida y conmovida, sin percatarse que se había olvidado por ese rato, de aquel terrible dolor que la mantenía afligida.
Aquel feroz y hermoso aullido, se escuchó una vez más, como si de alguna manera, aquel lobo se estuviese despidiendo de ella, prometiendo volver otro día a visitarle.
La leyenda de los montes Pirineos, aquella que decía los terribles que eran los lobos, de pronto, se sentía falsa, como si aquel relato estuviese incompleto, como si dentro de la hermosura y soledad de los bosques en los que se hallaba, tuviesen más para contar de lo que había sabido.
El sol radiaba su poderosa luz con gran fuerza esa mañana, el barullo de las personas en las calles comenzaba a sentirse cada vez más molesto, el café que bebía no era el mejor del mundo, ni siquiera podría considerarlo a su altura, era un día ya bastante tedioso y eso que recién estaba comenzando.Alejandro O´Neill era un hombre exigente, todo debía ser a su entero gusto y las voluntades siempre debían estar a su merced, nunca se hallaba satisfecho con nada, era un joven caprichoso con ambiciones demasiado grandes, ambiciones que, sin duda alguna, prometía ver cumplidas.Arlina no había deseado acompañarlo a visitar al alcalde del pueblo, hombre regordete de baja estatura que se hallaba permanentemente nervioso en su presencia, el sudor en su frente le causaba asco, sus manos sudorosas no era algo que deseara estrechar ni en broma, aquel hombre feo jamás podría esta
La lengua húmeda y cálida recorría cada borde de aquella cicatriz en su cuello, la repentina cercanía con tal atrevimiento la había sorprendido más allá de lo imaginado, Jacobo parecía no estar consciente de lo que estaba haciendo, su extraña conducta parecía ser más la de un animal que la de una persona, aquel acto tan…intimo, había logrado que el calor subiera desde su vientre hasta sus ya coloreadas mejillas, sin embargo, no quería apartarlo o hacerle entrar en razón, aquello, aunque era completamente vergonzoso, le agradaba, despertaba en ella mil sensaciones y sentimientos desconocidos, mucho más fuertes que cualquier otra cosa que hubiese sentido antes.– Eres mía Arlina…dímelo, di que eres mía – decía Jacobo en un frenesí que no lograba detener ni comprender.Arlina, con los ojos muy abiertos en sor
Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla,
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
El viento de la madrugada soplaba delicioso colándose por los enormes ventanales de su alcoba, elevando las cortinas y dibujando formas difusas con ellas, se había despedido de Jacobo por esa noche, sintiendo a flor de piel aquellas apasionadas caricias que le había regalado, su cuerpo ya no sentía dolor alguno, como si de alguna manera, el haber estado entre los brazos del apuesto moreno la hubiese ayudado a sanar lo que sea que le hubiese pasado, aquello le había proporcionado una sensación reconfortante, un alivio para el agobiante dolor que había sufrido, la cicatriz en su cuello ya no la quemaba, y todo parecía haber vuelto a la normalidad consigo misma.El sonido de la puerta de su alcoba abriéndose, ya le decía de la desagradable visita que se atrevía a invadir sus aposentos a esas horas, pero no le sorprendía en lo más mínimo, después de todo, había esto con
La melodía de un piano resonaba en aquella extensa propiedad de floridos campos de mil colores, el aroma al pasto recién cortado se dejaba sentir inundando sus fosas nasales, blanco cabello casi emulando a la plata, se mecía con gentileza en el viento, habilidosas manos tocaban una triste melodía sin detenerse, un fiel amigo yacía a los pies de aquel hermoso joven de piel tan pálida y prístina como la nieve en las montañas, hermosos ojos de lavanda recién cortada observaban aquel extenso panorama en medio de las montañas, oculto del resto del mundo y donde era forzado a permanecer, deteniendo la melodía del piano, aquel joven de rostro hermoso y mirada llena de resentimiento, bajaba su mano para acariciar a su viejo amigo, la única compañía permanente que tenía a su lado desde que lo perdió todo y lo condenaron a un claustro forzado.– Hey, despierta, es hora
La noche había llegado, y con ella, las memorias, memorias del piel a piel que había tenido con Jacobo Artigas, el calor subía por su cuerpo al recordar aquellos besos apasionados, aquella dureza que en el sintió, quería probarlo, saber lo que se sentiría perder la virginidad con él, pero, por alguna razón que no lograba comprender, aun cuando constantemente se encontraban a solas, el no se atrevía a dar aquel paso, y ella, quizás, era demasiado tímida para intentarlo.Mirando el resplandor plateado de la luna, sintió un repentino mareo, un recuerdo llegaba de repente, la figura furiosa de su padre regañándola con completa ira por estar jugando con Jacobo, palabras como impuro, mala casta y demás, llegaron a ella sin entender ni recordar bien aquello, lo que significaba, ni tampoco porque su padre se había enfadado tanto por verla jugar con el apuesto moreno.